30 de marzo, Día de la Tierra Palestina

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Playa de la ciudad de Gaza antes de la destrucción de la ciudad. En la primera fotografía, un grupo de voluntarios limpia la ensenada en 2018; en la segunda fotografía, los gazatíes disfrutan de la playa en julio de 2022.

Rashid Hussein

Gaza, mi amada

Cansado de los discursos de los enanos, ay Gaza,
cansado.
Detrás de mí está el mar

y el fuego enfrente.
Por eso... camino por mi corazón hacia el fuego
y doy un trago.

            *

Cansado...
Mi piel flojea
mis huesos flojean

mi corazón flojea

y el fuego de mis ojos
se echa un trago.
Por eso...
no llevo cruces
sino que
quemo las cruces
o hago con ellas
barcas que lleven a mis hijos

a la más bella revolución

o a una mañana...

que se insinúa.

            *

Cansado...
Hasta Saladino
oh Hittín
ayer me invitaba a soñar y me decía:
Con canciones me liberaron
con canciones
hicieron hasta de las jaimas de la muerte
de mi tierra... canciones.
En lo alto de los edificios con mi sangre llorosa

me retrataron,
fui libro...
fui cromo...
Retransmitieron toda mi vida y mi país
en cuestión de segundos...
Y cuando me arrestaron...
con canciones me arrestaron
con canciones.

Palestina/48. Poemas del interior

Luz Gómez

Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2024


Carta de Rachel Corrie a su madre el 27 de febrero de 2003: "estoy siendo testigo de un genocidio insidioso y crónico".

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La norteamericana de 23 años Rachel Corrie, cuando trataba de evitar la demolición de una casa palestina en Gaza, poco antes de morir arrollada por la excavadora del ejército israelí el 16 de marzo de 2003.

CARTA DE RACHEL CORRIE* A SU MADRE

27 de febrero de 2003

Te quiero. Te echo mucho de menos.

He tenido pesadillas con los tanques y las excavadoras rondando nuestra casa, y tú y yo estábamos dentro. Durante semanas la adrenalina actúa como un anestésico, pero de repente, una tarde o una noche, la realidad te golpea de nuevo. Estoy realmente asustada por lo que le pueda pasar a esta gente.

Ayer vi a un padre con sus dos hijos pequeños agarrados de la mano tratando de alejarse de su casa, a la vista de los tanques, de la torreta de francotiradores, de las excavadoras y de los jeeps, porque pensó que su casa iba a ser explosionada. Jenny y yo permanecimos dentro de la casa con otras mujeres y dos niños pequeños. Fue un error nuestro de traducción lo que le hizo creer que su casa iba ser demolida. En realidad, el ejército israelí quería detonar un explosivo que al parecer había sido colocado en las cercanías por la resistencia palestina.

En esta misma zona, el pasado domingo, cerca de ciento cincuenta personas fueron acorraladas y mantenidas a tiro limpio fuera del asentamiento mientras las excavadoras destrozaban veinticinco invernaderos: el medio de vida de trescientas personas. El explosivo estaba colocado frente a los invernaderos, justo en el punto por donde los tanques entrarían de nuevo en caso de regresar.

Me aterroriza pensar que este hombre creyera menos peligroso caminar con los niños a la vista de los tanques que permanecer en su casa. Me asusté y pensé que los iban a disparar a todos, así que me interpusé entre ellos y el tanque. Esto pasa todos los días, pero este hombre con los dos niños, que parecían muy tristes, me llamó particularmente la atención, seguramente porque creía que fue nuestro error en la traducción lo que le hizo abandonar la casa.

He pensado mucho en lo que me dijiste por teléfono acerca de que la violencia de los palestinos no ayuda a mejorar la situación. Hace dos años, sesenta mil habitantes de Rafa se desplazaban todos los días a trabajar a Israel, ahora, solamente seiscientos pueden hacerlo, de los cuales, la mayoría se han tenido que mudar porque los tres puestos de control que hay desde Rafa a Ashkelon (la ciudad israelí más cercana) han transformado lo que solía ser un trayecto de cuarenta minutos en una ruta imposible de doce horas.

Y lo que es más, todo lo que en 1999 Rafa identificó como fuentes de crecimiento económico ha sido destruido: el aeropuerto internacional de Gaza (las pistas destruidas y el aeropuerto cerrado por completo), la frontera comercial con Egipto (una gigantesca torreta de francotiradores se levanta en mitad del cruce), el acceso al mar (cortado por completo en los dos últimos años por un puesto de control y por el asentamiento de Gush Katif).

El número de hogares destrozados en Rafa desde el comienzo de la Segunda Intifada supera los seiscientos, gente que en la mayor parte de los casos no tiene ninguna relación con la resistencia, simplemente vivían en la frontera. Me parece que ya es oficial que Rafa es el lugar más pobre del planeta. No hace mucho, aquí solía haber una clase media.

También tenemos informes que dicen que en el pasado los cargamentos de flores de Gaza a Europa eran retenidos por razones de seguridad durante dos semanas en el paso fronterizo de Erez. Ya te puedes imaginar el valor de las flores dos semanas después de ser cortadas; de manera que ese mercado también se «secó». Y luego vienen las excavadoras y arrasan los huertos. ¿Qué le queda a la gente? Dime si se te ocurre algo. A mí no. Si a cualquiera de nosotros le estrangularan su medio de vida, si le obligaran a vivir con sus hijos en unos espacios cada vez más reducidos, sabiendo además por pasadas experiencias, que en cualquier momento pueden venir a por él los soldados y las excavadoras, y destruir los huertos que ha estado cultivando ¿durante cuánto tiempo?, y hacer todo esto al tiempo que le golpean y le retienen durante horas junto con ciento cuarenta y nueve personas más; ¿no crees que debería recurrir a algún tipo de violencia para intentar retener lo poco que le quede?

Pienso sobre todo en ello cuando veo destruidos los huertos, los invernaderos y los árboles frutales: años de cuidados y cultivos. Me acuerdo de ti, y de cuánto se tarda en hacer que las cosas crezcan, y de cuánto amor requiere. Sinceramente, pienso que en una situación parecida la mayoría de las personas se defenderían lo mejor que supieran. Creo que el tío Craig lo haría, y probablemente la abuela. Yo creo que también.

Me preguntas acerca de la resistencia pacífica. Cuando detonaron el explosivo el otro día, todos los cristales de la casa saltaron en pedazos. Yo estaba a punto de tomarme un té y de empezar a jugar con los dos pequeños. Ahora mismo me siento fatal. Me pone enferma del estómago ser tan mimada, tratada con tanta dulzura, por personas que encaran una fatalidad.

Ya sé que desde los EE. UU. todo esto suena hiperbólico. Honestamente, la mayor parte del tiempo la pura amabilidad de la gente junto con la evidencia abrumadora de que esto es una destrucción premeditada de sus vidas, hace que todo me parezca irreal.

No puedo creer que algo así este pasando de verdad y que el mundo no proteste más alto. 

Realmente me duele, como me ha dolido en el pasado, ser testigo de hasta que punto consentimos hacer del mundo un lugar horrible.

Después de hablar contigo he pensado que no me creías del todo, y me parece muy bien que sea así, porque, sobre todas las cosas, yo creo en la importancia del pensamiento crítico independiente. También me he dado cuenta de que contigo soy menos cuidadosa de lo normal al tratar de documentar cada afirmación que hago. La explicación de esto es porque yo sé que tú tienes tu propia opinión. Pero me preocupa tu incredulidad, dado el trabajo que desarrollo aquí. Toda la situación que he intentando describir hasta el momento —y muchas otras cosas— constituyen un intento gradual —a veces a escondidas, pero siempre masivo— de destruir las posibilidades de supervivencia de un grupo de personas.

Eso es lo que estoy viendo aquí. Los asesinatos, los ataques con misiles y los disparos a niños son atrocidades; pero si me centro exclusivamente en ellas temo no ver el contexto. La mayor parte de la población —incluso si tuvieran los medios económicos para escapar, o si, sencillamente, renunciaran a su tierra y a la resistencia (lo que parece ser el menos perverso de todos los objetivos de Sharon)— no podría marcharse; ni siquiera pueden ir a Israel a solicitar visados para otros países, y estos posibles países de destino (nuestros países y los árabes) no les dejarían entrar. Cuando todos los medios para subsistir en un «redil» como es Gaza, del que la gente no puede salir, son amputados, creo que a eso se le puede llamar genocidio. Incluso en el caso de que pudieran salir creo que seguiría siéndolo.

A lo mejor puedes mirar la definición de genocidio según el derecho internacional, yo no me acuerdo ahora mismo. Tengo que mejorar la manera de argumentar este punto, eso espero al menos. No me gusta usar palabras tan cargadas de significado, tú me conoces, sabes que valoro las palabras y que intento exponer y dejar que cada uno saque sus propias conclusiones.
Pero me estoy perdiendo de nuevo. Tan solo quería escribir a mi madre y decirle que estoy siendo testigo de un genocidio insidioso y crónico, que estoy muy asustada y que me estoy cuestionando todas mis convicciones esenciales sobre la bondad de la naturaleza humana. Esto hay que detenerlo. Me parece una buena idea que todos dejemos lo que tengamos entre manos y dediquemos nuestras vidas a parar esto. Ya no pienso como antes que hacer esto sea ser extremista.

Aún quiero bailar con Pat Benatar y tener amigos y dibujar «comics» para los compañeros del trabajo, pero también quiero que esto pare. Lo que siento es incredulidad, horror y decepción. 

Me siento decepcionada al ver que esta es la realidad básica de nuestro mundo y que nosotros de hecho participamos en él. Esto no es absoluto lo que yo quería cuando vine al mundo. Esto no es lo que la gente aquí quería cuando vino al mundo. Este no es el mundo que tú y papá queríais para mí cuando decidisteis tenerme. No es esto lo que yo quería decir cuando afirmaba frente al Lago Capital: «Este es el ancho mundo y yo estoy llegando a él». Yo no quería decir que llegaba a un mundo en el que iba a tener una vida confortable y posiblemente, y sin mayor esfuerzo, ignorar por completo mi participación en un genocidio.

Cuando regrese de Palestina probablemente tendré pesadillas y un sentimiento constante de culpabilidad por no estar aquí, pero puedo controlarlo a fuerza de trabajar más. Venir aquí ha sido una de las mejores cosas que he hecho en toda mi vida; así que si pensáis que me he vuelto loca, o si los militares israelíes deciden romper con su tendencia racista de respetar a las personas de raza blanca, por favor, achacarlo sin ninguna duda al hecho de que estoy en medio de un genocidio, del que yo indirectamente también formo parte y del cual mi gobierno es responsable en gran medida.

Os quiero, a ti y a papá. Un hombre extraño que está a mi lado me acaba de dar unos guisantes, así que me los tengo que comer y darle las gracias.

Rachel

* Rachel era voluntaria del grupo Movimiento de Solidaridad Internacional (MSI), creado a raíz de que Israel y Estados Unidos rechazaran una propuesta de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Mary Robinson, de enviar observadores internacionales de derechos humanos a los territorios ocupados. El MSI se definía como “un movimiento liderado por palestinos comprometido con la resistencia a la ocupación israelí de tierra palestina mediante métodos y principios no violentos y de acción directa”. Israel estaba demoliendo casas y huertos con excavadoras para crear una “zona de contención” en las proximidades de la frontera con Egipto. Rachel Corrie y otros siete activistas del MSI acudieron el 16 de marzo de 2003 a proteger la casa de la familia Nasrallah, amenazada de demolición por dos excavadoras blindadas israelíes.

Cindy Corrie, la madre de Rachel, contó lo sucedido: “La excavadora avanzó hacia Rachel. Ella asumió una posición que dio a entender que no se movería. Tenía puesto su chaleco naranja. Cuando la excavadora continuó avanzando, ella se detuvo sobre el terraplén y un testigo declaró que su cabeza asomaba por encima de la pala de la excavadora, o sea que se la podía ver claramente, pero la excavadora siguió avanzando sobre ella, hasta aplastar su cuerpo. Se detuvo y luego dio marcha atrás, según la declaración del testigo, sin levantar la pala, de manera que retrocedió nuevamente por encima de ella. Sus amigos gritaban todo el tiempo a los conductores de la excavadora que se detuvieran. Corrieron hacia ella rápidamente, y ella les dijo: ‘Creo que me rompí la espalda’. Esas fueron sus últimas palabras”.

 


Gaza, seguimos siendo humanos

No es la primera vez que Israel somete a un inhumano castigo colectivo a la población de Gaza

Entre diciembre de 2008 y julio de 2009, el italiano Vittorio Arrigoni, miembro del Movimiento Internacional de Solidaridad, permaneció en la franja durante la operación Plomo Fundido, dando testimonio de las destrucciones producidas por los bombardeos, que causaron 1400 víctimas mortales y miles de heridos. Fue asesinado en la noche del 14 al 15 de abril de 2011 en Gaza. Un grupo salafista reivindicó su muerte. Hasta entonces, fue escribiendo un diario recogido póstumamente bajo el título Seguimos siendo humanos:

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Vittorio Arrigoni ondea la bandera palestina en aguas de Gaza.

Los túneles de Rafah continúan siendo bombardeados esporádicamente, sepultando a los mineros palestinos, mientras los campesinos son a diario blanco de francotiradores en sus tierras cerca de la frontera. Una vez finalizados los bombardeos, Israel declaró como zona militar inaccesible un kilómetro desde su frontera, dentro del territorio palestino. Un límite arbitrario y absolutamente ilegal, imaginad lo que significa un kilómetro para una Franja de tierra como Gaza, que en algunos puntos tiene de ancho, o mejor dicho de estrecho, solo seis kilómetros. Dentro de ese kilómetro viven miles de personas, y si no viven allí al menos cultivan esa tierra para saciar el hambre.

Como si no bastara el plomo de las balas contra esos civiles desarmados, el ejército israelí se deleita con los incendios. Invade la frontera y prende fuego a los campos palestinos, en especial los de cebada y trigo, cuya cosecha es la única fuente de ingresos para cientos de familias.

Cada mañana temprano me despiertan sobresaltado, aquí delante, en el puerto, los disparos de artillería de la marina israelí, que impiden a los rudimentarios pesqueros palestinos alejarse más de tres millas de sus costas. Otro límite ilegal impuesto unilateralmente por Israel como castigo colectivo, contraviniendo el artículo 33 de la Cuarta Convención de Ginebra.

En los últimos meses, una treintena de pescadores fueron secuestrados y llevados a Israel, mientras sus embarcaciones eran confiscadas.

Son ya 25 las víctimas palestinas después del 18 de enero, muchas de las cuales se cuentan precisamente entre los pescadores y agricultores. En este lapso de tiempo, afortunadamente, no se ha registrado ninguna víctima del lado israelí debido al lanzamiento intermitente de «cohetes» Qassam.
Prohibir el cultivo, la pesca, perforar con disparos los pesqueros, destruir los sistemas de riego de los campos, arrancar plantas y destruir decenas de hectáreas de cultivos, disparar y matar con francotiradores a pescadores y campesinos, forma parte de la opresión sistemática israelí contra los palestinos. Una opresión constante que ha estrangulado la economía y empobrecido a la población, hasta obligarla a vivir de la ayuda humanitaria. A veces un joven se cansa de ser asesinado mientras se las arregla para su supervivencia y la de su familia. Tal vez los soldados israelíes le han matado, en el campo o en el mar, al padre o al hermano, por eso se alista en alguna brigada y lanza algunos cohetes de fabricación casera hacia Israel, para demostrar el heroísmo y la capacidad de combate de su pueblo, tal vez más a sí mismo que al enemigo.

Contra el asedio genocida al que se ve sometida Gaza ningún gobierno occidental ha realizado protesta alguna, pero por estos «cohetes», disparados al azar, casi siempre sin daños, desde Europa a Estados Unidos se han apresurado a legitimar una masacre como la que acaba de ocurrir en Gaza. Sabemos muy bien, como lo saben en Tel Aviv, que si a los agricultores y pescadores palestinos se les permitiera vivir y trabajar igual que a sus compañeros israelíes, no habría prácticamente lanzamiento de cohetes Qassam contra Sderot y Ashkelon. Pero los biógrafos con uniforme militar bajo la estrella de David han decidido que el precio del trabajo en Gaza deberá seguir siendo muy alto: vidas humanas y asedio en Gaza, inseguridad dentro de las fronteras de Israel. [...]

Bajo la pátina decrépita de los escombros, Gaza brilla como un icono, y al mismo tiempo como un ultraje.

Para aquellos que como yo han vivido tan íntimamente el destino de sus habitantes, hasta el punto de convertirme yo mismo en ciudadano y por lo tanto en prisionero sin posibilidad de escapatoria, Gaza es el símbolo de la persistente resistencia a una opresión titánica. La honda del pequeño David, que cuelga del cinturón de Ahmed, contra un Goliat que habla hebreo pero prefiere expresarse con las dime y el fósforo blanco del primer presidente estadounidense negro.

Un símbolo de la lucha por la humanidad de quien no quiere eclipsarse en el silencio y la vergüenza de aquellos que ya se han resignado a la extinción. Porque Gaza no es todavía una fila apretada de lápidas en ruinas con vistas al Mediterráneo, sino unos seres humanos orgullosos, con corazones como rocas y un rostro inexcrutable, mirando hacia un futuro desconocido.

                                                                                                                     Seguimos siendo humanos

[VITTORIO ARRIGONI. Gaza. seguimos siendo humanos. diciembre 2008-julio 2009. trad. de Valentina Bidone, Ana Vispe Montilla y Pablo Fernández Lewicki. Barcelona, Bósforo, 2010.]


Gaza

Teresa Aranguren, infoLibre 11 de octubre de 2023

Gaza no siempre fue ese escenario de devastación y pobreza que desde hace décadas vemos en las noticias. A finales del XIX y en la primera mitad del siglo XX, era el lugar que  muchas familias de la burguesía palestina elegían para pasar las vacaciones de verano. Con sus magníficas playas, su clima cálido y su cercanía con Egipto, Gaza era un lugar con atractivo “turístico” antes de que el turismo deviniese fenómeno social, un lugar ideal para solaz y reposo de las clases acomodadas de una sociedad tradicional, en proceso de modernización. Hasta 1948, cuando las milicias armadas del movimiento sionista, ejército israelí a partir de la creación del Estado, llevaron a cabo la gran operación de limpieza étnica en la que cerca de un millón de palestinos fueron expulsados de su tierra. Al territorio de Gaza llegaron entonces decenas de miles de desplazados, sobre todo de la región de Yafa y de Bersheva, el primer campo de refugiados palestinos se estableció en una de sus playas. Setenta y cinco años después, ahí sigue.  En torno al 70% de la población actual de la Franja, más de dos millones de personas en un territorio de 10 kilómetros de ancho por 40 de largo, son refugiados del 48 y sus descendientes. Gaza ostenta el récord de mayor densidad demográfica del mundo, también el de un altísimo nivel de paro, supera el 40%, dos tercios de su población vive por debajo del umbral de la pobreza y precisa de la ayuda de la UNRWA, Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, para subsistir. 

Hace 16 años, Dev Weiglass, asesor del entonces Primer Ministro Ariel Sharon, dijo refiriéndose a la población de Gaza: “No les mataremos de hambre pero les vamos a someter a una dieta tan reducida que van a quedar muy delgaditos”. El cinismo de la frase resulta obsceno y no oculta la brutalidad del mensaje. El Sr Weiglass estaba anunciando el bloqueo sobre Gaza. Y la lenta agonía a la que condenaba a sus habitantes. Toda posibilidad de desarrollo económico, incluida la modesta pero exitosa industria del cultivo de flores, frutas y verduras que había sido básica para la economía de la Franja, toda iniciativa empresarial, cultural, artística, deportiva y profesional, todo proyecto vital, quedó aplastado entre los límites de un encierro inhumano.   

Gaza es una gran cárcel a cielo abierto sometida periódicamente a incursiones y bombardeos masivos del ejército israelí:  Lluvias de verano,  2006, Plomo fundido, 2008, Pilar Defensivo, 2012, Margen Protector, 2014,  son los nombres de algunas de las operaciones militares israelíes contra Gaza. En el lenguaje de la potencia ocupante –el lenguaje israelí, que suele ser el de los medios de comunicación occidentales–, son operaciones contra “los terroristas de Hamás”, en la realidad son operaciones de castigo contra la población de Gaza, bastaría ver el número de víctimas civiles, incluida la atroz cifra de niños muertos, para que ese lenguaje tramposo del ocupante dejase de ser el lenguaje habitual en nuestros medios.  Pese a todo, en Gaza hay maestros que se empeñan en transmitir no solo conocimientos sino algo de seguridad a sus alumnos, médicos que se dejan la vida intentando curar, en medio del estruendo de las bombas, los apagones eléctricos y la carencia de medicamentos, a un enfermo de cáncer o salvar la vida del joven herido que llega desangrándose en brazos de sus amigos, en Gaza hay músicos, grupos de rap, pintores, escritores y poetas y jóvenes que  juegan al futbol o estudian ciencias empresariales soñando que algún día podrán moverse libremente por su tierra y por el mundo.  Pese todo, en Gaza hay vida.  

El horror que todos, los miembros de Hamás en primer lugar, sabemos que va a caer en las próximas semanas sobre las gentes de Gaza, cuenta con la luz verde de Estados Unidos, la impotencia del mundo árabe y la hipócrita pasividad de la Unión Europea. Hace cinco años, en la primavera de  2018, comenzaron las llamadas marchas del retorno, una iniciativa pacífica en la que miles de personas, jóvenes, ancianos, mujeres, hombres, familias enteras, se aproximaron caminando hasta la línea fronteriza con Israel, para reclamar su derecho al retorno. Desarmados y enarbolando banderas palestinas, los manifestantes llegaron a pocos metros de la alambrada que separa Gaza de la llamada tierra de nadie, una zona requisada a sus propietarios palestinos, vaciada de vegetación y edificios y convertida en franja de seguridad donde el ejército israelí patrulla y vigila todo movimiento al otro lado de la valla. Un viernes, 30 de marzo, Día de la Tierra Palestina, tuvo lugar aquella primera marcha con un aire casi festivo, como de romería; al otro lado, protegidos por un gran talud de tierra, se apostaban francotiradores del ejército israelí que dispararon contra los manifestantes, hubo 17 muertos y más de un centenar de heridos, pero las marchas del retorno se mantuvieron, cada viernes, a lo largo de todo un año. Gentes desarmadas frente a los cuerpos de élite de uno de los ejércitos más poderosos del mundo. A final de año el número de víctimas era de 312 muertos, entre ellos varios médicos, periodistas, fotógrafos, una joven enfermera que empujaba la silla de ruedas de un inválido y el inválido al que la enfermera cuidaba y 59 niños, hubo 29.000 heridos, la mayoría con graves amputaciones, entre ellos 3.565 niños, 1.168 mujeres y 104 ancianos. Todos fueron abatidos en territorio de Gaza, en tierra palestina. No hubo ningún soldado israelí herido. Tampoco hubo condena internacional o algo parecido a una sanción contra Israel. Disparar contra civiles desarmados no es crimen de guerra si la Comunidad Internacional, ese eufemismo con el que nos referimos sin señalar a EEUU y a la UE, decide no verlo. Y no juzgarlo. 

En realidad, las marchas del retorno no pretendían cruzar la valla sino aproximarse a ella y gritar al mundo "¡aquí estamos, somos los hijos y los nietos de quienes fueron expulsados de sus casas hace 70 años, no hemos olvidado, no dejaremos que nos olvidéis!". Ese mensaje tantas veces ignorado no es muy distinto al que en estos días han lanzado las milicias de Hamás con su atroz ataque en territorio israelí. El método es el opuesto pero el mensaje es similar, un amigo palestino me lo ha descrito así : “Podéis matarnos pero seguimos vivos y también podemos matar. Ese es el mensaje”. Matar civiles siempre es un crimen y el letal ataque de Hamás en territorio israelí con más de  un millar de israelíes muertos, es sin duda una acción criminal, tan criminal como la muerte de cientos de miles de civiles en la invasión estadounidense de Irak o como los ataques que periódicamente Israel lanza sobre Gaza con utilización de armas prohibidas como las bombas de fósforo blanco que al parecer el ejército israelí está utilizando de nuevo  en sus bombardeos de respuesta al ataque de Hamás.  La diferencia es que en el primer caso hay condena internacional y castigo, en el caso de Israel y por supuesto en el de EEUU, la norma es la impunidad, la complicidad y la ceguera. El periodista israelí Gideon Levi, una de las pocas pero valiosísimas voces que en Israel denuncian la brutalidad cotidiana de la ocupación, ha tenido el coraje, y hace falta mucho coraje para decir lo que ha dicho en estos días de fuego y furia, de denunciar la ceguera de la sociedad israelí frente a las atrocidades que su ejército lleva a cabo a diario en los territorios palestinos.

Pensábamos que se nos permitía hacer cualquier cosa, que nunca pagaríamos un precio ni seríamos castigados por ello.  Arrestamos, matamos, maltratamos, robamos, protegemos a colonos masacradores, disparamos a personas inocentes, les arrancamos los ojos y les destrozamos la cara, los deportamos, confiscamos sus tierras, los saqueamos, los secuestramos de sus camas y llevamos a cabo una limpieza étnica... 

Pensábamos que podíamos seguir rechazando con arrogancia cualquier intento de solución política, simplemente porque no nos convenía emprenderla, y que todo seguiría así para siempre. Y una vez más resultó que no era así. Varios cientos de militantes palestinos traspasaron la valla e invadieron Israel de una manera que ningún israelí podría haber imaginado.  Unos cientos de combatientes palestinos han demostrado que es imposible encarcelar a dos millones de personas para siempre sin pagar un alto precio”.

El precio sin embargo no sólo lo está pagando Israel, el precio en forma de bombardeos masivos y el asedio total que incluye el corte de suministro eléctrico, gas, agua, material sanitario, medicamentos y alimentos, lo paga también la población de Gaza. Y será un precio mucho más alto. El bloqueo absoluto que el ministro de Defensa israelí, Yoav Galant, anunció horas después de conocerse la dimensión del ataque de Hamás es claramente una estrategia de exterminio. El horror que todos, los miembros de Hamás en primer lugar, sabemos que va a caer en las próximas semanas sobre las gentes de Gaza, cuenta con la luz verde de Estados Unidos, la impotencia del mundo árabe y la hipócrita pasividad de la Unión Europea. La población de Gaza va a ser masacrada una vez más ante los ojos del mundo. Y no pasará nada. La atrocidad del ataque de Hamás refuerza la habitual impunidad de Israel y alienta las voces que piden o exigen la destrucción de Gaza.   En estos días, un tertuliano muy próximo a las tesis israelíes y cuyo nombre prefiero olvidar, afirmaba con bastante contundencia que Gaza va a desaparecer; luego –quizás consciente de la brutalidad de su frase– ha matizado: "bueno, Gaza tal como la conocemos ahora va a desaparecer". Estoy casi segura de que el tertuliano cuyo nombre prefiero olvidar nunca ha estado en Gaza ni conoce a nadie ni nada de este pequeño rincón en el extremo oriental del  mediterráneo, si no, sabría o debería saber que las gentes de Gaza tienen una impresionante fortaleza, que son capaces  de resistir las calamidades de la vida sin quebrarse y que a veces hacen chistes de su desgracia y de la brutalidad de los soldados de la ocupación y suelen ser siempre amables con el forastero y hasta son capaces de reír al verse vivos después del bombardeo porque pese a todo, como dice el verso del gran poeta palestino Mahmud Darwish,

“en esta tierra hay algo que merece vivir”. 

 Artículo completo en infoLibre


EL POETA TROYANO EN GRANADA

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Presentación por Luz Gómez en la librería Sostiene Pereira de Granada de "El poeta troyano".

A continuación, un extracto de una de las conversaciones recogidas por la profesora Luz Gómez en esta edición clave para conocer la poética y el mundo del gran poeta palestino y un vídeo, El poeta troyano:

dk: Entre sus primeros poemas a los que hoy le cuesta volver ¿incluye «A mi madre»?

md: Escribí ese poema en la cárcel de Maasiyahu en 1963-1964. Me habían invitado a leer mi poesía en la Universidad Hebrea de Jerusalén —entonces yo vivía en Haifa— y solicité un permiso de desplazamiento, porque los árabes que vivían en Israel estaban bajo la ley militar. Pero no obtuve respuesta y me cogí el tren. ¿Todavía existe ese tren? Al día siguiente, me citaron en la comisaría de Nazaret y me condenaron a una sentencia de cuatro meses más otros dos en la prisión de Maasiyahu. Allí fue donde, en un paquete amarillo de cigarrillos Ascot con el dibujo de un camello, escribí el poema que el compositor libanés Marcel Khalife convirtió en un himno nacional. Se considera mi poema más bello, y lo leeré en Haifa.

dk: ¿Va a visitar el pueblo en el que nació, Birwa?

md: No. Ahora es un kibutz llamado Yasur. Prefiero conservar el recuerdo de espacios abiertos, campos de sandías, olivos y almendros. Recuerdo el caballo que estaba atado a la morera, en el patio. Una vez lo monté, me tiró al suelo, y mi madre me pegó. Ella siempre me pegaba, estaba convencida de que era un pillastre, pero no recuerdo haber sido tan malo.Recuerdo las mariposas y la sensación de que todo era abierto. El pueblo estaba situado en una colina y todo se extendía abajo. Un día me despertaron diciendo que teníamos que marcharnos. Nadie habló de guerra o peligro. Fuimos andando —íbamos los cuatro hermanos— al Líbano. Uno de ellos era muy pequeño y no dejó de llorar durante todo el camino.

[Mahmud Darwish. El poeta troyano. Edición y traducción de Luz Gómez. Madrid: ediciones del oriente y del mediterráneo, 2023, p. 204-205.]


EL PENSAMIENTO ÚNICO ES LA ANTESALA DEL FASCISMO

Hemos sabido que la escritora Chantal Maillard, Premio Nacional de Poesía en 2004 y de la crítica en 2007, autora de más de una treintena de libros de poesía y crítica, ha visto rechazado uno de sus artículos por diversos medios de comunicación con los que habitualmente colabora. Todo indica que la razón ha sido una aproximación a la guerra entre Rusia y Ucrania al margen del marco impuesto en el mundo occidental.
Reproducimos a continuación el artículo censurado:

¿GUERRA JUSTA O CRIMEN ORGANIZADO?

Chantal Maillard

El fantasma de una tercera guerra “mundial” nos habitó cuando Putin lanzó su ofensiva sobre Ucrania. Tuvimos un tiempo de lucidez. Las primeras imágenes de los bombardeos fueron asociadas de inmediato al detonante de la anterior contienda: la invasión de Polonia. Pero esta ha pasado ahora a ser uno más de los seriales de los que se nutren los noticiarios. Cuando un tema deja de ser noticia para transformarse en serial, todo lo relacionado con él se normaliza. Lo he dicho muchas veces: convertidas a bits, las mayores atrocidades entran en el régimen de la ficción y la representación cumple con su oficio: entretener la mente. Y, si el serial se alarga o se repite demasiado, deja incluso de atraer la atención. Podemos seguir comiendo, o apagar el televisor y volver a nuestras rutinas. Ni las cenizas ni la sangre desbordarán de la pantalla, no alterarán el sabor de los alimentos. Normalizada, la destrucción no nos altera, el crimen se legitima y hasta se condecora al asesino. Será por eso, me digo, que no alzamos la voz. Será por su eficacia como actor que vemos a Zelenski, la figura política más calculadamente mediática en estos momentos,como un heroico representante de las virtudes patriarcales y no como alguien que por su incapacidad diplomática –digámoslo sin miedo– lleva miles de muertos a su espalda. ¿Cómo es posible que, a estas alturas, sigamos consintiendo que alguien decida enviarnos a matar o a morir? En el año 2003, George Bush, otro actor de la gran pantalla, decidió atacar Irak. El entonces presidente de España le estrechó la mano. Pero, al menos,los estudiantes respondieron. ¿Dónde está ahora la fuerza estudiantil? ¿O es que estamos todos convencidos de que esta es una guerra justa en la que todos hemos de colaborar? Ninguna guerra es justa. Cuando no se hallan maneras de resolver políticamente los desacuerdos, la guerra no es otra cosa que la demostración de la ineficiencia diplomática o, peor, su inoperancia frente a los grandes intereses.

Porque, no seamos ilusos: esta contienda no empezó con la invasión de Putin, las provocaciones fueron múltiples. Hagamos memoria, recordemos la Historia y tengamos claro a quienes benefician esta y otras guerras. ¿Son realmente los EEUU –donde los estudiantes duermen en sus coches porque la beca no les llega para pagar una habitación, donde la segregación racial sigue de facto y los sin techo se acumulan en las calles– el territorio de las libertades, como reza su propaganda? ¿Hasta donde llegará a rebajarse la UE en su humillante aceptación de los dictados de un territorio cuya democracia es, desde hace mucho, la expresión palmaria de la degradación del ideal que fue en otros tiempos? Se nos llena la boca con la palabra “democracia”, sin pararnos a pensar (mediocracia aparte) que no hay razón alguna que avale la idea de que una mayoría haya de tener más juicio o más sentido común que una minoría, ni tan siquiera que uno solo de sus miembros. Hubo un tiempo en el que pensaba que cuando las mujeres ocupásemos puestos de poder las cosas cambiarían. Me doy cuenta ahora de mi ingenuidad: ¿de qué sirve reemplazar los ingredientes si el caldo está podrido? Lo que falla no son los agentes, sino las estructuras. Seguimos funcionando con el código de valores del patriarcado. La guerra forma parte de él. También el patriotismo y los monoteísmos. Y esto no cambiará mientras no nos pongamos a pensar de otro modo. Religión y patria son dos palabras que arraigan en el suelo privado del verbo poseer. En sus márgenes quedan los muertos. Anónimos, colaterales, ellos son la materia prima –y el abono– de su violencia.

Chantal Maillard


EL POETA TROYANO

Darwish-poeta-palestino
Mahmud Darwish interviene en uno de los muchos recitales de poesía en los que participó.

Mahmud Darwish estará presente, junto a Adonis y Al-Bayati, a través de sus traductores Luz Gómez y Federico Arbós,  en la celebración en Casa árabe del Día mundial de la poesía.

Incluimos a continuación un fragmento del Prólogo de Luz Gómez a esta edición de una antología de las entrevistas que Darwish fue concediendo a lo largo de su vida:

La siempre peliaguda relación entre modernidad y tradición está vinculada en los poemas de Darwish con asuntos tan complejos como la identidad y sus condicionantes. La justa valoración del pasado y la herencia recibida no pueden convertirse en una autodefensa que coarte la creatividad y la pluralidad del ser, dice Darwish por boca de Edward Said en «Contrapunto», la elegía que le dedicó. Así, cuando avanzada ya la cincuentena Darwish se declaró un poeta troyano, el simbolismo estaba justificado: «Yo he elegido ser un poeta troyano. Pertenezco decididamente a la estirpe de los perdedores: privados del derecho a dejar huella de su derrota, privados hasta del derecho a proclamarla. Ahora bien, acepto la derrota, no la rendición». La mirada del poeta palestino a la Nakba, la desposesión palestina, garantiza la victoria colectiva sobre el futuro, que la Ocupación israelí pretende que no sea otra cosa que el olvido de Palestina.
Ser un poeta troyano no es un mandato, es un destino. Darwish era consciente de ello. Troya desapareció del mapa, no de la historia. Y aunque la estirpe troyana perduró en otras latitudes, su nombre se extinguió. Sin embargo, la epopeya darwishiana se libra en el presente, no en el pasado, ni mucho menos en la leyenda. En estas conversaciones, se desgranan severas observaciones políticas, no exentas de mordacidad o de autocrítica cuando es el caso. Darwish no rehúye hablar de la actualidad política. La suya es una poética de la presencia de Palestina contra el poder de los mitos y los tanques israelíes que, con suerte, concede al poeta ser «palestino» pero no «de Palestina». Lo dejó dicho en un verso memorable: «Se llamaba Palestina. Se sigue llamando Palestina».
Darwish, que nunca negó que en sus inicios cultivara la poesía de resistencia, reclamó su derecho a una evolución hacia posiciones de universalidad poética. Lo cual, por otra parte, y según su pensamiento, le permitía expresar mejor la tragedia palestina. Si el derecho al fin de la Ocupación y el retorno son parte inseparable del derecho universal a la libertad y la justicia, para Darwish escribir sobre el amor o la belleza refuerzan la humanidad del ser palestino y lo preservan de la contingencia histórica, que lo empuja a la extinción.

Luz Gómez


"El poeta troyano. Conversaciones sobre la poesía"

Marina Landa - Espacio Público

El poeta troyano. Conversaciones sobre la poesía reúne cinco entrevistas que Mahmud Darwish, en su madurez, concedió a diferentes medios. En su prólogo, Luz Gómez, editora y traductora del libro, nos advierte de que existen numerosas entrevistas de Darwish en sus inicios y en la etapa de madurez, pero guardó “un premeditado silencio, casi total en su periodo medio que coincide con los años de su exilio en Beirut, Túnez y finalmente en París”. El regreso a Palestina, tras los Acuerdos de Oslo, dio inicio a una nueva etapa de su vida y de su poesía, a la que corresponden las entrevistas aquí seleccionadas. “La entrevista —continua la prologuista— es un género temerario. La frescura y la sinceridad casan mal con la cautela y la prudencia necesarias. Darwish supo llevar a su terreno el género y desgranar sus intereses mayores: lo poético y lo político, lo personal y lo colectivo”.

A través de estas conversaciones, Darwish va desgranando su poética, que ha ido evolucionando a lo largo de su dilatada obra, desde una poesía de resistencia a una poesía que reclama su lugar en la universalidad poética, que, a su parecer, le permite expresar mejor la tragedia palestina. Deslindar lo político de lo poético, lo personal de lo colectivo sin renegar de nada.

A la pregunta de Abdo Wazen en “Nacimiento a plazos” —la más larga de las entrevistas que recoge el presente volumen— de si París, ciudad en la que el poeta vivió exiliado durante diez años, fue decisiva para darlo a conocer, Darwish responde: “No sé. Lo que sí sé es que en París tuvo lugar mi verdadero nacimiento poético. Si tuviera que destacar algo de mi poesía, casi todo con lo que me quedaría lo escribí en París, durante los años ochenta y primeros noventa. Allí tuve la oportunidad de pararme a pensar y reflexionar sobre la patria, el mundo, las cosas, poniendo cierta distancia, una distancia iluminadora”.

Más adelante, refiriéndose a su retorno a los Territorios Ocupados de Palestina, dice: “Así que tomé la segunda decisión más arriesgada de mi vida: tras la salida, el retorno. Salir y retornar son los dos pasos más difíciles que he tenido que dar. Elegí Ammán porque está cerca de Palestina y porque es una ciudad tranquila de buena gente. Allí puedo hacer mi vida. Cuando quiero escribir, me marcho de Ramala y aprovecho para estar solo en Ammán”.

En Ramala, Mahmud Darwish siguió dirigiendo la revista Al-Karmel, cuyos archivos fueron destruidos por el ejército israelí durante el asedio de la ciudad en el año 2002.

Wazen alude a La cama de la extranjera, “un libro de amor muy hermoso”, cito literalmente, uno de los poemarios de su etapa final, en el que parece que Darwish consigue acabar con la idea de que en su poesía la mujer es la tierra, o la amada, la patria. “Es peligroso andar siempre aferrándose a los símbolos. La mujer es un ser humano y no un medio para expresar otras cosas. La rosa es un ser vivo sublime y no tiene por qué simbolizar la herida o la sangre”, contesta Darwish, y prosigue:

La identidad de ser humano del palestino precede a su identidad nacional … El palestino es un ser que ama, odia, disfruta de la primavera, se casa… Igual pasa con la mujer, que significa otras cosas que no son la tierra. Por más bonito que sea que la mujer encarne la existencia entera, lo primero es que tiene su personalidad como mujer.

Cuando a raíz de la publicación de La cama de la extranjera se me echó encima la crítica, que me acusó de haberme desentendido de la causa palestina, les respondí que al contrario, que este libro profundizaba en esa dirección. Que escribir sobre el amor representa una dimensión esencial de la resistencia cultural, y que si somos capaces de escribir sobre el amor o la existencia, la muerte o el más allá, nuestros valores nacionales y nuestra identidad salen reforzados. No somos una arenga política, no somos un panfleto. Como he dicho y repetido en más de una ocasión, ser palestino no es una profesión: por más que el palestino luche y defienda su tierra y sus derechos, ante todo es un ser humano.

En la entrevista que cierra el libro, “La estética de la desesperación”, Darwish confiesa a Dalia Karpel, del diario israelí Haaretz: “La situación actual es la peor que quepa imaginar. Los palestinos son la única nación en el mundo que sienten con certeza que el día de hoy es mejor que los días venideros. Mañana siempre trae una situación peor”.  Estas palabras fueron pronunciadas en julio de 2007, pocos días antes de un recital histórico en el Auditorio Monte Carmelo de Haifa (Israel en la actualidad), y parecen proféticas: en marzo de 2023 la situación de Palestina empeora irremisiblemente, el día de hoy es, lamentablemente, mejor que los días venideros.

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El poeta troyano estará presente en el Día de la Poesía de Casa Árabe

Con motivo de esta efeméride, el martes 21 de marzo Federico Arbós y Luz Gómez participan en una velada en la sede de Casa Árabe en Madrid en la que varios lectores recitarán en español y árabe poemas de Al-Bayati, Adonis y Mahmud Darwish.

Federico Arbós y Luz Gómez participan con motivo de la publicación de sus libros:
 
El talismán de la palabra, de Federico Arbós (ed. Marcial Pons).
Tras un extenso ensayo en el que nos ofrece un panorama de la poesía árabe contemporánea, su compleja relación con la tradición, su modernidad, su diálogo con la poesía europea -en la que destacan dos autores, Eliot y Lorca-, Arbós lleva a cabo un minucioso y riguroso análisis de tres poetas fundamentales, Al-Bayati, Adonis y Mahmud Darwish, de los que ofrece un estudio completo con numerosos ejemplos.
El poeta troyano, editado y traducido por Luz Gómez (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo).
Darwish ejerció su magisterio de la mejor manera que puede hacerlo un poeta, en sus poemas, pero dejó también constancia de él en las entrevistas que concedió a lo largo de su vida. Como si de lúcidos ensayos se tratara, en ellas reflexiona sobre lo personal y lo común, sobre la poesía en general y la suya en particular, y sobre los asuntos y designios de Palestina y el mundo árabe. Incisivo, ponderado, sardónico en ocasiones, en estas conversaciones de madurez se escucha al Darwish que se sabía un poeta troyano.
¿Por qué has dejado solo al caballo? y Estado de sitio, edición bilingüe de Luz Gómez (Editorial Cátedra).
Entre lo antiguo y lo moderno, lo local y lo universal, el canto y la lucha, la épica y la lírica, ¿Por qué has dejado solo al caballo? supone, según su mismo autor, una autobiografía personal y poética, pues contiene rasgos biográficos y estilísticos de toda su trayectoria, mientras que Estado de sitio representa el esfuerzo por atrapar un presente demolido por bulldozers.

La lectura de poemas ofrecerá una panorámica de temas: desde el amor hasta la tragedia de la tierra perdida, desde el gozo de la naturaleza hasta la dureza del exilio y la persistencia de una identidad que siempre se ha puesto en cuestión.


"Estaciones. Una autobiografía" de Tarek Eltayeb

Lo que escribió quedó ahí, negro sobre blanco,
lo que quisiera haber dicho, en blanco sigue

Tarek-Eltayeb-familia-Egipto-1965-Estaciones-una-autobiografía
Padres y hermanos de Tarek Eltayeb fotografiados en Egipto en 1965

Sé que naciste el último año de la década de los cincuenta de este siglo en un viejo barrio popular del corazón de El Cairo y que no recuerdas cuándo empezaste a caminar ni a hablar. Pero lo que sí recuerdas es el instante en que tus ojos se toparon con las primeras letras. Contemplaban algo asombroso, nuevo y descomunal en lo alto de la cúpula y el minarete de la mezquita: aquellas líneas sinuosas y esbeltas, dentadas y estiradas, que se enredaban y retorcían, separaban y juntaban, arqueándose y encontrándose. Y luego, todos aquellos puntos que parecían estrellas, delante, detrás, encima y debajo de las letras. Un mundo mágico que los reverentes rezos de tu abuela te hicieron considerar sagrado. Aquella abuela que apenas sabía leer, pero que aseguraba que eso eran aleyas del Corán. Esos signos fueron para ti la primera pizarra, que no sabías por dónde empezar a «mirar», si por la derecha, por la izquierda o por el medio.
En la escuelita del maestro Ali, en el barrio de Ayn Shams te aprendiste de memoria la primera azora del Corán, la fátiha, y alguna otras más, de las cortas. En casa, cuando cogías un Corán, te quedabas embelesado delante de las dos primeras páginas —la de la fátiha y el principio de la azora de la Vaca— porque estaban decoradas con colores llamativos y tú, de momento, lo único que podías hacer era quedarte embobado mirándolas. En la breve distancia que separaba la superficie del papel y tu cara cabía un ancho mundo: el de entrenar el ojo y modular la boca. Una cosa era memorizar y recitar, y otra, conseguir descifrar aquellos signos.
Aprendidas las letras del alfabeto, el mundo tuvo más brillo; y las formas de la escritura resultaron más hermosas y cercanas para ti. Al aprender a escribir, cobró sentido el coger un lápiz para intentar trazar letras en lugar de garabatos. Ahí fue cuando empezaste a copiar muestras de caligrafía de manera que, antes de ingresar en la Escuela Primaria Imán Muhammad Abduh, ya eras capaz de escribir bien.
Durante el trayecto de autobús que iba desde vuestra casa a la de tu abuela en el barrio de Husainiyya, te gustaba quedarte de pie mirando por la ventana. Mirabas, ibas deletreando e intentabas leer los nombres de los negocios, los letreros de los establecimientos, los carteles pegados en las paredes…, cualquier cosa que cayera ante tus ojos. Si tu padre iba contigo, él te corregía cuando deletreabas o intentabas leer. Si era tu madre, era ella quien te corregía lo que lograba entender de lo que tú pronunciabas. Pero iba más rápido el autobús que tú pronunciando, así que la cosa se complicaba cada vez más.
Siendo tan pequeño, ya sentías cariño por algunas letras, que preferías por su forma. Te extrañabas de que sonaran bien algunas que no eran tus favoritas y de que no lo hicieran palabras que, al escribirse, te parecían preciosas. Con el tiempo esa sensación descabalada se fue ajustando hasta desaparecer. Aun así, sigues sintiendo predilección por la letra ﻫ porque su trazo es muy bonito cuando se escribe al principio de una palabra, y porque tiene algo de misterioso.

(traducción del árabe de M. Luz Comendador)


El delito de ser “negro”. Racismo y esclavitud en el mundo islámico

Coulibaly reflexiona sobre El delito de ser "negro"
El delito de ser "negro". Mil millones de "negros" en una cárcel identitaria

Fronterad REVISTA DIGITAL

Bassidiki Coulibaly - 03/11/2022

El hombre es hombre solo porque puede hacer mentir a su definición, porque
puede ser otro, actuar de otra forma, hacer otra cosa, lo contrario, y así hasta el
infinito; el hombre no se sostiene, como una cosa, en su noción abstracta. No
tenemos más «naturaleza» que este poder estar fuera de toda naturaleza y, en
primer lugar, fuera de la nuestra propia. Ahora bien, es esta posibilidad del
desmentido infligido al concepto lo que es la libre libertad.

  1. Jankélévitch, ‘Le je-ne-sais-quoi et le presque-rien, t. 3’. La volonté de vouloir

 

Sería irresponsable, criminal incluso, querer concluir mis rápidas incursiones en la densa y enmarañada espesura de lo que han dado en llamar desatinadamente “el problema negro”. Hablemos más bien de suspensión. Suspensión del discurso, se entiende. ¿Por qué habría que concluir, cuando la historia no ha suspendido su curso caótico, cuando “el problema negro” persiste sólidamente? Digamos de entrada que, si el “problema negro” tiene n dimensiones en la actualidad, históricamente “los negros” no tenían ningún problema con “los otros”, con quienes los “descubrieron”. “Los negros” se volvieron un problema para sus “descubridores” porque, de entrada, estos últimos los vieron como la solución a todos sus problemas materiales. “El problema negro” es ciertamente un problema de “los negros”, pero también y, sobre todo, un problema de los “no negros”; es un problema de los “árabes-bereberes”, un problema de los “blancos” y, por extensión, un problema de toda la humanidad. Esto es de cajón para todos aquellos que tienen la íntima convicción de que africanos, americanos, asiáticos, europeos, australianos, etcétera, son miembros de pleno derecho de la gran familia humana. El “problema negro” no existiría si la unanimidad y la universalidad se hicieran en torno a la mencionada obviedad. “Los negros” no son todos hermanos y hermanas a pesar de la matriz animista, no todos los humanos son hermanos y hermanas a pesar de los dogmas de las religiones universalistas. Mis investigaciones sobre “el problema negro” se desarrollaron precisamente a partir de esta invariante de la historia.

“Los negros” no inventaron ni el judaísmo, ni el cristianismo, ni el islam, ni ninguna religión “universalista”. El África antigua es la tierra de las religiones llamadas “animistas”, abiertas y acogedoras sin ser proselitistas, que predican verdades sin pretender la verdad universal. De ahí la tendencia de los “animistas africanos” a practicar la “hospitalidad africana” (por su cuenta y riesgo), a establecer vínculos de parentesco “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”, como estipula el artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948. Este “humanismo negro”, practicado unidireccionalmente desde los primeros tiempos de los encuentros, chocó inmediatamente con la insaciable sed de lucro y la ferocidad sin precedentes de los primeros llegados, a saber, los misioneros del islam conquistador y triunfal. Nos encontramos en los albores del genocidio más largo de la historia de la humanidad, en el comienzo de su primera fase, la fase exclusivamente oriental-africana.

A lo largo de la primera parte de este libro, he intentado mostrar hasta qué punto Bilad-as-Sudan (la tierra de “los negros”) fue El Dorado de los musulmanes árabes y bereberes procedentes principalmente del norte, pero también de las costas orientales de África. La historia fea comienza hacia el siglo vii, con la oleada cada vez más masiva de soldadescas verdes armadas hasta los dientes y cargadas de mercancías, mujeres y niños a veces, pero siempre de las palabras orales y escritas del Profeta. Luego vino la colonización: la de los espíritus, la de los cuerpos, la de las tierras. Los colonizadores musulmanes tienen una sola ideología: el enriquecimiento inmediato e ilimitado. Tienen una sola estrategia: convencer y vencer. Tienen una sola misión: que el islam triunfe por todos los medios. ¿Y de qué medio se privaría un soldado del Profeta, un enviado de Alá? De ninguno.

En nombre de Alá, los musulmanes árabes, bereberes y moros se entregaron en cuerpo y armas al saqueo sistemático del oro de Ghana y de toda África Occidental, el oro africano del que dependía la economía mundial durante buena parte de la Edad Media. Oro y otras mercancías, pero sobre todo hombres, mujeres y niños. Perseguidos, rastreados, asesinados o capturados, encadenados, torturados y arrastrados por la sabana, la selva y el desierto para terminar su vida en esclavitud, lejísimos de los suyos, “los infieles negros” eran destinados a las plantaciones, los ejércitos, los harenes (como eunucos o amantes) y las tareas domésticas de los reinos, los imperios, los califatos y los sultanatos orientales (el Bagdad abasí de los siglos ix y x, El Cairo fatimí en el siglo ix y El Cairo mameluco de los siglos xiii y xiv, etcétera). Y como ningún ser vivo, animal o humano, se deja capturar sin oponer resistencia, cuesta imaginar el número de “negros” masacrados durante las interminables cacerías de hombres, los pueblos incendiados, las “comunidades negras” desintegradas, las familias destruidas, las sociedades desbaratadas… Igualmente, es imposible medir la magnitud de los crímenes cometidos contra “los negros” en el África negra, en el Magreb y en todo Oriente, de los crímenes cometidos por la humanidad musulmana contra la humanidad no musulmana, “negra y pagana”, en nombre de Alá (la humanidad “blanca y cristiana” tampoco se salva de los siervos de Alá). “Los negros” resisten con todas sus fuerzas, pero no logran evitar ni el recrudecimiento de las capturas, ni la intensificación de las tratas negreras. ¿Fue ineficacia de los sistemas de defensa de las sociedades africanas o superioridad incontestable de los “genocidas” musulmanes? Ambas cosas, sin duda, pero, sobre todo, porque el gusano está en la fruta, y las sociedades negras de Bilad-as-Sudan terminaron implosionando, sin que los europeos tuvieran vela en ese entierro. Por razones confesables e inconfesables, quienes muestran interés en el etnocidio fundacional suelen ignorar el “problema negro”, incluidos los propios “negros”, prestos a culpar a “los blancos” y a Occidente de todos los pecados de Israel.

Del siglo vii al xiv, los misioneros del islam reinaron como amos indiscutibles sobre parte de África, parte de Europa y parte de Asia. Si bien esta hegemonía del mundo islámico empieza a ser impugnada con vigor por Europa, que termina cambiando las tornas en beneficio propio, una parte nada desdeñable de África queda bajo el dominio indiviso de los musulmanes árabes, bereberes, moros y negros. Sí, a partir del siglo xi, los propios “negros” erigirán reinos e imperios musulmanes que perdurarán, desaparecerán y resurgirán de sus cenizas gracias a la economía de la trata negrera. Hasta el siglo xvi, cuando los rivales cristianos de las naciones europeas llegaron al mercado de la “madera de ébano”, los musulmanes de toda índole practicaban la esclavitud y la trata negrera a gran escala, en el marco de la legalidad islámica y con una legitimidad afianzada por las élites guerreras, comerciantes, religiosas, políticas e intelectuales, incluido el famoso “sabio negro” Ahmad Baba de Tombuctú. Los musulmanes fueron los iniciadores del genocidio de “los negros” y los últimos en poner fin tanto a la trata negrera como a la esclavitud, y lo hicieron debido a las presiones de los occidentales.

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