Mireia Sentís entrevista a bell hooks

Su clarísima forma de expresarse ha hecho de bell hooks una de las intelectuales más presentes —y más polémicas— en los medios de comunicación norteamericanos. Su concurso resulta imprescindible al tocar el tema racial, el de la clase y el de los géneros, que ella agrupa en uno solo: el de la identidad. Escritora prolífica —lleva trece libros publicados y colabora incesantemente en la prensa diaria y cultural—, no existe terreno que escape a su ojo crítico: música popular, publicidad, televisión, cine, consumo o moda, pero, también, espiritualidad, religión, arte y literatura. “Una interrogación ferozmente crítica —dice— es, a menudo, la única forma de atravesar muros”. Quizá por eso, su libro Yearning: Race, Gender, and Cultural Politics (Anhelo: raza, género y política cultural), publicado en 1990, incluye una entrevista consigo misma. Esta "crítica cultural" y "teórica del feminismo" —se define también como "pensadora crítica negra insurgente"—, ahonda en las consecuencias, tanto personales como políticas, de la representación de los negros en una cultura de supremacía blanca: "La lucha contra los clichés utilizados por los medios necesita contar con aliados no negros". Con una retórica muy realista, hooks ha logrado hacerse con un público joven, no sólo académico. "Nada en la vida de un intelectual —escribe— tendría que separarlo de la gente que no lo es". A raíz de sus intervenciones en debates televisivos, recibe correspondencia de presidiarios, tanto como de amas de casa. Ávida lectora desde su infancia, está interesada por todo tipo de publicaciones: libros de autoayuda, automovilismo, cómics, novelas rosas, revistas económicas e infantiles.

Hija de padres obreros, nació en 1955, en Hopkinsville, una pequeña ciudad de Kentucky. Acudió a escuelas segregadas hasta el penúltimo año de bachillerato, acabó su carrera de Literatura Inglesa en la Universidad de Stamford (Connecticut) y obtuvo el doctorado en la universidad californiana de Santa Cruz, con una disertación sobre Toni Morrison. "Mucha gente no piensa en Morrison como en una ensayista. Sin embargo, fue una de las primeras grandes voces femeninas negras en el campo de la crítica social, haciendo, además, comentarios específicos sobre el tema de los géneros a finales de los años sesenta. Leí sus ensayos antes que su ficción. La consideraba mi mentora: una mujer negra escribiendo el tipo de crítica que aspiraba a escribir yo misma". Después de formar parte del departamento de Lengua Inglesa de la Universidad de Yale (New Haven, Connecticut), es actualmente catedrática del City College de Nueva York.

"Dice un sociólogo que los niños son los mejores teóricos, porque a menudo poseen una voluntad decidida de transgredir las barreras de las ideas aceptadas, de explorar y descubrir nuevas maneras de pensar y de ser". La frase anterior podría resumir su propia metodología y explicar por qué sus ensayos alcanzan ventas de hasta cuarenta mil ejemplares. "A veces —añade— siento que poseo un positivo poder personal, que permite vivir más plenamente a ciertas personas". Aunque tardó ocho años en publicarse, escribió su primer libro a los 19 años: Ain't I a Woman: Black Women and Feminism (¿No soy una mujer?: Mujeres negras y feminismo), título tomado del discurso pronunciado en 1851 por la heroína abolicionista Sojourner Truth. A partir de entonces, todos sus libros incluyen en el título la explicación del contenido. Teoría femenina: del margen al centro (1984); Rebatiendo: pensando feminista, pensando negro (1989); Aspecto negro: raza y representación (1992; prohibido en Canadá) Hermanas del ñame: mujeres negras y autorrecuperación (1993); Enseñando a transgredir: educación como práctica de la libertad (1994), Cultura fuera de la ley: resistiendo representaciones (1994); Arte en mi mente: política visual ( 1995); Matando la rabia: acabando el racismo (1995); Negro hueso: memorias de una niña (1996). Es autora también de un libro de poesía: Canción de luto de una mujer (1993), y uno de conversaciones con Cornel West: Partiendo pan: vida intelectual negra insurgente (1991).

bell-hooksGloria Watkins escribe a menudo a partir de experiencias personales y en un tono lo bastante confidencial como para permitir que el lector conozca numerosos aspectos de su biografía personal. Por eso no me sorprendió demasiado encontrarme en su contestador telefónico con una frase que invitaba a la meditación. Después de una comida "para entrar en contacto", nos dirigimos a su piso del Village de Nueva York, un plácido espacio —suelos y muebles de madera— entre cuyas paredes su voz de niña resuena limpiamente.

-¿Porqué se mueve usted por el mundo con un nombre que no es el suyo?

-Para combatir el énfasis que suele ponerse en quién habla, y no en qué se dice. En una sociedad que no desea tener pensadores críticos, lo que llaman "personalidad" acaba por sobreponerse a la fuerza de las ideas.

-Pero bell hooks es también en homenaje a su bisabuela, ¿verdad?

-Dada mi tradición africana, mi tradición religiosa afroamericana, soy muy consciente del reconocimiento que se les debe a los ancestros. Bell Hooks era el nombre de mi bisabuela. Apenas me acuerdo de ella, pero cuando yo era niña, un tendero al que respondí un poco airadamente, dijo: "Se nota de quién es nieta; la misma lengua afilada de Bell".

-Usted se define a sí misma cómo crítica cultural. ¿Cuál sería la diferencia con una socióloga?

-Es una cuestión de identificarse o no con una disciplina determinada, con una metodología convencional. Uno de los problemas del profesionalismo académico es la limitación que puede representar para los que queremos hablar a audiencias más amplias. Soy licenciada en Literatura y especialista en Literatura Norteamericana, pero al ampliar mis intereses hacia el pensamiento feminista y apoyarme en diferentes formas de pensamiento para reflexionar sobre la cultura, considero que "crítica cultural" es un término adecuado a lo que practico: la interdisciplinariedad.

-Su trabajo intelectual, ha dicho usted, responde a una verdadera vocación. ¿Qué diferencias resaltaría entre el comportamiento vocacional y el que no lo es?

-El trabajo que desarrollo es una respuesta a las preguntas: ¿quién soy en mi corazón?, ¿qué papel están llamados a desempeñar mi cuerpo, mi mente y mi espíritu? Los que piensan en términos no vocacionales suelen preguntarse: ¿en este momento, qué sería mejor para mi carrera? Ciertamente, no era lo mejor para la mía empezar a pensar en términos feministas y políticos. Mis profesores, en todo caso, no estaban interesados en verme tomar ese camino. Pero yo sentía esa llamada. Más que una carrera, quería justicia y libertad para todos. A menudo digo a la gente que si no hubiese estado comprometida con algún tipo de lucha por la justicia, nunca habría salido del sector pobre del que provengo, con el agravante de ser mujer y negra. Si hubiese aceptado el lugar que me atribuye la cultura en la que vivo, estaría ahora en el servicio doméstico o cobrando el paro. Rechazar estas identidades impuestas suponía luchar. Una vez en la lucha, te das cuenta de cuánta gente se queda atrás, cuánta gente se hunde. Así que tu compromiso con la transformación del mundo se va haciendo más profundo, seguramente para no convertirte en una superviviente aislada.

-Además de ensayista, es usted poeta, fotógrafa, artista plástica. Su compromiso con la lucha social, ¿no le impide dedicarse a sus actividades personales?

-Suele pensarse en la lucha política como algo estático, donde no queda espacio para la contemplación; una contemplación que puede perfectamente ser estética. Una de las razones por las cuales los radicales se sienten frustrados y desvinculados de la lucha, es porque no cultivan ese equilibrio. No es suficiente trabajar para el cambio político; también hay que dejar espacio a la espiritualidad. En la política siempre se impone la racionalidad, y no tendría que ser así. Uno de los libros que más me influyó en mis años universitarios fue The Autobiography of Malcolm X (1). La gente olvida que mientras Malcolm se concienciaba sobre el capitalismo y la supremacía blanca, también se esforzaba en una búsqueda espiritual. Durante su estancia en prisión, no desaprovechó la oportunidad de repensar su relación con lo religioso. Nunca se alude a los pasajes del libro donde comenta su experiencia de la oración y de la humildad. La evolución de mi propia identidad como escritora, está íntimamente ligada a mi evolución espiritual.

-Que a su vez no está desligada del espíritu de juego, como usted señala en sus escritos.

-El humor es muy importante en la vida y en la lucha. Cuando se consideran temas como el de la dominación, puede perderse una cierta ligereza de espíritu. Los grandes luchadores, aun en medio de grandes adversidades, tratan de conservar el sentido del humor. Existe en nosotros un deseo de mantener un lugar que no sea duro, que no sea amargo, que permanezca abierto. El humor, la alegría y el juego son las vías para lograrlo. Los esclavos, en su deseo de trascender el sufrimiento físico, cantaban mientras trabajaban para así lograr estar en otro lugar que no fuera el dolor. Es un juego constructivo.

-El mensaje que va cambiando en su contestador. ¿forma parte de este espíritu de juego?

-Aunque parezca raro, hace apenas un año que tengo contestador. Lo del poema. se me ocurrió al llamar a una de mis alumnas y descubrir que había grabado en él una cita mía. Como siempre pienso en la pedagogía, en cómo educar para la práctica de la libertad, caí en la cuenta de que el contestador podía ser un instrumento útil para hacer reflexionar, para proponer una pequeña pausa. El mensaje actual es un precioso poema de Rumi que evoca el perdón y la reconciliación, dos fórmulas que abren las puertas a la alegría, a la aceptación incondicional. Una vez grabé unos versos de "Blue", un poema de Derek Djarmon, en memoria de los muertos, pero acabé eliminándolo porque a la gente le parecía demasiado triste. Yo lo encontraba consolador.

-Para usted, escribir en revistas comerciales representa, sobre todo, una actividad lúdica.

-Sí. En ellas reflexiono sobre cosas, digamos, frívolas.

-¿Para llegar al público que no lee sus libros?

-Eso espero, claro. Pero también lo hago por mí misma. Para no perder el contacto con lo cotidiano.

-Ha comentado usted que la excesiva presencia de Frida Kahlo en los medios de comunicación ha hecho disminuir el interés por su obra. Usted misma está obteniendo una enorme visibilidad pública. ¿Cómo puede alcanzarse una amplia audiencia y seguir ejerciendo cierta fascinación?

-Me tomo períodos de total silencio. La cantante y poeta Patty Smith dice que cuando era joven quería ser famosa y hacer un buen trabajo. Luego se dio cuenta de que es posible ser mediocre y famoso. Ahora solamente le preocupa hacer un buen trabajo. Por un lado, uno piensa: ¿no es estupendo que la gente se entere de quién es Frida Kahlo? Sin embargo, su imagen acaba siendo reproducida en insignias y camisetas, cuando su mensaje era exactamente el opuesto: encontrad vuestra propia personalidad, no imitéis ningún icono. Para escapar a la saturación, me concedo fases de retiro. Ayer vino una amiga a casa y se extrañó de no ver ningún indicio de mi profesión. Le expliqué que oculto todo lo que está relacionado con ella, incluido el ordenador, durante los meses de alejamiento. Estos períodos me parecen esenciales para el proceso intelectual, para la contemplación, para no convertirse en una mercancía. Sufre, en todo caso, mi economía, pero dejo claro que quiero estar en contacto conmigo misma. El estrellato se convierte en una forma de desviar la atención del trabajo, que a fin de cuentas es mi razón de ser.

-La portada de su libro Art on my Mind es obra suya. ¿En qué condiciones se desarrolla su trabajo plástico?

-Me dedico a él siempre que me lo permiten mis compromisos docentes o como conferenciante. El año pasado participé con unos grabados en una exposición. La portada a la que se refiere es justamente un grabado. La historia es curiosa. Me habían concedido una beca para llevar a cabo un proyecto en la casa donde vivió mi abuela. Pocos días después, se quemó la casa. De manera que la pieza acabó siendo una foto de la fachada carbonizada, transformada después en un grabado de color rojo. El rojo simboliza el corazón, el amor, pero también las llamas, el fuego, el dolor por la pérdida de un lugar cargado de memoria.

-¿Se podría decir que, en general, su trabajo se ocupa de reenfocar la imagen que los medios de comunicación ofrecen de los negros?

-Más bien se ocupa de combatir y analizar críticamente tres sistemas específicos de dominación: raza, clase y sexo. Y me preocupa la forma en que los medios audiovisuales y de comunicación se han convertido en el principal vehículo para inculcarlos. Por ejemplo, para intentar explicar la construcción de las diferencias raciales, envié a todos mis estudiantes al cine. Los blancos relataron la historia de una familia de clase media alta. En cambio, los negros precisaron que era la historia de una familia de clase alta blanca. Si la película hubiese tratado de una familia negra, los estudiantes blancos habrían identificado inmediatamente el color. Enseñar estas cosas a través de los medios visuales es tan eficaz, rápido y directo como encender y apagar una bombilla. Hacerlo a través de teorías, exige más tiempo y resulta menos convincente. Al principio, sin embargo, mi trabajo no se centraba tanto en las cuestiones raciales como en el pensamiento feminista y en el análisis del patriarcado. Este país no desea ver la cultura desde una perspectiva política. Y dado que en las escuelas no se enseña nada sobre colonialismo ni imperialismo, no se alcanza a comprender lo institucionalizadas que están ambas cosas. Otro ejemplo es el sistema patriarcal: se halla tan arraigado en nuestra sociedad que hasta un hogar encabezado por una madre soltera sigue funcionando de forma patriarcal. Generalmente, estas mujeres inculcan a sus hijos la idea conserva­dora de que algo falla por carecer de presencia masculina.

-Utiliza usted el término "feminist". Cornel West, en Breaking Bread, el libro que hicieron conjuntamente, emplea la palabra "womanist". ¿Qué diferencia de matiz existe entre ambas formulaciones?

-"Feminist" tiene un claro significado político. "Womanist", en cambio, es una definición basada en la identidad. Alice Walker acuñó el término, y en In Search of our Mother's Garden, afirma que la mujer es al feminismo como el púrpura a la lavanda, es decir, inseparables. Me preocupa que al utilizar un término que se refiere más a la identidad que a unas creencias políticas, las mujeres se alejen del trabajo de base de la política feminista. No es que me importe que se utilice el término "womanist", pero no puedo dejar de pensar que es una manera de aprovecharse de los beneficios de la rebelión feminista sin tener que cargar con la bandera política.

-Quizá se puede pensar que el término "womanist" descarta el rechazo a los hombres que a menudo se achaca al feminismo.

-El feminismo es para todo el mundo, hombres y mujeres. Por eso creo que "womanist" incurre en los viejos estereotipos que hacían del feminismo algo exclusivo para las mujeres y en contra de los hombres. Cuando empezó el feminismo. creíamos realmente que debíamos cambiar nuestra forma de pensar. Ahora, en cambio. hay muchas mujeres que se consideran automáticamente feministas cada vez que se enfurecen con un hombre. En este país, la gente está tan obsesionada consigo misma que le es difícil comprender que el pensamiento, a partir de ahora, no puede ser más que global. Hemos de darnos cuenta de lo que representa el patriarcado para las mujeres del tercer mundo, aunque nosotras seamos privilegiadas. Pero nuestro privilegio no se debe a un cambio de pensamiento de la sociedad, sino al hecho de disponer del poder adquisitivo suficiente para adquirir esa supuesta libertad. En los parques solo se ven mujeres ocupándose de los niños. Hace diez años, cuando el feminismo estaba realmente vigente, existía la idea de que el hombre tenía que participar igual que la mujer en el ejercicio de ser padres. Eso sí era un cambio con respecto al papel de la mujer. Ahora, de nuevo bajo un sistema patriarcal, la mujer compra su libertad pagando a otras mujeres para que desempeñen una tarea que vuelve a atribuírsele. En los parques, todas la mujeres son niñeras afroamericanas o inmigrantes.

-Ha experimentado usted el racismo en su propia piel con ocasión de unas oposiciones a cátedra. ¿Incluye el sexismo en el racismo?

-Padecí ambas cosas. Los negros y las feministas son grupos marginales, y cuando se juzga a los grupos marginales, los baremos se hacen de repente más rígidos. A las oposiciones se presentaron académicos blancos que apenas habían publicado. Sin embargo, la duda que tenían conmigo —que ya había publicado un buen número de libros— era si continuaría escribiendo...

-Algunos de los rasgos más relevantes de su personalidad son la paciencia, la claridad y las buenas maneras con las que explica los mecanismos racistas en sus escritos y conferencias. Parece que ha sabido "matar la rabia" —título de uno de sus libros— y conservar la dulzura.

-Me di cuenta muy pronto de que cierto tipo de rabia o de amargura no ayuda a terminar con el problema. En cambio, analizar el funcionamiento del racismo sí ayuda en nuestra lucha política. Y esta se basa en comunicar globalmente que toda forma de racismo o de xenofobia va en perjuicio del planeta. Eso no se comunica con amargura, sino con razones. En todas partes surgen guerras provocadas por la xenofobia, llamada a veces nacionalismo. La idea de la pureza étnica, que el mundo occidental ha condenado en tantas ocasiones —como en el caso del nazismo—, se ha convertido casi en la norma. Pero la mayoría de los análisis sobre estas cuestiones parten de premisas desesperanzadas, lo cual debilita nuestra capacidad de enfrentamos a ellas. En vez de decir que no hay manera de que la gente cambie su forma de pensar, tenemos que encontrar la manera de que lo hagan. E igual en lo que se refiere al feminismo. Si se considera que los hombres no pueden cambiar, no hay razón para la existencia del movimiento feminista.

-¿Así pues, ha sido testigo de cambios?

-Desde luego. No tan rápidos como muchos quisiéramos, pero la victoria de Sudáfrica, por ejemplo, aunque no haya sido completa, sirve para recordar que los regímenes cambian. Como bien advirtió Foucault, ningún poder es absoluto. Y las cosas cambian si existe una lucha activa. Cuando tenía 18 años y era universitaria, estuve enamorada de un catalán. Mi primer viaje a España, a Barcelona, durante el régimen franquista, fue también mi primera experiencia sobre lo que significa vivir bajo la atmósfera opresiva de un poder militar. Siempre había soldados por las calles. Creo que mi propio sentido de la resistencia está informado por la que entonces llevaban a cabo los catalanes en favor de su lengua. La conciencia de liberación ya no es territorio exclusivo de ningún grupo que esté marcado por el color, sino de todo grupo al que se intente apartar de la libertad. Esta amplia comprensión de la lucha política ha fortalecido la afroamericana.

-Gordon Parks afirma que su forma de enfrentarse al racismo es hacer como si no existiese. La suya, en cambio, pasa por la reflexión y el análisis.

-La fórmula de Parks es una estrategia de resistencia diferente. Deben existir múltiples estrategias basadas en las exigencias y necesidades particulares. La idea de una única estrategia tiene que desaparecer. Esto es aplicable al racismo igual que al feminismo. Ambas luchas se han visto debilitadas justamente por creencias monolíticas y limitadoras, hasta el punto de considerarse que si las mujeres llevan maquillaje ya no son luchadoras. Una estrategia que funciona en un momento histórico, puede no ser la más eficaz en otro.

-Ha escrito usted que cuando los negroamericanos estén enteramente recuperados de su dolor e informados de su propia historia, cambiará su situación. ¿Qué cambiará exactamente: la opinión que los demás tienen de ellos, o la que ellos tienen de sí mismos?

-Creo que cuando cambiemos nuestra forma de vernos, cambiará la del resto. Por eso, las estructuras están concebidas para prevenir cualquier tipo de modificación política. Si a uno le convencen de ser inferior, de no valer nada, genera cierto odio y falta de estima hacia sí mismo, lo cual constituye un efectivo método de colonialismo cultural.

-En Breaking Bread, se muestra usted preocupada por el incremento del número de intelectuales blancos que convierten la cultura negra en el tema central de sus prácticas discursivas, y pregunta a Cornel West lo siguiente: "¿Son esta gente aliados, estamos desarrollando coaliciones o se están adueñando de nosotros una vez más?" Sería interesante saber qué hubiese contestado usted.

-Encuentro que muchos blancos sitúan la cuestión de las razas y el racismo dentro del marco de una nueva disciplina, un nuevo producto, otro punto de partida para su trabajo, pero que no alcanzan a ver la relación directa entre teoría y práctica. Una íntima amiga mía, blanca, que vino a visitarme desde Missouri, se quedó consternada del diferente trato que ella y yo recibíamos en las tiendas y de otros signos de racismo que constantemente se repetían. No paraba de decir: "Esto da miedo, porque no estamos tratando con rednecks [blancos incultos de las áreas rurales de los Estados del Sur, generalmente enemigos de los negros], sino con gentes que se definen liberales, cultas, progresivas y que leen The New York Times. Sin embargo, reaccionan ante una persona negra a partir de los mismos estereotipos y con el mismo miedo que cualquier redneck ". Y eso es lo que yo intentaba decir en Killing Rage: hasta que esas buenas intenciones sobre el racismo no se pongan en práctica en la vida cotidiana, no resultarán muy útiles. Existe un tipo de apartheid social que aún practican muchos académicos e intelectuales, cualquiera que sea su especialidad.

-¿No cree que a menudo estas reacciones obedecen más bien a motivos clasistas que racistas?

-Pero la raza, en Estados Unidos, va ligada a la clase. Aquí no se puede hablar de clase sin hablar de raza. Una define a la otra. Señale una persona negra en América, y probablemente será alguien que pertenece a la clase pobre. De manera que los blancos asumen que si tienes la piel negra eres automáticamente pobre.

-Dijo James Baldwin que los pobres de Europa son los negros de América. No me parece muy exacto, puesto que los blancos pueden cambiar de clase si hacen dinero. En cambio, los negros, aunque tengan dinero, seguirán enfrentándose al rechazo.

-Cuando estuve en Barcelona con mi novio catalán, vi claramente que si nos casábamos, nunca podría ser "invisible'' en su vida. Por el contrario, si hubiese sido una americana blanca que aprende a hablar perfectamente catalán y castellano, habría podido asimilarme a su cultura de una forma en la que a una mujer de piel oscura le sería imposible. Con esto quiero decir que no se debate el hecho étnico o la nacionalidad, ni siquiera la identidad, sino solamente el color de la piel. Estuve enseñando un tiempo en Holanda, y a pesar de que es un país con un alto porcentaje de indígenas de piel oscura, no pude encontrar ninguna postal que reflejara esa realidad. La imagen que el país ofrece de lo que es ser holandés continúa siendo blanca y casi siempre rubia. Sin embargo, el hecho de ser holandés, como el de ser británico, ha sido radicalmente alterado por las prácticas de la inmigración, el imperialismo y el colonialismo.

-Y los europeos, a su vez, están intentando combatir la hegemonía americana, al menos la económica, a través de la Unión Europea.

-Para mí, en la Unión Europea está implícito, de nuevo, el concepto de pureza racial. Ser europeo es pertenecer a una especie de categoría racial. Cuando la gente piensa en lo que es un europeo, piensa en un blanco. James Baldwin dijo que el mundo ya no es blanco y nunca volverá a serlo. Quizá por eso tantos europeos sienten la necesidad de vincularse entre sí y de creer que, en medio de tanta gente de color, seguirá existiendo una jerarquía donde la cultura y las ideas blancas continuarán ocupando la cúspide. En cuanto a la lucha contra la supremacía económica norteamericana, me parece una máscara. La verdad es que la economía mundial y la estadounidense están en armonía; existen más convergencias que divergencias. Lo que verdaderamente ocurre es que las cooperaciones transnacionales están borrando las identidades nacionales. Todas estas identidades se suman al enfoque imperialista del dinero y del poder, y se cruzan, en nombre de la supervivencia económica, cada vez que hace falta. En Holanda viví muy de cerca el tema de la Comunidad Europea, y creo sinceramente que es una estructura mítica que está ahí para conservar la misma construcción conservadora que tenemos en Estados Unidos: un sistema económico imperialista que hace de todo el mundo una gran tienda. Se continuará sin prestar atención a lo que reclaman los grupos indígenas no blancos, ya sean nacidos en Holanda, Inglaterra, España o Francia. En fin, que lo positivo de la Unión Europea sería la conservación de la cultura, la especificidad y la particularidad, pero el peligro es que reafirme la supremacía blanca. En idéntico error incurre aquí el nacionalismo negro, que pregona que los negros estén con los negros. Todo esto son miras estrechas. Lo visionario sería lograr un mundo donde se admita la especificidad de nuestras culturas y de nuestras identidades sin necesidad de recurrir al concepto de pureza o de exclusión.

-A menudo ha expresado usted su preocupación por la progresiva pérdida de las formas de vida comunitarias entre los afroamericanos. Pero ¿no es esa precisamente una bell-hookscaracterística de todas las sociedades supuestamente evolucionadas?

-Sin duda. Y tiene un impacto devastador sobre las capas pobres, a las que pertenecen la mayoría de los afroamericanos. Una cosa es ser pobre participando del alivio que supone el reparto comunitario de los recursos, y otra serlo en medio de la ética del liberalismo individualista. Compare la vida de una madre soltera antes de los avances económicos de los años sesenta, antes de que existiesen los projects [viviendas subvencionadas, construidas en recintos cerrados], con la de una madre actual, confinada en una de esas viviendas. Antes, las amistades formaban una extensa familia que se repartía las tareas. Ahora, en cambio, viven aisladas en una arquitectura que no ha previsto guarderías o bibliotecas. Al aceptar la idea de la vida individual privatizada, se pierde en gran medida la alegría de la comunidad. Pero al capitalismo le gusta el individualismo. Dennis Altman, en su libro La homosexualización de América; la americanización del homosexual, explica que una de las principales razones del desarrollo de los derechos gays fue la de ver en ellos un grupo consumista: gente con capital excedente y pautas de consumo individual. Todo lo contrario a los grupos que viven en comunidad.

-También ha reflexionado usted sobre la necesidad de romper con la tradición burguesa del amor romántico.

-Esto nos remite igualmente a la idea del individualismo liberal. El amor, en la tradición burguesa, se expresa en términos como: "no te merece", "no es lo bastante para ti", "estás dando más de lo que recibes"... Todo ese lenguaje de intercambio económico parece arraigado en un sentido infantil del placer y del deseo: ¿están mis necesidades satisfechas? Otro aspecto que repudio de esa concepción burguesa de las relaciones afectivas es su inmovilidad. Tiene que haber lugar para el cambio, para el crecimiento de cada individuo en diferentes direcciones. La vida es un proceso constante de cambio y de transformación.

(1) Malcom X: biografía (con la colaboración de Alex Halcy). Barcelona: Ediciones B, 1992.

Entrevista incluida en el libro de Mireia Sentís En el pico del águila: una introducción a la cultura afroamericana. Madrid: Ardora, 1998, p. 190-207.


Bassidiki Coulibaly y su libro "El delito de ser “negro”. Mil millones de “negros” en una cárcel identitaria

Bassidiki Coulibaly quiso estar presente en el acto de presentación y debate sobre su incitante texto El delito de ser "negro". Mil millones de "negros" en una cárcel identitaria y nos envió el siguiente video:

Añadimos a continuación las tres preguntas que Mireia Sentís, directora de la colección BAAM Biblioteca Afro Americana Madrid, dirigió al autor y que este respondió especialmente para este acto. Al final de sus respuestas hemos incluido algunos extractos de las intervenciones de la propia Mireia Sentís, de Carla Fibla, periodista con una amplia trayectoria (corresponsal de diversos medios en El Cairo, Rabat y Amán, redactora de la revista Mundo Negro y autora de Mi nombre es nadie en el que recoge testimonios de los inmigrantes que tratan de llegar a España) y de Ramadhani Ngoy, coordinador de AfroDiccionario

ENTREVISTA A BASSIDIKI COULIBALY

 

Por Mireia Sentís

 

—¿Cuál es la razón por la que siempre, sin excepción, ha decidido escribir “negro” entre comillas?

 

La razón es triple.

  • Primera: porque escribirlo sin comillas es sospechoso, suena falso y constituye un desafío para la razón. El negro en cuanto color, detenta un estatus único y singular con respecto a cualquier otro color. Así, es el no-color para unos y el rey de los colores para otros puesto que todos los otros colores nacen de él. El negro es también el color del misterio, el de los místicos cristianos (del maestro Eckhart, teólogo y filósofo del siglo XIII/XIV, por ejemplo), el color del edificio más sagrado del Islam (la Kaaba de la Meca) y Freud, cuando habla de psicoanálisis, se refiere a la mujer utilizando el término “continente negro”.
  • Segunda: escribir negro sin comillas no es razonar en estéreo sino en mono, como en los monoteísmos. Sin embargo, todo razonamiento mono no puede sino ser binario (negro/no-negro) y hundirse en el maniqueísmo. Porque ¿de qué “negro” hablamos cuando hablamos de color? Yo he decidido razonar en estéreo. El negro, en cuanto color tiene más de cincuenta matices, como magistralmente ha demostrado el pintor Pierre Soulages, por ejemplo.
  • Tercera: aquí se plantea la pregunta ¿a qué tono de negro nos referimos cuando hablamos de o escribimos sobre el “negro” o los “negros”, al referirnos a los seres humanos?  Cuando se razona en estéreo como el comentador político sudafricano Peter Abrahams y se ha comprendido que rojo es el color de la sangre de los negros, ya no es posible escribir negro o negros sin comillas; porque sería ir en contra de la lógica y de la razón. Y más: desde la antigüedad griega hasta nuestros días, tanto el color negro, como los seres humanos denominados “negros”, han sido desacreditados a través de múltiples y diversas cargas negativas. Poner, pues, comillas es atraer la atención sobre algo que no viene dado; es una invitación a hacerse preguntas, a comprometerse con el laborioso y largo trabajo que requiere la deconstrucción de nuestras representaciones sociales.

 

—¿Cree usted que sin las religiones el racismo estaría menos extendido?

 

  • Las relaciones entre racismo y religión son históricas y complejas. Sin embargo, pienso que sí, que sin las religiones -las monoteístas, claro está- el racismo se hubiese extendido menos. Lo que siempre ha caracterizado las religiones monoteístas es el proselitismo, a la vez consensual y violento, cercano y lejano, amparado bajo el manto de la ficción de la pureza. Pureza de los creyentes, pureza de la raza, pureza de la sangre. Por ejemplo, en la España a caballo de los siglos XV y XVI, o sea al final de la reconquista, tanto los judíos como los musulmanes son sometidos a un dilema en nombre de la religión cristiana: convertirse al cristianismo o abandonar el reino. Y mientras Cristóbal Colón “descubría” América en 1492, preparando así el terreno a Hernán Cortés, el reino de España expulsaba a los judíos ese mismo año y luego a los musulmanes en 1502. Menos mal que, en 1550 y 1551, Bartolomé de las Casas, hombre de la iglesia, estaba en Valladolid, en nombre de la humanidad y en defensa de los “indios”, solo ante Sepúlveda y la iglesia. Por otra parte, el racismo perdurará mucho tiempo entre los “viejos cristianos” de “sangre pura” y los “nuevos cristianos” (judíos y musulmanes conversos) de “sangre impura”.
  • En cuanto a los “negros”, Lluís Sala-Molins a mostrado abundantemente cómo las religiones, la cristiana sobre todo, han tomado como fundamente religioso e ideológico el libro del Génesis para esclavizar la población africana (el Código negro o el calvario de Canaán)

 

—¿Prevé un futuro en el cual los “negros” no sean ya los condenados de la tierra? ¿Y ese futuro depende, como apunta usted, de un cambio de actitud de los negros hacia sí mismos, o bien sin la toma de consciencia de los “no negros” no habrá nada que hacer? 

 

  • ¿Un futuro en el que los “negros” no sean los condenados de la tierra? Estoy tentado de contestar afirmativamente. Mirando hacia el pasado, la paleontología nos enseña que Lucía tanto como Toumai que la destronó, proceden del África “negra”, como todos los hombres de hace dos millones y medio de años. ¡Así hasta que se demuestre lo contrario somos todos, tengamos el color de epidermis que tengamos, africanos! Y hasta de la misma familia puesto que no hay más que una raza (Unicef, 1964). Cuando miramos al presente, los “negros” están en todas partes en el planeta Tierra y han marcado positivamente la historia en todos los dominios del saber; del saber hacer y del saber estar (Nelson Mandela, por ejemplo). Están presentes entre las élites, las clases medias y las populares. En este presente de mundialización y mestizaje, los “negros” que rompen los barrotes de sus prisiones identitarias son cada vez más numerosos. Los “negros” ya no son los únicos condenados de la tierra. Los Palestinos, esos apátridas, ¿acaso no son condenados de la tierra? Los kurdos, esos apátridas, ¿no son condenados de la tierra? Y cuando vemos en las manifestaciones abigarradas de Black Lives Matter personas de todas las edades y de todos los colores, es el futuro que ya está presente. El cambio de actitud de los “negros” hacia sí mismos, tanto como la toma de conciencia de los “no negros”, son condiciones imperativas para acelerar el paso de la marcha hacia un futuro sin condenados de la tierra (ya sean palestinos, kurdos, “negros”, etc…). A lo largo de la historia siempre ha habido “no negros” al lado de los “negros”, porque el humano es fundamentalmente estéreo, a pesar de su auto domesticación al pensamiento mono. Vean lo que estamos llegando a hacer todos juntos: usted, el equipo al cual pertenece, Dalikou, Sala-Molins, etc…).
  • Termino con una cita de Martin Luther King: “Tenemos que aprender a vivir juntos como hermanos, si no moriremos juntos como idiotas”. (Discurso del 31 de marzo de 1968).

El delito de ser "negro". Mil millones de negros en una cárcel identitaria Presentación y debate en el Ateneo la Maliciosa

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Presentación y debate sobre "El delito de ser “negro”. Mil millones de “negros” en una cárcel identitaria", con Mireia Sentís, Carla Fibla y Ramadhani Ngoy en el Ateneo La Maliciosa el 15 de febrero de 2023 a las siete de la tarde.

¿Pero qué es un negro? Y, para empezar, ¿de qué color es?

Jean Genet, Los negros, 1958.

El «negro» es negro: el «no negro» que lo afirma tiene la certeza, y el «negro», el convencimiento. Más aún, el «negro» no puede negar que es negro: tiene la certeza inequívoca, como el «blanco» que siempre ha sabido que es blanco. Ahora bien, el empirista más elemental, sea cual sea su color, sabe que quien es tachado de «negro» no es monocromo y que la blanquitud del «blanco» es más que discutible: lo que percibimos no siempre es conforme a lo que retenemos de una vez por todas. El «negro» de Somalia no tiene la misma negrura que el «negro» de Sudáfrica, el «blanco» de España no tiene la misma blancura que el «blanco» de Suecia: a los dos primeros los llaman «negros» y ellos se reconocen como tales, lo mismo que llaman «blancos» al español y al sueco y ellos se reconocen como tales. Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de «color»? ¿Por qué hemos hablado y seguimos hablando de «mujer de color», de «hombre de color», de «pueblos de color» como si los otros fueran incoloros? ¿Cuáles fueron y siguen siendo las implicaciones para estas «personas de color», y en particular para «los negros», las únicas «personas de color» del siglo XXI?


Fragilidad blanca y blanquitud: Robin DiAngelo desvela la blanquitud

 

La fragilidad blanca es una idea verdaderamente transformadora; es un concepto indispensable que nos invita a analizar detenidamente la blanquitud tal como la entienden los blancos y sus reacciones defensivas cuando les exigimos responsabilidades por una blanquitud que ha pasado de puntillas por el tema de la raza durante demasiado tiempo. DiAngelo es sabia y fulminante en su implacable ataque contra lo que Langston Hughes llamó «las maneras de los blancos». Pero es clarividente y nada sentimental cuando desenreda los entreverados hilos del destino social y la prescripción política que atan la identidad blanca a la neutralidad moral y la universalidad cultural.
DiAngelo cuestiona valientemente la fusión de la blanquitud con la identidad nacional. Una autoridad como Beyoncé Knowles, nada menos, constató recientemente: «Se ha dicho que el racismo es tan americano que cuando nos quejamos de él algunos dan por hecho que nos quejamos de América». DiAngelo demuestra que Beyoncé está en lo cierto, que el trasvase de identidad blanca a identidad estadounidense —de convicciones racistas a convicciones nacionales— debe encararse de frente, insistiendo a pleno pulmón en que ser estadounidense no significa lo mismo que ser blanco, al menos no exclusivamente, ni siquiera principalmente. (Michael Eric Dyson)

Mireia Sentís conversa con Jordi Bartomeus en betevé sobre Fragilidad blanca. ¿Por qué es tan difícil para los blancos hablar de racismo?

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Le Monde Diplomatique se hace eco de la Publicación de Fragilidad blanca:

Fragilidad blanca

por Manuel S. Jardí, abril de 2021

Estados Unidos se fundó sobre el principio de que todas las personas nacen iguales. Sin embargo, como advierte la autora en su introducción, la nación se estrenó con el intento de genocidio de los pueblos indígenas y el robo de su tierra. “La riqueza americana se construyó con la mano de obra de los africanos secuestrados y esclavizados y sus descendientes. A las mujeres se les negó el derecho a voto hasta 1920 y a las mujeres negras se les negó el acceso a este derecho hasta 1965”. El fallo del sistema actual es la reproducción de la desigualdad racial. “Nuestras instituciones han sido diseñadas para reproducir la desigualdad racial y lo hacen con eficacia. Nuestros centros escolares son especialmente eficaces en esta tarea”. Acaso la forma más perniciosa de presión sobre las personas de color, subraya, sea confabularse con la fragilidad blanca minimizando sus experiencias raciales para acomodarlas a la denegación y el recelo blancos. “En otras palabras, no comparten su dolor con nosotros porque no podemos soportarlo”. La fragilidad blanca, pues, ha funcionado para impedir que las personas de color desafiaran el racismo a cambio de evitar la cólera blanca. “Pero si no desafiamos a las personas blancas por su racismo estaremos manteniendo el orden racial y la posición de los blancos en el mismo”. El libro de DiAngelo es útil para quien quiera comprender cómo se desarrolla la fragilidad blanca, cómo protege la desigualdad y qué se puede hacer para que el diálogo sobre el racismo se convierta en algo fructífero en vez de un camino sin salida.

Artículo completo en Le Monde diplomatique en español


BAAM: Biblioteca Afro Americana Madrid

Hoy os presentamos la colección BAAM (Biblioteca Afro Americana Madrid) dirigida por José Luis Gallero y Mireia Sentís. Los cuatro primeros títulos fueron publicados por La Oficina, pero desde 2014 acogimos la colección en nuestra editorial.
Los títulos publicados son: 1, James Yeates, De Misisipi a Madrid: Memorias de un afroamericano de la Brigada Lincoln, con una Introducción de Mireia Sentís y traducido por Dídac Larriaga (2011); 2, Langston Hughes, Escritos sobre España (1937-1956), con un Prólogo y notas de Maribel Cruzado Soria y traducido por Javier Lucini (2011); 3, June Jordan, Dificultades técnicas: Ensayos políticos (1986-1992), con un Prólogo de Angela Y. Davis y traducido por Juana María Furió y Mireia Sentís (2012); 4, Ishmael Reed, Trapos sucios, con Introducción de Mireia Sentís y traducido por Javier Lucini (2012); 5, Jean Toomer, Caña, con una Presentación de Darwin T. Turner y Epílogo, notas y traducción de Maribel Cruzado Soria (2014); 6, David Levering Lewis, Cuando Harlem estaba de moda, traducido por Javier Lucini (2014); 7, Elaine Brown, Una cata de poder, traducido por Javier Lucini (2015); 8, Angela Davis, Una historia de la conciencia: Ensayos escogidos, Selección e Introducción de Mireia Sentís, traducción de Inga Pellisa (2016); 9, William Wells Brown, Clotel o la hija del Presidente: Relato de la vida en esclavitud en los Estados Unidos de América, Prólogo de Mireia Sentís, traducción y notas de Pilar Vázquez (2017); 10, Mireia Sentís (ed.), Cuerpo político negro, traducido por María Enguix y Malika Embarek y publicado en coedición con el Centro de Arte 2 de mayo, CA2M (2017); 11, Debra J. Dickerson, El final de la negritud, traducido por Isabela Herranz (2018); 12, Toni Morrison, Jugando en la oscuridad: El punto de vista blanco en la imaginación literaria, Traducción y Notas de Pilar Vázquez (2019); 13, Jesmyn Ward (ed.), Esta vez el fuego: Una nueva generación habla de la raza, traducido por María Enguix (2020).


¿La rabia de quién?, por Mireia Sentís

No es posible entender la reivindicación de las vidas negras o la exigencia de frenar la brutalidad policial sin considerar cómo se fundó Estados Unidos

Una mujer posa delante de un coche de policía incendiado, el pasado sábado durante una protesta en Los Ángeles.
Una mujer posa delante de un coche de policía incendiado, el pasado sábado durante una protesta en Los Ángeles.Ringo H.W. Chiu / EL PAÍS

El País - 6 de junio de 2020

No es la primera vez que las ciudades estadounidenses se iluminan con incendios provocados por la población afroamericana. Y, sin embargo, sorprende cada vez como si fuera la primera. Quizá lo que debería sorprender es que se incendien siempre a causa de las mismas reivindicaciones. En 1963, James Baldwin publicó La próxima vez, el fuego. En 2016 apareció Esta vez, el fuego, volumen en el que Jesmyn Ward, siguiendo la estela de Baldwin, analiza los problemas del racismo en su país. Nada había cambiado a pesar de las apariencias: una nutrida clase media negra y hasta una presidencia de ese color. El primer libro está enmarcado en la era del Black Power, el segundo en la de Black Lives Matter. Ambos momentos reclaman lo mismo, ambos tropiezan con la misma respuesta: represión armada.

No es posible entender la reivindicación de las vidas negras o la exigencia de frenar la brutalidad policial sin considerar cómo se fundó Estados Unidos o sin tener en cuenta la estructura disciplinaria de las plantaciones, el sistema de arrendamiento de reos (Convict Lease System), la era Jim Crow (Ku Klux Klan incluido) o el fenómeno de la encarcelación masiva. A lo largo de la historia, el tema de la desproporcionada reclusión y violencia contra la gente de color (término que actualmente abarca a toda “minoría” no blanca) ha ocupado las mentes de los resistentes más indómitos, los intelectuales más ponderados y los manifestantes más tenaces. Y mientras no se modifiquen leyes y se apliquen fórmulas —ya inventadas— para ofrecer igualdad de oportunidad al 14% de la población que lo reclama, los estallidos seguirán repitiéndose.

El actual es de mayores proporciones que los precedentes. Resulta comprensible, si nos remitimos a la aparición de dos nuevos factores: el sinfín de pruebas de ensañamiento proporcionadas por la nueva arma de los dispositivos móviles y su inmediata y amplia difusión, y las cifras de muertos a causa de la covid-19 entre la población afroamericana, que vio saltar por los aires los progresos que suponía el Obamacare (sistema asistencial ya de por sí muy recortado por el partido republicano) con la llegada de la actual Administración.

Aunque las manifestaciones ponen de relieve la justificada rabia negra, su verdadera causa es la prácticamente invisible, pero no menos agresiva, rabia blanca, como la denomina Carol Anderson. Para conseguir atención, la rabia blanca no necesita salir a la calle y enfrentarse a balas de goma, porque tiene acceso a los juzgados, la policía y los órganos legislativos y gubernamentales. La rabia blanca, continúa argumentando Anderson, es recurrente. Todo avance afroamericano suscita una reacción violenta. Ocurrió después de la guerra civil, cuando la sentencia del caso United States vs Cruikshank (1876) socavó una ley contraria al terrorismo del Ku Klux Klan. Ocurrió en 1954, tras el fallo del caso Brown vs el Consejo de Educación, que declaraba ilegal la segregación en las escuelas, pero requirió el envío de las tropas desde Washington para garantizar su aplicación en Arkansas. Ocurrió dos años después, cuando la presión ejercida por un centenar de congresistas sureños se tradujo en leyes que suprimían subvenciones públicas a escuelas no segregadas para destinarlas a escuelas blancas segregadas. Ocurrió tras la llegada de Obama a la Casa Blanca, que dio pie al Tea Party y a la elección del actual presidente.

Sería deseable que los hechos que ocurren en EE UU y seguimos día a día con el máximo interés, no nos convirtieran en meros voyeurs, sino que nos instigaran a conocer la situación de los afrodescendientes en España, cuyas reivindicaciones se hicieron públicas hace dos años tras la visita a nuestro país del Grupo de trabajo de expertos sobre personas de ascendencia africana, integrado en la ONU. Igualmente importante es seguir la evolución de la Plataforma de la comunidad negra, africana y afrodescendiente de España, creada a raíz de los últimos acontecimientos y que reclama políticas públicas frente al racismo institucional y social de nuestra sociedad.

Mireia Sentís es periodista y editora de BAAM (Biblioteca Afro Americana Madrid).

¿La rabia de quién?, por Mireia Sentís


Toni Morrison: el punto de vista blanco en la imaginación literaria

TONI MORRISON: JUGANDO EN LA OSCURIDAD

El punto de vista blanco en la imaginación literaria

Reproducimos a continuación algunas imágenes y la conversación que mantuvieron en la Librería Traficantes de Sueños Remei Sipi Mayo y Mireia Sentís en torno a las tres conferencias de Toni Morrison que integran Jugando en la oscuridad.

 


EL COLOR DEL MUSEO

¿Principio del fin del relato blancocéntrico?

Mireia Sentís*, Le Monde Diplomatique en español, marzo 2019

Barack Obama inauguró en el otoño de 2016 el Museo Nacional de Historia
y Cultura Afroestadounidense (NMAAHC, siglas en inglés), un museo que
cubre una deuda histórica y que forma parte de la Smithsonian Institution.
Ahora bien, ¿habría que considerar el NMAAHC como un triunfo del multiculturalismo
o como una culminación de la doctrina “separados, pero
iguales”? En principio, todo lo que alberga debería haber sido absorbido
por diferentes entidades del propio Smithsonian dedicadas al arte, la historia
o la ciencia. Como no ha sido así, subsiste una tensión entre
las comunidades minoritarias y la cultura dominante. Mientras una parte
de Estados Unidos reconoce, aunque sea tardíamente, la relevancia de su
historia negra, otra recudrece su rechazo hacia todo lo que no sea blanco.

“La historia estadounidense es más larga,
más ancha, más variada, más bella
y más terrible de lo que nunca haya
dicho nadie sobre ella”.

 

ASÍ REZA UNA DE las muchas citas que pueden leerse en las paredes del National Museum of African American History and Culture (NMAAHC). Lástima que su autor, el brillante James Baldwin (1924-1987), no haya podido comprobar que en las salas de este edificio, la historia es contada esta vez por el propio colectivo que en su época no había obtenido aún el reconocimiento necesario para narrarla en sus propios términos.
La historia de la esclavitud no es solo la recogida de algodón, sino la construcción de puentes, canales, ferrocarriles, universidades.
Ninguna guerra –sean las llamadas Indian Wars, la de Independencia, la de Secesión, las mundiales, la de Vietnam o la de Corea–, ninguna conquista –del Oeste, del Espacio– se han llevado a cabo sin el concurso de esa parte de la población. Los museos, en definitiva, son instituciones que guardan la memoria de la humanidad. Albergan
el alma de las sociedades, su conciencia cultural, y ponen en perspectiva el paso del tiempo. Tienen que ser agentes de cambio, instrumentos de progreso y, por eso mismo, deben llamar la atención sobre los hechos decisivos. En septiembre de 2016, durante la ceremonia de apertura del NMAAHC, George W. Bush, que
trece años antes había firmado el acta que daba luz verde a su creación, declaró: “Este museo demuestra
el compromiso de nuestro país con la verdad. Una gran nación no esconde su historia. Encara sus fallos y los corrige”. Cuando Barack Obama, entonces presidente en funciones, subió al estrado, se hizo eco de las palabras de Bush –manifestando que la existencia del museo no era prueba de que América fuese perfecta, pero ratificaba
las ideas de los fundadores de un país nacido de la revolución– y añadió que la historia no está completa, sino que el museo serviría de lugar de reflexión en el camino hacia la libertad. La última parte del mensaje es especialmente reveladora, tanto en 2016, cuando ya estaba en marcha el grupo de protesta civil más importante de nuestros días –Black Lives Matter (Las vidas negras importan)(1)–, como ahora, a la luz del actual presidente. El camino ha sido largo y seguirá siéndolo.
Mientras una parte de Estados Unidos reconoce, aunque sea tardíamente, la relevancia de su historia negra, otra recrudece su rechazo hacia todo lo que no sea blanco. W. E. B. Du Bois se preguntaba en 1897: “¿Qué soy realmente? ¿Soy americano o soy negro? ¿Puedo ser ambas cosas?”. Del otro lado de “la línea del color”, esta pregunta no interesaba; la cultura negra, sus símbolos colectivos de identidad y memoria, había quedado prácticamente excluida de cualquier consideración oficial. Fueron sus propios representantes los encargados de
fundar escuelas, bibliotecas, universidades y medios de prensa con recursos propios o recaudados entre particulares blancos. Hoy día, los testimonios de la historia y la cultura afroamericanas ocupan uno de los edificios situados en el National Mall, la imponente avenida que se extiende entre el Lincoln Memorial y el Capitolio, y alberga once de los diecinueve museos que integran la Smithsonian Institution.
Para entender el camino recorrido hasta lograr que la historia afroamericana se halle ampliamente representada a escala nacional, hay que remontarse a la época de la esclavitud, cuando se registraron los primeros esfuerzos por conservar objetos de todo tipo: libros, muebles, dibujos, bordados... Cuando la esclavitud fue abolida en el Norte,
los esclavos liberados prosiguieron con más energía esa labor, y algunos reunieron bibliotecas de cierta envergadura. Frederick Douglass (1818-1895) poseía la más importante. La de William Wells Brown —contemporáneo de Douglass e iniciador de la historia afroamericana— era también renombrada, pero fue pasto de las llamas tras su fallecimiento. La del puertorriqueño Arturo Alfonso Schomburg (1874-1938) dio origen a la biblioteca pública de Harlem que lleva su nombre, el centro de investigación más importante de la cultura negroestadounidense. Simultáneamente fueron inaugurándose en el Norte algunas universidades negras –la primera se remonta a 1837, gracias a un filántropo cuáquero de Pensilvania– que de inmediato crearon bibliotecas y coleccionaron objetos.
La derogación de la esclavitud no tuvo como consecuencia el derecho al voto ni la igualdad prometidos. Mientras el Sur erigía monumentos a militares confederados, el Norte no promovió ningún reconocimiento a los afroamericanos que participaron en la Guerra de Secesión. Hasta 1923, la comunidad negra no presentó un primer proyecto para la construcción de un edificio que recogiera sus aportaciones a las artes plásticas y escénicas,
las letras, la música, la industria, la ciencia y la educación. En 1929 se logró que el Congreso aprobara
una comisión. El acta fue firmada por el presidente Coolidge el último día de su mandato. Su sucesor, Hoover, designó para el comité a gente de relevancia como Mary McLeod Bethune –activista que sería más tarde
consejera de Franklin D. Roosevelt–, Mary Church Terrell –una de las fundadoras en 1909 de la NAACP (Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color, siglas en inglés)– o el arquitecto Paul Revere Williams. Pero el escaso entusiasmo del Congreso y, sobre todo, el Crac del 29 paralizaron el proyecto, al que se perdió la pista hasta 1968, cuando un grupo del que formaban parte el jugador de béisbol Jackie Robinson y el
escritor James Baldwin –quien en su discurso de apoyo declaró que la iniciativa era igualmente necesaria
para los blancos: “Mi historia es también la vuestra”– promovieron un proyecto de ley que fue
rechazado por el Congreso. La idea no resurgió hasta mediados de la década de 1980, gracias sobre todo a John Lewis, congresista demócrata y héroe de la lucha por los derechos civiles. El propio Smithsonian admitió la inexistencia de “una sola institución dedicada a los afroamericanos que coleccione, analice, investigue y organice exposiciones a nivel de los mejores museos dedicados a otros aspectos de la vida americana”.
Tras casi dos décadas de negociaciones, bloqueos y nuevas conversaciones, el entonces
presidente George W. Bush, firmó la ley que autorizaba el establecimiento oficial de un museo nacional
de la cultura afroamericana. En 2005 fue designado como director el historiador Lonnie Bunch. Su colega John Hope Franklin, autor de From Slavery to Freedom, libro que no ha dejado de actualizarse desde su aparición en 1947, también se comprometió a fondo en el proyecto, hasta su muerte en 2009, año en que fue elegido el
estudio de arquitectura del tanzano-ghanés-británico David Adjaye como responsable de su construcción.
En otoño de 2016, en compañía de Bunch, Lewis, Bush y un grupo de ilustres donantes, Obama inauguró el museo. Al cabo de un siglo de vicisitudes, se había hecho realidad en un terreno de cinco hectáreas muy próximo al National Museum of American History. A diferencia de otras sedes del conglomerado
Smithsonian, solo la mitad –270 millones de dólares– de su coste total ha sido sufragada con fondos
federales, debido a la oposición de políticos como Jesse Helms, que pronosticaban, además de la insostenibilidad del museo a causa del escaso público que atraería, una avalancha de demandas de otras comunidades reclamando un museo similar consagrado a su historia. Fue necesario recaudar una importante cantidad de dinero privado a base de grandes donaciones –la mayor contribución fue los 21 millones de dólares aportados
por la presentadora y productora de televisión Oprah Winfrey– y de modestos donativos de diez
dólares aportados por multitud de ciudadanos (2).
Una prueba añadida de la singularidad del NMAAHC es el hecho de no haber sido creado sobre la base de una colección, sino a través de una vasta recogida de objetos y documentos emprendida
en 2008 por un equipo de comisarios y conservadores, y seleccionados luego por grupos de
expertos. Componen sus fondos 40.000 piezas, de las que se hallan expuestas alrededor del 10%. Su aspecto externo también contrasta con el de otros edificios Smithsonian, generalmente neoclásicos y de tonos grises. Recubierto con una rejilla de aluminio color bronce, cambia en función de la luz: oscuro, los días cubiertos; luminoso, los soleados. El entramado de la rejilla recuerda los balcones de las viviendas sureñas, donde los afroamericanos esclavizados desarrollaron su arte como herreros y ebanistas. La celosía de la fachada proporciona una iluminación interior matizada y envolvente, a través de la cual pueden distinguirse el obelisco en honor de George Washington, los monumentos a Lincoln y Jefferson, el edificio del Congreso, los Archivos Nacionales, la Casa Blanca. “Ningún corte es puramente estilístico. Todos obedecen a una voluntad de hacer presente la Historia que hay no solo dentro del museo, sino en su entorno”, explicaba Adjaye. La estructura
se inspira en las esculturas de madera del artista yoruba Olowe de Isa (1873-1938), una de las cuales
representa una figura con una corona de tres módulos a modo de pirámides superpuestas e invertidas,
como la silueta del museo. Sin embargo, aunque aparenta albergar tres, el edificio tiene en realidad siete pisos, dos de ellos subterráneos.
Mientras que el National Museum of the American Indian muestra la cultura nativa sin analizar el genocidio del que fue víctima, el NMAAHC relata sin tapujos la violencia que se halla en la base misma de la formación de Afroamérica y continúa amenazándola. Una narrativa compleja y difícil, que solo es posible enfocar reflejando otros aspectos de su experiencia: las luchas de resistencia, los vínculos comunitarios, el valor, la creatividad, el compromiso con su propio país, e incluso el optimismo con el que hicieron y hacen frente a su historia. Los objetos expuestos han sido seleccionados con esa finalidad. La visita se inicia por la planta más baja del subsuelo, con la crónica de la esclavitud en África y Europa durante el siglo XVI; las cifras respectivas de cada país en el negocio de la trata de personas esclavizadas no son fáciles de digerir. Vemos objetos, documentos e instalaciones correspondientes al periodo. Si los grilletes, instrumentos de tortura o terminología mercantil dejan sin aliento, la estatua del presidente Jefferson contra un muro en cuyos ladrillos están inscritos los nombres
de sus esclavos es una llamada de atención no menos poderosa. En una pequeña sala oscura dedicada
a la época de segregación, se muestra una de las piezas fundamentales del museo: el ataúd abierto de Emmett Till (3) El silencio en que los visitantes habían discurrido hasta aquí, se rompe con el sonido de algún llanto. En contrapartida, el acceso a los años de los derechos civiles se encara con alivio: principio del fin de una opresión tenaz, eclosión del orgullo negro, del “Black is Beautiful”, de los Black Panthers. Se hace evidente la mezcla
de cultura y política. A medida que ascendemos, la experiencia se acelera: presentaciones interactivas, objetos familiares a nuestra memoria fotográfica –un vagón “solo para negros”, el avión de los primeros pilotos afroamericanos de Tuskegee, el Cadillac rojo de Chuck Berry– o directamente contemplados: la trompeta de Miles Davis, la nave espacial con la que Sun Ra aterrizaba en sus conciertos, un vestido de Michelle Obama. El efecto
reparador es deliberado, pues la música –que cuenta con una extensa sección– resuena en todas las salas dedicadas a la historia reciente. Deportes, arte, política, cine, televisión; a medida que se incrementa la velocidad, la historia se vuelve más confusa, como los hechos que acontecen fuera del museo.
“Perderse es el camino”, dice un proverbio africano.
Uno de los aciertos del recorrido, imposible de asimilar en una sola visita, es dejar claro que la historia sigue abierta y que, si bien se han registrado avances –la presidencia de Obama sería el punto
álgido–, persisten problemas tan graves como la encarcelación masiva, evocada aquí mediante
una antigua torre de vigilancia de la prisión Angola, Luisiana, o las luchas del colectivo Black Lives Matter, surgido a raíz de un incidente similar al de Emmett Till: el asesinato de Trayvon Martin, un joven de 17 años que no iba armado, a manos de un vigilante que fue absuelto por los jueces.
Salimos pensando que tal vez la hipótesis atribuida a Darwin según la cual la repetición de la Historia es uno de los errores de la Historia, sería más exacta formulada de este modo: “La repetición de la Historia es uno de los errores del ser humano”. Para personas occidentales blancas no estadounidenses, la visita al museo funciona como un despertador. Si la sociedad del bienestar ha sido erigida sobre el comercio del algodón, el café, el tabaco, el azúcar y la mano de obra barata y a menudo sometida, ¿no debería tener cada país –España, Portugal, Inglaterra, Francia, los Países Bajos…– su propio museo nacional sobre la incidencia de las culturas africanas en la suya? O mejor: ¿no tendrían que estar incorporadas por derecho propio a nuestros programas de estudios y museos? Nunca fueron del todo blancas nuestras sociedades, y van camino de serlo aún
menos. Sin embargo, dentro de todas ellas, las relaciones raciales han sido siempre dificultosas. Y no mejorarán, como apunta Robin Diangelo en su libro White Fragility, mientras los blancos no reconozcamos nuestro supremacismo, es decir, que hemos establecido como norma universal la nuestra, y mientras no comprendamos que solucionar la pobreza no significaría solucionar el racismo.
¿Habría que considerar el NMAAHC como un triunfo del multiculturalismo o como una culminación
de la doctrina “separados, pero iguales”? En principio, todo lo que alberga debería haber sido absorbido por diferentes entidades del propio Smithsonian dedicadas al arte, la historia o la ciencia. Como no ha sido así, subsiste una tensión entre las comunidades minoritarias y la cultura dominante. En 1908, Israel Zangwill, inmigrante rusojudío, estrenó con enorme éxito en Broadway The Melting Pot, una obra de teatro que determinó
la narrativa socio-político-cultural blancoamericana del siglo XX: la asimilación. Los diferentes inmigrantes europeos se fundirían en una sola cultura que daría como resultado una nueva identidad estadounidense. En 1986, George C. Wolfe estrenó en Manhattan The Colored Museum, una
sátira ambientada en un museo y cuyo tema es el de la identidad afroamericana. Entre ambas obras, separadas por un intervalo de ochenta años, la sensibilidad del país había dado un giro de 180 grados. En la década de 1980 quedó patente que no existía ni existiría una sola forma de ser estadounidense, sino que era posible serlo por diferentes vías: latina, asiática, nativa, afro. En la avanzadilla del multiculturalismo, el grupo formado por el afroamericano Ishmael Reed, el chicano Rudolf Anaya, el puertorriqueño Víctor Hernández Cruz y el asiático Shawn Wong, afirmaba: “Multiculturalismo no es la descripción de una categoría,
sino la definición de todo americano”. El multiculturalismo desencadenó las llamadas “Culture Wars” o luchas por definir la identidad estadounidense. Y cada grupo quería ser reconocido por sus diferencias, fuesen nativos, hispanos o feministas negras, rebautizadas womanists, según el término acuñado por Alice Walker. En 1985, la
Universidad de California informó de que, por primera vez, menos de la mitad de los estudiantes
matriculados ese año eran blancos.
Las diversas etnias, con sus particulares estéticas y propuestas, comenzaron a exigir representación
en los museos. En 1972, los miembros del colectivo chicano ASCO tuvieron noticia de que el director del LACMA (Los Angeles Museum of Modern Art) había declarado que las actividades artísticas desarrolladas por el grupo no eran arte y que nunca serían aceptadas en un museo de primera línea. Al día siguiente, cada uno de sus integrantes rotuló su firma en los muros del LACMA, demostrando así que ya habían entrado en el circuito. Cuarenta años después, el museo organizó una gran retrospectiva de ASCO.
Demos un salto atrás. En 1968, el MoMA (Museum of Modern Art) inauguró una exposición dedicada a la memoria de Martin Luther King. Ningún artista afroamericano fue invitado. La protesta del colectivo negro dio como resultado la inclusión, en una sala aparte, de algunos de sus representantes. Días después, el Whitney Museum of American Art presentó una amplia exposición de pintura y escultura centrada en la década de 1930. Los artistas
negros brillaban nuevamente por su ausencia. A raíz de ello, la revista Artforum reunió a varios creadores para comentar la situación. El resultado fue la organización de una exposición –en el Studio Museum in Harlem, que actualmente está siendo rehabilitado por David Adjaye– titulada Invisible Americans: Black Artists of the 1930’s. Simultáneamente, un grupo de treinta artistas encabezado por Faith Ringgold inició una serie de acciones –piquetes en la entrada de los museos– que a lo largo de dos años visibilizaron las políticas de exclusión de tres grandes instituciones artísticas: el Metropolitan, el Whitney y el MoMA. Este último inauguró en 1969 Harlem on my Mind: The Cultural Capital of Black America 1900-1968. Fotógrafos, cineastas, músicos, pero ningún pintor. Las protestas llevaron a una solución paradójica: la incorporación de pintores/as en paneles de discusión. Podían opinar, pero no exhibir. La poeta Audre Lorde escribió en Sister Outside (1984): “Carecemos de pautas para relacionarnos como iguales por encima de nuestras diferencias. Estas diferencias han sido mal formuladas, mal utilizadas y puestas al servicio de la separación y la confusión”. Las políticas culturales constituyen un terreno de resistencia tan importante como el voto.
En 1990, se celebró en Nueva York una gran exposición titulada The Decade Show: Frameworks
of Identity in the 1980’s, coproducida por tres instituciones: New Museum, Museum of Contemporary
Hispanic Art y Studio Museum in Harlem. Incluía doscientos trabajos de noventa artistas pertenecientes a distintas disciplinas y tradiciones culturales. En ella quedaba de manifiesto que la visión de la identidad era distinta para cada grupo, e incluso para cada individuo. Era el momento de aceptar el multiculturalismo o ser considerado “políticamente incorrecto”. Este concepto fue retomado por quienes lo rechazaban –los eurocéntricos
recalcitrantes– y reutilizado para acusar a sus defensores de propagandistas e intolerantes. Las guerras culturales se renuevan sin tregua; aunque se acepte que la noción de raza carece de fundamento biológico, permanece como un hecho inamovible de la vida estadounidense, al igual que la blanquitud sigue constituyendo una norma tan omnipresente que raramente se menciona.
Las minorías siempre han encontrado fisuras por donde infiltrarse. Mucho antes de la existencia del museo de Washington, diversos grupos y entidades se preocuparon de recopilar y preservar el legado afroamericano. El primer espacio museístico fue abierto en la Universidad de Hampton, Virginia, en 1868. Un siglo después se contaban alrededor de treinta, casi todos localizados en los HBCU (Historically Black Colleges and Universities). En 1991, existían centenar y medio de centros repartidos por 37 Estados. Su número no ha dejado de crecer. Organizan exposiciones temporales, talleres, conferencias, conciertos. Muchos de ellos se concentran en episodios históricos concretos. El WGPR-TV (Detroit, 1975) está dedicado a la primera estación de televisión dirigida por afroamericanos. El African American Museum (Filadelfia, 1976) repasa el movimiento abolicionista. El Apex Museum (Atlanta, 1978) interpreta la historia norteamericana desde la perspectiva negra. El Philip
Randolph Pullman Porter Museum (Chicago, 1985) se estructura alrededor de la figura de Philip Randolph, organizador del primer sindicato negro, que aglutinaba a los trabajadores ferroviarios de la compañía Pullman. El America’s Black Holocaust Museum (Milwaukee, 1988) se consagra a la historia de los linchamientos. El Negro Leagues Baseball Museum (Kansas City, 1990) ilustra el papel de los afroamericanos en el deporte estrella del país. El Motel Lorraine, donde fue asesinado Martin Luther King, alberga desde 1991 el National Civil Rights Museum, asociado desde hace tres años al Smithsonian. El Brown Versus Board of Education
National Historic Site (Topeka, Kansas, 1992) conmemora una sentencia judicial de 1954 que puso
fin a la segregación en las escuelas públicas. El African American Firefighter Museum (Los Ángeles, 1997) recuerda el papel de los bomberos negros, segregados durante mucho tiempo. El International Civil Rights Center Museum (Greensboro, Carolina del Norte, 2001) relata las luchas por los derechos civiles; en la cafetería del edificio –un antiguo almacén Woolworth– comenzaron en 1960 los sit-ins, cuyas imágenes dieron la vuelta al mundo; su larga barra constituía la pieza principal del museo antes de ser donada al de Washington. El
National Center for Civil and Human Rights (Atlanta, 2014) fue impulsado por figuras de los derechos
civiles como Andrew Young, John Lewis y la viuda de Ralph Abernathy. El Tuskegee Airmen National
Museum (Tuskegee, Alabama, 2014) custodia la memoria de un escuadrón de pilotos negros. The
Legacy Museum (Montgomery, 2018) rememora la historia afronorteamericana desde la esclavitud hasta el encarcelamiento masivo (4). Desde 2013 se está trabajando en el National Museum of African American Music, que se abrirá en Nashville este año. Además, existen centros como el Muhammad Ali y el August Wilson, o casas/museo donde residieron personajes como Harriet Tubman, Frederick Douglass, Lewis H. Latimer, los hermanos James Weldon y John Rosamond Johnson –autores de Lift Every Voice and Sing, considerado el himno de los derechos civiles–, Mary McLeod Bethune, Louis Armstrong, Arna Bontemps, Martin Luther
King… O monumentos como el African American Burial Ground de Manhattan, construido en 2006
sobre el mayor cementerio negro de esclavos y libertos, donde fueron sepultados unos 15.000 cadáveres
durante los siglos XVII y XVIII.
En diciembre de 2018, a pocos kilómetros de Bruselas, reabrió sus puertas el Museo Real de África
Central, ahora denominado AfricaMuseum. Dedicado a la mayor gloria del rey Leopoldo II, que consideraba el Congo su coto privado, y a cantar las excelencias del colonialismo, ha invertido cinco años en reorientar su rumbo y proponer una nueva visión del colonialismo belga como un episodio cruel, inmoral y depredador. ¿Un signo más de que asistimos al principio del fin del relato blancocéntrico?

© Le Monde Diplomatique en español

(1)Véase Mireia Sentís, “No puedo respirar”, Le Monde diplomatique en español, abril de 2017.
(2) El más visitado de Estados Unidos es el Air and Space Museum, que atrajo siete millones de personas en 2017. El NMAAHC ocupó la novena posición, con dos millones y medio de visitantes. Ambos están ubicados en Washington D.C. y pertenecen al conglomerado Smithsonian. Los museos de la capital son los únicos del país
a los cuales se accede gratuitamente. Aun así, han de recaudar suficiente dinero para que solo una parte de los costes recaiga sobre el gobierno federal.
(3) Emmett Till (1941-1955), nacido en Chicago, pero de vacaciones en el Sur, fue linchado y arrojado al río Misisipi, con el pretexto de haber silbado a una mujer blanca. Aunque se supo que los asesinos eran el marido y el hermano de la mujer, no fueron inculpados. En el funeral, su madre dejó el féretro abierto para mostrar hasta
qué punto su cuerpo había sido desfigurado. La imagen fue uno de los detonantes de las luchas por los derechos civiles. En 2008 se reabrió el caso —la mujer reconoció haber mentido— y Emmett fue exhumado y enterrado de nuevo. La familia Till donó el ataúd original al Museo.

(4) Angela Davis divide la historia negra estadounidense en tres trágicos periodos: la esclavitud, la segregación y la actual encarcelación masiva.

 


DÍA DEL LIBRO 23 ABRIL 2018: Bea Espejo recomienda en Babelia "Cuerpo político negro"

Bea Espejo recomienda en Babelia/El País Cuerpo político negro publicado a la par que la exposición del Centro de Arte 2 de Mayo de Madrid Elements of Vogue, "la primera revisión en España de la historia de la performance afroamericana. En el futuro se estudiará como un referente."