Cornel-West
Cornel West, filósofo afroamericano coautor con bell hooks de «Partiendo pan. Vida intelectual negra insurgente» y, con Christa Buschendorf, de «Fuego profético negro».

Cornel West (1953) es uno de los intelectuales públicos más relevantes de Estados Unidos. Este catedrático, que considera la teoría como una forma de práctica, ha impartido cursos en las universidades más prestigiosas (Harvard, Princeton, Yale) sobre Pensamiento crítico afroamericano, Teología negra, Filosofía de la experiencia o Pensamiento marxista, cuestiones que ha desarrollado simultáneamente en una veintena de libros.

Añadimos a continuación la entrevista de Mireia Sentís incuida en su libro de conversaciones

En el pico del águila: una introducción a la cultura afroamericana

“Me sentía cercano a Teddy Roosevelt, porque los dos teníamos asma y nos quedábamos despiertos por las noches con una almohada bajo la espalda. Pero lo superó, fue a Harvard y se convirtió en un gran orador. Así que decidí que yo también tenía que ir a Harvard, aunque a los ocho años no sabía exactamente qué significaba eso”. Sin embargo, Cornel West no tardaría en descubrirlo. A los 20 años se licenciaba magna cum laude en Literatura y Lenguas del Medio Oriente por la Universidad de sus sueños. Y en 1994 —tras doctorarse en Filosofía en Princeton (New Jersey), donde dirigió el departamento de Estudios Afroamericanos— se incorpora al departamento homónimo de su adorada Harvard (Cambridge, Massachussetts), en la cual ocupa además la cátedra de Filosofía de la Religión. Allí se ha convertido en una especie de Merlín para todo estudiante preocupado por conectar sus estudios con la práctica política: “La teoría es en sí una forma de práctica. No tiene poderes mágicos, pero representa un arma indispensable en la lucha, porque informa e ilumina, requisitos indispensables para actuar con efectividad”.

West es uno de los líderes del partido Democratic Socialists of America, que propugna la necesidad de una redistribución de bienes y pide cuentas públicamente a las empresas multinacionales por su desmesurada acaparación de poder en perjuicio de la calidad de vida de los ciudadanos. Sus ensayos sobre ética, filosofía, religión, política y relaciones entre negros y judíos —ámbito éste en el que es considerado una autoridad—, están escritos en un estilo transparente, casi periodístico. A lo largo de su trayectoria docente, ha impartido cursos sobre Historia de la filosofía occidental, Filosofía postmoderna, Pensamiento crítico afroamericano, Filosofia marxista y postmarxista, Teología negra y pensamiento marxista, Filosofía de la experiencia afroamericana…, así como seminarios dedicados a Kant, Hume, San Agustín, Pascal o Kierkegaard. Ningún foro mediático importante renuncia a su presencia cuando se trata de analizar el estado de cosas en Norteamérica, y muchas son las instituciones que desean contar con su cooperación. Entre otras, el Museo Guggenheim, del que es asesor.

Comparado alguna vez con Reinhold Niebuhr, el historiador, diplomático y teólogo que en los años treinta fusionó religión y política en un solo discurso, Cornel West explica sus convicciones a partir de su aprendizaje sentimental e intelectual: “Fui criado en una familia y una iglesia —la baptista— llenas de amor, y sigo comprometido con el credo profético cristiano. Soy un producto de la educación universitaria de élite, que reforzó mi interés y curiosidad por la tradición filosófica occidental, la cultura americana y la historia afroamericana, y me siento muy afín a la versión filosófica del pragmatismo americano. Por último, mi conciencia política se despertó gracias al criptomarxismo de los Panteras Negras y se configuró en el marxismo hegeliano de Georg Lukács y la escuela de Frankfurt”.

Nació en Tulsa (Oklahoma), en 1953. Sus padres —administrador civil de las fuerzas aéreas él, y maestra de escuela, y más tarde directora, ella— habían estudiado en la Universidad de Fisk (Nashville, Tennessee), la misma a la que acudió Du Bois, el discípulo de George Santayana que en 1895 se convertiría en el primer afroamericano en obtener un doctorado —concretamente el de Filosofía— por la Universidad de Harvard. Después de una serie de mudanzas, la familia fijó su residencia en Sacramento (California). En la iglesia baptista donde su abuelo predicaba, Cornel oía los relatos sobre la esclavitud que los más viejos habían escuchado a su vez de boca de los propios esclavos, sus abuelos. Camino de la iglesia, se hallaba la oficina de los Black Panthers, que el joven Cornel visitaba también de vez en cuando. Gracias a ello, aprendió a conceder importancia a la acción política dentro de los barrios, empezando por gestos como el de abstenerse de saludar la bandera estadounidense en el colegio: “Lo más peligroso para la sociedad americana es una persona negra que se respete a sí misma, porque eso significa que camina hacia su libertad y que acabará yendo en contra del poder establecido”.

Convencido de que el despertar colectivo de los afroamericanos proviene de una lucha de gran credibilidad moral, opina que si se goza de algún prestigio, merecido o no, es necesario ponerlo al servicio de una causa mayor que uno mismo. «La humildad —afirma— aporta dos cosas: capacidad de autocrítica y posibilidad de potenciar a los demás». Según él, los afroamericanos cumplen la misma función —hacer las veces de alarma cuando la atmósfera se torna irrespirable— que los canarios cumplían en las minas de carbón: «Como alternativa a los argumentos racistas, sugiero una estructura que parta de un claro reconocimiento de la humanidad y americanidad de todos nosotros. El movimiento en favor de los derechos civiles debe ser visto no como un asunto de pigmentación, sino de principios éticos y sensatez política».

Cuando Henry Louis Gates Jr. comenzó a dirigir la cátedra de Estudios Afroamericanos de Harvard en 1991, este departamento era considerado el patito feo dentro de la organización universitaria. Se le juzgaba resultado de una concesión política, más que de una necesidad intelectual o de un interés académico. Gates no tardaría en reclamar a su lado al relevante sociólogo William Julius Wilson y al propio Cornel West. A partir de ese momento, la sección de estudios afroamericanos pasó a convertirse en “la versión académica de la mejor fiesta de la ciudad”, como señaló jovialmente la prensa. Una extensión del departamento —el Instituto Du Bois de Investigación Afroamericana— prepara en la actualidad un proyecto de gran envergadura: la Encyclopedia Africana, destinada a aglutinar toda la experiencia negra a lo largo de la historia.

A los cursos del profesor West asisten alrededor de 250 alumnos, de los cuales un 60% son blancos, un 30% negros y un 10% asiáticos e hispanos. Vestido invariablemente con traje oscuro, chaleco a juego, camisa blanca de amplios puños y vistosos gemelos, sus clases adquieren el tono de apasionadas prédicas dictadas por un consumado actor que combinase la facilidad dialéctica con el arte escénico.

Para subrayar sus palabras, se inclina hacia atrás o hacia adelante, alza los brazos o cruza las manos, platica con voz grave o susurrante, achina o desorbita los ojos…

Su despacho está tan repleto de libros, que sólo queda libre el estrecho camino que conduce hasta su mesa, no menos abarrotada. El retrato de su mujer, Elleni, a quien conoció durante una estancia en Addis-Abeba, reposa sobre una torre de libros. No sé dónde colocar las piernas, pues incluso la parte inferior del escritorio hace las veces de improvisado almacén. Le comento lo mucho que me divirtió oír su voz en mi contestador telefónico, dirigiéndose a mí en black english como “sistah Sentís” («hermana Sentís»). A partir de ahí, se puso en funcionamiento el fenómeno West.

-Debe sentirse un poco cansado de tantas entrevistas…

-No, porque cada una es diferente.

-Sin embargo, su carrera parece estar en crisis: de las entrevistas televisivas con Bill Moyers o Charlie Rose, pasa usted a conversar con una completa desconocida…

-Al contrario, está en auge. ¡La palabra se propaga!

-Podríamos empezar haciendo referencia al aumento del conservadurismo entre los afroamericanos. Se habla mucho de ello, y no pocos creen que se trata de un “nuevo fenómeno”. ¿Qué opina usted?

-No es nuevo en absoluto. Los conservadores negros existen desde que hay gente negra en América. El conservadurismo es consustancial a la familia humana. Se encuentra en cualquier grupo, género u orientación sexual. La diferencia radica en que ahora ha adquirido cierta publicidad. ¿Por qué? Pues porque, tradicionalmente, el conservadurismo americano se ha asociado con la supremacía blanca. Pero, en estos últimos veinticinco años, el partido conservador tiene también su sector antirracista. Por eso, los conservadores negros pueden ahora integrarse plenamente en el movimiento conservador.

-A menudo es usted incluido entre los conservadores, a pesar de ser uno de los dirigentes de Democratic Socialists of America y de haberse definido a sí mismo como izquierdista revolucionario.

-Izquierdista democrático o izquierdista revolucionario, llámelo como quiera. No entiendo que se me pueda considerar un conservador. Quizá se deba a mi posición profesional o al hecho de reconocerme cristiano. Algunos piensan que ser religioso equivale a ser conservador.

-Para un afroamericano, declararse cristiano puede parecer contradictorio. La Iglesia cristiana consideraba que los negros no eran del todo personas y que debían esperar a la otra vida para obtener justicia.

-El cristianismo constituye una tradición sumamente compleja. Sus formas y manifestaciones dominantes han sido reaccionarias. Pero, al mismo tiempo, posee una rica historia de política radical, empezando por la igualdad de castas predicada por Jesucristo y su profunda creencia de que cada persona tiene derecho a un trato igual a las demás. Su manera de dirigirse a todo el mundo desde lo más profundo del ser, resultaba muy perturbadora para los privilegiados. Probablemente, el cristianismo negro ha sido un factor crucial para elevar la dignidad de la gente común y mantener la cordura ante el horror de la esclavitud.

-Sin embargo, en países como Brasil o Haití la población negra conservó la cordura a través de religiones mucho más cercanas a la raíz africana. ¿No hubiese podido ocurrir lo mismo aquí?

-En Norteamérica, se fomentó la reproducción de esclavos frente a la mera importación, mientras que en los lugares que usted ha citado los esclavos seguían llegando generación tras generación, llevando con ellos sus tradiciones africanas. Aquí, en cambio, cada generación se iba alejando más y más de África. Este fenómeno es parte de una adaptación creativa, no sólo al cristianismo, sino a los principios de la democracia. La Revolución Francesa declaró los derechos del hombre, pero los franceses no tenían especial interés en incluir a Haití en esa declaración. Sin embargo, los haitianos vieron que podían apropiarse de las ideas de la revolución y aplicárselas a sí mismos. Es un caso similar al del jazz, nacido de la utilización de instrumentos europeos —como el saxofón, creado precisamente en Francia— de una manera que los europeos nunca hubiesen imaginado. Se trata de algo esencial en la historia de la humanidad: la creación de nuevas formas híbridas de cultura, que se fecundan las unas a las otras.

-En uno de sus ensayos, afirmaba usted que el planteamiento de los estudios afroamericanos, especialmente los literarios, se ha visto influido por la teoría francesa y por la filosofía alemana.

-Por la teoría francesa, a partir de 1967, cuando Jacques Derrida empieza a hacerse visible. ¿De qué habla Derrida ante todo? De la manera en que se construye “el otro”; de cómo las élites opresoras se ocultan en el interior del propio sistema jerárquico; de los excluidos a nivel discursivo, político y social. Los estudios literarios afroamericanos intentan recuperar una tradición considerada ajena y, por tanto, devaluada y degradada, desde Frederic Douglass a Toni Morrison. Por su parte, los filósofos alemanes, especialmente la escuela de Frankfurt con su tradición hegeliana-marxista, se han preocupado seriamente del devenir de los oprimidos bajo las nuevas circunstancias industriales. Naturalmente, ellos se refieren a la clase trabajadora europea, pero si lo trasladamos a la situación americana, quienes en gran parte ocupan los puestos peor remunerados en el mercado no son otros que los negros. Así que, durante los años setenta y ochenta, la teoría francesa y la filosofía alemana fueron cruciales. Lo fueron para mí, y hasta cierto punto lo siguen siendo.

-La literatura afroamericana se inicia con las autobiografías de esclavos editadas por los abolicionistas, la primera de las cuales aparece en 1789. Hacia esa misma época, surge la literatura romántica, uno de cuyos rasgos es precisamente el interés por el género autobiográfico, como observamos en Stendhal o en Musset. ¿Cree que existe alguna conexión entre la literatura romántica y la afroamericana?

-En el primer Goethe encontramos ya ese movimiento de autorrealización que forma parte del individualismo burgués frente al Imperio y la Iglesia. El itinerario de la burguesía europea y el del pueblo negro guardan, en efecto, cierto paralelismo: ambos intentaban escapar de los sofocantes efectos de 1as autoridades vigentes, aunque estas fueran diferentes en un caso y en otro. Para los europeos, esos poderes estaban representados por la Iglesia y la aristocracia, en oposición a los cuales surgió el liberalismo ideológico. En el campo artístico, ese movimiento propició el cultivo del yo interior, que no puede ser controlado por ninguna fuerza. En lo que se refiere al pueblo negro, la ironía estriba en que las propias narrativas europeas constituyen una fuente de opresión para ellos, pues la emergente clase media del Nuevo Mundo seguía estando a favor de la esclavitud. Incluso los nuevos regímenes liberales europeos predicaban la subyugación de Asia, África, etc. O sea, que aunque exista cierta afinidad entre ambos, se trata de dos géneros literarios muy diferentes, como también lo son las respectivas situaciones y contextos. No olvidemos el carácter paternalista ligado a la publicación de los testimonios negroamericanos, que debían ir avalados por prefacios firmados por blancos, concediendo así “permiso” a los lectores para tomar en serio las historias dictadas o escritas por el artista negro.

-Ha escrito usted que los afroamericanos son profundamente humanos, modernos y norteamericanos.

-Profundamente humanos, por todo lo que tuvieron que pasar. Profundamente modernos y americanos en el sentido de que…

Veamos: América es fundamentalmente un experimento acerca de cierto tipo de individualidad y cierto tipo de acuerdo social, es decir, un experimento acerca de la democracia. La heterogeneidad que cantaba Walt Whitman —“Soy tantas multitudes, abrazo tantos elementos de culturas del mundo entero…”— alimenta un individuo autosuficiente, autónomo e independiente. ¿Y cómo hablar de la individualidad democrática, sin hablar de su degeneración en el áspero y rapaz individualismo que desgraciadamente ha pervertido la vida americana? La gente negra ha tenido que hacerse y rehacerse a sí misma para poder abarcar todas estas tensiones, entre las cuales no hay que olvidar el idioma: soñamos en inglés, pero seguimos siendo muy africanos, lo cual demuestra un profundo grado de hibridez cultural. Hemos hablado de la cristiandad como institución religiosa dominante que marca el nacimiento de la tradición religiosa euroamericana. Está claro que la cristiandad no constituye en sí misma una tradición europea, sino anterior a Europa, pero es a través de esa particular mediación euroamericana que la gente negra recibe aquí el cristianismo, lo cual la hace, también, profundamente americana. De muchas maneras, la gente negra ha sido no solo la más consciente, sino la que ha actuado como principal catalizador de la democracia americana. Y es precisamente el elemento democrático lo que Norteamérica reconoce como intrínsecamente suyo. Y por último, naturalmente, está el jazz, que es una de las formas artísticas más grandes del siglo XX, además de la forma democrática por excelencia, ya que pone el énfasis en lo experimental, lo pluralista, lo improvisacional, y, sobre todo, logra un equilibrio entre disciplina y espontaneidad, entre individualidad y comunidad. En el jazz, las voces individuales se escuchan mejor sobre el fondo de otras voces, igual que en las comunidades unos individuos necesitan a otros para llegar a madurar. En el jazz, nadie imita a nadie: es lo último que haría un músico, pues cada cual debe encontrar su propia voz dentro de la comunidad. Por eso, el jazz representa realmente la democracia en acción. Es una ironía que fueran los niggers, es decir, las víctimas de la democracia americana, quienes crearan el gran arte democrático americano.

-En alguna ocasión declaró usted que los tiempos actuales son los mejores y los peores para los negros americanos. ¿En qué sentido, los peores?

-Los peores, si se tienen en cuenta las posibilidades de que se cumplan las promesas formuladas por la democracia americana a los pobres y a la clase trabajadora negra. Norteamérica parece estar completamente satisfecha de sí misma, y en eso se basa el movimiento conservador. Tan satisfecha se halla de sí misma, que se ha hecho muy difícil convencer a los pobres y a la clase trabajadora negra de que las promesas lleguen a convertirse en realidad. Eso explica el profundo desánimo y la profunda desilusión que los embargan.

-En 1961, Du Bois emigró de Estados Unidos porque no veía ninguna salida para los miembros de su etnia. En The Future of the Race (El futuro de la raza), el libro que, tomando como punto de partida los escritos de Du Bois, escribió usted con Henry Louis Gales Jr., se muestra bastante pesimista; luchador, pero pesimista. En él, puede leerse: “Frente al abismo alarmante —o espantoso invierno—   del siglo XXI, tenemos que continuar luchando en favor de una democracia radical…”. Y a continuación, cita al propio Du Bois: “A hope not hopeless but unhopeful” (“Una esperanza no deseperanzada, pero sí desesperada”). Realmente, ¿no le ve salida a la situación?

-No cabe duda de que podríamos estar asistiendo al principio de la descomposición, disolución o desintegración de la civilización norteamericana. Pero, claro está, las civilizaciones se arrastran durante mucho tiempo desde que empiezan a declinar. De lo que, en cualquier caso, tampoco cabe duda es de que tenemos que seguir luchando. Quizá sea posible regenerar y rejuvenecer la civilización americana. Para mí, lo importante es mantener viva la tradición democrática radical de crítica, resistencia y lucha. Cómo mantener viva esa tradición es lo que yo quise plantear en el texto que usted ha citado. Más que pesimista, lo definiría con la famosa frase de Eugene O’Neill: “realismo fiel”. ¿Recuerda Long Day’s Joumey into Night (El largo viaje del día hacia la noche), cuando O’Neill afirma que «tartamudear» es para todos nosotros una forma innata de elocuencia? Aunque se refiera a su propio arte, creo que esa frase sirve también para describir la posición progresiva americana, comprometida con los movimientos antihomofóbico, antipatriarcal, antirracista, o sea, todos esos movimientos que le permiten a uno ser un “fiel realista” y no paralizarse ante la situación. Lo que quiero decir es que, por mucha oscuridad que haya a nuestro alrededor, siempre parpadea una pequeña llama, casi indiscernible, de esperanza. Por más que parezca que algo esté acabado, la esperanza no se extingue del todo. Pero, bueno, así ha sido la historia de la esclavitud negra en América a lo largo de 246 años: una llamita apenas parpadeante de esperanza.

-Y sin embargo, más fuerte de lo que aparentaba ser…

-Muy fuerte. Y nos gusta mirar hacia atrás para subrayar esos actos heroicos. Pero, si se considera la forma de vida de los chicos y chicas de 26 años, con un alto grado de alcoholismo y de autoflagelación, nos percatamos de que el dolor y el sufrimiento todavía forman parte importante de esa tradición heroica. En la América de hoy, las acciones heroicas se desarrollan en paralelo a un tremendo deterioro: drogadicción, gente negra luchando entre sí, violencia doméstica, abuso de menores… El deterioro y la resistencia van de la mano. Así y todo, la vela sigue parpadeando.

-Los años 50 y 60 podrían definirse como las décadas del Movimiento en favor de los Derechos Civiles; los 70, como los del Black Power. ¿Cómo definiría los 80 y 90?

-Como la búsqueda de liderazgo en medio de la confusión.

-El problema de la ausencia de líderes es un tema recurrente dentro de la comunidad afroamericana. Paradójicamente, los afroamericanos no habían obtenido nunca tanto reconocimiento en todos los campos.

-Una cosa es que haya muchas caras negras visibles, y otra que existan líderes de organizaciones cuyo objetivo sea el cambio social. No tendríamos hoy tantas caras negras visibles, de no haber existido organizaciones que presionaran a la América blanca dominante. Sin capacidad organizativa, esas caras visibles quedarán aisladas, alienadas y desarraigadas de la comunidad negra. La lucha por la liberación negra se centrará entonces en los deseos de la clase media y no en las necesidades de los trabajadores y de los pobres, lo cual reforzará la división de clases.

-¿Y qué hacer para evitar esa división?

-Ser capaces de trasladamos de un contexto a otro.

-Eso exige un doble trabajo por parte de los intelectuales negros…

-O triple, o cuádruple. En un mismo día, tienes que ser capaz de sentarte con el comité editorial de un periódico como el Boston Globe —y hablar su propio lenguaje, de forma que los argumentos resulten persuasivos y las visiones contagiosas—, e inmediatamente después desenvolverte en un contexto de comunidad —centro cívico, iglesia o mezquita— y hablar en un lenguaje al que estén acostumbrados, sin dejar de transmitir tu visión y tu análisis. Luego, regresas a Harvard y te encuentras otra vez en un contexto diferente. Hay que saber moverse de acá para allá.  Esa es justamente la sensibilidad del jazz: proteica, flexible, fluida, con capacidad de improvisar y adaptarse a nuevas circunstancias. Todo ello preservando la integridad de uno mismo y de la lucha. No estamos hablando de manipulaciones oportunistas —eso no sería preservar la integridad—, sino de valentía para seguir siendo uno mismo en cada contexto.

-En Breaking Bread (Partiendo pan), su libro de conversaciones con bell hooks, comenta usted que en las iglesias negras se inducía a los fieles a prestar servicio a la raza. ¿Es ese uno de los objetivos fundamentales de su actividad?

-Pensemos en Antón Pávlovich Chéjov, el mayor artista de la modernidad, y en John Coltrane, el más grande de la modernidad americana. ¿Qué tienen en común ambas figuras? Que la idea de servicio ocupa el centro de su visión del mundo. El primero, nieto de un siervo en una Rusia dejada de la mano de Dios, se hace médico, se entrega al cuidado de los leprosos en la isla de Sajalín y contrae la tuberculosis que le causará la muerte a los 44 años. Lo fundamental en su obra y en su vida era la decencia, es decir, el esfuerzo por liberarse del esclavo que llevamos dentro y conseguir lo que podríamos llamar libertad existencial. Y eso requiere una gran valentía. Poca gente tiene el coraje de explorar en la selva de su propio corazón y de su propia alma, e intentar desmenuzar toda la fealdad que la sociedad ha introducido en nosotros a través de las experiencias históricas. A demasiados izquierdistas les gusta hablar de principios, pero su comportamiento es tan cobarde como el de cualquiera. Y es porque nunca han llegado a la estructura existencial que Chéjov denominaba “decencia». Nosotros pensamos que la decencia es un rasgo victoriano, mientras que para él era una forma de lucha. Unía la decencia a la empatía, a la compasión y a lo que nosotros llamamos “servicio». Políticamente hablando, era de izquierdas, pero lo más importante es que sabía que la libertad existencial —el hecho de ser una persona decente, de luchar, dentro de sí mismo, contra la mentalidad esclavista, colonizadora, patriarcal y homofóbica, hasta llegar a ser enteramente humano— sirve para entregarse a los demás. Chéjov actuó de esa forma con una inmensa noche como telón de fondo. Por eso parte siempre del lado nocturno de la condición humana: el sufrimiento. La tradición espiritual negra empieza también con el lado nocturno: el infierno en el cual se vive. Pero nunca hay que permitir que la oscuridad tenga la última palabra. La libertad existencial permite comportarse solidariamente con los que sufren. La razón por la cual considero a esos dos personajes como espíritus afines no es otra que la del servicio a la raza. Y hay que mantener viva esa tradición. Creo que la voluntad de servicio es lo mejor de la experiencia humana.

-¿Por qué mencionó a Coltrane, en lugar de a cualquier otro músico de jazz?

-No creo que exista un músico de jazz que se sumerja más a fondo en el tipo de libertad del que estoy hablando. Existen músicos técnicamente mejores, pero casi todos los jazzmen coincidirán en que hay un no sé qué espiritual en su música, algo que afecta al nivel más profundo, algo que habla a los sentidos y a las emociones de una forma que otros no consiguen hacer. Su lenguaje es el mismo que el de Chéjov. En la lucha de ambos hay bondad y ternura. Y sin embargo, esa lucha es intensa y feroz. Por eso, algunas personas solo alcanzan a ver en Chéjov la parte oscura. En su famoso ensayo Creación a partir de la nada, él mismo reconoció que era el poeta de la desesperanza y el desamparo. También es posible escuchar a Coltrane y decirse: «Oh, Dios mío, en su sonido no hay más que cólera y enfado, no es capaz de imponer orden alguno en ese caos enfurecido»… Creo que los dos personajes convergen, no solo como individuos, sino como parte de una tradición. En el centro de la definición de ambos se hallaba la negación de su humanidad —de los campesinos y siervos en un caso, y de los negros en otro—. El alma eslava es como el alma negra. La superioridad literaria de los rusos en determinado momento —Tolstoi, Dostoievski, Turgueniev—, se corresponde con la superioridad de los negros en cuanto a la música popular del siglo XX. Esto no tiene nada que ver con los genes, sino con la historia, la cultura y un talento disciplinado por el sacrificio.

-¿Qué opina usted de la siguiente afirmación de Stanley Crouch: “Cuando veo a la gente negra dándole aún vueltas al tema de la importancia de ser afroamericanos, sé que sigue perdida”?

-En cierto sentido, todos estamos perdidos, incluido Stanley. Pero estar perdido, no es necesariamente algo negativo. A menudo, es la gente que se cree que no está perdida la que vive engañada. En cierto sentido, ser moderno es estar desconectado, desarraigado, exiliado, sin hogar, es decir, perdido. Pero hay diferentes maneras de estarlo. En fin, para contestar a lo que dijo Stanley: creo que la crisis de identidad de la gente negra es parte intrínseca de su lucha por la libertad. No es, pues, ninguna casualidad que los negros estén continuamente redefiniéndose, redenominándose. Es un proceso fundamental. Si él, por ejemplo, se define como «americano» a secas, sabe perfectamente que ello encierra una gran dimensión negra. Pero yo no me definiría así.

-Cuando alguien, en Europa, me pregunta cómo son los americanos, me quedo algo perpleja y pregunto a mi vez: ¿Cuáles? ¿Los judíos, los hispanos, los negros, los asiáticos, los wasp…?

-Exactamente: ¿cuáles? Provenimos de experiencias diferentes. Cuando leí por primera vez Pagan Spain (1), de Richard Wright, quedé profundamente conmovido. Creo que capta muy bien el sentido de lo trágico. Muchas naciones europeas —exceptuando Gran Bretaña— han experimentado la derrota y han lidiado con ella sin intentar negarla. Tiempo atrás, fueron el gran imperio, como ahora lo es Norteamérica. Ciertamente, sabemos lo que es un imperio y sabemos que los imperios caen, aunque el Imperio no parezca saberlo… Uno de los periodistas del Boston Globe me decía, justamente, que jamás había pensado en la eventualidad de que pase el momento de la civilización americana. Le contesté que yo lo pienso cada día. Y no es por criticar, ya que hay grandes cosas en América, y en particular las prácticas democráticas de las que ya hemos hablado. Pero la decadencia de esta civilización es ahora mismo lo bastante profunda como para considerar la posibilidad de que se hunda en un plazo de cien o ciento cincuenta años.

-¿Y qué vendría a continuación, después de tantos experimentos como se han llevado a cabo?

-En el caso de que la civilización americana se hunda, solo podré rezar y confiar en que las prácticas e ideales democráticos que han constituido una parte —nunca lo bastante grande— de nuestra civilización, permanezcan en la memoria del mundo y que no se olvide que existió gente luchadora, entre ellos los negros, que intentaron ser fieles a lo mejor de América. Quizá las siguientes civilizaciones puedan construir a partir de lo que nosotros intentamos conseguir, aunque sin éxito, ya que las élites dirigentes y el carácter mercantil de nuestra cultura se apoderaron de la situación y enloquecieron.

-Suele decirse que la historia se repite. Sin embargo, usted ha escrito que no solo nunca se repite, sino que es peligroso creerlo.

-Puede que la historia evolucione en espiral o dé la impresión de bordear una montaña, pero nunca se repite. Si volviese el fascismo, no sería a la manera de Hitler, Mussolini, Franco o Salazar. Si llegase a este país, lo haría al estilo americano. Creer que las cosas se repiten incapacita precisamente para luchar contra lo que se quiere evitar.

-Uno de sus grandes temas de interés es el de las relaciones entre negros y judíos. Aunque se trate de un asunto muy actual, viene de lejos. En 1937, Richard Wright publicó Black Boy (2), donde leemos: «La actitud de antagonismo y desconfianza hacia los judíos se nos inculcaba desde la infancia. No era un simple prejuicio racial, sino que formaba parte de nuestra cultura y de nuestra herencia». ¿Cuáles son las raíces de tal discrepancia?

-Hay tres puntos fundamentales. El primero, que toda civilización formada en la tradición cristiana ha tendido de alguna manera a ser antisemita. La cuestión se remonta a los asesinos de Jesucristo, es decir, a los judíos como deicidas y violadores de la fe sagrada, etc., etc. Se trata de algo consustancial a la emergencia del cristianismo, ya que este se inició como un movimiento de reforma dentro del judaísmo, en el que Jesús, un judío, actúa como elemento de crítica de las élites que finalmente le sentenciaron a muerte. No fueron los judíos quienes mataron a Jesucristo -sino el imperio romano, aunque con cierta complicidad de la aristocracia judía-, pero en subsiguientes interpretaciones de la cristiandad, cuando ésta se extendió a Europa, la culpabilidad judía fue en aumento. Y como sabemos, la cristiandad llega a América a través de Europa. El segundo punto es el económico. Durante la Edad Media, los judíos fueron excluidos de casi todos los oficios, razón por la cual el intercambio comercial se convirtió en su única ocupación legítima. Así pues, tienen a sus espaldas una larga historia de confinación en las ciudades, o más exactamente, en los guetos urbanos. Eso les diferencia de la mayoría de la gente que a lo largo de los últimos ciento cincuenta años se ha ido trasladando del campo a la ciudad. Los judíos son urbanos desde hace dos mil años. Al llegar a América, continúan con las mismas ocupaciones que sus antepasados, motivo por el cual se les asocia con el dinero: cobrar, prestar, etc. Como atestigua el propio Richard Wright, los tenderos judíos que se instalaron en Mississippí fueron muy pocos, porque la gran mayoría lo hicieron en Chicago, Nueva York y Filadelfia. Y algunos, también, en Atlanta y Charleston. Sin embargo, el Sur, en este país, es de los protestantes -blancos o negros, pero protestantes-. En síntesis, podría decirse que, como no se les permitió acceder a otro tipo de trabajos, los judíos están desproporcionadamente representados en el mundo de los negocios. Así sucedía en 1907 en Berlín, donde el 40% de la banca estaba controlada por ellos. En Norteamérica, representan actualmente el 2% de la población y concentran un 7,8% de la gran empresa. Así pues, no es que controlen el país -de ello se les acusó falsamente en Alemania-, sino que, al igual que entonces, poseen un porcentaje más alto que el de otros grupos: irlandeses, italianos … ¡y no digamos negros! El tercer punto es la especie de envidia que los negros sienten

hacia los logros de los judíos, vistos como gente capaz de organizarse de una forma que les permite ingresar en el mainstream, cosa que al pueblo negro no le ha resultado posible. Pero hay que tener en cuenta que las barreras con las que han topado los unos y los otros son muy diferentes. Para empezar, los judíos son gente con tradición de estudios, puesto que la interpretación de los textos ocupaba un lugar central en sus vidas. En cambio…

-No quisiera que abandonásemos el tema económico sin abordar antes una cuestión. Hay quien opina que los afroamericanos carecen de espíritu empresarial, mientras que otros consideran que la clave reside en que no reciben suficiente ayuda financiera por parte de los bancos —poco dispuestos a conceder créditos o invertir en empresas ubicadas en zonas consideradas conflictivas— o de otros estamentos en los que no disponen de la suficiente representación. ¿Cuál es su parecer?

-Pienso que las dos cosas son ciertas. Veamos: no se puede comparar un grupo que tiene dos mil años de experiencia urbana y de supervivencia en los negocios, con otro que apenas posee cuarenta, y al que, durante los 246 años que permaneció en la esclavitud, se le prohibió terminantemente aprender a leer. Son mundos distintos. Y aquí retomo el tercer punto. Incluso bajo el régimen antisemita más duro, se permitió a los judíos mantener sus instituciones autónomas, aprender la cábala, etc.

En la América negra, existe gente letrada desde hace sólo cien años, y en su mayoría vivía en el campo hasta 1940. En este aspecto, es como comparar manzanas y naranjas. También es verdad que el espíritu empresarial de las comunidades negras ha sido fieramente atacado desde el principio: dos de cada tres linchamientos tenían como propósito impedir su competencia económica. A través de los linchamientos, se les decía claramente: «Este es nuestro país, a ver si os enteráis». Cualquier tentativa de establecerse por su cuenta fue totalmente aplastada. Ningún otro grupo —italianos, irlandeses, polacos— ha sufrido semejante violencia contra sus intentos de independencia económica.

-Ha aclarado usted el panorama de las relaciones entre negros y judíos desde la perspectiva afroamericana. ¿Cómo se vería desde la hebreoamericana?

-También podrían señalarse tres puntos. El primero es que los judíos, a lo largo de la historia, raramente se han encontrado en una situación en la que no hayan sido considerados o tratados como underdogs [los de abajo]: odiados, perseguidos, degradados, deshonrados. Cuando llegan a Norteamérica, ya no son los de abajo: ese lugar lo ocupa la gente negra. Es una situación muy atípica para ellos. El segundo punto es que, en el contexto de los Estados Unidos, se les permite florecer y prosperar…

-Por eso mismo tendrían que ser quienes mejor entendieran la situación de los afroamericanos.

-Hasta cierto punto, lo han sido. Proporcionalmente, son los que más han contribuido a la lucha por la libertad de los negros. Pero las cosas han cambiado recientemente, y esto me lleva al tercer punto. Después del holocausto y de la fundación del Estado de Israel —en mayo de 1948—, la identidad judeomericana empieza a girar en tomo a las relaciones con el Estado de Israel. Otra observación acerca de la continuidad judía es el alto porcentaje de bodas exógenas: el 51 o 52% de los judíos se casan fuera de su comunidad, lo cual representa un alto coeficiente de aceptación y asimilación en el mainstream. Pero lo fundamental para la identidad judía es el Estado de Israel, un asunto muy complicado en términos de relación con otros grupos, entre ellos los negros. Estos encuentran similitudes entre su propia condición y la palestina, pues consideran la expansión israelí de 1967 como una forma de subyugación análoga a la suya en América. El Congreso judío dice entonces: «¿Nos estáis atribuyendo el papel de opresores, cuando somos el ejemplo de los oprimidos del mundo?» A lo cual, responden los negros: «Un momento. En América no sois los oprimidos. De hecho, sois el grupo con la renta per cápita más alta después de los japoneses. O sea, que no os podéis poner como ejemplo». A su vez, los judíos contestan que América es diferente, y los negros les recuerdan que el Estado de Israel recibe más de dos mil millones de dólares del mayor imperio del siglo XX. «Así pues —concluyen los judíos—, no queréis ayudarnos en el enfrentamiento con nuestros vecinos hostiles. Eso significa que, a partir de ahora, miramos el mundo a través de cristales diferentes». En los últimos veinte o veinticinco años, un número asombroso de judíos ha ingresado en las clases media y media alta. Es decir, por primera vez los judíos pertenecen en su mayoría a la clase media, circunstancia que acarrea un efecto conservador en cualquier grupo. A pesar de ello, es un milagro que el 78% siga prefiriendo el Partido Demócrata, lo cual demuestra que guardan memoria histórica de las injusticias sufridas. El hecho de que en 1980 un 35% votara a Ronald Reagan, carecía de precedentes. Y es que Reagan era bueno para Israel, aunque no lo fuera para los negros. Todo ello va separando a unos de otros. El incremento del conservadurismo negro de que hablábamos al comienzo, es también un reflejo de la irrupción de este grupo en la clase media. Y a causa de los diferentes puntos de vista políticos, surgen tensiones entre ambas clases medias. Sin embargo, no hemos de olvidar que existen alianzas negro-judías que trabajan conjuntamente con los movimientos sindicalistas, y que en la cuestión de votar a alcaldes negros, los judíos siguen siendo proporcionalmente los que aportan mayor apoyo. ¡Una larga respuesta a su pregunta!

-No tan larga, considerando el tiempo que usted dedica al estudio de las relaciones negro-judías. Al mencionar los matrimonios exógenos, me ha recordado que nunca utiliza usted en sus escritos el término «interracial». Compruebo que tampoco en su conversación.

-La raza es una construcción tan arbitraria… Existe solo una raza: la humana, dentro de la cual figuran diferentes grupos. La clasificación por razas es un concepto moderno, ya que no aparece hasta el siglo XVII. A los griegos —Platón, Aristóteles— eso de las razas les hubiese producido una enorme extrañeza. Se trata de un discurso moderno que, sin embargo, aplicamos a nuestra visión del pasado. Entonces se hablaba de diferente color, nunca de diferente raza. Los matrimonios exógenos afirman precisamente una humanidad común.

1 España pagana. La Pléyade. Buenos Aires, 1970; Orígenes. Madrid, 1989.

2 Mi vida de negro. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 1946 y 1951; El negrito. Afrodisio Aguado. Madrid, 1950.

Entrevista incluida en Mireia Sentís. El pico del águila: una introducción a la cultura afroamericana. Madrid: Árdora, 1998, p. 225-245.