Sophie Caratini y los "Hijos de las nubes" por Bahia Awah

Cada vez que voy a realizar un viaje de esos largos y me detengo a hacer mi maleta recuerdo cuando de niño me fijaba atentamente en cómo mi padre ensillaba su dromedario cuando se iba de bauah[1] en busca de agua, pastos o ejerciendo de dayar[2] detrás de las huellas del ganado extraviado. Tres cosas fundamentales preparaba la noche anterior al viaje, un buen guirba[3], un znad[4] y su mecha de nur[5] y un cuchillo de lemleida[6]. Claro que los tiempos cambian y cada generación sigue el inevitable curso evolutivo de su sociedad. Yo cada vez que viajo de Europa a África lo primero que guardo en mi mochila es un libro de viaje, un libro que no me aburre, un libro y un autor que me hacen compañía con pasajes literarios como los de Javier Reverte, Ramón Mayrata o Ryszard Kapuscinski. Pero en mi viaje de noviembre del pasado año 2009 elegí, acertando, el libro de otro escritor, Hijos de las nubes (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo) de la etnóloga Sophie Caratini, en su entretenido periplo en busca de la sociedad saharaui en los años setenta.

La primera vez que oí hablar ella fue en 1994 en Nuagchot, la capital mauritana. Mi tío me dijo:
–Aquí tengo un libro en francés escrito por una historiadora gala y que habla del Sahara. Creo que no te va a gustar, porque enfoca su contenido desde el tribalismo en la sociedad saharaui, pero es muy interesante, léelo. Su título, Les Rgaybat 1610 - 1934. Cogí el libro y lo estuve hojeando varios días para determinar cómo la autora quiso proyectar su mirada sobre los saharauis centrándose en el estudio de una tribu. Era una edición en lengua francesa, y no la puede disfrutar por el poco dominio que tengo de esa lengua, pero me llamó la atención. Había fotos del Emir de Adrar mauritano junto con notables jefes tribales saharauis de aquella época, como Mhamed uld Eljalil, entre otros. Mi tío me indicaba que la persona de cabello largo que estaba al lado de ese notable saharaui era mi tío abuelo, Omar uld Awah, que fue su auxiliar cercano.

Dieciséis años más tarde de conocer ese libro llegaba a mis manos otro trabajo de esa misma escritora, Hijos de las nubes, sobre las experiencias de aquel viaje para su trabajo de tesis, en 1975. Subrayé en la primera parte del libro este párrafo con el que uno aquellos jóvenes Polisarios explicaba, al conocer que la joven era una etnóloga francesa, qué pretendían ser los saharauis con su proceso anticolonial y antitribal, “Queremos construir una sociedad justa e igualitaria. Nuestras tradiciones prueban que somos capaces de ello. Los habitantes del desierto siempre practicaron la solidaridad, la ayuda mutua y el sentido del honor. Entre nosotros no hay clases explotadoras ni reyes ni emires. … somos un pueblo libre y orgulloso y en nosotros tenemos con qué construir una sociedad moderna mucho más democrática que la vuestra”.
Sophie en aquellos años, como estudiante recién licenciada, venía con el propósito de estudiar una estructura tribal que sin embargo los saharauis declaraban abolida en su nuevo proceso liberador como un pueblo y no como un conjunto de tribus, algo que las potencias occidentales usaron para perpetuar su dominio colonial en África. Enfrascado en la lectura del libro cuando me lo permitía mi trabajo, seguí con Caratini, su atrevido y desafiante periplo por muchos lugares en el desierto. Alguno de esos lugares llegué a conocer y tengo referencias de otros en esa geografía de fronteras mauritano saharauis. Viví con mucha emoción la gran carga literaria con la que describía sus días y sus noches entre beduinos, muchos de los cuales estaban politizados por aquellas circunstancias, y se sentían arraigadamente bien identificados con su nacionalidad saharaui. Era el caso del joven del párrafo mencionado con anterioridad o del otro joven universitario que la atendió cariñosamente con su botiquín de guerrero. Ambos eran estudiantes, estaban muy influidos por los movimientos de liberación de la época y alzados clandestinamente contra el dominio colonial, porque "hay cosas que para lograrlas han de ser ocultas".
Cuando Sophie en 1975 buscaba encontrar hueco entre aquellos nómadas saharauis, yo me hallaba expuesto a los nuevos cambios políticos que estaban surgiendo muy cerca de esas fronteras en las que se encontraba la etnóloga, convertido en niño de guerra, huido en aquel éxodo, separado de mi familia por el conflicto, un suceso hacia el que Sophie en aquellos convulsos años no acababa de orientar su atención como etnóloga. Era una estudiante occidental que acababa de adentrarse en lo más profundo del desierto para compartir la vida de los pastores nómadas y vivir su experiencia como etnóloga que iniciaba el largo periplo de un investigador sediento por conocer y reflexionar sobre la teoría de los pueblos nómadas y sus orígenes. Como ella escribía, “pese a todo quise escribir mi tesis, el libro de su historia. Para ellos, en primer lugar, pues creía que no había que ocultar los engranajes de la estructura social, sino analizarlos a fin de poder superarlos“. Leyendo el libro en los campamentos de refugiados saharauis la imaginé muchas veces en aquellos años cerca de los desplazamientos que me condujeron al refugio. Poco tiempo después de que ella abandonara la zona, pasábamos muy cerca nosotros los refugiados sumidos en la pesadilla del éxodo, a veces bombardeados por la aviación marroquí, y otras perseguidos por las tropas mauritanas. Era yo un niño atendido y arropado por los Polisarios, pasando por Um Draiga, Guelta Zemur, muy cerca de Bir Umgrein, Tifariti y Ain Bentili, huidos en dirección al exilio que nos tocaba sufrir y ver cómo injustamente hasta hoy perdura por más de tres décadas. A los que hemos vivido aquella apocalipsis del 75 y 76 sin lugar a dudas que estas líneas itinerantes nos traen ingratos recuerdos, pero a la vez un necesario y merecido repaso a nuestra Historia expuesta con un croquis social etnográfico trazado desde el comienzo de su segunda edad de oro, que surgiría a partir del nacimiento del Polisario hasta nuestros días.

En ocasiones, en los campamentos saharauis, cuando sacaba Hijos de las nubes para seguir su lectura, mucha gente se fijaba en su título y me lo pedían para quedárselo. Pero siempre les respondía que no era mío, sino de una amiga que me lo había prestado y estaba esperando a que concluyera su lectura y devolverlo. Porque no es un libro que se lee y se abandona o se pasa a otros, es investigación sobre nuestra Historia. Finalmente opté por forrarlo para no llamar la atención y complicarme en más respuestas. El lector puede que se enganche desde el primer momento como igual puede que le resulte difícil seguir el hilo en las primeras páginas cuando Sophie narra cómo intentaba salir de Nuagchot en busca de los saharauis nómadas y abandonar una ciudad donde reina la incertidumbre, la búsqueda del buen linaje y la exhibición de lo que aparentan ser las cosas, y no lo que son en realidad. En su lectura viví con dolor su enfermedad, sentí con mi corazón sus días de soledad, tan débil, haciendo el camino de regreso a través de itinerarios pedregosos y polvorientos, desplazándose en coches militares con su fragilidad ante las nuevas circunstancias después de consumir toda la fuerza y vitalidad que desplegó para conversar, entrevistar, meditar, escuchar y reflexionar. Todo el afán por sacar adelante un reto ante su desafío de futura etnóloga que pretendía recoger parte de la historia de aquella sociedad de nómadas del que le hablaba en la Universidad de Nanterre su profesor Ahmed Baba Meska. El hombre que ese mismo año se uniría a los dirigentes saharauis en su lucha.
Destaco el lado humano que se despierta en Sophie cuando se encuentra con el joven médico Polisario de larga melena, símbolo anticolonial y antitribal de la época entre los saharauis aunque ella tal vez desconocía este hecho, que le atendió con su botiquín y los pocos antibióticos de que disponía para sus compañeros que dejó alzados en los montes de Ergueiua, a prestar auxilio a una francesa enferma en un frig de beduinos. Al menos en su peor momento encontró un futuro médico para acompañarla y tratar de salvar su vida, si no con medicamentos al menos con su humanidad y complicidad. A la pregunta de Sophie sobre cómo se llamaba el joven le respondió:
–No puedo decirte mi nombre, basta con que me llames “el compañero de las montañas”[7].
Con eso quería decirle que era un guerrillero Polisario, clandestinos aún en aquellos difíciles años, perseguidos por la metrópoli. Y diría para finalizar que en el libro hay un grato momento cuando Caratini nos retrata a Luali, el mítico dirigente Polisario, sin saber ella entonces quién era. En su encuentro Luali le expone el ideal revolucionario concebido por el pueblo saharaui.

Por todos estos motivos considero que Hijos de las nubes, que no pueden ser otros que los saharauis, es una obra para dedicarle un merecido tiempo de lectura, de meditación y reflexión sobre y para el pueblo saharaui y su proceso de descolonización tratado con imparcialidad por una etnóloga francesa.

Bahia M. H. Awah
Poemario por un Sahara Libre

[1] Persona beduina con mucha inteligencia que se encarga de buscar, montada sobre un dromedario, lugares de nuevas acampadas y pasto para el ganado
[2] Buscador de camellos
[3] Odre para llevar agua
[4] Varita de hierro fundido utilizado tradicionalmente entre los saharauis para encender fuego friccionándola con una piedra silex y una mecha
[5] Especie de algodón para hacer la mecha que se obtiene de algunas plantas del desierto. Tiene un olor muy agradable en la combustión
[6] Cuchillo usado en la década de los 60 del pasado siglo revestido de nácar
[7] Estrofa del himno del Frente Polisario

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