"LA CATILINARIA DE SPONECK", por Miguel Ángel Bastenier

04 ago 2007 Babelia / El País

M. A. Bastenier

El responsable de la ayuda humanitaria de Naciones Unidas durante gran parte de la primera posguerra de Irak -tras el conflicto de Kuwait en 1991-, el alemán H. C. von Sponeck (Bremen, 1939), ha escrito Autopsia de Iraq, un libro frío y demoledor, una catilinaria austera sobre el tormento al que Estados Unidos y -como de ordinario- subsidiariamente el Reino Unido sometieron, no a un régimen como la propaganda rezaba, sino a una nación. El mayor que haya sufrido país alguno como consecuencia de sanciones de la ONU.

El programa "Petróleo por Alimentos", que comenzó a aplicarse en 1996 y duró hasta junio de 2003, unas semanas después del fin de la fase convencional de la segunda guerra del Golfo, estaba pensado para aliviar la situación del pueblo iraquí, de forma que las sanciones incidieran lo menos posible en el aprovisionamiento, sanidad, educación y reconstrucción del país, pero, en realidad, fue la sistematización de una tortura lenta, segura, perseverante para la consunción de Irak. Y es imposible, hoy, en plena fase guerrillera y terrorista de esa segunda guerra del Golfo, no establecer una conexión natural entre aquella posguerra y esta fase irregular del conflicto. La masa crítica del país, sus recursos sociales, económicos, culturales, quedaron entonces debilitados hasta el extremo de que cuando el presidente Bush dio la orden de invasión en marzo de 2003, un país exangüe apenas podía oponer alguna resistencia militar. La virtual destrucción de Irak que propugnaban los neo-con, entonces íntimos asesores del hombre de la Casa Blanca y talibanes de la supremacía de Israel en Oriente Próximo, era el inmisericorde corolario de aquel castigo.

Los datos de Von Sponeck

excusan al autor la necesidad de la ira, la retórica exaltación de la denuncia. Es como si prestara declaración ante un tribunal. A Irak se le permitía exportar crudo por valor de 2.000 millones de dólares cada seis meses; de esa suma 700 millones se destinaban a indemnizaciones de guerra y al pago de los servicios de la ONU, de forma que de los 1.300 millones restantes salían los iraquíes a 118 dólares per cápita para todo: sanidad, educación, infraestructuras. La ONU destinaba, por ejemplo, del propio presupuesto del país, algo más de cinco dólares semestrales por cabeza en la educación de los casi cinco millones de niños en edad escolar. Y para completar la faena, Washington debía autorizar cualquier compra externa para impedir las importaciones susceptibles de "doble uso", es decir, de presunta aplicación militar, lo que en la práctica implicaba retrasos formidables para adquirir una aspirina, como bien sabe una empresa de Barcelona que vendió un sistema de tratamiento de aguas al Gobierno que con tan menguados poderes aún presidía Sadam Husein. Al cabo de un año el crudo exportado se dobló a 2.600 millones, pero el deterioro de índices de nutrición, expectativa de vida, desarrollo humano, ya eran propios de la era preindustrial. Si en la guerra no había habido tiempo de bombardear Irak de vuelta a la Edad de Piedra, el programa conducía inexorablemente a algo parecido.

La posición de Washington y Londres, que atacaban el país desde el aire con una puntualidad que permitía a los que veían caer las bombas poner en hora sus relojes, no toleraba ningún remordimiento. Todo era culpa de Sadam Husein, que toreaba a los inspectores de la ONU para que, supuestamente, no pudieran encontrar las famosas armas de destrucción masiva; si se cumplía este objetivo, en cambio, se supone que habría cesado de inmediato el tormento, pero la evidencia de que tales armas, si habían existido, ya no era ése el caso cuando los marines entraban en Bagdad, hace hoy aún más cadavérica la mirada retrospectiva. Ni siquiera el autor podía saber cuánta era la enormidad del engaño que Bush y su acólito, el británico Tony Blair, intencional o neciamente habían perpetrado a la humanidad.

Y Von Sponeck es cualquier cosa menos un airado alternativo de la globalización; es un funcionario al que no le cabe duda de que las sanciones eran legítimas, avaladas por el Consejo de Seguridad, y de que Sadam Husein era uno de los individuos menos encomiables del planeta. Fueron los poderes anglosajones y una ONU incapaz de sustraerse a la fenomenal impostura los que habían convertido un programa de supervivencia en un plan para el aniquilamiento de una nación. El autor ha querido dar testimonio.

AUTOPSIA DE IRAQ

Autor: H. C. Von Sponeck
Traducción de Mercedes Villavista y Gonzalo Fernández Parrilla
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Madrid, 2007
550 páginas. 23 euros