Presentación de Iraq bajo la ocupación en la feria del libro de Sevilla
El 22 de mayo, en colaboración con la librería Atrapasueños, la Plataforma de Solidaridad con Palestina y la CEOSI (Campaña Estatal contra la Ocupación y por la Soberanía de Iraq), se presentó el libro Iraq bajo ocupación: destrucción de la identidad y la memoria por Belén Cuadrado, Carlos Varea y Ahmed Sefiani.
El periodista y escritor Juan José Téllez, que, finalmente, no pudo estar presente, envió la comunicación que reproducimos a continuacióIrak ya no existe. Esa es la principal conclusión que cabe extraer de la lectura de “Iraq Bajo Ocupación”, un libro colectivo editado por Carlos Varea, Paloma Valverde y Esther Sanz y con el que alcanza el noveno número la colección Encuentros de Ediciones del Oriente y el Mediterráneo. Bajo el subtítulo de “Destrucción de la identidad y la memoria”, la portada de la obra que hoy presentamos evoca como símbolo de la situación actual del país la silueta de aquella leona herida, asaeteada por flechas, que podemos contemplar en un célebre relieve asirio del siglo VII antes de Cristo.
En Irak, en la antigua mesopotamia que bascula entre los ríos Tigris y Eúfrates, alguien soñó que estuvo la cuna de la humanidad. Hoy, tras seis años de ocupación, se nos presenta un país devastado no sólo en las carnes abiertas de su población –un millón de muertos, cinco millones de desplazados—sino en sus señas de identidad, desde su vieja cultura en los yacimientos saqueados de Asur y de Nipur, o la cultura cotidiana de las bibliotecas y museos cuyas colecciones han acabado subastadas al mejor postor en los mercados negros del arte, o en la laicidad que, entre sus escasos aciertos, el partido Baaz imprimió a la administración iraquí que hoy se encuentra en manos de lo que aquí se denuncia como “una oligarquía mafiosa y teocrática” que gestiona la renta petrolífera al servicio de intereses foráneos.
Pedro Martínez Montávez, uno de los escritores que participan en esta obra, habla de ocupación y fragmentación sectaria del Maxreq en su conjunto, esto es, la región que aquí tendríamos que llamar Oriente Próximo y que solemos denominar como Oriente Medio porque le hacemos más caso al middle-east de sus colonizadores británicos que a la geografía propiamente dicha. Para su análisis, Martínez Montávez no sólo se remonta necesariamente a la llamada primera guerra del golfo sino a la historia de dicho confín, un espacio de dolor como la América Latina de Simón Bolívar, un territorio que como la América Latina de Eduardo Galeano, también nos muestra eternamente sus venas abiertas.
Martínez Montávez habla de taifismo, de fragmentación de esa identidad unitaria y apunta hacia la dirección a la que probablemente lleven futuros acontecimientos: “¿Hace falta añadir que precisamente Irán es otra pieza clave de la cuestión de iraq, desde un principio, y que seguirá siéndolo? Y no sólo de la cuestión de Iraq, sino de la cuestión global de toda la región, y por lo mismo es pieza clave también en el plan global estadounidense de reordenación neocolonial de toda la zona bajo su dominio”.
Tras la denuncia apasionada de Rosa Regás, que niega que haya justificación posible a la guerra en la que vergonzosamente participó España y a la ocupación que todavía perdura, Teresa Aranguren, a través de un texto titulado “La invasión de los bárbaros”, se centra en la matanza de Mahmudilla, a 12 de marzo de 2006 y en el que ella explica como lo más estremecedor de aquel suceso “no fue la orgía de sangre de unos soldados en el fragor del combate, ni una venganza, ni un acto de locura. Fue una manera de pasar la tarde. Tan sencillo como aplastar una hormiga”.
Así se expresaba de hecho uno de los actores de aquella tragedia, el soldado Steven Green, expulsado del ejército por conducta antisocial: “Vine aquí a matar iraquíes, es de lo que va esta guerra, ¿no?… Matar a esta gente ha sido como aplastar una hormiga”.
Tanto él como otros cuatro soldados jugaban a las cartas y bebían güisqui en una de las tiendas de su base militar y alguien dijo con desgana: “¿por qué no vamos a violar a la chica?”. Se trataba de Abir Qassim al-Janabi, una iraquí de 14 años que fue violada y asesinada junto a sus padres y la hermana pequeña, de cinco años.
“¿Por qué no vamos a violar a la chica?
Hay que prestar atención a esa frase –sugiere Teresa Aranguren–. Imaginar cómo fue dicha en torno a una mesa en la que un grupo de militares estadounidenses mataban su aburrimiento jugando a las cartas.
La barbarie de la ocupación se expresa en la naturalidad con que fue dicha esa frase.
¿Por qué no vamos a violar a la chica?
La chica era Iraq”.
En un análisis audaz que titula “Las reglas del caos”, Santiago Alba desmonta en este libro alguno de los lugares comunes más frecuentes en torno a la guerra, ocupación y resistencia en Iraq, desde el papel de las propias Naciones Unidas al de los medios de comunicación que han contribuido a enturbiar la visión de la ocupación, favoreciendo el espectáculo de una información carente de contexto en donde nos dejamos atrapar por los gags del terror y la tortura, haciendo caso omiso a otros aspectos sustanciales del conflicto, como los pingües beneficios que empresas occidentales están obteniendo bajo tanta barbarie: “Las muertes –afirma—ocurren en Iraq, el obscurecimiento político y moral en todo el mundo”.
Desde el estallido del “Maine” en la bahía de La Habana, que favoreció a finales del siglo XIX la guerra hispano-norteamericana, La Casa Blanca siempre ha buscado pretextos o coartadas para entrar en conflicto o cometer crímenes de Estado con la aquiescencia de la ciudadanía. En Irak ha vuelto a ocurrir. Una de las cortinas de humo para ocultar el interés estratégico fue el de la democratización de la tiranía de Sadam Hussein, que indudablemente lo era. Pero en un cúmulo de despropósitos, se llegó a vincular a dicho déspota con la estructura de Al Qaeda, cuando su partido Baaz no era bien visto por el integrismo por sus coqueteos laicistas.
La escritora y traductora Bahira Abdulatif, que fue profesora de la Universidad de Bagdad, nos recuerda que los últimos gobiernos iraquíes habían aliviado en gran medida el machismo tribal de dicho país, que tras la ocupación vuelve a asesinar mujeres por “el incumplimiento de las estrictas normas religiosas o tribales, que obligan a las mujeres a llevar velo o les impiden acudir a su puesto de trabajo o a la universidad”. Incluso se ha llegado ahora a lapidar a una joven, algo insólito en la historia moderna de Iraq.
“¿Qué es lo que ha cambiado? –se pregunta ella–: la ocupación. El invasor, sin legitimidad moral alguna, está imponiendo por la fuerza, a sangre y fuego, su criterio ‘superior’ y una versión de la ‘cultura y la democracia estadounidenses’ a un pueblo soberano que no lo merece, que no lo necesita y que no lo ha pedido”.
La invasión de Irak, por lo tanto, no se sostiene sólo en intereses comerciales, sino imperialistas. Se está cambiando una identidad colectiva y, para ello, es importante destruir su memoria. Así, en esta obra, Fernando Báez habla de “memoricidio” al denunciar la destrucción de archivos y bibliotecas, mientras Joaquín María Córdoba denuncia cómo se esquilma su patrimonio arqueológico y cultural, en un continúo proceso de destrucción de una conciencia nacional propia, no supeditada a la cultura del imperio.
Lo resume, perefectamente, Hana Abdul Ilah al-Bayati, en el epílogo que cierra este libro colectivo, en aras de un futuro soberano e integrador.
“En su guerra contra Irak –escribe—, Estados Unidos ha pretendido destruirlo como Estado y como nación. El resultado ha sido una clase entera diezmada, la clase media secularizada de Iraq, que había demostrado su capacidad para manejar sus recursos de manera independiente para beneficio colectivo. Estados Unidos ha asesinado a más de un millón de iraquíes al tiempo que ha obligado al exilio a muchos millones más. Estados Unidos se ha embarcado en lo que debe entenderse el genocidio de una civilización, así como en su propio suicidio moral. En nombre de la democracia, Estados Unidos llevó la destrucción al pueblo de Iraq a una escala incomensurable, pero además intentó borrar su identidad, su memoria, su cultura, sus instituciones, su tejido social, sus formas de administración, comercio y vida cotidiana. La fuerza, sin embargo, no se impone con facilidad. La brutalidad del poder y del imperialismo se han puesto al descubierto definitiva y sorprendentemente, al mismo tiempo que el proyecto del Nuevo Siglo Estadounidense (The New American Century) finalmente ha fracasado”. O, al menos, eso esperamos.
El libro también incluye un artículo de Carlos Varea, titulado “Muerte y éxodo, la ocupación y la violencia sectaria en Iraq (2003-2008)”, en el que asegura que “la ocupación de Iraq ha generado la mayor y más rápida crisis mundial de refugiados de las últimas décadas”. Pero mejor, mucho mejor, que nos lo cuente él mismo.
Juan José Téllez
Presentación de Iraq bajo ocupación en la feria del libro de Sevilla 2009
Irak ya no existe. Esa es la principal conclusión que cabe extraer de la lectura de “Iraq Bajo Ocupación”, un libro colectivo editado por Carlos Varea, Paloma Valverde y Esther Sanz y con el que alcanza el noveno número la colección Encuentros de Ediciones del Oriente y el Mediterráneo. Bajo el subtítulo de “Destrucción de la identidad y la memoria”, la portada de la obra que hoy presentamos evoca como símbolo de la situación actual del país la silueta de aquella leona herida, asaeteada por flechas, que podemos contemplar en un célebre relieve asirio del siglo VII antes de Cristo.
En Irak, en la antigua mesopotamia que bascula entre los ríos Tigris y Eúfrates, alguien soñó que estuvo la cuna de la humanidad. Hoy, tras seis años de ocupación, se nos presenta un país devastado no sólo en las carnes abiertas de su población –un millón de muertos, cinco millones de desplazados—sino en sus señas de identidad, desde su vieja cultura en los yacimientos saqueados de Asur y de Nipur, o la cultura cotidiana de las bibliotecas y museos cuyas colecciones han acabado subastadas al mejor postor en los mercados negros del arte, o en la laicidad que, entre sus escasos aciertos, el partido Baaz imprimió a la administración iraquí que hoy se encuentra en manos de lo que aquí se denuncia como “una oligarquía mafiosa y teocrática” que gestiona la renta petrolífera al servicio de intereses foráneos.
Pedro Martínez Montávez, uno de los escritores que participan en esta obra, habla de ocupación y fragmentación sectaria del Maxreq en su conjunto, esto es, la región que aquí tendríamos que llamar Oriente Próximo y que solemos denominar como Oriente Medio porque le hacemos más caso al middle-east de sus colonizadores británicos que a la geografía propiamente dicha. Para su análisis, Martínez Montávez no sólo se remonta necesariamente a la llamada primera guerra del golfo sino a la historia de dicho confín, un espacio de dolor como la América Latina de Simón Bolívar, un territorio que como la América Latina de Eduardo Galeano, también nos muestra eternamente sus venas abiertas.
Martínez Montávez habla de taifismo, de fragmentación de esa identidad unitaria y apunta hacia la dirección a la que probablemente lleven futuros acontecimientos: “¿Hace falta añadir que precisamente Irán es otra pieza clave de la cuestión de iraq, desde un principio, y que seguirá siéndolo? Y no sólo de la cuestión de Iraq, sino de la cuestión global de toda la región, y por lo mismo es pieza clave también en el plan global estadounidense de reordenación neocolonial de toda la zona bajo su dominio”.
Tras la denuncia apasionada de Rosa Regás, que niega que haya justificación posible a la guerra en la que vergonzosamente participó España y a la ocupación que todavía perdura, Teresa Aranguren, a través de un texto titulado “La invasión de los bárbaros”, se centra en la matanza de Mahmudilla, a 12 de marzo de 2006 y en el que ella explica como lo más estremecedor de aquel suceso “no fue la orgía de sangre de unos soldados en el fragor del combate, ni una venganza, ni un acto de locura. Fue una manera de pasar la tarde. Tan sencillo como aplastar una hormiga”.
Así se expresaba de hecho uno de los actores de aquella tragedia, el soldado Steven Green, expulsado del ejército por conducta antisocial: “Vine aquí a matar iraquíes, es de lo que va esta guerra, ¿no?... Matar a esta gente ha sido como aplastar una hormiga”.
Tanto él como otros cuatro soldados jugaban a las cartas y bebían güisqui en una de las tiendas de su base militar y alguien dijo con desgana: “¿por qué no vamos a violar a la chica?”. Se trataba de Abir Qassim al-Janabi, una iraquí de 14 años que fue violada y asesinada junto a sus padres y la hermana pequeña, de cinco años.
“¿Por qué no vamos a violar a la chica?
Hay que prestar atención a esa frase –sugiere Teresa Aranguren--. Imaginar cómo fue dicha en torno a una mesa en la que un grupo de militares estadounidenses mataban su aburrimiento jugando a las cartas.
La barbarie de la ocupación se expresa en la naturalidad con que fue dicha esa frase.
¿Por qué no vamos a violar a la chica?
La chica era Iraq”.
En un análisis audaz que titula “Las reglas del caos”, Santiago Alba desmonta en este libro alguno de los lugares comunes más frecuentes en torno a la guerra, ocupación y resistencia en Iraq, desde el papel de las propias Naciones Unidas al de los medios de comunicación que han contribuido a enturbiar la visión de la ocupación, favoreciendo el espectáculo de una información carente de contexto en donde nos dejamos atrapar por los gags del terror y la tortura, haciendo caso omiso a otros aspectos sustanciales del conflicto, como los pingües beneficios que empresas occidentales están obteniendo bajo tanta barbarie: “Las muertes –afirma—ocurren en Iraq, el obscurecimiento político y moral en todo el mundo”.
Desde el estallido del “Maine” en la bahía de La Habana, que favoreció a finales del siglo XIX la guerra hispano-norteamericana, La Casa Blanca siempre ha buscado pretextos o coartadas para entrar en conflicto o cometer crímenes de Estado con la aquiescencia de la ciudadanía. En Irak ha vuelto a ocurrir. Una de las cortinas de humo para ocultar el interés estratégico fue el de la democratización de la tiranía de Sadam Hussein, que indudablemente lo era. Pero en un cúmulo de despropósitos, se llegó a vincular a dicho déspota con la estructura de Al Qaeda, cuando su partido Baaz no era bien visto por el integrismo por sus coqueteos laicistas.
La escritora y traductora Bahira Abdulatif, que fue profesora de la Universidad de Bagdad, nos recuerda que los últimos gobiernos iraquíes habían aliviado en gran medida el machismo tribal de dicho país, que tras la ocupación vuelve a asesinar mujeres por “el incumplimiento de las estrictas normas religiosas o tribales, que obligan a las mujeres a llevar velo o les impiden acudir a su puesto de trabajo o a la universidad”. Incluso se ha llegado ahora a lapidar a una joven, algo insólito en la historia moderna de Iraq.
“¿Qué es lo que ha cambiado? –se pregunta ella--: la ocupación. El invasor, sin legitimidad moral alguna, está imponiendo por la fuerza, a sangre y fuego, su criterio ‘superior’ y una versión de la ‘cultura y la democracia estadounidenses’ a un pueblo soberano que no lo merece, que no lo necesita y que no lo ha pedido”.
La invasión de Irak, por lo tanto, no se sostiene sólo en intereses comerciales, sino imperialistas. Se está cambiando una identidad colectiva y, para ello, es importante destruir su memoria. Así, en esta obra, Fernando Báez habla de “memoricidio” al denunciar la destrucción de archivos y bibliotecas, mientras Joaquín María Córdoba denuncia cómo se esquilma su patrimonio arqueológico y cultural, en un continúo proceso de destrucción de una conciencia nacional propia, no supeditada a la cultura del imperio.
Lo resume, perefectamente, Hana Abdul Ilah al-Bayati, en el epílogo que cierra este libro colectivo, en aras de un futuro soberano e integrador.
“En su guerra contra Irak –escribe—, Estados Unidos ha pretendido destruirlo como Estado y como nación. El resultado ha sido una clase entera diezmada, la clase media secularizada de Iraq, que había demostrado su capacidad para manejar sus recursos de manera independiente para beneficio colectivo. Estados Unidos ha asesinado a más de un millón de iraquíes al tiempo que ha obligado al exilio a muchos millones más. Estados Unidos se ha embarcado en lo que debe entenderse el genocidio de una civilización, así como en su propio suicidio moral. En nombre de la democracia, Estados Unidos llevó la destrucción al pueblo de Iraq a una escala incomensurable, pero además intentó borrar su identidad, su memoria, su cultura, sus instituciones, su tejido social, sus formas de administración, comercio y vida cotidiana. La fuerza, sin embargo, no se impone con facilidad. La brutalidad del poder y del imperialismo se han puesto al descubierto definitiva y sorprendentemente, al mismo tiempo que el proyecto del Nuevo Siglo Estadounidense (The New American Century) finalmente ha fracasado”. O, al menos, eso esperamos.
El libro también incluye un artículo de Carlos Varea, titulado “Muerte y éxodo, la ocupación y la violencia sectaria en Iraq (2003-2008)”, en el que asegura que “la ocupación de Iraq ha generado la mayor y más rápida crisis mundial de refugiados de las últimas décadas”. Pero mejor, mucho mejor, que nos lo cuente él mismo.
Juan José Téllez
Iraq bajo ocupación
Iraq bajo ocupación, Bahira Abdulatif
La destrucción de la identidad y la memoriaHoy se afirma que la violencia ha disminuido en Iraq y que, tras el triunfo de Barak Obama en EE.UU., es posible la retirada de las tropas extranjeras y la estabilización del país. La realidad es bien distinta: más allá del fin de la ocupación, el legado de la invasión de Iraq es aterrador.
Con cinco millones de desplazados internos y refugiados externos, Iraq sufre la mayor crisis mundial de la Historia reciente. Desde 2003 han muerto más de un millón de iraquíes. Un país extremadamente rico en recursos humanos y materiales se sitúa hoy entre los últimos del mundo en indicadores sociales y entre los primeros en corrupción, pobreza y violencia.
Recuperando una vieja lógica colonial, los ocupantes de Iraq han desmantelado el Estado y sus instituciones, han anulado la memoria histórica y cultural del país, han alentado el sectarismo y el confesionalismo y han favorecido el afianzamiento de corrientes regresivas destructoras de un tejido social antaño bien tramado y muy secularizado. La nueva legislación ha roto el marco jurídico unitario, suprimiendo el concepto de ciudadanía y sometiendo la ley a la religión: una oligarquía mafiosa y teocrática gestiona la renta petrolífera al servicio de intereses foráneos.
Las contribuciones de los autores a este libro colectivo componen un mosaico esclarecedor, el cual permite vislumbrar el terrible presente al que se enfrentan cada día los hombres y las mujeres de Iraq, comprender las claves del conflicto y su trascendencia regional e internacional y conocer las dimensiones concretas del daño causado al patrimonio cultural de la Humanidad en Iraq. Una obra para tomar conciencia de la destrucción premeditada y total de un país y de su sociedad.
Los autores: Bahira Abdulatif es escritora y traductora, y con anterioridad fue profesora en el Departamento de Español de la Universidad de Bagdad; Santiago Alba es escritor y ensayista; Teresa Aranguren es periodista y escritora, y en la actualidad es miembro del Consejo de Radiotelevisión Española; Fernando Báez es director de la Biblioteca Nacional de Venezuela; Hana al-Bayati es documentalista iraquí; Joaquín María Córdoba Zoilo es profesor de Historia de Oriente Antiguo de la Universidad Autónoma de Madrid y dirige excavaciones arqueológicas en Oriente Próximo y Asia Central; Pedro Martínez Montávez es arabista y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid; Rosa Regàs es escritora; y Carlos Varea es profesor de Antropología en la Universidad Autónoma de Madrid.
Paloma Valverde y Esther Sanz, junto con Carlos Varea, han preparado la edición de este libro, editado con el apoyo de la Universidad Autónoma de Madrid y de la Campaña Estatal contra la Ocupación y por la Soberanía de Iraq.