En medio de una ciudad rica que tenía un corazón cálido y una cabeza fría...

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Tarek Eltayeb, autor de "Estaciones. Una autobiografía", a los veinte años, en el momento de su viaje a Europa.

Tras la pesadilla de aquel primer viaje a un país árabe viene la decisión final de salir, de marcharse. El impulso, como ya le había ocurrido al padre, es ir hacia el norte, hacia un mundo desconocido. Cualquier lugar, por cruel y despiadado que fuera, sería mejor, más amable. En el norte, cualquier situación se haría más llevadera…

La entrada a aquel jardín del edén parece sumida en oscuros presagios. La vista desde el avión sugiere una especie de paraíso, pero el frío tan intenso hace pensar en lo contrario. El paraíso, tal y como a mí me lo habían enseñado, era lo contrario del fuego, de las brasas, de las llamas del infierno. Este frío pues, debe de ser sinónimo del paraíso. Y, sin embargo, con el tiempo, se convierte en una especie de frío infernal, en un infierno helado, lo cual quiere decir —en otras palabras— que en él la muerte va a ser lenta. Eso fue lo que sentí al principio. Y lo que más me dolió fue no poder hablar con los ángeles de aquel país, ni siquiera con sus demonios. Yo, que pensaba que el árabe era la lengua de los pobladores del Edén, tal y como nos habían contado, me encontraba ahora con que en realidad lo era el alemán.

No contar con la lengua del sitio donde se estaba avivó un nuevo sentido. Hizo que el ojo desarrollara su capacidad de observación. Al estar el oído privado de la función de comprender lo que se decía, la vista debía desarrollarse para suplir la misión del oído. Al ojo le correspondía a partir de ahora leer los movimientos de los cuerpos, los gestos, para intentar generar un diccionario improvisado que reemplazara —por difícil que eso fuera— al diccionario anterior…

Los trabajillos que me salían iban todos en la misma línea. De gran demanda física y rutinarios, permitían aprender y adquirir experiencia, pero dejaban en el cuerpo la impronta de la vida y presentaban a la mente un espacio que abría un sinfín de puertas que reclamaban un nuevo manojo de llaves. A no más de tres paradas del tranvía desde mi casa estaba uno de los museos más bellos del mundo; a solo dos, la ópera de Viena; a uno, el canal del Danubio, un paraíso cercano, en realidad. Y mientras, yo vivía un infierno, sumergido en un oscuro mar de inquietud, perdida la energía para combatir el frío y la energía para afrontar la pobreza en medio de una ciudad rica que tenía un corazón cálido y una cabeza fría.

De Estaciones. Una autobiografía, de Tarek Eltayeb (traducción del árabe de M. Luz Comendador).


"Estaciones. Una autobiografía" de Tarek Eltayeb

Lo que escribió quedó ahí, negro sobre blanco,
lo que quisiera haber dicho, en blanco sigue

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Padres y hermanos de Tarek Eltayeb fotografiados en Egipto en 1965

Sé que naciste el último año de la década de los cincuenta de este siglo en un viejo barrio popular del corazón de El Cairo y que no recuerdas cuándo empezaste a caminar ni a hablar. Pero lo que sí recuerdas es el instante en que tus ojos se toparon con las primeras letras. Contemplaban algo asombroso, nuevo y descomunal en lo alto de la cúpula y el minarete de la mezquita: aquellas líneas sinuosas y esbeltas, dentadas y estiradas, que se enredaban y retorcían, separaban y juntaban, arqueándose y encontrándose. Y luego, todos aquellos puntos que parecían estrellas, delante, detrás, encima y debajo de las letras. Un mundo mágico que los reverentes rezos de tu abuela te hicieron considerar sagrado. Aquella abuela que apenas sabía leer, pero que aseguraba que eso eran aleyas del Corán. Esos signos fueron para ti la primera pizarra, que no sabías por dónde empezar a «mirar», si por la derecha, por la izquierda o por el medio.
En la escuelita del maestro Ali, en el barrio de Ayn Shams te aprendiste de memoria la primera azora del Corán, la fátiha, y alguna otras más, de las cortas. En casa, cuando cogías un Corán, te quedabas embelesado delante de las dos primeras páginas —la de la fátiha y el principio de la azora de la Vaca— porque estaban decoradas con colores llamativos y tú, de momento, lo único que podías hacer era quedarte embobado mirándolas. En la breve distancia que separaba la superficie del papel y tu cara cabía un ancho mundo: el de entrenar el ojo y modular la boca. Una cosa era memorizar y recitar, y otra, conseguir descifrar aquellos signos.
Aprendidas las letras del alfabeto, el mundo tuvo más brillo; y las formas de la escritura resultaron más hermosas y cercanas para ti. Al aprender a escribir, cobró sentido el coger un lápiz para intentar trazar letras en lugar de garabatos. Ahí fue cuando empezaste a copiar muestras de caligrafía de manera que, antes de ingresar en la Escuela Primaria Imán Muhammad Abduh, ya eras capaz de escribir bien.
Durante el trayecto de autobús que iba desde vuestra casa a la de tu abuela en el barrio de Husainiyya, te gustaba quedarte de pie mirando por la ventana. Mirabas, ibas deletreando e intentabas leer los nombres de los negocios, los letreros de los establecimientos, los carteles pegados en las paredes…, cualquier cosa que cayera ante tus ojos. Si tu padre iba contigo, él te corregía cuando deletreabas o intentabas leer. Si era tu madre, era ella quien te corregía lo que lograba entender de lo que tú pronunciabas. Pero iba más rápido el autobús que tú pronunciando, así que la cosa se complicaba cada vez más.
Siendo tan pequeño, ya sentías cariño por algunas letras, que preferías por su forma. Te extrañabas de que sonaran bien algunas que no eran tus favoritas y de que no lo hicieran palabras que, al escribirse, te parecían preciosas. Con el tiempo esa sensación descabalada se fue ajustando hasta desaparecer. Aun así, sigues sintiendo predilección por la letra ﻫ porque su trazo es muy bonito cuando se escribe al principio de una palabra, y porque tiene algo de misterioso.

(traducción del árabe de M. Luz Comendador)


La iraquí Alia Mamduh busca a una artista desaparecida en su nueva novela, por Lydia Hernández Téllez

Madrid, 3 jun (EFE).-

Alia Mamduh salió de Irak hace décadas con intención de encontrar una belleza que anhelaba y que no encontraba en su país natal. «Hay cosas muy feas -la hipocresía, las mentiras- que no solo me han obligado a marcharme de mi país, sino que me obligaron a escribir», confiesa en una entrevista con EFE.

Esas mismas razones hicieron que, muchos años antes, otra mujer se marchase de Bagdad: Afaf Ayyub Al, artista polifacética a la que Mamduh dedica su última novela, «Al-Tanki, tras las huellas de una mujer iraquí», que esta semana se presentó en la Casa Árabe de Madrid.

«Afaf era una mujer real», explica la escritora en la entrevista. «Quizá soy la primera autora árabe que ha elegido un personaje real», añade.

Afaf salió de Irak en 1979 para exiliarse en París y desde entonces permanece desaparecida. La novela gira alrededor de la búsqueda de esta pintora, escritora, arquitecta, cantante y deportista por parte de su familia más cercana.

«Todos los personajes que aparecen a lo largo de la novela están preguntando al doctor Carl Valino para descubrir dónde se ha ido Afaf, pero en realidad se están buscando a ellos mismos, porque todos están perdidos. Son siete personajes y cada uno tiene una desgracia personal», adelanta la autora.

Confiesa que, en esta nueva narración, la búsqueda de Afaf esconde algo más: «Todas las personas están buscando algo, puede ser una simple ilusión, un sueño. Incluso sabiendo eso, están contentos de perseguir esa ilusión, porque nos mantiene vivos», afirma.

UN LIBRO «COMPLICADO DE LEER»

La escritora, actualmente afincada en París, es reconocida por jugar y experimentar con el lenguaje árabe, lo que le permite «huir de la realidad en la que estamos. El mundo que nos rodea nos obliga a buscar algo para escapar», explica.

Eso ha llevado a que su libro se considere como complicado o difícil de leer, tal y como aventura la reciente publicada traducción en español. Y Mamduh está de acuerdo con esa apreciación.

«El libro es difícil de leer si lo comparamos con lo que hay ahora. Los lectores a nivel mundial prefieren los libros fáciles, pero yo he elegido hacer uno que sea difícil, que no esté al alcance de todos», señala.

Fue esa especial complejidad la que la llevó a ser finalista del Premio Internacional Booker en árabe de 2020, siendo la única mujer entre cinco hombres que aspiraba al premio: «Por muchas consideraciones el primer premio lo ganó un argelino, pero conseguí llegar hasta la última fase», recalca.

«LA SITUACIÓN DE IRAK AHORA ESTÁ PEOR»

La historia de «Al-Tanki, tras las huellas de una mujer iraquí» empieza en 1922, según la autora, una época «en la que los misioneros americanos entraron a Irak”, lo que a su juicio demuestra que los americanos «siempre vieron Irak como una tierra a ocupar».

La autora considera que ahora, un siglo después, la situación en su tierra natal es todavía peor y está marcada por la hipocresía social que «se encuentra en la clase política, en los partidos, en todos los líderes del mundo».

«Antes al menos las mujeres podían bañarse en bañador, ahora no pueden hacerlo, ni siquiera les puedes ver la cara», apunta Mamduh a modo de ejemplo.

La exiliada iraquí recoge la violencia contra las mujeres en su novela «Naftalina», reeditada junto a su nueva publicación, en la que recupera la historia de su madre en una mezcla de realidad y ficción.

«Yo casi no conocí a mi madre, falleció cuando tenía tres años, pero he conseguido que viva en esta novela», indica.

«Naftalina» describe la violencia que sufría la madre de Mamduh por parte de su marido.

«Cuando mi padre volvió de Karbala informó a mi madre de que se había vuelto a casar. Aun con esa noticia, mi madre le recibía en casa, le quitaba los zapatos, le lavaba los pies… esa situación la viven algunas mujeres iraquíes todavía y es el culmen de la violencia de género y del maltrato a la mujer», relata la escritora.

Mamduh encuentra en la literatura árabe «un movimiento de mujeres rebeldes que hablan del amor, el sexo, la relación con el hombre. Las mujeres tienen una visión distinta a la de los hombres en estas cosas y espero que los traductores, los especialistas y las editoriales presten atención a las novelas escritas por mujeres árabes». EFE