Puente de fuego: Notas sobre el libro ‘Fuego profético negro’
Antes de traducir a autores como Cornel West o bell hooks, ignoraba, como la mayoría de la gente blanca, casi todo en lo referente al pensamiento afroamericano. Su literatura no entraba en mi radar, a pesar de considerarme un lector de escritores marginales, crítico de los grandes éxitos y las tendencias de masa. Por supuesto, me movía en la comodidad de una literatura irreverente, pero esta solía rayar la rebeldía sin causa ni ideales. Mis aspiraciones eran negativas, es decir, arremetía contra un sistema desde el resentimiento por pertenecer a una nueva generación perdida. La indignación se dirigía contra un difuso sentir, un malestar individualista, sin objeto. La literatura no era sino un narcótico para un eficaz aislamiento. Pero si mis autores predilectos pertenecían a una minoría, la temática afroamericana representaba una rareza; curiosa, sí, pero sin conexión alguna con la realidad española. Cuánto me equivocaba…
“¿Acaso hemos olvidado lo sublime que es arder por la justicia?”, se pregunta West en la introducción de Fuego profético negro, el último libro publicado por la colección Biblioteca Afroamericana de Madrid (BAAM). La asociación entre justicia y fuego como sentimiento interior me trae a la memoria estas palabras de Heráclito: “A su llegada, el fuego juzgará y alcanzará todas las cosas”. Conjunción entre justicia y fuego, justicia ardiente, la única que trasciende el tiempo y perdura. Justicia inextinguible, pero susceptible de ser olvidada; recordarla, “resucitarla”, es el principal cometido de West, hooks y cualquiera de los activistas negros dispuestos a morir para guiar un pueblo desarraigado hacia la salvación personal y colectiva, justo lo que hicieron los profetas negros analizados en el libro: Frederick Douglass, W. E. B. Du Bois, Martin Luther King Jr., Ella Baker, Malcolm X e Ida B. Wells.
¿Pues qué es arder por la justicia? En el ensayo dialogado no solo se le reclama al sistema político del país administrar justicia, sino se pide justicia, y se aspira a hacer justicia, como se hace un poema o se hace una casa. La casa de la justicia. Se arde, esto es, se vive para hacer reinar lo justo, lo que es de cada cual. El pueblo afroamericano fue privado de su destino y de su tierra, privado de lo que le era justo. Una mano blanca inclinó la balanza en su contra, pero la antorcha de la justica es recogida por cada nueva generación para restaurar el equilibrio. En el tránsito se produce una transformación –pues el fuego es transformación–: la persona esclavizada, despojada de nombre e historia, es sublimada, elevada por encima del orden establecido, como una buena hoguera ilumina con fuerza la noche. Y West no solo pregunta a sus hermanos negros si han olvidado el valor de esa experiencia, sino se lo pregunta a todo aquel en las tenazas de una cultura sin guía, una economía desbocada y caníbal.
Si antes los afroamericanos se enorgullecían de empoderar a los más necesitados, hoy, denuncia West, han sido seducidos por el individualismo y el mito del hombre hecho a sí mismo. Por eso el autor se plantea en el libro “resucitar el fuego profético negro”, apoyándose en sus grandes referentes, quienes, según él, ofrecen al activismo contemporáneo no solo inspiración, sino también lúcidos análisis de los mecanismos de poder y herramientas para solucionar los problemas organizativos de cualquier movimiento.
El libro, por tanto, apela a todos aquellos que aspiran a construir un mundo mejor y encuentran en esos “soldados negros” una visión del mundo que del dolor no produce odio, sino esperanza e ingenio. Tal y como escribe West en Partiendo pan, la obra que precede a Fuego profético en la colección:
“Los estudios afroamericanos nunca se concibieron para un alumnado exclusivamente afroamericano, sino para tratar de redefinir lo que significa ser humano, lo que significa ser moderno, lo que significa ser estadounidense, porque en este país la gente de descendencia africana es profundamente humana, profundamente moderna, profundamente estadounidense. Y, por lo tanto, en la medida en que los alumnos aprecien nuestras riquezas, así como nuestras limitaciones, podrán comprender mejor en qué consiste la modernidad y la experiencia estadounidense”.
¿Comprender la modernidad por medio de un grupo esclavizado y denigrado? La paradoja es que el color los mantuvo unidos en la penuria, y, para no sucumbir, formaron lazos religiosos, culturales y artísticos que, siendo “profundamente modernos”, cuestionaban la modernidad, le ofrecían un sabor de fuego, vitalista y solidario. También en Partiendo pan, hooks se asombra de: “nuestra capacidad de tomar posesión del dolor para moldearlo, reciclarlo y transformarlo en una fuente de poder”. De ahí la importancia de la experiencia afroamericana: es modelo de lucha, de “proceso, en el que se pasa de circunstancias difíciles y dolorosas a una mayor conciencia, alegría y plenitud”.
El libro aborda de forma dialogada la historia de la resistencia afroamericana y rescata de la memoria colectiva una serie de individuos “proféticos” que, en esencia, supieron decir no. No a la explotación, no a la miseria, no a la opresión, no a la segregación, no a la discriminación. El poeta Ángel Crespo, en su poema a la palabra No, escribió: “Tiene la virtud de despertar: entre los dos vacíos que la modelan –el de la Nada y el de la eventualidad del poema– la palabra No posee un rostro casi afirmativo”. Quienes saben decir no son despiertos que aspiran a ser poema, esto es, a afirmarse negando.
Frederick Douglass, un exesclavo que, después de huir al Norte, tuvo una carrera fulgurante como escritor y político, supo decir no, supo hacerse poema. Si bien era “hijo de su tiempo” y al final de sus años su fuego se amansó, estuvo dispuesto a morir para recuperar, en palabras del Quijote, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”: la libertad. Dijo Douglass: “No os dejéis engañar por ese falso pan de la libertad que dan a los esclavos emancipados”. Aquí resuenan estas otras palabras de Zambrano:
“Pan de sol, este que ha de ser comido en compañía. Puesto que el pan de veras no es cosa de ir a tomarlo uno mismo y comérselo a solas. Se ha de recibir o se ha de dar. La ley del pan manda que se ofrezca y que se reciba, que se comparta; que se coma junto con los demás, que así se hacen prójimos de verdad”.
El “pan de veras” es el pan compartido, no el que se come a solas, en obnubiladas fantasías de éxito y atención mediática. El pan de veras es pan de sol, es decir, fuego materializado. Y si saco a colación a Zambrano es porque hispanos y africanos podemos aprender mucho los unos de los otros, ser “prójimos de verdad”. El pan de sol es un puente de fuego.
Otro gran desconocido en España es el activista e intelectual W. E. B. Du Bois, a quien el libro dedica el segundo capítulo. De acuerdo con West, ofrece uno de los análisis más lúcidos acerca de los fundamentos del Imperio norteamericano, pero trazando la evolución del “don” afroamericano, el regalo del pueblo africano a la democracia estadounidense. A fin de cuentas, la cultura occidental se ha afromericanizado, y el puente de fuego, por mucho que se intente extinguir mediante la violencia y el terror, se propaga de forma subterránea, desde los puntos más insospechados.
“Haz algo por los demás”, le reveló una voz a Luther King, ese “icono domesticado” por la cultura dominante, las fuerzas de mercado, el narcisismo generalizado. Pues “no es posible mantener la tradición profética negra sin los valores contrarios al mercado”, reflexiona West. Quien se ofrece al otro y le brinda ayuda sin pedir nada a cambio es enemigo del sistema. Mutatis mutandis, quien no hace nada por los demás, socava la tradición profética, la tradición que entiende la vida no como un vehículo del capital, sino del conocimiento.
En Fuego profético, por supuesto, los autores no se olvidan de dos de las mujeres más insignes del movimiento: Ella Baker e Ida B. Wells. La primera propone una sencilla pero clarividente definición del activista: la persona que “ayuda a los oprimidos a ayudarse a sí mismos”; se trata, por tanto, de un existencialismo democrático que le da la vuelta a la vieja lógica del gran dirigente como pastor del pueblo; al revés: “el movimiento creó a L. King”. Y define dos tiempos yuxtapuestos: el de mercado y el democrático. El primero se refleja en el hipercapitalismo, los “ciclos de dominación, muerte y dogmatismo”; el segundo requiere paciencia, genera una conciencia revolucionaria que desafía el “poder oligárquico, su sistema económico basado en el beneficio y en los métodos de distracción cultural que anestesian a las masas”. Una “piedad democrática” en virtud de la cual se goza sirviendo a los demás. Y aquí de nuevo resuena la voz de María Zambrano: “Piedad es sentimiento de la heterogeneidad del ser […] anhelo por tanto de encontrar los tratos y modos de entenderse con cada una de esas maneras múltiples de realidad”. La pobreza religiosa es en cambio “eclipse de la Piedad”, es decir: tiempo de mercado.
Ida B. Wells, por otro lado, representa el paradigma del “activismo multicontextual”; dedica la vida a denunciar el “terrorismo norteamericano” y encabeza, por tanto, un movimiento antiterrorista. Su valor y espíritu inquebrantable la condenaron a la marginación, por cuanto “uno de los caminos más solitarios es el de la persona desnegratizada entre gente negratizada”. Una persona negratizada es quien interioriza el racismo y deja de luchar por su dignidad. En el contexto afroamericano, desnegratizar es devolver la autoestima y la pasión por la vida (como en España hicieron Unamuno, Zambrano, Lorca…). ¿Y quién se dedicó con más ahínco a “sacar al nigger” de la persona negratizada? Malcolm X, desde luego, quizás el profeta negro más flamígero de todos. “Música en movimiento”, lo describe West, profeta de la rabia negra, alzó su voz como un dragón arroja llamas: “No existe un problema negro. Queremos lo que vosotros queréis”.
El libro concluye con una crítica al expresidente Obama, quien, por su condición de símbolo, entorpeció la crítica al sistema imperialista y explotador. “¿Acaso no es hipócrita alzar la voz cuando el faraón es blanco, pero no proferir ni una palabra crítica cuando es negro?»” se pregunta West. Justicia universal, por tanto, pero sin minimizar el problema racial en Estados Unidos. “La tradición profética negra ha sido la levadura en la hogaza democrática norteamericana”, cierto, pero su ejemplo apela al mundo entero; revela el poder creador de la libertad.
Artículo completo en fronterad
Lucas Martí Domken (Madrid, 1984) es licenciado en economía de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, poeta y traductor de alemán e inglés. Ha traducido la novela Noche de fuego (Acantilado, 2019), de Colin Thubron; Sobre el poder del amor (Pretextos, 2021), una selección de aforismos y cartas inéditas del pensador alemán G. C. Lichtenberg; Leer a Sedgwick (Traficantes de sueño, 2022), una colección de ensayos en torno a la obra de la pensadora feminista Eve Sedgwick; y Partiendo Pan (BAAM, 2023), una serie de diálogos que mantuvieron los pensadores afroamericanos Cornel West y bell hooks. Asimismo, ha colaborado en el libro coral Pedir la luna, una reflexión colectiva sobre la traducción (Enclave, 2019), y prologado el libro Erótica del C-19 (Huerga y Fierro, 2020). También ha colaborado en las revistas digitales Hänsel i Gretel y Vasos Comunicantes, así como en La maleta de Portbou. Entre 2011 y 2016 vivió en China (Hunan), donde dio clases de español.