Carta de Rachel Corrie a su madre el 27 de febrero de 2003: "estoy siendo testigo de un genocidio insidioso y crónico".
CARTA DE RACHEL CORRIE* A SU MADRE
27 de febrero de 2003
Te quiero. Te echo mucho de menos.
He tenido pesadillas con los tanques y las excavadoras rondando nuestra casa, y tú y yo estábamos dentro. Durante semanas la adrenalina actúa como un anestésico, pero de repente, una tarde o una noche, la realidad te golpea de nuevo. Estoy realmente asustada por lo que le pueda pasar a esta gente.
Ayer vi a un padre con sus dos hijos pequeños agarrados de la mano tratando de alejarse de su casa, a la vista de los tanques, de la torreta de francotiradores, de las excavadoras y de los jeeps, porque pensó que su casa iba a ser explosionada. Jenny y yo permanecimos dentro de la casa con otras mujeres y dos niños pequeños. Fue un error nuestro de traducción lo que le hizo creer que su casa iba ser demolida. En realidad, el ejército israelí quería detonar un explosivo que al parecer había sido colocado en las cercanías por la resistencia palestina.
En esta misma zona, el pasado domingo, cerca de ciento cincuenta personas fueron acorraladas y mantenidas a tiro limpio fuera del asentamiento mientras las excavadoras destrozaban veinticinco invernaderos: el medio de vida de trescientas personas. El explosivo estaba colocado frente a los invernaderos, justo en el punto por donde los tanques entrarían de nuevo en caso de regresar.
Me aterroriza pensar que este hombre creyera menos peligroso caminar con los niños a la vista de los tanques que permanecer en su casa. Me asusté y pensé que los iban a disparar a todos, así que me interpusé entre ellos y el tanque. Esto pasa todos los días, pero este hombre con los dos niños, que parecían muy tristes, me llamó particularmente la atención, seguramente porque creía que fue nuestro error en la traducción lo que le hizo abandonar la casa.
He pensado mucho en lo que me dijiste por teléfono acerca de que la violencia de los palestinos no ayuda a mejorar la situación. Hace dos años, sesenta mil habitantes de Rafa se desplazaban todos los días a trabajar a Israel, ahora, solamente seiscientos pueden hacerlo, de los cuales, la mayoría se han tenido que mudar porque los tres puestos de control que hay desde Rafa a Ashkelon (la ciudad israelí más cercana) han transformado lo que solía ser un trayecto de cuarenta minutos en una ruta imposible de doce horas.
Y lo que es más, todo lo que en 1999 Rafa identificó como fuentes de crecimiento económico ha sido destruido: el aeropuerto internacional de Gaza (las pistas destruidas y el aeropuerto cerrado por completo), la frontera comercial con Egipto (una gigantesca torreta de francotiradores se levanta en mitad del cruce), el acceso al mar (cortado por completo en los dos últimos años por un puesto de control y por el asentamiento de Gush Katif).
El número de hogares destrozados en Rafa desde el comienzo de la Segunda Intifada supera los seiscientos, gente que en la mayor parte de los casos no tiene ninguna relación con la resistencia, simplemente vivían en la frontera. Me parece que ya es oficial que Rafa es el lugar más pobre del planeta. No hace mucho, aquí solía haber una clase media.
También tenemos informes que dicen que en el pasado los cargamentos de flores de Gaza a Europa eran retenidos por razones de seguridad durante dos semanas en el paso fronterizo de Erez. Ya te puedes imaginar el valor de las flores dos semanas después de ser cortadas; de manera que ese mercado también se «secó». Y luego vienen las excavadoras y arrasan los huertos. ¿Qué le queda a la gente? Dime si se te ocurre algo. A mí no. Si a cualquiera de nosotros le estrangularan su medio de vida, si le obligaran a vivir con sus hijos en unos espacios cada vez más reducidos, sabiendo además por pasadas experiencias, que en cualquier momento pueden venir a por él los soldados y las excavadoras, y destruir los huertos que ha estado cultivando ¿durante cuánto tiempo?, y hacer todo esto al tiempo que le golpean y le retienen durante horas junto con ciento cuarenta y nueve personas más; ¿no crees que debería recurrir a algún tipo de violencia para intentar retener lo poco que le quede?
Pienso sobre todo en ello cuando veo destruidos los huertos, los invernaderos y los árboles frutales: años de cuidados y cultivos. Me acuerdo de ti, y de cuánto se tarda en hacer que las cosas crezcan, y de cuánto amor requiere. Sinceramente, pienso que en una situación parecida la mayoría de las personas se defenderían lo mejor que supieran. Creo que el tío Craig lo haría, y probablemente la abuela. Yo creo que también.
Me preguntas acerca de la resistencia pacífica. Cuando detonaron el explosivo el otro día, todos los cristales de la casa saltaron en pedazos. Yo estaba a punto de tomarme un té y de empezar a jugar con los dos pequeños. Ahora mismo me siento fatal. Me pone enferma del estómago ser tan mimada, tratada con tanta dulzura, por personas que encaran una fatalidad.
Ya sé que desde los EE. UU. todo esto suena hiperbólico. Honestamente, la mayor parte del tiempo la pura amabilidad de la gente junto con la evidencia abrumadora de que esto es una destrucción premeditada de sus vidas, hace que todo me parezca irreal.
No puedo creer que algo así este pasando de verdad y que el mundo no proteste más alto.
Realmente me duele, como me ha dolido en el pasado, ser testigo de hasta que punto consentimos hacer del mundo un lugar horrible.
Después de hablar contigo he pensado que no me creías del todo, y me parece muy bien que sea así, porque, sobre todas las cosas, yo creo en la importancia del pensamiento crítico independiente. También me he dado cuenta de que contigo soy menos cuidadosa de lo normal al tratar de documentar cada afirmación que hago. La explicación de esto es porque yo sé que tú tienes tu propia opinión. Pero me preocupa tu incredulidad, dado el trabajo que desarrollo aquí. Toda la situación que he intentando describir hasta el momento —y muchas otras cosas— constituyen un intento gradual —a veces a escondidas, pero siempre masivo— de destruir las posibilidades de supervivencia de un grupo de personas.
Eso es lo que estoy viendo aquí. Los asesinatos, los ataques con misiles y los disparos a niños son atrocidades; pero si me centro exclusivamente en ellas temo no ver el contexto. La mayor parte de la población —incluso si tuvieran los medios económicos para escapar, o si, sencillamente, renunciaran a su tierra y a la resistencia (lo que parece ser el menos perverso de todos los objetivos de Sharon)— no podría marcharse; ni siquiera pueden ir a Israel a solicitar visados para otros países, y estos posibles países de destino (nuestros países y los árabes) no les dejarían entrar. Cuando todos los medios para subsistir en un «redil» como es Gaza, del que la gente no puede salir, son amputados, creo que a eso se le puede llamar genocidio. Incluso en el caso de que pudieran salir creo que seguiría siéndolo.
A lo mejor puedes mirar la definición de genocidio según el derecho internacional, yo no me acuerdo ahora mismo. Tengo que mejorar la manera de argumentar este punto, eso espero al menos. No me gusta usar palabras tan cargadas de significado, tú me conoces, sabes que valoro las palabras y que intento exponer y dejar que cada uno saque sus propias conclusiones.
Pero me estoy perdiendo de nuevo. Tan solo quería escribir a mi madre y decirle que estoy siendo testigo de un genocidio insidioso y crónico, que estoy muy asustada y que me estoy cuestionando todas mis convicciones esenciales sobre la bondad de la naturaleza humana. Esto hay que detenerlo. Me parece una buena idea que todos dejemos lo que tengamos entre manos y dediquemos nuestras vidas a parar esto. Ya no pienso como antes que hacer esto sea ser extremista.
Aún quiero bailar con Pat Benatar y tener amigos y dibujar «comics» para los compañeros del trabajo, pero también quiero que esto pare. Lo que siento es incredulidad, horror y decepción.
Me siento decepcionada al ver que esta es la realidad básica de nuestro mundo y que nosotros de hecho participamos en él. Esto no es absoluto lo que yo quería cuando vine al mundo. Esto no es lo que la gente aquí quería cuando vino al mundo. Este no es el mundo que tú y papá queríais para mí cuando decidisteis tenerme. No es esto lo que yo quería decir cuando afirmaba frente al Lago Capital: «Este es el ancho mundo y yo estoy llegando a él». Yo no quería decir que llegaba a un mundo en el que iba a tener una vida confortable y posiblemente, y sin mayor esfuerzo, ignorar por completo mi participación en un genocidio.
Cuando regrese de Palestina probablemente tendré pesadillas y un sentimiento constante de culpabilidad por no estar aquí, pero puedo controlarlo a fuerza de trabajar más. Venir aquí ha sido una de las mejores cosas que he hecho en toda mi vida; así que si pensáis que me he vuelto loca, o si los militares israelíes deciden romper con su tendencia racista de respetar a las personas de raza blanca, por favor, achacarlo sin ninguna duda al hecho de que estoy en medio de un genocidio, del que yo indirectamente también formo parte y del cual mi gobierno es responsable en gran medida.
Os quiero, a ti y a papá. Un hombre extraño que está a mi lado me acaba de dar unos guisantes, así que me los tengo que comer y darle las gracias.
Rachel
* Rachel era voluntaria del grupo Movimiento de Solidaridad Internacional (MSI), creado a raíz de que Israel y Estados Unidos rechazaran una propuesta de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Mary Robinson, de enviar observadores internacionales de derechos humanos a los territorios ocupados. El MSI se definía como “un movimiento liderado por palestinos comprometido con la resistencia a la ocupación israelí de tierra palestina mediante métodos y principios no violentos y de acción directa”. Israel estaba demoliendo casas y huertos con excavadoras para crear una “zona de contención” en las proximidades de la frontera con Egipto. Rachel Corrie y otros siete activistas del MSI acudieron el 16 de marzo de 2003 a proteger la casa de la familia Nasrallah, amenazada de demolición por dos excavadoras blindadas israelíes.
Cindy Corrie, la madre de Rachel, contó lo sucedido: “La excavadora avanzó hacia Rachel. Ella asumió una posición que dio a entender que no se movería. Tenía puesto su chaleco naranja. Cuando la excavadora continuó avanzando, ella se detuvo sobre el terraplén y un testigo declaró que su cabeza asomaba por encima de la pala de la excavadora, o sea que se la podía ver claramente, pero la excavadora siguió avanzando sobre ella, hasta aplastar su cuerpo. Se detuvo y luego dio marcha atrás, según la declaración del testigo, sin levantar la pala, de manera que retrocedió nuevamente por encima de ella. Sus amigos gritaban todo el tiempo a los conductores de la excavadora que se detuvieran. Corrieron hacia ella rápidamente, y ella les dijo: ‘Creo que me rompí la espalda’. Esas fueron sus últimas palabras”.