¿«Negro» ha dicho?

¿«Negro» ha dicho?

 

Coulibaly reflexiona sobre El delito de ser "negro"
El delito de ser "negro". Mil millones de "negros" en una cárcel identitaria

«Tanto si se es “negro”, “blanco” o lo que se sea, hace falta (imperativo y necesidad) reconocer a toda costa el crimen contra la humanidad del cual “los negros” han sido víctimas durante doce siglos, y no cuatro como es costumbre creer y enseñar, si queremos responder en serio a las cuestiones que conciernen a “los negros”»

La exploración que realiza Bassidiki Coulibaly en su «El delito de ser “negro”», publicado en Ediciones del Oriente y del Mediterráneo es un dechado de claridad, nada queda en la oscuridad, y todo es enfocado con la luz que deja escrito negro sobre blanco la realidad de las cuestiones abordadas.

Ya desde los tiempos de Heródoto se consideraba a los “negros” como seres aparte, consideración que ha persistido a lo largo de la historia, siendo defendida por los Louis XIV, Colbert, Locke, Hume, Voltaire, Rousseau, Napoleón Bonaparte, Hegel, Kant, Hitler, Hungtinton,…y otras celebridades que han pintado a dichos eres como ajenos a la humanidad plena.

El profesor y ensayista Bassidiky Coulibaly (Bobo-Dioulasso, Burkina Faso, 1965) se empeña en las páginas de su obra en «sacar a ciertos individuos del condicionamiento ideológico (presente por doquier), despertar conciencias individuales de su letargo intelectual, conseguir que todos los actores de la Historia de la humanidad miren dos veces las verdades oficiales, y darle a César lo que del César y a “los negros” lo que es de “los negros”», y con tal fin rastrea diferentes aspectos de la denotación y la connotación del término coloreado , y la concepción, que se ha impuesto a lo largo del tiempo, y con tal fin dirige su mirada, amén de a la historia, a cierta teoría de los colores que hacen que lo blanco y luminoso sea lo ideal frente a la denostada oscuridad y negrura.

Son varias las cuestiones preliminares que el ensayista puntualiza: así la amalgama consideración de “negros” a seres de muy diferentes tonalidades, orígenes, culturas, etc., como si se tratase de un todo unido y único, que va desde Lucy –origen común de todos los humanos- hasta la actualidad. Busca apoyo en Franz Fanon a la hora de subrayar que el bienestar y progreso de Europa, podría decirse del llamado Occidente, se ha alzado sobre el sudor y la sangre de los negros, los árabe, los indios, y los amarillos…deteniéndose en ciertas formas de interiorización por parte de los oprimidos que han dado por buena la versión de los opresores llegando hasta el punto de llamarse entre ellos hermanos, como si así lo fueron dependiendo de su procedencia, cultura, etc.y cercana fraternidad.

El peso de la religión, de las religiones, queda desvelado tanto en el caso del Islam como posteriormente del cristianismo, cuya acción y presencia puso en pie una historia falseada en la que solamente tienen lugar los nombres propios del santoral de los opresores y de algunos cómplices entre los oprimidos. »El silencio se impuso por parte de las élites árabes musulmanas y de las élites negras musulmanas dedicadas a las abluciones, al rezo», y tras tales rituales litúrgicos, el tiempo para la elaboración de una leyenda dorada. Todo se ha dado como si se siguiese aquella tajante afirmación de Hegel, que mantenía que la Historia no había funcionado ni en Siberia, ni en África, lo que de hecho supuso que, como es hábito, la historia, o el vacío de ella, haya sido escrita por los vencedores. Así la versión creada, de todas las piezas, es que no existe verdadera cultura, que la razón, la tolerancia y otros valores son cosa de gentes ajenas al continente “negro”., dándose un dominio de una concepción grecocentrista, frente a quienes han solido defender un cierto afrocentrismo: helenomanía versus egiptomanía, Moisés versus otras figuras religiosas, y las creencias como arma de los poderosos, ya sea bajo el nombre de Alá, Dios o Yavé y como forma primera y principal de esclavitud; operación que se dio tanto en Egipto como en la antigua Grecia. Explora Coulibay la diferencia establecida entre lo sagrado y lo profano que condujo a la imposición de seres del más allá que imponía su ley en el más acá, usurpando el poder de decidir de los habitantes del último, no faltando los ejemplos, mártires, desde Sócrates a Bruno, pasando por la santa Inquisición o las fetuas, como la decretada sobre Salman Rushdie. Las creencias, incluida la animista, y lo sagrado en general piden sangre, siempre la han hecho.

La historia de la presencia de la religión musulmana fue seguida de la cruz del cristianismo, y en el terreno que transitamos el no-negro, blanco, es el que define al “negro” sin recurrir a ningún tipo de diferencia o matiz de tono, siguiéndose un criterio de indistinción que agrupa a seres de Suecia con los del sur hispano, o que une a cameruneses, con senegaleses o sudafricanos. Se dota por el mismo acto, de valores a los diferentes colores, y si Dios es luz (para Platón, el sol y para Plotino el Uno luminoso) abajo está la oscuridad, arriba lo blanco y abajo, del todo, lo oscuro, lo negro, es el reino de Satán, de la confusión y el caos; las tinieblas frente a las Luces, la liberadora Europa conquistando el mundo por el bien de éste y «el “negro”, el nègre, el black, no sólo es el otro, es el otro más extremo»; [constatándose tal diferencia de valor hasta el diferente valor de las notas del solfeo, en donde una blanca vale por dos negras]. África no sólo es otro continente, es el continente radicalmente otro para los antiguos griegos y para los “occidentales” de hoy»…y un continuum de racismo, de bestialización del otro, cuyo color coincide con el del Mal, y “el negro” convertido en víctima sacrificial, Luces y Código negro imperando, y en la recámara el Pentateuco. Sigue la pista, Coulibaly, marcada por Fanon o por los análisis de Pierre Bourdieu, Vladimir Jankélévitch (sin obviar a Louis Sala-Molins que introduce la obra y que es autor de un libro necesario: Le Code Noir ou le calvaire de Canaan, PUF, 1987), señalando el anclaje en las arenas judeocristianas de René Girard, como ilustración del «narcisismo prometeico de Occidente: el otro tiene derecho a existir si es el alter de mi ego».

Capítulo aparte merecen los procesos de descolonización y algunas cantinelas que los acompañan, prometiendo la paz bíblica, blanca ella, en lucha contra los descendientes del maldito Cam (Génesis 9, 21-27)…la exigible fraternidad, la exclusión del odio, la no-violencia que en tales versiones no supone otra cosa que negar la legítima defensa, etc., etc., etc. Sin obviar los cantos, huecos, de sirena del panafricanismo, que refleja de hecho la división establecida por los árabes y “los blancos”, creando una unidad artificial más allá de la sangre, la lengua, o la religión; persistiendo en algunos países el collar como castigo o señalamiento por hablar otro idioma distinto del del colonizador…u otros ejemplos que el ensayista no nos hurta.

Un recorrido en el que abundan las visitas a los textos religiosos, a los filosóficos (Montaigne, Locke, Rousseau…)y a algunos “negros” encandilados por los edulcorados mensajes, perdiendo el culo por asistir a las escuelas de los opresores para recibir sus buenas lecciones, de sumisión y obediencia…y una y otra vez queda reiterado el peso y la nefasta huella de las religiones y sus binaria teoría de los colores…y dos consejos necesarios para concluir: 1) «Mientras no nos resolvamos a emprender la descolonización del panafricanismo y de los panafricanistas, el colonialismo, el neocolonialismo, el poscolonialismo y el resto de ideologías de los oprimidos [juzgo que debería poner: de los opresores…a pesar de que tales sean tomadas en préstamo por algunos oprimidos] seguirán siendo el horizonte infranqueable de los pueblos del mundo entero, con los “pueblos negros” en primera línea, como de costumbre»; y 2) «Mientras “los negros” no dejen de confundir el hacerse respetar con tener que mostrar respeto, mientras “los negros” no se despojen de la Historia escrita por sus verdugos para apropiarse de su pasado de víctimas del crimen contra la humanidad, de supervivientes de un genocidio, mientras “los negros” sigan haciéndose los débiles mentales con el pretexto de que tienen un color indeleble maldito, mientras “los negros” sigan jugando a ser “niños grandes”, apalancados como receptores de educación, lecciones, dinero y civilización, perdurarán las denegaciones de humanidad que siempre se han cebado con ellos».

Por Iñaki Urdanibia para Kaosenlared


Bassidiki Coulibaly y su libro "El delito de ser “negro”. Mil millones de “negros” en una cárcel identitaria

Bassidiki Coulibaly quiso estar presente en el acto de presentación y debate sobre su incitante texto El delito de ser "negro". Mil millones de "negros" en una cárcel identitaria y nos envió el siguiente video:

Añadimos a continuación las tres preguntas que Mireia Sentís, directora de la colección BAAM Biblioteca Afro Americana Madrid, dirigió al autor y que este respondió especialmente para este acto. Al final de sus respuestas hemos incluido algunos extractos de las intervenciones de la propia Mireia Sentís, de Carla Fibla, periodista con una amplia trayectoria (corresponsal de diversos medios en El Cairo, Rabat y Amán, redactora de la revista Mundo Negro y autora de Mi nombre es nadie en el que recoge testimonios de los inmigrantes que tratan de llegar a España) y de Ramadhani Ngoy, coordinador de AfroDiccionario

ENTREVISTA A BASSIDIKI COULIBALY

 

Por Mireia Sentís

 

—¿Cuál es la razón por la que siempre, sin excepción, ha decidido escribir “negro” entre comillas?

 

La razón es triple.

  • Primera: porque escribirlo sin comillas es sospechoso, suena falso y constituye un desafío para la razón. El negro en cuanto color, detenta un estatus único y singular con respecto a cualquier otro color. Así, es el no-color para unos y el rey de los colores para otros puesto que todos los otros colores nacen de él. El negro es también el color del misterio, el de los místicos cristianos (del maestro Eckhart, teólogo y filósofo del siglo XIII/XIV, por ejemplo), el color del edificio más sagrado del Islam (la Kaaba de la Meca) y Freud, cuando habla de psicoanálisis, se refiere a la mujer utilizando el término “continente negro”.
  • Segunda: escribir negro sin comillas no es razonar en estéreo sino en mono, como en los monoteísmos. Sin embargo, todo razonamiento mono no puede sino ser binario (negro/no-negro) y hundirse en el maniqueísmo. Porque ¿de qué “negro” hablamos cuando hablamos de color? Yo he decidido razonar en estéreo. El negro, en cuanto color tiene más de cincuenta matices, como magistralmente ha demostrado el pintor Pierre Soulages, por ejemplo.
  • Tercera: aquí se plantea la pregunta ¿a qué tono de negro nos referimos cuando hablamos de o escribimos sobre el “negro” o los “negros”, al referirnos a los seres humanos?  Cuando se razona en estéreo como el comentador político sudafricano Peter Abrahams y se ha comprendido que rojo es el color de la sangre de los negros, ya no es posible escribir negro o negros sin comillas; porque sería ir en contra de la lógica y de la razón. Y más: desde la antigüedad griega hasta nuestros días, tanto el color negro, como los seres humanos denominados “negros”, han sido desacreditados a través de múltiples y diversas cargas negativas. Poner, pues, comillas es atraer la atención sobre algo que no viene dado; es una invitación a hacerse preguntas, a comprometerse con el laborioso y largo trabajo que requiere la deconstrucción de nuestras representaciones sociales.

 

—¿Cree usted que sin las religiones el racismo estaría menos extendido?

 

  • Las relaciones entre racismo y religión son históricas y complejas. Sin embargo, pienso que sí, que sin las religiones -las monoteístas, claro está- el racismo se hubiese extendido menos. Lo que siempre ha caracterizado las religiones monoteístas es el proselitismo, a la vez consensual y violento, cercano y lejano, amparado bajo el manto de la ficción de la pureza. Pureza de los creyentes, pureza de la raza, pureza de la sangre. Por ejemplo, en la España a caballo de los siglos XV y XVI, o sea al final de la reconquista, tanto los judíos como los musulmanes son sometidos a un dilema en nombre de la religión cristiana: convertirse al cristianismo o abandonar el reino. Y mientras Cristóbal Colón “descubría” América en 1492, preparando así el terreno a Hernán Cortés, el reino de España expulsaba a los judíos ese mismo año y luego a los musulmanes en 1502. Menos mal que, en 1550 y 1551, Bartolomé de las Casas, hombre de la iglesia, estaba en Valladolid, en nombre de la humanidad y en defensa de los “indios”, solo ante Sepúlveda y la iglesia. Por otra parte, el racismo perdurará mucho tiempo entre los “viejos cristianos” de “sangre pura” y los “nuevos cristianos” (judíos y musulmanes conversos) de “sangre impura”.
  • En cuanto a los “negros”, Lluís Sala-Molins a mostrado abundantemente cómo las religiones, la cristiana sobre todo, han tomado como fundamente religioso e ideológico el libro del Génesis para esclavizar la población africana (el Código negro o el calvario de Canaán)

 

—¿Prevé un futuro en el cual los “negros” no sean ya los condenados de la tierra? ¿Y ese futuro depende, como apunta usted, de un cambio de actitud de los negros hacia sí mismos, o bien sin la toma de consciencia de los “no negros” no habrá nada que hacer? 

 

  • ¿Un futuro en el que los “negros” no sean los condenados de la tierra? Estoy tentado de contestar afirmativamente. Mirando hacia el pasado, la paleontología nos enseña que Lucía tanto como Toumai que la destronó, proceden del África “negra”, como todos los hombres de hace dos millones y medio de años. ¡Así hasta que se demuestre lo contrario somos todos, tengamos el color de epidermis que tengamos, africanos! Y hasta de la misma familia puesto que no hay más que una raza (Unicef, 1964). Cuando miramos al presente, los “negros” están en todas partes en el planeta Tierra y han marcado positivamente la historia en todos los dominios del saber; del saber hacer y del saber estar (Nelson Mandela, por ejemplo). Están presentes entre las élites, las clases medias y las populares. En este presente de mundialización y mestizaje, los “negros” que rompen los barrotes de sus prisiones identitarias son cada vez más numerosos. Los “negros” ya no son los únicos condenados de la tierra. Los Palestinos, esos apátridas, ¿acaso no son condenados de la tierra? Los kurdos, esos apátridas, ¿no son condenados de la tierra? Y cuando vemos en las manifestaciones abigarradas de Black Lives Matter personas de todas las edades y de todos los colores, es el futuro que ya está presente. El cambio de actitud de los “negros” hacia sí mismos, tanto como la toma de conciencia de los “no negros”, son condiciones imperativas para acelerar el paso de la marcha hacia un futuro sin condenados de la tierra (ya sean palestinos, kurdos, “negros”, etc…). A lo largo de la historia siempre ha habido “no negros” al lado de los “negros”, porque el humano es fundamentalmente estéreo, a pesar de su auto domesticación al pensamiento mono. Vean lo que estamos llegando a hacer todos juntos: usted, el equipo al cual pertenece, Dalikou, Sala-Molins, etc…).
  • Termino con una cita de Martin Luther King: “Tenemos que aprender a vivir juntos como hermanos, si no moriremos juntos como idiotas”. (Discurso del 31 de marzo de 1968).

SER, SENCILLAMENTE por Louis Sala-Molins

 

Bassidiki Coulibaly obtuvo un día el doctorado en Filosofía defendiendo con elocuencia su tesis sobre Sartre; o, lo que es lo mismo, fue un buen alumno del mal maestro.

Cuando, como él, desciendes de un linaje de herreros burkineses, esos formidables transmisores del fuego al hierro y a la tierra, del mundo de los ancestros al de los vivos de hoy, para culminar en filósofo detractor de todos los colonialismos, cantor de Fanon y otros rebeldes con un corazón que se te sale del pecho, una elección radical se impone. Bien, para tratar de hacerte un hueco al sol —cosa en verdad harto difícil cuando no eres precisamente lo que se dice «un hombre de bien», reniegas del linaje y abjuras del filósofo luciendo una máscara blanca sobre la piel negra y pones por delante la gracia constante de las frases redondas de la historia, o de las historias, como es menester contarlas y escribirlas; bien pasas dogmas, opiniones y comportamientos por el aire abrasador de la fragua y muestras sin máscara, la cara al viento, más que una fidelidad, una carnal hermandad de armas con Sartre —el heraldo de Fanon— y con el Fanon de los «condenados de la tierra».

Si rebuscamos bien, hallaremos alguna traza de sumisión, de primacía, en «fidelidad». Muy escasa en Bassidiki Coulibaly, a quien sumisiones y primacías irritan, en quien habita el sentimiento de fraternidad; sentimiento que tan bien se corresponde con esta iridiscencia del amor bohemio cuyo aliento Bassidiki Coulibaly anhelaría ver triunfar sobre los batallones blindados de la «razón».

Louis Sala-Molins

DE LA INTRODUCCIÓN DE BASSIDIKI COULIBALY:

Ante la pregunta «¿se puede vivir sin identidad y sin pasado?», muchos se mofan, mientras que otros se quedan sin voz. Es cierto que, de entrada, la pregunta puede sorprender e incluso desestabilizar, porque, si bien los historiadores nos martillean con que es imposible vivir sin pasado y los magistrados nos conminan a revelar nuestra identidad, la sociedad nos inculca que ella no es más que un bosque denso cuyos árboles genealógicos se componen, cada uno, de varios individuos en guisa de ramas. Todo esto casa con cierta realidad que no ha de confundirse con la realidad.

Lo desconocido es la realidad de cualquier encuentro. A priori, solo podemos formarnos ideas (prejuicios, juicios, etc.) sobre el otro, pues la identidad, el pasado y la personalidad solo se conocerán, llegado el caso, a posteriori. En cada encuentro hay química o no, y las cuestiones de la identidad, el pasado o la personalidad son lo de menos. Aunque existen tantos casos como encuentros, solo abordaremos los dos más clásicos: cuando hay química y cuando no la hay.

El flechazo es el paradigma del mejor de los dos casos. Los individuos que reciben en pleno corazón la flecha de Cupido no tienen tiempo que perder con cuestionamientos sobre la identidad, el pasado, el árbol genealógico y la personalidad del ser amado. Cuando irradias amor, aceptas al otro de pies a cabeza, en la más absoluta ignorancia del quién, el porqué y el cómo; sus virtudes saltan a la vista, sus defectos permanecen ocultos. El cineasta finlandés Aki Kaurismäki nos lo muestra con belleza y maestría en Un hombre sin pasado; nos muestra también que es posible (pero no fácil) vivir sin identidad y sin pasado, a escala individual, lo que relativiza indiscutiblemente el discurso de Elie Wiesel, según el cual «Es peor vivir sin pasado que sin futuro». Es cierto que el actor Markku Peltola, conocido como «el hombre sin pasado», después de recibir una brutal paliza propinada sin motivo aparente por tres maleantes, logra sobrevivir amnésico (sin identidad y sin pasado) gracias a la mano tendida de Kati Outinen, conocida como «la voluntaria del Ejército de Salvación», junto a quien Peltola encuentra el amor. El amor lo puede todo, lo sabemos.

Pero ¿qué sucede cuando no hay química? ¿Qué sucede en el peor de los casos, siendo el peor de ellos la existencia de quienes viven con el estigma de ser «negros»? En otras palabras, cuando uno es «negro», ¿tiene derecho a un pasado distinto al del «no negro» (ya sea árabe-bereber o blanco)? ¿Qué identidad puede reclamar uno cuando es «negro» y se llama Toussaint Louverture, Ahmad Baba, Behanzin, Malcolm X, Elijah Muhammad, Aimé Césaire, Cheikh Anta Diop, Edson Arantes do Nascimento, más conocido como Pelé? ¿Tienen derecho esos a los que seguimos llamando «hombres de color», «nègres», «negros», «black» a un reconocimiento que no sea el heredado, visible, condensado y anclado en la marca somática?

En una época en la que algunas personas moldean su cuerpo a placer gracias a eso que el sociólogo David Le Breton ha llamado Signes d’identités. Tatouages, piercing et marques corporelles (2002), otras mueven cielo y tierra para procurarse agentes corrosivos que les despigmenten la piel. El negro-americano (ahora gris) Michael Jackson es la punta de lanza de esos «negros» que ya no quieren ser «negros» o, por lo menos, quieren ser menos «negros». El asunto parece anecdótico, pero en el fondo revela la situación dramática, confusa y compleja de «los negros».