El artista palestino que dibujó un niño para dibujar la humanidad

Un libro reúne centenares de dibujos del artista palestino Nayi al-Ali, asesinado en Londres en 1987 y creador de Handala, un niño de 10 años símbolo de la resistencia palestina.

 

Olga Rodríguez

El célebre autor de cómics Joe Sacco dice de Nayi Al-Ali que "sigue siendo un héroe en el mundo árabe, en particular para los palestinos, que pronuncian su nombre con la misma ternura con la que mencionan a sus grandes poetas". Ahora el libro Palestina. Arte y resistencia en Nayi Al-Ali, publicado en España por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, recoge sus viñetas más célebres, sus pensamientos y su historia, interrumpida violentamente por su asesinato en 1987.

"Me enfrentaba a ejércitos con caricaturas y dibujos de flores, esperanza y balas", dijo Nayi Al-Ali en una ocasión sobre su trabajo como dibujante. Nacido en la aldea palestina de Ash-Shayara en 1936 y expulsado de ella por la ocupación israelí cuando aún era un niño, Al-Ali supo bien lo que significa ser un refugiado de por vida.

 

Creció en un campo de refugiados en Líbano, donde pintaba en muros y paredes, hasta que el escritor Ghassan Kanafani, figura de renombre en el campo literario y en el activismo político, lo descubrió en una visita al campo para dar una conferencia. Desde entonces Al-Ali dibujó para diferentes periódicos árabes, pasó por varios países y terminó instalándose en Londres, donde alcanzó celebridad sin abandonar nunca su voluntad de visibilizar las injusticias a través de sus dibujos.

Posiblemente no hay nadie en Oriente Próximo que no sepa quién es Al-Ali y que no conozca su creación más célebre, Handala, un niño de 10 años representado casi siempre de espaldas, observando lo que ocurre en la viñeta, invitando a los lectores a mirar, a no permanecer indiferentes. Handala es hoy en día una figura tatuada en miles de pieles de jóvenes árabes, grafiti en muros y paredes, dibujo en libros y pósteres, manteniendo viva la memoria de su autor, asesinado en Londres en 1987.

"Nayi Al-Ali representa el sentimiento de dolor, impotencia e injusticia que creo que todo palestino lleva en su interior, el sentimiento de que el mundo les ha abandonado, de que no les escucha", relata a elDiario.es la periodista Teresa Aranguren, experta en Palestina, quien ha escrito un capítulo del libro Palestina. Arte y resistencia en Nayi Al-Ali.

Al-Ali es conocido en el mundo árabe por sus viñetas ácidas y por su crítica no solo a la ocupación israelí, sino también a los jeques del petróleo aliados de Washington, a los regímenes árabes, los poderes económicos, la burguesía palestina y la corrupción de algunos dirigentes palestinos, incluidos funcionarios de la Organización para la Liberación de Palestina.

"Fue capaz de dibujar el sentimiento de dolor del pueblo palestino, a veces también de ira, de rabia e indignación", explica Aranguren. "Con los años su niño Handala se convirtió, sin que su creador lo buscara, en un símbolo de la resistencia. No hay apenas nadie en el mundo árabe que no sepa quién es ese niño que todo lo ve".

"Handala mira el inagotable sufrimiento, sobre todo de las personas refugiadas palestinas. Hay que recordar que su autor fue un refugiado desde que tuvo que exiliarse de su tierra, expulsado de su propia aldea", rememora Aranguren.

El mismo Al-Ali contó que creó a Handala en la época en la que vivía en Kuwait como una defensa contra aquella sociedad consumista en la que vivía, y lo definió como "un niño que no es guapo, con el pelo como un erizo, a sabiendas de que el erizo usa sus púas como arma. No es un niño gordo, mimado y acomodado. Es uno de esos niños descalzos del campamento, que me protege de los excesos y de los errores".

En alguna ocasión explicó que había elegido a un niño porque la infancia es el símbolo de la sinceridad, de la inocencia y la verdad: "Es la conciencia que no está dispuesta a ceder. No pierde nada porque es pobre, trabajador y desposeído". El nombre de Handala procede de handal, una planta trepadora con propiedades purgantes que crece en el desierto. Ese niño de diez años, tan solo un poco más pequeño que su autor cuando tuvo que exiliarse, es su alter ego y representa la resiliencia, la conciencia de la verdad, la innegociable dignidad de un pueblo que sufre la ocupación y la discriminación. Al-Ali siempre decía que Handala solo crecería cuando regresase a su tierra.

El dibujante palestino se definía a sí mismo como un "realista alineado con los pobres". Su tierra y su pueblo estuvieron en el centro de sus viñetas, pero con sus denuncias pretendía visibilizar todas las injusticias del planeta. Tuvo la voluntad de ser azote de las clases dirigentes y voz de las personas oprimidas. Para ello denunció la ocupación, el sectarismo religioso, la corrupción, los abusos contra los derechos humanos y el expolio de los recursos naturales. La revista Time dijo de él que "dibuja con huesos humanos", y el diario japonés Asahi lo definió como un artista que "dibuja con ácido sulfúrico".

Sufrió no solo la expulsión de su tierra y la destrucción de la aldea en la que nació -que ya no existe, fue derribada el 1 de mayo de 1948 por fuerzas de la Haganah, milicia sionista y embrión del ejército israelí- sino también la pérdida de personas muy queridas, como su propio mentor y descubridor, el escritor Kanafani, quien murió en 1972 en un atentado con coche bomba perpetrado y reivindicado por los servicios secretos israelíes. En el ataque también murió la sobrina de Kanafani, con 17 años.

El mismo Al-Ali tenía demasiados enemigos "para un artista armado tan solo con un lápiz y un cuaderno". "Nunca fue hombre de partido y, aunque simpatizaba con el Frente de Liberación de Palestina, el grupo marxista y panarabista fundado por el médico cristiano George Habash en 1967, nunca se sometió a disciplina alguna de partido. Quería simplemente expresar el dolor, la amargura, la valentía, el desamparo de los suyos. Y su inquebrantable fortaleza", señala Aranguren.

El 22 de julio de 1987, en Londres, un hombre se le acercó por detrás y le disparó a bocajarro en la cabeza. Ocurrió a las puertas del diario Al-Qabas International, en el que trabajaba. Tras casi cinco semanas en coma, murió el 29 de agosto de ese año en un hospital de la capital británica. La policía inglesa arrestó a Ismail Sowan, quien confesó que había estado trabajando tanto para la OLP como para el servicio de espionaje israelí Mossad. Fue acusado de posesión de armas y explosivos pero no de asesinato, porque no se encontraron pruebas contra él.

Un segundo sospechoso arrestado por Scotland Yard también confesó ser un agente doble. En 2017, 30 años después del asesinato, la policía de Reino Unido reabrió la investigación y desveló que Al-Ali había recibido varias amenazas de muerte en los años que precedieron a su asesinato. [...]

Artículo completo en diario.es


Gabriele del Grande en Madrid

Con motivo de la publicación de su libro Dawla: la historia del Estado Islámico contada por sus desertores, Gabriele del Grande estuvo en Madrid para participar con Alexandra Gil y Karim Hauser en Casa Árabe en un debate sobre "Exyihadistas: historias de desertores y retornados".

Karim Hauser presenta a Gabriele del Grande y Alexandra Gil.

A continuación añadimos los enlaces a algunas de las entrevistas a Gabriele del Grande.

En Cinco Continentes, el excelente programa sobre actualidad internacional de RNE

Fabiola Barranco entrevista en diario.es a Gabriele del Grande

Patricia Simón entrevista a Gabriele del Grande en lamarea.com

Marina Velasco en el Huffington Post

Álvaro Zamarreño: "Dawla, El terrorismo de Daesh puesto en su sitio" en Ser Internacional

Iñaki Urdanibia: "Estado islámico al desnudo", en KAOSENLARED

Vídeo de un extracto de la presentación en Casa Árabe

 

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En Dawla Gabriele del Grande condensa más de un año y medio de periodismo de investigación sobre el Estado Islámico, centrándose en las historias personales de combatientes que se sumaron a esa distopía y luego la abandonaron. En el curso de su investigación, el autor fue detenido por las autoridades turcas muy cerca de la frontera con Siria. Tras una importante movilización de la opinión pública, fue puesto en libertad catorce días después.

Gabriele del Grande es también el autor de Mamadú va a morir: el exterminio de inmigrantes en el Mediterráneo, un gran reportaje sobre las víctimas de la inmigración clandestina.

La protección del derecho a la vida de los inmigrantes ha sido una de sus principales preocupaciones desde que en 2006 fundó la bitácora Fortress Europe, como revela la carta que dirigió a Salvini cuando este aún era ministro del interior italiano y desencadenó una verdadera cruzada contra la inmigración clandestina y las organizaciones humanitarias que trataban de salvar inmigrantes en riesgo de morir ahogados en el Mediterráneo:

¿En serio que nos hemos olvidado de que no había desembarcos antes de los años noventa? ¿Se han preguntado por qué? ¿Se han preguntado por qué en 2018 en lugar de comprarse un billete de avión una familia debe pagar el precio de su propia muerte en una barca destartalada en medio del mar? El motivo es bien sencillo: hasta los noventa resultaba bastante fácil conseguir un visado en las embajadas europeas en África. Luego, a medida que Europa fue dejando de conceder visados, las mafias consiguieron hacerse con el negocio. [...]

Yo sigo sin entender por qué un veinteañero de Lagos o Bamako debe gastar cinco mil euros para cruzar el desierto y el mar o sufrir en Libia una detención, torturas, su propia venta; por qué debe ver morir a sus compañeros de viaje y por qué debe llegar a Italia al cabo de un año, traumatizado y arruinado cuando con un visado en el pasaporte se hubiera podido comprar un billete de avión de quinientos euros y gastarse el resto de su dinero en alquilarse una habitación y buscar un trabajo. Igual que hicieron cinco millones de trabajadores inmigrantes en Italia, que –nótese bien– ni pasaron por los desembarcos ni por la acogida. Llegaron de Rumanía, Albania, China, Marruecos, se remangaron y empezaron a trabajar. Igual que hicieron cinco millones de italianos, entre los cuales me incluyo, que emigraron estas últimas décadas. Igual que quisieran hacer los cien mil que se encuentran aparcados en el limbo de la acogida...