NOVEDADES FERIA DEL LIBRO 2017: EL CAPARAZÓN de Mustafa Khalifa
Abrí los ojos lentamente. El hedor que me rodeaba estuvo a punto de asfixiarme. A mi alrededor había un bosque de pies y piernas. Estaba tirado en el suelo entre la maraña de pies: olor a pies sucios, olor a sangre, olor a heridas supurantes, olor a un suelo que no se había limpiado en mucho tiempo… La respiración pesada de personas obligadas a permanecer en pie, pegadas unas a otras. Según mis estimaciones, seríamos unos 86 hombres. Miré al techo ¡y calculé que no tenía más de 25 metros cuadrados!
La gente hablaba en susurros, lo que generaba un zumbido constante en el ambiente. Quería ponerme de pie para coger algo de aire. Terribles dolores por todo el cuerpo. Traté de incorporarme, soportando el dolor; pero cuando intenté mantenerme en pie grité. Era insoportable.
La gente que estaba a mi alrededor se percató y varias manos se alargaron para sujetarme por las axilas y levantarme. Me puse de pie apoyándome en las manos. El chico que estaba a mi lado me dijo:
—Paciencia, hermano, paciencia. Un mal trago, pero se pasará.
—Quien está con Dios tiene a Dios con él. No desesperes, hermano —añadió otro, en la misma línea.
Con el movimiento, se aliviaron un poco los dolores. Miré a mi alrededor: adultos, jóvenes y también niños de doce o trece años, hombres mayores y ancianos.
Me giré hacia el hombre que había intentado hacerme desistir de mi empeño un poco antes y le pregunté:
—¿Quiénes son esas personas? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué están de pie?
El hombre me miró con desconcierto, sin comprender, como si me dijera: «¿Cómo explicar lo obvio?»
—Tú… ¿No sabes qué está pasando en el país? —contestó.
Estando en Francia había oído las noticias sobre los disturbios, y que un partido llamado los Hermanos Musulmanes había llevado a cabo algunos ataques violentos aquí y allá. Pero no le había dado ninguna importancia a dichas informaciones, las cuales seguían siendo confusas. En cualquier caso, yo desconocía los detalles y, además, nunca había sido aficionado a los informativos ni me atraía el activismo político. Y ello a pesar de que, a partir de secundaria, me había acercado a grupos marxistas cuyas ideas me habían influido, especialmente las de mi tío materno, que al parecer ocupaba una posición de mando importante en el Partido Comunista.
Le contesté:
—De verdad, no lo sé. ¿Qué pasa?
—¿Por qué? ¿No vives aquí?
Quise cortar la retahíla de preguntas y le contesté de una vez a todo lo que quizá me seguiría preguntando:
—No… Vivía en Francia y llegué hoy, hace —miré mi reloj—… solo catorce horas.
—Madre mía, ¿tienes un reloj? Escóndelo, hermano, escóndelo. ¿Ves a toda esta gente? Son los mejores creyentes y defensores del islam en este país. Una prueba, hermano, una prueba: es una prueba de Dios Todopoderoso.
Le interrumpí. No sabía qué estaba haciendo allí. La sensación de que se estaba cometiendo una injusticia conmigo me superaba. Irritado, le respondí, cortante:
—Muy bien… ¿Y yo qué tengo que ver? ¡Soy cristiano, no musulmán! ¡Soy ateo, no creyente!
«Esta es la segunda vez que proclamo que soy ateo. Pura verborrea. La primera me costó una ración de la caña de Ayub, por orden de Abu Ramzat, que mataba musulmanes porque vivíamos en un Estado islámico. La segunda, me costaría largos años de absoluto aislamiento y que me trataran como un insecto, o peor».
CLOTEL O LA HIJA DEL PRESIDENTE, relato de la vida en esclavitud en los EEUU
Clotel o La hija del presidente
Relato de la vida en esclavitud en los Estados Unidos de América
Williams Wells Brown
Esclavo fugitivo, autor de «Three Years in Europe»
traducción y notas de Pilar Vázquez
prólogo de Mireia Sentís
Presentamos Clotel o la hija del Presidente, considerada la primera novela escrita en por un ex esclavo. Un texto singular de denuncia del sistema esclavista que suma ficción, autobiografía y reflexiones políticas y filosóficas.
PREFACIO
Más de doscientos años han transcurrido desde que el primer buque cargado de esclavos atracara en las orillas del río James, en la colonia de Virgina, procedente de las costas de África Occidental. Desde 1620, en que comienza el comercio de esclavos,[1] hasta el momento de la independencia de la Corona Británica, el número de esclavos se elevó a quinientos mil; hoy hay cerca de cuatro millones. La Constitución legitima la esclavitud en quince de los treinta y un Estados, lo que une a esos Estados en una Confederación.
En cada palmo de tierra donde ondeen las Barras y Estrellas, al negro se lo considera una propiedad más y cualquier blanco puede ponerle la mano encima con total impunidad. Toda la población blanca de Estados Unidos, tanto en el Norte como en el Sur, está obligada, por su juramento a la constitución y su adhesión a la Ley de Fugas,[2] a dar caza a los esclavos fugitivos para devolverlos a quienes los reclamen y a reprimir por la fuerza toda tentativa de alcanzar la libertad que pueda darse entre los esclavos. Veinticinco millones de blancos se han coaligado en solemne cónclave para mantener encadenados a cuatro millones de negros. En todos los estratos sociales se pueden encontrar quienes tienen, compran o venden esclavos, desde hombres de Estado y doctores en teología, quienes pueden llegar a poseer cientos, hasta aquel que no puede comprar más de uno.
De no ser porque hay personas en posiciones preeminentes de la sociedad, en especial cristianos profesos, que poseen esclavos y, por consiguiente, respaldan el uso, hace tiempo que la esclavitud habría sido abolida. El ejemplo de los hombres influyentes «dignifica la corrupción, haciéndola inmune al castigo»[3]. El gran objetivo de los verdaderos defensores de los esclavos debe ser poner al descubierto la institución, de tal modo que el mundo pueda verla, y hacer que los sabios, los prudentes y los piadosos le retiren su apoyo y la abandonen a su suerte. No le hace mucho bien a la causa de la emancipación alzar la voz para execrar a los traficantes de esclavos, a los secuestradores, a los capataces mercenarios, mientras que nada se dice a fin de reconocer la culpa de quienes se mueven en las altas esferas.
El hecho de que la esclavitud se introdujera en las colonias americanas estando estas aún bajo el dominio de la corona británica es razón suficiente para que los ingleses tengan un vivo interés en su abolición. Y hoy, cuando los grandes ingenios mecánicos han acercado a los dos países, y teniendo los dos una única lengua y una única literatura, la influencia de la opinión pública británica en el Nuevo Mundo es inmensa.
Si los incidentes que se exponen en las páginas que siguen añaden algo nuevo a la información que, mediante publicaciones similares, ya se ha puesto a disposición del público, y, por consiguiente, ayudan a que la influencia británica se haga sentir en contra de la esclavitud en América, se habrá conseguido el principal objetivo para el que se escribió esta obra.
w. wells brown
22, Cecil Street, Strand, Londres.
[1] Fueron mercaderes holandeses quienes llevaron el primer cargamento de africanos y africanas a la colonia británica de Jamestown, en el Estado de Virginia, en 1619.
[2] Fugitive Slave Law. Esta ley, de 1850, era mucho más estricta que las anteriores. Proteger o ayudar a los esclavos fugitivos pasó a ser un delito a nivel federal que podía ser castigado con grandes multas y penas de prisión. Y, por consiguiente, la ley facilitaba la captura de los esclavos que intentaban escaparse y establecerse en los estados abolicionistas del norte del país.
[3] William Shakespeare, Julio César, Acto IV, escena iii. [Traducción al español de A.L. Pujante, Acto IV, escena ii. 1990.]
CAPITULO I
LA SUBASTA
A esta niña, ¿qué azar,
tan joven y hermosa,
erguida y llorosa,
trajo a subastar?[1]
Con el aumento de la población esclava, en el Sur de los Estados Unidos de América ha aumentado tremendamente el número de mulatos, la mayoría de padre propietario esclavista y de madre esclava. La sociedad no mira mal al hombre que sienta a su hijo mulato en el regazo, mientras, detrás de la silla, la madre continua siendo una más de sus esclavas. Ya hace años que el difunto Henry Clay predecía que la abolición de la esclavitud de los negros llegaría con la fusión de las razas. John Randolph, conocido hacendado esclavista de Virginia y prominente hombre de estado, decía en un discurso en la asamblea legislativa de su Estado natal que «la sangre de los primeros estadistas americanos corría por las venas de los esclavos del Sur». En las ciudades y las villas de los Estados esclavistas, los negros de verdad, o negros puros, no alcanzan a ser más de uno de cada cuatro de la población esclava. Este hecho es por sí solo la mejor prueba de la inmoralidad y de la degradación de la relación entre amos y esclavos en los Estados Unidos de América.
Esto dice la ley en todos los Estados esclavistas: «Los esclavos se considerarán legalmente un bien mueble más,[2] en las manos de sus amos y propietarios, representantes, administradores y cesionarios, a todos los efectos prácticos o de otra índole, y como tales bienes se valorarán, se venderán (o mantendrán), se tomarán y se tasarán. Un esclavo es alguien que está en poder de un amo, al que pertenece. El amo puede venderlo, disponer de su persona, de su diligencia y de su trabajo. El esclavo no puede hacer nada, ni poseer nada ni adquirir nada, salvo lo que ha de pertenecer a su amo, quien puede corregirlo y castigarlo, siempre que no sea con un rigor inusitado, o de tal manera que lo deje mutilado o tullido, que lo exponga al peligro de perder su vida o le cause directamente la muerte. El esclavo, en tanto que esclavo, debe tener la convicción de que no tiene derechos legales frente a su amo».
[1] Tomado de un poema anónimo incluido en The Anti-Slavery Harp [“El arpa abolicionista”], una antología de poemas antiesclavistas recogida por el propio Wells Brown. La mayoría de los fragmentos sin referencia a su autor que se citan al principio de los capítulos a lo largo de la novela proceden de esta antología, al igual que el que aparece al final de este.
[2] En inglés, chattel; este término se utiliza en varias ocasiones a lo largo de la narración como sinónimo de esclavo. Incluso existe la expresión chattel slavery, para indicar este tipo de posesión completa del esclavo y su carencia de toda identidad como persona.
Ficha técnica
autor: William Wells Brown
título: Clotel o la hija del Presidente. Relato de la vida en esclavitud en los Estados Unidos de América
Prólogo de Mireia Sentís
Traducción del inglés y notas: Pilar Vázquez
Colección: BAAM, 9
Nº páginas: 256
Formato: 21 x 12,5
ISBN: 978-84-946564-1-5
PVP: 16 euros
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