"Siria, la revolución imposible" despierta el interés de la crítica y los lectores
Nada más publicarse, no solo las presentaciones en el IEMed de Barcelona (ver) y Casa Árabe de Madrid (ver) concitaron el interés de un numeroso público, sino que no pocos periodistas han aprovechado la presencia de Yassin Al-Haj Saleh en nuestro país para entrevistarlo y conocer de primera mano la situación en Siria:
http://agencias.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=2797884
https://www.elespanol.com/mundo/oriente-proximo/20180420/yassin-al-haj-saleh-opositor-siria-genocida-parecido/301220779_0.html
https://www.elnacional.cat/es/cultura-ideas-artes/siria-revolucion-imposible-yassin-saleh_259629_102.html
http://www.rtve.es/m/alacarta/videos/la-2-noticias/2-noticias-17-04-18/4570858/?media=tve
Entrevista para la SER a Yassin Al-Haj Saleh de Álvaro Zamarreño:
"La Siria de Al-Assad significa una guerra permanente contra el futuro"
http://cadenaser.com/ser/2018/04/24/internacional/1524558565_782504.html
El programa Cinco continentes de RNE dedicó un espacio a Siria, la revolución imposible
Y en vientosur.info puede consultarse el esclarecedor prólogo de Santiago Alba Rico, del que adelantamos una parte:
En un libro de reciente publicación, El fin del intelectual francés, el historiador israelí disidente Shlomo Sand repasa desde su nacimiento la tradición muy francesa del intelectual comprometido. Tras relativizar el compromiso histórico general de los intelectuales públicos y señalar también las sombras de los que, de Zola a Sartre, Europa ha reconocido como figuras engagés, Sand explica con notable brillantez las razones de su extinción: “La aflictiva desaparición del proletariado, los efectos devastadores del maoismo derrotado en China, las consecuencias decepcionantes y a veces horribles de la descolonización y, en una etapa posterior, el hundimiento final de los regímenes comunistas de la Europa del Este y de Rusia engendraron un clima de ideas que preparó el terreno para la llegada de intelectuales portadores de ideologías que se cuidaban bien de formular proyectos sobre el futuro. Quienes están ahora en el candelero son los hombres de letras que temen y repudian toda evocación de un nuevo horizonte, más allá del momento presente”. Si a esto añadimos el vínculo orgánico entre el discurso y la academia y el desplazamiento de la autoridad pública, incluida la académica, a la actualidad sin tiempo del mercado (y, por lo tanto, del periodismo comercial) no es extraño que el viejo intelectual comprometido, a veces inmodesto pero abierto al mundo, haya dejado su lugar a dos figuras irreconciliables e igualmente estériles: el activista aislado en su militancia especializada y la estrella o celebridad, enfermizamente visible, no importa en qué esfera: el fútbol, la música o la televisión. Obviamente Henri-Levy o Houellebech, que no son activistas, se parecen mucho más a Cristiano Ronaldo o a Belén Esteban que a Sartre, Foucault o Camus.
El último intelectual que pretendió aportar vigencia universal a las luchas multiconcretas no fue francés y sólo fue a medias occidental. Me refiero al palestino y estadounidense Edward Said que, decepcionado de la ceguera parcial de Sartre, se tomó sin embargo muy en serio su imperativo de “dar voz a los que no tienen voz” en un ámbito público dominado ya por las diferentes hasbaras y por el beneficio comercial inmediato. Desde su muerte en 2003 ese espacio público, cada vez más ceñido a la autoridad del mercado, se ha vuelto crecientemente restringido para las voces subalternas o no funcionales en general. Al mismo tiempo una cierta ilusión de transparencia, asociada a la tecnología, ha hecho concebir a los disfuncionales la esperanza de un cambio sin sujeto a través de la difusión de mensajes auto-enunciados, evidentes por sí mismos y no necesitados de esos mensajeros intelectuales privilegiados que, por otra parte, han sucumbido, al menos en Europa, a la tentación televisiva. El caso de las revoluciones árabes es trágicamente ejemplar: en ausencia de organizaciones políticas democráticas y de líderes intelectuales investidos de autoridad pública, se confió en que las imágenes mismas difundidas en las redes servirían para derrocar regímenes injustos y, aún más, para construir regímenes nuevos. Si algo han demostrado las revoluciones árabes, finalmente derrotadas, es (primero) que los viejos partidos y los viejos discursos, aunque sigan gobernando, están muertos; pero también (segundo) que la transparencia no existe, y aún menos la tecnológica, y que la única manera de enterrar esos partidos y esos discursos muertos es sustituyéndolos por organizaciones y discursos vivos.
El caso de Siria es ejemplar porque es también paradójico. Es ejemplar porque demuestra hasta qué punto, más allá del periodismo ciudadano y las denuncias transparentes de consumo y olvido inmediato, un proceso transformador, y más si queda abortado por la violencia extrema, necesita siempre “voces que den voz a los que no tienen voz” (en muchos casos porque la han perdido junto con el cuerpo mismo). Necesitamos activistas del pensamiento, intelectuales comprometidos que no sólo fotografíen los crímenes sino que traten de explicarlos; que no se limiten a documentar el horror, cosa sin duda imprescindible, sino que exploren las relaciones entre los cuerpos vivos y entre los cuerpos vivos y los cuerpos muertos, es decir, que exploren los marcos sociales, económicos, antropológicos, históricos en los que ese horror se ha gestado poco a poco y se transforma día a día, transformando a su vez a sus protagonistas activos o pasivos; necesitamos mediadores mentales, en definitiva, que no sólo organicen sobre el terreno comunidades de supervivencia y resistencia sino que anticipen, a partir de ese horror, sin optimismo mercantil ni desesperación derrotista, soluciones éticas y realistas.
Pero el caso de Siria, si ejemplar, es también paradójico: porque lo cierto es que Siria sí tiene a su Zola, a su Camus, a su Sartre, a su Edward Said y no es francés sino sirio. Se llama Yassin Al-Haj Saleh y es autor de este libro preciso y terrible, La revolución imposible, que explica, entre otras cosas, por qué su voz, junto con la de sus compatriotas, es inaudible en Europa: precisamente porque es sirio. Hay que acudir al último capítulo para entender que no se trata de una cuestión personal. Se trata de que los sirios no son importantes, ni a derecha ni a izquierda, para ninguno de los que, de palabra o de obra, se ocupan de Siria. Hay que decirlo claramente: también para librarse de un objeto de conocimiento hace falta un discurso; también para ignorar, olvidar, rodear o explotar una tragedia ajena hace falta nombrarla. No sin razón -y un punto de irritación contenida- denuncia Yassin Al-Haj Saleh esta forma de nombrar Siria y a los sirios como una prolongación colonial perfectamente coherente, por lo demás, con las prácticas del régimen asadista: “Se nos niega la potestad del conocimiento; es decir, nuestra capacidad para proporcionar datos y análisis más informados sobre lo que sucede en nuestro país. O bien lo que decimos sobre nuestra causa carece de valor, o bien se nos limita a los ámbitos más bajos del conocimiento, como fuente de citas que el periodista o el investigador occidental añadirán al conocimiento que ellos mismos producirán. Sin embargo, pocas veces se apoyan en nuestros análisis, difundidos sin restricciones en Occidente”. Este silenciamiento interesado de los protagonistas vivos se llama dictadura en el caso del gobierno de Damasco; se llama imperialismo en el caso de las potencias que intervienen en Siria desde hace años para evitar una transformación desde abajo; y se llama elitismo colonial en el caso de las izquierdas occidentales que, desde la ignorancia más supina y la arrogancia más eurocéntrica, declararon improcedente o sospechosa la revolución de 2011, hoy derrotada, y siguen nombrando paladín de la justicia universal -del socialismo, el humanismo y el anti-imperialismo- al responsable primero y principal de la muerte, tortura, violación, desaparición y desplazamiento de millones de sirios.
Recuerdo que en una ocasión preguntaron a Yassin Al-Haj Saleh, militante marxista desde su juventud, si seguía siendo comunista. Su respuesta sería un poco la mía. Respondió que “seguía creyendo en los mismos principios y los mismos valores”, pero que se había dado cuenta de que esos principios y valores no son los que defienden los que se llaman hoy a sí mismos comunistas. El diagnóstico del autor es duro y desgraciadamente atinado: “Mi estimación es que la base de esas posturas patriarcales retrógradas por parte de nuestros amigos antiimperialistas, es doble. En primer lugar, la transformación de la izquierda comunista y sus herederos hacia posturas típicas de la clase media educada, separada del sufrimiento humano, e incapaz de innovar. Esto se relaciona con las transformaciones de la economía en los países capitalistas centrales, la desindustrialización, el retroceso del peso de la clase trabajadora industrial y la aparición de la izquierda del campus, que no hace nada y sabe poco, a pesar de su posición en la academia. Ya no hay nada revolucionario ni liberador en su formación y no libran ningún verdadero conflicto. En segundo lugar, están los esquemas ideológicos de la guerra fría; es decir, el conocimiento por reminiscencia, al estilo platónico, y también, la esterilidad intelectual y la escasez de innovación”. Todos estos límites de la izquierda occidental, que dificultan la intervención también en sus propios países y que son aplicables a la muy europea tradición izquierdista árabe, quedaron expuestos a la luz cuando los pueblos de la región, sin preguntar, se alzaron contra sus dictadores. ¿Qué descubrimos entonces? Que, sorprendidos todos un poco a contrapié, los islamistas tenían recursos para reaccionar, los imperialistas tenían recursos para reaccionar y los propios dictadores tenían recursos para reaccionar. La izquierda no. Y, porque no los tenía, desde su posición un poco marginal, en lugar de solidarizarse con los que se jugaban y perdían la vida luchando contra los dictadores, los islamistas y los imperialistas, cedió el terreno a los islamistas, los imperialistas y los dictadores, identificándose además con la ultraderecha europea y su barbarie elitista e islamófoba. Las revoluciones árabes han dejado a la izquierda tradicional en la cuneta de la historia; aún más, han vuelto tradicional a la izquierda en América Latina, que se quería innovadora y democrática. Siria, sí, ha sido y es la tumba de miles de sirios ignorados; pero ha sido y es también la tumba de la izquierda. En el capítulo 12, sin falsas esperanzas ni falsas desesperaciones, Yassin Al-Haj Saleh, al tiempo que describe la única “solución realista” para Siria, enuncia también los valores y principios -comunistas o no- para un impostergable rearme discursivo y organizativo de la izquierda.
Digo todo esto para señalar a un tiempo los obstáculos y las virtudes de este libro: las virtudes que, por eso mismo, constituyen un obstáculo. Este libro explica lo que ha ocurrido y está ocurriendo en Siria, cosa que casi nadie quiere saber; este libro analiza la historia reciente de Siria, las entrañas de la dinastía asadiana, las causas de la revolución de 2011 y las de su derrota a partir de 2013, cosa que a casi nadie le importa. Ahora bien, si aceptamos el supuesto contrario (el de que todo el mundo quiere saber lo que ocurre en Siria y colaborar en una paz justa y democrática para los sirios), este libro es sencillamente irrenunciable. El lector español tiene ya acceso a una breve pero sólida bibliografía sobre la Siria convulsa, tanto narrativa como ensayística y documental: Cuando la revolución termine, de Leila Nachawati, El caparazón, de Mustafa Khalifa, el terrible Diario del asedio a Duma, de la desaparecida compañera de Yassin, Samira Khalil; o el completísimo relato activista de Leila Al Shami y Yassin Kassab País en llamas; o también -de especialistas españoles- el más académico, Siria: revolución, sectarismo y yihad de Álvarez Osorio o el más periodístico, Siria, el país de las almas rotas de Javier Espinosa y Mónica G. Prieto. Pero La revolución imposible está investido, a mis ojos, de una autoridad adicional. No me refiero -y casi me disgusta mencionarlo- al sufrimiento de su autor: sus 16 años de prisión, la vida en la clandestinidad, la pérdida de amigos, compañeros y familiares, incluida su mujer (que era las tres cosas) o su exilio ahora en Estambul. Todo estos padecimientos son sólo la consecuencia de un compromiso político que, en el caso de Al-Haj Saleh, ha adoptado también, o sobre todo, la forma de un -digamos- compromiso de distancia: acercar el cuerpo, alejar la mente. Quiero decir que, si Al-Haj Saleh es el Camus, el Sartre y el Edward Said de Siria no es porque sea sirio o haya estado en la cárcel, pues no era ése el caso ni de Camus ni de Sartre ni de Said, sino porque, como ellos, entiende que, sin mediación intelectual, sin palabras públicas ordenadas en un discurso honesto y preciso, sin conocimiento abierto y conflictivo de la historia, no hay ninguna posibilidad de intervenir en ella de manera liberadora. Ese es el trabajo de Al-Haj Saleh: comprender. Lo hizo en el calor de la revolución primera y en el fragor de la explosión sucesiva; y lo hace ahora desde Estambul, donde colabora con la publicación en árabe Al-yumhuriya (de la que es responsable, por cierto, otro imprescindible Yassin, Yassin Swehat, mitad sirio y mitad gallego, que lleva años tratando de contarnos en español lo que su tocayo cuenta en árabe y sin cuya intervención este libro, magníficamente traducido por Naomí Ramírez, no habría sido posible).
Si acercarse con el cuerpo y alejarse dos pasos con la mente (para orientar en público a los que están demasiado cerca o demasiado lejos) es lo que define a un intelectual, nunca han sido los intelectuales más necesarios. Desde 2011 algunos tuvimos la suerte de seguir los avatares sirios a través de los trabajos de Yassin Al-Haj Saleh (y de otros sirios o casi-sirios a los que traducía precisamente Naomí Ramírez: Salame Keile, Elias Khouri, Subhi Hadidi). Pues bien, La revolución imposible recorre de nuevo todo ese largo y sangriento septenio en el que el eslogan “Asad o nadie” -cuyo nihilismo analiza Al-Haj Saleh en el capítulo 4- se va haciendo realidad de la manera más trágica: Asad y nadie. Lo había explicado muy bien el propio autor en un artículo de mayo o junio de 2011 a través de una metáfora sintética y brutal: la de esa “sociedad-bomba” construida durante cuarenta años por la dinastía asadiana a fin de que cualquier tentativa de liberación, por pequeña o parcial que fuera, desencadenase un gran estallido nacional, regional e internacional: Asad o quemamos el país era, más que una consigna, un efecto mecánico del propio entramado dictatorial. Lo que Al-Haj Saleh describe en detalle es ese efecto mecánico, su saturación del espacio y su despliegue en el tiempo, antes y después de la revolución, frente a la voluntad subterránea de los sirios que, privados de esfera política, han tratado de sobrevivir y combatir la dictadura. [...]
Texto completo en Viento Sur
Presentaciones de 'Siria, la revolución imposible'
Calendario de presentaciones del libro Siria, la revolución imposible (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2018), del escritor y disidente sirio Yassin al Haj Saleh:
--Lunes 16 de abril en la sede del IEMed, en un acto que contará con la presencia del autor y de Lurdes Vidal, directora del área de Mundo Árabe y Mediterráneo (IEMed).
Fecha: 16/04/2018
Hora de inicio: 19:00
Ciudad: Barcelona
Lugar: IEMed (c/ Girona, 20)
Vídeo de la Presentación en el IEMed
--Martes 17 de abril en el auditorio de la Casa Árabe de Madrid. Yassin al Haj Saleh estará acompañado de Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo español, y Naomí Ramírez Díaz, traductora y editora del libro. Presenta Karim Hauser, coordinador de Política Internacional de Casa Árabe.
Fecha: 17/04/2018
Hora de inicio: 19:00
Ciudad: Madrid
Lugar: Auditorio de Casa Árabe (c/ Alcalá, 62)
Yassin Al-Haj: 'Siria, la revolución imposible'
Presentación de Iraq bajo ocupación en la feria del libro de Sevilla 2009
Irak ya no existe. Esa es la principal conclusión que cabe extraer de la lectura de “Iraq Bajo Ocupación”, un libro colectivo editado por Carlos Varea, Paloma Valverde y Esther Sanz y con el que alcanza el noveno número la colección Encuentros de Ediciones del Oriente y el Mediterráneo. Bajo el subtítulo de “Destrucción de la identidad y la memoria”, la portada de la obra que hoy presentamos evoca como símbolo de la situación actual del país la silueta de aquella leona herida, asaeteada por flechas, que podemos contemplar en un célebre relieve asirio del siglo VII antes de Cristo.
En Irak, en la antigua mesopotamia que bascula entre los ríos Tigris y Eúfrates, alguien soñó que estuvo la cuna de la humanidad. Hoy, tras seis años de ocupación, se nos presenta un país devastado no sólo en las carnes abiertas de su población –un millón de muertos, cinco millones de desplazados—sino en sus señas de identidad, desde su vieja cultura en los yacimientos saqueados de Asur y de Nipur, o la cultura cotidiana de las bibliotecas y museos cuyas colecciones han acabado subastadas al mejor postor en los mercados negros del arte, o en la laicidad que, entre sus escasos aciertos, el partido Baaz imprimió a la administración iraquí que hoy se encuentra en manos de lo que aquí se denuncia como “una oligarquía mafiosa y teocrática” que gestiona la renta petrolífera al servicio de intereses foráneos.
Pedro Martínez Montávez, uno de los escritores que participan en esta obra, habla de ocupación y fragmentación sectaria del Maxreq en su conjunto, esto es, la región que aquí tendríamos que llamar Oriente Próximo y que solemos denominar como Oriente Medio porque le hacemos más caso al middle-east de sus colonizadores británicos que a la geografía propiamente dicha. Para su análisis, Martínez Montávez no sólo se remonta necesariamente a la llamada primera guerra del golfo sino a la historia de dicho confín, un espacio de dolor como la América Latina de Simón Bolívar, un territorio que como la América Latina de Eduardo Galeano, también nos muestra eternamente sus venas abiertas.
Martínez Montávez habla de taifismo, de fragmentación de esa identidad unitaria y apunta hacia la dirección a la que probablemente lleven futuros acontecimientos: “¿Hace falta añadir que precisamente Irán es otra pieza clave de la cuestión de iraq, desde un principio, y que seguirá siéndolo? Y no sólo de la cuestión de Iraq, sino de la cuestión global de toda la región, y por lo mismo es pieza clave también en el plan global estadounidense de reordenación neocolonial de toda la zona bajo su dominio”.
Tras la denuncia apasionada de Rosa Regás, que niega que haya justificación posible a la guerra en la que vergonzosamente participó España y a la ocupación que todavía perdura, Teresa Aranguren, a través de un texto titulado “La invasión de los bárbaros”, se centra en la matanza de Mahmudilla, a 12 de marzo de 2006 y en el que ella explica como lo más estremecedor de aquel suceso “no fue la orgía de sangre de unos soldados en el fragor del combate, ni una venganza, ni un acto de locura. Fue una manera de pasar la tarde. Tan sencillo como aplastar una hormiga”.
Así se expresaba de hecho uno de los actores de aquella tragedia, el soldado Steven Green, expulsado del ejército por conducta antisocial: “Vine aquí a matar iraquíes, es de lo que va esta guerra, ¿no?... Matar a esta gente ha sido como aplastar una hormiga”.
Tanto él como otros cuatro soldados jugaban a las cartas y bebían güisqui en una de las tiendas de su base militar y alguien dijo con desgana: “¿por qué no vamos a violar a la chica?”. Se trataba de Abir Qassim al-Janabi, una iraquí de 14 años que fue violada y asesinada junto a sus padres y la hermana pequeña, de cinco años.
“¿Por qué no vamos a violar a la chica?
Hay que prestar atención a esa frase –sugiere Teresa Aranguren--. Imaginar cómo fue dicha en torno a una mesa en la que un grupo de militares estadounidenses mataban su aburrimiento jugando a las cartas.
La barbarie de la ocupación se expresa en la naturalidad con que fue dicha esa frase.
¿Por qué no vamos a violar a la chica?
La chica era Iraq”.
En un análisis audaz que titula “Las reglas del caos”, Santiago Alba desmonta en este libro alguno de los lugares comunes más frecuentes en torno a la guerra, ocupación y resistencia en Iraq, desde el papel de las propias Naciones Unidas al de los medios de comunicación que han contribuido a enturbiar la visión de la ocupación, favoreciendo el espectáculo de una información carente de contexto en donde nos dejamos atrapar por los gags del terror y la tortura, haciendo caso omiso a otros aspectos sustanciales del conflicto, como los pingües beneficios que empresas occidentales están obteniendo bajo tanta barbarie: “Las muertes –afirma—ocurren en Iraq, el obscurecimiento político y moral en todo el mundo”.
Desde el estallido del “Maine” en la bahía de La Habana, que favoreció a finales del siglo XIX la guerra hispano-norteamericana, La Casa Blanca siempre ha buscado pretextos o coartadas para entrar en conflicto o cometer crímenes de Estado con la aquiescencia de la ciudadanía. En Irak ha vuelto a ocurrir. Una de las cortinas de humo para ocultar el interés estratégico fue el de la democratización de la tiranía de Sadam Hussein, que indudablemente lo era. Pero en un cúmulo de despropósitos, se llegó a vincular a dicho déspota con la estructura de Al Qaeda, cuando su partido Baaz no era bien visto por el integrismo por sus coqueteos laicistas.
La escritora y traductora Bahira Abdulatif, que fue profesora de la Universidad de Bagdad, nos recuerda que los últimos gobiernos iraquíes habían aliviado en gran medida el machismo tribal de dicho país, que tras la ocupación vuelve a asesinar mujeres por “el incumplimiento de las estrictas normas religiosas o tribales, que obligan a las mujeres a llevar velo o les impiden acudir a su puesto de trabajo o a la universidad”. Incluso se ha llegado ahora a lapidar a una joven, algo insólito en la historia moderna de Iraq.
“¿Qué es lo que ha cambiado? –se pregunta ella--: la ocupación. El invasor, sin legitimidad moral alguna, está imponiendo por la fuerza, a sangre y fuego, su criterio ‘superior’ y una versión de la ‘cultura y la democracia estadounidenses’ a un pueblo soberano que no lo merece, que no lo necesita y que no lo ha pedido”.
La invasión de Irak, por lo tanto, no se sostiene sólo en intereses comerciales, sino imperialistas. Se está cambiando una identidad colectiva y, para ello, es importante destruir su memoria. Así, en esta obra, Fernando Báez habla de “memoricidio” al denunciar la destrucción de archivos y bibliotecas, mientras Joaquín María Córdoba denuncia cómo se esquilma su patrimonio arqueológico y cultural, en un continúo proceso de destrucción de una conciencia nacional propia, no supeditada a la cultura del imperio.
Lo resume, perefectamente, Hana Abdul Ilah al-Bayati, en el epílogo que cierra este libro colectivo, en aras de un futuro soberano e integrador.
“En su guerra contra Irak –escribe—, Estados Unidos ha pretendido destruirlo como Estado y como nación. El resultado ha sido una clase entera diezmada, la clase media secularizada de Iraq, que había demostrado su capacidad para manejar sus recursos de manera independiente para beneficio colectivo. Estados Unidos ha asesinado a más de un millón de iraquíes al tiempo que ha obligado al exilio a muchos millones más. Estados Unidos se ha embarcado en lo que debe entenderse el genocidio de una civilización, así como en su propio suicidio moral. En nombre de la democracia, Estados Unidos llevó la destrucción al pueblo de Iraq a una escala incomensurable, pero además intentó borrar su identidad, su memoria, su cultura, sus instituciones, su tejido social, sus formas de administración, comercio y vida cotidiana. La fuerza, sin embargo, no se impone con facilidad. La brutalidad del poder y del imperialismo se han puesto al descubierto definitiva y sorprendentemente, al mismo tiempo que el proyecto del Nuevo Siglo Estadounidense (The New American Century) finalmente ha fracasado”. O, al menos, eso esperamos.
El libro también incluye un artículo de Carlos Varea, titulado “Muerte y éxodo, la ocupación y la violencia sectaria en Iraq (2003-2008)”, en el que asegura que “la ocupación de Iraq ha generado la mayor y más rápida crisis mundial de refugiados de las últimas décadas”. Pero mejor, mucho mejor, que nos lo cuente él mismo.
Juan José Téllez
Iraq bajo ocupación
Iraq bajo ocupación, Bahira Abdulatif
La destrucción de la identidad y la memoriaHoy se afirma que la violencia ha disminuido en Iraq y que, tras el triunfo de Barak Obama en EE.UU., es posible la retirada de las tropas extranjeras y la estabilización del país. La realidad es bien distinta: más allá del fin de la ocupación, el legado de la invasión de Iraq es aterrador.
Con cinco millones de desplazados internos y refugiados externos, Iraq sufre la mayor crisis mundial de la Historia reciente. Desde 2003 han muerto más de un millón de iraquíes. Un país extremadamente rico en recursos humanos y materiales se sitúa hoy entre los últimos del mundo en indicadores sociales y entre los primeros en corrupción, pobreza y violencia.
Recuperando una vieja lógica colonial, los ocupantes de Iraq han desmantelado el Estado y sus instituciones, han anulado la memoria histórica y cultural del país, han alentado el sectarismo y el confesionalismo y han favorecido el afianzamiento de corrientes regresivas destructoras de un tejido social antaño bien tramado y muy secularizado. La nueva legislación ha roto el marco jurídico unitario, suprimiendo el concepto de ciudadanía y sometiendo la ley a la religión: una oligarquía mafiosa y teocrática gestiona la renta petrolífera al servicio de intereses foráneos.
Las contribuciones de los autores a este libro colectivo componen un mosaico esclarecedor, el cual permite vislumbrar el terrible presente al que se enfrentan cada día los hombres y las mujeres de Iraq, comprender las claves del conflicto y su trascendencia regional e internacional y conocer las dimensiones concretas del daño causado al patrimonio cultural de la Humanidad en Iraq. Una obra para tomar conciencia de la destrucción premeditada y total de un país y de su sociedad.
Los autores: Bahira Abdulatif es escritora y traductora, y con anterioridad fue profesora en el Departamento de Español de la Universidad de Bagdad; Santiago Alba es escritor y ensayista; Teresa Aranguren es periodista y escritora, y en la actualidad es miembro del Consejo de Radiotelevisión Española; Fernando Báez es director de la Biblioteca Nacional de Venezuela; Hana al-Bayati es documentalista iraquí; Joaquín María Córdoba Zoilo es profesor de Historia de Oriente Antiguo de la Universidad Autónoma de Madrid y dirige excavaciones arqueológicas en Oriente Próximo y Asia Central; Pedro Martínez Montávez es arabista y catedrático emérito de la Universidad Autónoma de Madrid; Rosa Regàs es escritora; y Carlos Varea es profesor de Antropología en la Universidad Autónoma de Madrid.
Paloma Valverde y Esther Sanz, junto con Carlos Varea, han preparado la edición de este libro, editado con el apoyo de la Universidad Autónoma de Madrid y de la Campaña Estatal contra la Ocupación y por la Soberanía de Iraq.
DIARIO DEL ASEDIO A DUMA 2013
PRESENTACIÓN EN CASA ÁRABE DE MADRID
El 2 de febrero se presentó el Diario del asedio a Duma 2013 en un emotivo acto en homenaje a los cuatro desaparecidos en Duma, Samira Khalil, Razan Zaituneh, Wael Hammada y Nazen Hammadi. El acto contó con la participación de Karim Hauser, en nombre de Casa Árabe, Naomí Ramírez Díaz, traductora del libro, Santiago Alba Rico, filósofo y ensayista, y Yassin Swehat, periodista hispano-sirio. También se pudo ver un video grabado expresamente para este acto por el intelectual y activista sirio Yassin el Haj Saleh, compañero de la autora del libro, quien se ha ocupado de la edición y escrito el prólogo y algunos artículos que sitúan en contexto las notas escritas durante el asedio a Duma por Samira Khalil.
ARTÍCULOS Y CRÍTICAS
Relato del descenso a los infiernos de Siria
El ‘Diario del asedio a Duma’, de la activista Samira Khalil, retrata con enorme lucidez y minuciosidad el día a día de la vida cotidiana bajo la guerra
Ignacio Álvarez-Ossorio
El conflicto sirio ha entrado ya en su séptimo año de vida, pero las referencias bibliográficas en castellano sobre lo ocurrido en todo este tiempo siguen brillando por su ausencia. Si exceptuamos las obras dedicadas al autodenominado Estado Islámico (ISIS en sus siglas en inglés) en su mayoría traducidas de otros idiomas --con la honrosa excepción de Estado Islámico. Geopolítica del caos (Los Libros de la Catarata, 2015), elaborado por Javier Martín--, apenas podemos rescatar media docena de libros que tratan de desentrañar los entresijos del conflicto. En este desierto editorial brillan con luz propia unas pocas excepciones como Cuando la revolución termine (Turpial, 2016), la vibrante obra prima de la autora galaico-siria Leila Nachawati; Siria, el país de las almas rotas: de la revolución al califato del ISIS (Debate, 2016) de Javier Espinosa y Mónica García Prieto, dos excelentes conocedores de la realidad siria; o Siria. La primavera marchita (Libros.com, 2015), elaborado por varios periodistas que han cubierto la guerra en alguna de sus fases. En esta lista también debería incluirse mi libro Siria. Revolución, sectarismo y yihad (Los Libros de la Catarata, 2016), una aproximación más académica sobre la cual no me extenderé por razones obvias. Un balance, en todo caso, magro, si tenemos en cuenta que el conflicto arrancó en 2011 y que ha provocado la mayor catástrofe humanitaria en Oriente Medio desde la Segunda Guerra Mundial.
Por esta razón debemos felicitarnos de la reciente publicación por parte de Ediciones del Oriente y el Mediterráneo del Diario del asedio a Duma escrito por Samira Khalil y traducido por la arabista Naomi Ramírez. Junto con La frontera. Memoria de mi destrozada Siria (Editorial Stella Maris, 2015), de Samar Yazbek, es uno de los libros escritos por activistas sirias que retratan, con enorme lucidez y minuciosidad, el día a día de la vida cotidiana bajo la guerra. Pese a que no está concebido como un libro, ya que se limita a recoger las anotaciones y reflexiones de Khalil durante el asedio de Duma, el libro nos ofrece un relato desgarrador del descenso a los infiernos de su país, de la brutalidad del régimen, de la irrupción de las bandas islamistas y del cinismo de la comunidad internacional ante el descenso a los infiernos de Siria. Un relato que, en determinadas ocasiones, se hace asfixiante por su crudeza.
Samira Khalil, una militante del Partido Comunista del Trabajo que pasó cuatro años en las cárceles del régimen, habla de su vida en la ciudad asediada de Duma y del trabajo que desarrolla con varias organizaciones locales de mujeres. Pero sobre todo habla de las consecuencias del asedio sobre la población civil: las dificultades para llegar a fin de mes, la falta de medicinas y personal médico y la hambruna de una población olvidada, víctima de sistemáticos bombardeos con misiles balísticos y barriles bombas que pretenden doblegar la resistencia de los grupos rebeldes. Como ella misma nos recuerda: “Es una guerra, una guerra de verdad, no un juego de disfraces importados. Es una guerra superior a las demás en inmoralidad con la que el mundo la mira. No es un juego. Son personas de carne y hueso que mueren a diario: de enfermedad, hambre, represión brutal”.
El empleo del hambre como arma de guerra ha sido una constante durante todo el conflicto siguiendo la estrategia del “arrodillaos o morid de hambre”, como ella misma lo denomina. Samira nos acerca a la vida cotidiana de Duma: “Bajo asedio no hay nada: ni medicinas, ni agua, ni electricidad. Nada. No, he olvidado la muerte, que es lo único que hay en abundancia. No hay casa en la que no haya un mártir; no hay casa en la que no haya un detenido; no hay casa en la que no haya alguien que ha perdido una parte de su cuerpo o que tenga heridas de balas o restos de metralla”.
Incluso en varias ocasiones, la autora compara la cárcel con el asedio y concluye que “la cárcel parecía un exilio con cierto lujo: la comida llegaba a diario, aunque fuera escasa… La muerte aquí nos toca a todos. El proyectil no escoge a las personas”.
No sólo se limita a acusar al mundo occidental de pasividad ante la tragedia siria, sino que además denuncia su complicidad: “Es una guerra cuya inmoralidad es insuperable, mientras el mundo mira los restos de las personas: carnes y sangre que saltan por los aires a través de las pantallas… Mueren a causa de los proyectiles que atraviesan sus casas… Mueren mientras preparan la comida de sus hijos y piensan qué harán para cenar”. A pesar de todo, “el mundo ve y oye lo que sucede, pero mantiene su apoyo tácito al criminal”. La autora se pregunta cómo reaccionaríamos si nuestros gobernantes “se atrevieran a emplear sus aviones, armas químicas o su artillería” contra la población por echarse a las calles para reclamar libertades y reformas.
Ni tan siquiera el empleo de armas químicas contra la zona de Guta en el verano de 2013 sacudió a una comunidad internacional pasiva ante las reiteradas masacres que han segado la vida de medio millón de personas. El asesinato a sangre fría de 1.466 civiles la noche del 21 de agosto es descrito de manera desgarradora: “Se durmieron sin saber que era su última noche… Se marcharon sin ruido, en un sueño eterno. Se marcharon y dejaron al mundo una vergüenza infinita”. A pesar de que el empleo de armas de destrucción masiva contra la población civil había sido considerado por el presidente norteamericano Barack Obama como una línea roja, Samira denuncia que “se llevaron las armas químicas y dejaron el resto de herramientas de la muerte”.
La suerte de Samira Khalil es una incógnita, ya que fue secuestrada junto a otros tres activistas por milicianos armados y desde entonces no se han vuelto a tener noticias suyas. Todas las pruebas indican que el Ejército del Islam, un grupo salafista financiado por Arabia Saudí y participante en las negociaciones de Ginebra, estaría detrás de su desaparición. El caso de Khalil no es excepcional, ya que otros muchos activistas prodemocráticos han quedado aislados entre dos fuegos: el del régimen y el de las facciones islamistas. Como nos recuerda su compañero sentimental, Yassin al-Haj Saleh, “lo que convierte Siria en una tragedia mundial es que los sirios no se enfrentan a un único enemigo. Además de la mafia del autoritarismo assadiano, que se comporta como dueña del país desde que el déspota Hafez dejase como heredero a su hijo Bashar, los sirios se enfrentan a otro enemigo, que son las organizaciones nihilistas islamistas que han nacido de la falta de horizontes de desarrollo que han padecido nuestras sociedades en las últimas tres o cuatro décadas. Una situación reforzada por el papel jugado por el tercer enemigo, el extremadamente radical sistema de dominio estadounidense en la zona y apoyo clave de Israel: Las tres fuerzas del salvajismo están intrínsecamente ligadas, y no se entiende ninguna de ellas al margen de las otras”.
El libro se completa con una vibrante presentación del filósofo Santiago Alba Rico y con varios artículos de al-Haj Saleh, que pasó 16 años de su vida en las cárceles de los Asad castigado por su militancia comunista. Alba, con su habitual clarividencia, arremete en su presentación contra la izquierda negacionista europea que se empeña en “negar que en Siria hubiera una revolución democrática, negar que hubiera una izquierda luchando contra el régimen, negar los crímenes de al-Asad y de Rusia, negar la complicidad de EEUU, negar –en definitiva- la verdad y con ella a sus víctimas y a sus héroes”.
Un libro, en definitiva, indispensable que nos presenta un relato en primera persona del conflicto sirio y que sirve para combatir la guerra de la desinformación que le acompaña.
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Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante y autor del libro Siria. Revolución, sectarismo y yihad (Libros de la Catarata, 2016).
Artículo completo en ctxt: http://ctxt.es/es/20170329/Firmas/11737/Diario-del-asedio-a-DumaSamira-Khalil-Siria.htm#.WN0YucfyCXA.facebook
UNA GESTA Y MIL FRACASOS
Ignacio Gutiérrez de Terán *
En 1991, una mujer siria de treinta años llamada Samira Khalil recupera la libertad. Había pasado cuatro años de cautiverio en las cárceles del régimen de Háfez al-Asad, acusada de pertenecer a un partido clandestino, en concreto una facción comunista enfrentada al PC oficialista y aliado del Baath (formación socialista panárabe) hegemónico. Poco podía imaginar entonces que veinte años después millones de sirios saldrían a la calle a demandar la justicia y la libertad que ella tanto ansiaba; mucho menos que en 2013 acabaría recalando en la zona donde se hallaba la cárcel de mujeres de Duma, su antiguo lugar de confinamiento, y que padecería junto con decenas de miles de compatriotas un asedio feroz, para, a la postre, caer secuestrada en diciembre de ese mismo año por, todos los indicios apuntan a ello, un grupo islamista. Desde entonces, nada se sabe de ella, ni de sus tres compañeros: la conocida defensora de los Derechos Humanos Razan Zaituneh, el marido de ésta, Wael Hammada, y el abogado, activista como todos ellos, Nazem Hamadi.
El libro traducido por Naomí Ramírez Díaz y publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, en su esforzada y admirable labor por publicar textos que muy pocos parecen dispuestos a asumir, en un país donde cada vez se lee menos y se entiende menos aún, refleja con trazo doloroso la tragedia en que ha devenido Siria como nación, sociedad y estado. La historia del “manuscrito” y su disposición aportan ya de por sí un rasgo de tragedia: ni el título ni el orden de las jornadas ni siquiera la introducción son de Samira Khalil, porque ella ni siquiera había pensado en hacer este libro. Lo que se presenta ante nuestros ojos no es un recuento organizado y premeditado de las penurias del inclemente asedio decretado por las fuerzas gubernamentales a la región “rebelde” de al-Ghuta, donde se encuentra Duma. En verdad, nunca tuvo la oportunidad de elegir el momento adecuado para su publicación ni preparar una dedicatoria. Ni discutir con sus amigos, o la editorial, el título más indicado.
Tampoco pudo hacerlo con su marido Yassin al-Haj Saleh, otro activista, escritor en este caso, a quien alguien hizo llegar desde al-Ghuta unos folios con notas personales de Samira a los que añadió entradas que esta había alcanzado a publicar en Facebook. Su labor de edición, junto con una presentación y varios artículos suyos y del novelista palestino-libanés Elías Khoury, uno de los pocos izquierdistas árabes que ha expresado un hálito de humanidad y coherencia política hacia el padecimiento sirio, completan este diario que nunca debería haber sido un libro. Todo ello se acompaña con una incisiva y contundente presentación, como no podía ser de otra manera, de Santiago Alba Rico.
Si, por ventura, leen las palabras de Samira Khalil, a pesar de su concisión, podrán vislumbrar lo que está pasando en Siria, no sólo desde 2011 sino desde la década de los sesenta del siglo pasado. Un sistema policial, represivo y feroz, que mantiene en vilo a sus súbditos, en especial a los que se atreven a tener ideas políticas propias, y que nunca te deja saber si volverás a casa después de una jornada de trabajo o si podrás algún día firmar tus libros.
Las reflexiones de Khalil, concisas, directas y sin circunloquios, son cuchilladas. Aldabonazos de un j´accuse contra casi todo: el poder clánico de los Asad, cuyo sadismo implica decretar la muerte de sed, inanición y barriles de pólvora a parte de sus súbditos; contra todos los países, del entorno y más allá, y las organizaciones de derechos humanos, que no han hecho nada para siquiera llamar a la barbarie por su nombre; contra los partidos, de derecha, centro e izquierda, sobre todo los de esta última, cuyo silencio o comprensión con el plan de tierra quemada del régimen y su aliado ruso ha sido especialmente lacerante; contra parte de los propios sirios, que han utilizado la revolución para obtener beneficios personales; contra los representantes de la oposición en el exterior, ineficaces y venales; contra, contra, contra… ¿Qué cabría decir de la desidia de todos y todas ante el acto de degradación de la condición humana que se ha perpetrado en Siria?
Portada del libro de Samira Khalil. / orienteymediterraneo.com
Lo que viene pasando en Siria desde hace seis años representa un fracaso para todos. La imagen de un caballo desbocado, con los ojos vendados, que se dirige a un precipicio ante la mirada displicente de un público entumecido; el recurso de una película de suspense en la que todo el mundo sabe que la bomba está debajo de la silla donde se sienta el protagonista, ignorante del destino que lo apremia. Este diario, que nunca debería haber visto la luz, traslada el dolor y la desolación más allá de la piel de los sirios, pero, nos tememos, seguirá cayendo en saco roto. Su publicación en español vino a coincidir con la toma de Alepo por parte de las tropas gubernamentales y sus milicias aliadas, tras años de asedio y destrucción programados. Una ciudad desolada, como otras tantas en Siria, un castigo cruel infligido a civiles condenados al hambre, al frío y al asco. No ha pasado gran cosa.
En el momento en que se escriben estas líneas “resuenan los ecos” –qué expresión tan petulante- del informe de Amnistía Internacional sobre la cárcel militar de Sednaya y los 13 mil ahorcamientos de opositores allí hacinados. No se han visto muestras de repulsa internacional dignas de consideración. Tampoco se dijo mucho más cuando se hicieron públicos informes bien documentados, asimismo demoledores, sobre las atrocidades cometidas en esa misma prisión y en otras muchas, como la de Adra, Mezze y la ominosa Palmira, antes y durante la revolución.
La literatura carcelaria siria, por desgracia, es abundante y variada, como puede verse en las novelas-diario de intelectuales izquierdistas de la talla de Mustafá Jalifa, Farach Bayraqdar, Aram Karabit o el propio al-Haj Saleh, o de islamistas, como Abd Allah al-Nayi o Jáled Faysal. Muchos de ellos personas que “pasaban por allí”, como la presa Heba Debbagh; sin embargo, resulta muy escasa si se tiene en cuenta que son cientos de miles los sirios que han penado en las mazmorras de los Asad. Pero eso ya tampoco cuenta mucho, porque las prioridades de la guerra de destrucción llevada a cabo por aquellos ha impuesto una nueva práctica y su consiguiente literatura: el asedio a poblaciones enteras. Cómo será que Khalil misma afirma en varios pasajes que la cárcel era mucho menos mala –una “broma” incluso- que padecer la reclusión de un cerco, con sus bombas, armas químicas, cortes de suministros y francotiradores inclementes.
Ahora bien: por encima de todos estos fracasos se eleva la inmensa gesta de gente como Khalil y una multitud de personajes anónimos, que hacen lo más difícil: resistir. Khalil no se queja de lo que le ocurre a ella en estas páginas: es consciente de que, al fin y al cabo, como le escribiera una vez su padre cuando estaba en la cárcel, “las personas son las posturas que adoptan. Vosotras elegisteis: estad a la altura de vuestra elección”. Peor estaban las familias atrapadas en el laberinto de controles y tierra yerma, las madres impotentes ante la enfermedad y la agonía de sus hijos, los ancianos condenados a morir de hambre…
Ella sabía ya en 2013, al igual que otros muchos dentro y fuera de Siria, que la revolución, para triunfar, necesitaba “apoyo humano, ético, económico y político”, pero que carecía de todo eso. Reprimida por un régimen clánico y despótico, violentada por grupos políticos y armados oscurantistas, como el que la secuestró, manipulada por los grandes intereses regionales e internacionales, puestos de acuerdo para dejar el conflicto sirio en flotación perenne, es una gesta, fabulosa, que personas como Samira Khalil y con ella miles, cientos de miles, sigan resistiendo y albergando la ilusión de un cambio radical. Al final, su tesón particular vencerá a nuestra universal indiferencia.
(*) Ignacio Gutiérrez de Terán es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid.
Artículo completo en cuarto poder: https://www.cuartopoder.es/tribuna/2017/02/25/una-gesta-mil-fracasos/9864
Samira de Siria
El testimonio de una luchadora mujer siria, víctima de la represión…
Por Iñaki Urdanibia
«Ahora es el momento del dolor, pero no el de la desesperación. Es el inicio de un tiempo después de la desesperación, que debemos construir con paciencia e insistencia en el sueño de la libertad»
Elías Khoury
Decía el otro que donde hay opresión hay resistencia; podría volverse, también, la frase diciendo que donde hay resistencia hay opresión. Pues bien, el libro que acaba de editar Ediciones de Oriente y del Mediterráneo: Diario del asedio a Duma 2013 de Samira Khalil da buena cuenta de ello. El conmovedor testimonio de esta última es el centro del libro, que va acompañado de un par de interesantes textos: uno, del marido de la mujer, Yassin Al-Haj Saleh —que también ha probado con abundancia los zarpazos de la represión (tortura, cárcel y exilio)—, que presenta a su mujer y prologa los escritos de ella, y la presentación de Santiago Alba Rico; empecemos por lo último.
Santiago Alba, innegable conocedor de la política de la zona, en su Presentación, contextualiza el texto y nos sitúa en medio del enfrentamiento que opone a fuerzas que, al fin y a la postre, son como las dos cabezas de Jano, son dos pero conforman una ya que una necesita a la otra y la otra a la una. El régimen de Bashar al-Ásad —digno heredero de Hafez al-Ásad— sostenido por Rusia e Irán, por un lado, por otra un conglomerado de fuerzas que hace coincidir, nolis velis, a los aliados europeos y yankis con el ISIS, que también se enfrenta al régimen establecido sirviéndole como pretexto para cometer, seguir cometiendo, sus infames tropelías; todos juntos y en unión con el fin de evitar cualquier cambio sustancial de la situación, y prestando apoyos guiados por meros intereses geopolíticos, posición que —según Alba— ha contagiado a la izquierda latinoamericana y a algunos sectores de la izquierda árabe que apoyan al sistema que desde hace ya cincuenta años practica el politicidio. Alba subraya —y nadie por mínimamente enterado que esté de la situación siria y de todas las primaveras que en la zona han sido podrá negarlo— que el objetivo común de la mayoría de las fuerzas enfrentadas es frenar cualquier cambio real, cualquier revolcón revolucionario, adoptando para ello diferentes fachadas: “democráticas” o abiertamente fascistas… es el caso.
Yassin Al-Haj Saleh en su «Samira de Siria», relata sus andanzas opositoras al régimen como militante comunista, desde su juventud (con la sombra alargada de los poetas Federico García Lorca y Pablo Neruda), las consecuencias de tal compromiso: largos años de encierro, dieciséis, para acabar exiliado, ilegalmente, en Turquía. Junto al retrato de su experiencia y la de sus camaradas, centra su relato en pintar cómo y cuándo se estableció la relación entre ambos y cómo se casaron, estableciendo su hogar en Damasco; cuando ya, contando a la sazón con cincuenta años, tras diez años de unión, planeaban adquirir una casa propia, llegó la revolución en 2013, lo cual puso todos los planes, y lo demás, patas arriba; pasa posteriormente a detenerse en la recreación de la figura de su esposa como ejemplo de valentía y tenacidad, de duras pruebas —cuatro años de prisión— hasta su secuestro junto a otros compañeros comunistas (Razan, Wazel y Nazem) por algún grupo de fanáticos salafistas… desde entonces su paradero es desconocido. Se detiene Yassin Al-Haj Saleh en describir los enemigos que tiene el pueblo sirio: la mafia asadiana, que fue transmitida hereditariamente de padre a hijo (¡ curiosa república!), los grupos extremistas islamistas (Daesh, Al-Qaeda y el Ejército del Islam, este último fue el responsable del secuestro nombrado), sin obviar el poder estadounidense representado por la presencia del estado-gendarme de Israel. Y el hombre toma fuerzas para seguir alzando la bandera del recuerdo de Samira y sus compañeros, y reivindicando la cultura como forma de acción frente al triángulo enemigo: «se trata de un espacio para la humanización y la creación de significados en las que los asadianos y sus señores no pueden competir con nosotros, como no pueden los nihilistas islamistas, ni los estadounidenses y sus acólitos».
Como queda dicho, lo esencial del volumen son las notas del diario de Samira; flashes en los que se presentan además de los aspectos propiamente políticos y de lucha, asuntos relacionados con la vida diaria y sus objetos, costumbres alimentarias (pan hecho con sangre y sudor) y otras. El tiempo abarcado va de agosto de 2013 hasta diciembre del mismo año; en la primera fecha fue cuando se produjo la criminal masacre mediante la masiva utilización de armas químicas al que siguió el cerco de Al-Ghouta ; el final de las notas fue forzado por el secuestro sufrido; por medio queda la llegada del invierno, y la escasez de ropa, de agua, de medicinas y de vivienda, pues la población estaba totalmente destruida, pues las armas químicas fueron sustituidas por el lanzamiento de barriles incendiarios.
A través de las palabras de la mujer, que pretende contar lo vivido y visto sin atender a ningún tipo de abalorio estilístico a pesar de lo cual el lirismo de su prosa brilla con luminosos destellos, aprehendemos el estado de ruinas, la matanza, las privaciones, el hambre, la enfermedad y la muerte; madres que ven los cadáveres tiroteados de sus hijos, hurgando en los escombros en busca de familiares y vecinos, contabilidad de muertos, búsqueda de modos de subsistir evitando las bombas y buscando comida o medicinas, y la imposibilidad de escapar de la sucursal del infierno ya que las puertas se cierran, y los muros y mares se convierten en dispositivos de rechazo y muerte hacia quienes pretender ponerse a salvo. Samira siente la falta de sus amigos, de su marido, de su casa y comparte su ausencia con los demás pobladores de la ratonera en la que se hallan pillados por las bombas y por los ataques incesantes… y el cuchillo de Bashar Al-Asad clavándose cruelmente en el costado de la población, castigada ya que —según las palabras del presidente— no son pueblo sino infiltrados a los que hay que eliminar a toda costa. Frente a ello la indiferencia y el silencio del mundo al que se ha congelado el corazón y ha olvidado las revoluciones habidas en sus países y no escucha los gritos de dolor y muerte que inundan los humeantes cielos: La omnipresente presencia de la muerte que iguala, o empeora tal vez, las condiciones vividas en la cárcel y en el asedio, convirtiendo a este último en una situación más peligrosa e insegura si cabe, y los recuerdos de los momentos pretéritos vividos, y aun en los más duros momentos el agradecimiento a las compañeras y la esperanza de que un día se celebrará la libertad de todo el país, y en que la revolución triunfará construyendo una vida nueva para los ciudadanos («la tierra no muere, ni tampoco el ser humano . La vida sigue a pesar de tanta, tantísima muerte… Proyectiles, balas y aviones»). Como es obvio, no faltan los certeros dardos dirigidos a los responsables del desastre en que vive el país.