El Coriolano de Shakespeare, su obra más política, vuelve a representarse y remover las conciencias.
No es una obra tan famosa como Otelo o La tragedia de Romeo y Julieta, pero en ella encontramos la revuelta del pueblo contra la oligarquía, que acapara el trigo para especular con él y provocar su subida de precio. Y, frente al pueblo, la figura de Coriolano, el caudillo militar partidario de aplastar la revuelta.
Como indica el actor y director teatral Eusebio Lázaro en su:
INTRODUCCIÓN A CORIOLANO
Piedra, bronce, piedra, acero, piedra,
hojas de roble, cascos de caballos sobre el pavimento.
“Coriolano. Marcha triunfal.”
T.S.Eliot
Antecedentes
Roma. Año 494 a.C. No hace mucho que Tarquino, el último rey, ha sido expulsado de Roma y se ha instituido la República. Cualquier intento de restaurar la monarquía se castiga con la pena de muerte. La plebe está privada de todo derecho de gobierno. Las tribus volscas se levantan en guerra, pero los plebeyos se niegan a combatir y provocan la primera de las secesiones, la primera huelga general de la historia: abandonan sus trabajos y se acogen pacíficamente al monte Sacro. Roma queda paralizada. El senado accede a sus peticiones y se nombran tribunos populares y una asamblea de la plebe. En medio de este ímpetu de dominio, surge la figura de hierro y piedra del general Cayo Marcio, que añadirá a su nombre el cognomen de Coriolano, heroicamente conquistado en sus hazañas guerreras.
¿Qué es lo que atrae de estos hechos antiguos, contados por los historiadores Tito Livio, Plutarco de Queronea y Dionisio de Halicarnaso a escritores, filósofos y políticos del siglo XVI europeo? Y, sobre todo, ¿qué es lo que nos atrae a nosotros ahora?
El Renacimiento con su rescate de los valores del mundo grecolatino, tanto éticos como artísticos o del pensamiento, nos da respuesta a la primera pregunta y, al igual que se recuperaban los libros y las historias, los personajes volvían a vivir a través de la pintura, de la literatura o del teatro. Esto es especialmente así en la escena isabelina en la que triunfa el actor y autor William Shakespeare. Pero ¿y en nuestro tiempo?
La obra
Podría pensarse que el interés que despierta la obra Coriolano en la época contemporánea se debe a su carácter eminentemente político. En efecto, la obra arranca sorprendentemente (para haber sido escrita a comienzos del siglo XVII) con el enfrentamiento del pueblo, hambriento y revuelto por la carestía de trigo, contra la clase de los ricos que lo acaparan y especulan con él. Conforme transcurre la trama, el choque entre esas dos fuerzas va tomando forma en personajes concretos: los tribunos de la plebe, que la manejan según sus propios intereses, por un lado, y el general más prestigiosos de Roma, Cayo Marcio, con su odio y desprecio hacia el pueblo, por el otro. La lucha de clases se agudiza y atraviesa toda la obra, pero el verdadero valor dramático de esta no consiste fundamentalmente en ese factor. De ser así, nos bastaría con la crónica de Plutarco. Para que el tema, ciertamente apasionante, se convierta en una pieza teatral, en un juego de espejos, se precisan personajes cuyas vidas se vean afectadas por sus particulares pasiones dentro del marco turbulento de una ciudad dividida por el odio social y político. Sin eso, el héroe no tendría relevancia dramática. Será, pues, el factor humano de los sentimientos, afectado por los hechos sociales, el que dirija el desenlace trágico de la historia. Esa diferencia es la que convierte a la obra de Shakespeare en obra artística y no en ensayo político. El intento de deslindar ambos aspectos y tomar partido por uno de ellos ha sido la tentación de algunas interpretaciones del tema. La más significativa es la de Bertolt Brecht en su adaptación de la obra. Lo fascinante es que cuando eso ocurre, la obra pierde su misterio y su grandeza para convertirse en una pedagogía.
En las piezas de Shakespeare hay un tema recurrente que es el poder, el poder político como engendrador de injusticia, pero también la dominación personal. Pocos autores muestran como él, de manera tan descarnada, “el matadero de la historia”, como llama Jan Kott en sus Apuntes a la lucha por el poder. Existen testimonios de algunos embajadores extranjeros que expresaban sorpresa o escándalo al ver en los escenarios ingleses a los reyes expuestos en ese palenque de traiciones y crímenes. Cuando Lear, desposeído por sus hijas, está bajo la tempestad exclama:
Pobres y desnudos, donde quiera que estéis,
aguantáis el duro tormento de la tempestad.
¿Cómo podrán vuestras cabezas sin techo, vuestros
flacos costados
vuestros harapos rotos y abiertos, defenderos
de este temporal? Oh, qué poco me preocupó esto,
¡púrgate, riqueza!,
exponte a sentir lo que los pobres sienten,
para que puedas dejar caer sobre ellos lo que te sobra
y mostrarte más justo ante los cielos.
Y más tarde, refugiado en la mísera choza, la lucidez de la locura le hacer decir:
Ahí puedes ver la verdadera imagen de la Autoridad:
un perro a quien se obedece por su cargo.
(…)
A través de los andrajos, se hacen visibles
los vicios pequeños,
pero togas y ropajes todo lo esconden.
Blinda con oro el delito y la fuerte lanza
de la justicia se romperá sin herir.
Cúbrelo con harapos y la paja de un pigmeo
podrá atravesarla.
En el comienzo de Coriolano, los ciudadanos, en su decisión de rebelarse contra los poderosos, lanzan frases que contienen el origen de un pensamiento de la lucha de clases analizado siglos más tarde. Desvelan la causa-efecto de la riqueza-pobreza: el concepto de plusvalía que se obtiene del trabajo ajeno queda expresado en la frase del Ciudadano 1:
La causa de nuestra miseria es el inventario que señala su abundancia; nuestro sufrimiento es ganancia para ellos.
En el otro lado, Cayo Marcio advierte proféticamente refiriéndose al pueblo:
Vendrá un tiempo en que tomará el poder
y se lanzará a mayores empresas.
Shakespeare va a ir colocando en cada contendiente del drama las “virtudes y los vicios”. Felizmente, no podemos hacernos una idea cabal de hacia cuál de los dos bandos se inclina la voluntad del autor. Y esa indefinición permite que la obra pueda interesar al público más amplio. Desde cualquiera de los puntos de vista que sea leída o contemplada, la obra no produce ni una total identificación con el héroe (o con sus adversarios) ni un definido rechazo. El pueblo en su conjunto es voluble en sus juicios, se deja manipular y contiene en sí todas las connotaciones negativas que se suele atribuir a la masa.[1] Sin embargo, como individuos aislados, cuando hablan por ellos mismos, Shakespeare los trata con simpatía; son ingeniosos, con sentido del humor. Hay en sus obras una estupenda galería de tipos populares, de personajes secundarios que dan el colorido y viveza que debía de contemplar en las plazas y mercados de Londres y entre el público mismo de su teatro. Pero su talento abarcador no se queda en un populismo paternalista, y no se recata en manifestar su rechazo por el “populacho” del que también abominaba Marx. Es ese populacho hooligan que sigue al rebelde Jack Cade en Enrique VI, que ahorca al que sabe leer. Saltando en el tiempo, es el mismo que gritaba “Vivan las caenas” o las hordas que asaltan nowadays los Congresos y los Parlamentos.
Pero en la rebelión popular de la obra, los ciudadanos están lejos de ser esa masa informe, esa hidra de la que abomina Cayo Marcio; aparecen más bien como coro individualizado, aunque, como en tantas otras ocasiones, manipulados por los demagogos. En este balance de razones en el que se va moviendo la trama, nadie queda sin la suya. La diferencia, no obstante, entre las exigencias populares y las pretensiones represoras de Marcio, son claramente desproporcionadas. Dice el Ciudadano 1 en la primera escena:
–Sabed que Cayo Marcio es el mayor enemigo del pueblo.
Lo sabemos, lo sabemos -contestan a coro–
Matémosle y tendremos trigo al precio que queramos.
¿Aceptáis la sentencia?
Es decir, Marcio se niega a que se les entregue el trigo, y ellos están dispuestos a eliminarlo. Sólo quieren emplear la violencia sobre él, sobre un solo responsable. En cambio, Marcio no tiene límites en su afán represivo:
Marcio.- ¡Ellos dicen que hay trigo suficiente!
Si la nobleza cediera su piedad
y me dejara usar mi espada,
haría una pila
con miles de estos esclavos troceados tan alta como alcanzase mi lanza.
La desmesura es enorme. Y dentro de esa pila estarían los dos tribunos. Luego las maniobras de estos para acabar con él están también justificadas; es mera supervivencia: o él o ellos.
De los hechos que se cuentan, al margen de la parte de leyenda que el tiempo va depositando, parece concluido (tanto en las Vidas como en la obra) que gracias a la intervención de las mujeres Roma se salva. Pero esta conclusión es válida para la historia de Coriolano, pero no para la Historia de Roma; las revueltas populares y las rebeliones de esclavos se sucedieron durante toda la República. La clase de los optimates, los patricios y grandes propietarios de tierras, se negaron a ceder un palmo de sus privilegios y cortaron brutalmente cualquier reivindicación, como muy bien ejemplifica la historia de los hermanos Graco. [...]
[1] El filósofo francés Gustav Le Bon, en su obra Psicología de masas, aparecida en 1895, afirma que "La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Pero, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada. Conocer el arte de impresionar la imaginación de las masas equivale a conocer el arte de gobernarlas".
No cabe duda de que Ortega y Gasset conocía el trabajo de Le Bon cuando escribió en 1927 su ensayo La rebelión de las masas, En él el filósofo español desarrolla la idea según la cual el pensamiento individual se funde o se disuelve en impulsos irracionales y primitivos: Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. Curiosamente, el pensamiento liberal conservador de Ortega se aproxima al punto de vista de los patricios en la obra: La historia del Imperio romano –dice– es también la historia de la subversión, del imperio de las masas, que absorben y anulan las minorías dirigentes y se colocan en su lugar. En cuanto al interés que el tema ha suscitado tanto en la época de Shakespeare como en la del siglo XX, escribe:
Siempre podemos hallar alguna época en el pasado humano que se parezca a la nuestra en algo y aun en muchos algo. Esa labor de emparejar tiempos con tiempos es, sin duda, fecunda”.
(…) Pero si dos épocas se parecen en algo o en mucho, se diferencian también en demasiadas cosas.
(…) cuando hablamos de sincronismo o coincidencia de fechas entre hombres y circunstancias heterogéneas, debemos hablar de sinfronismo o coincidencia de sentido, de módulo, de estilo entre hombres o entre circunstancias desparramadas por todos los tiempos”.
Extracto de la Introducción, p. 21-27.
PRÓXIMAS NOVEDADES: Fuego profético negro, de Cornel West
¿Por qué necesitamos hablar sobre el fuego profético negro?
Desde el asesinato de Martin Luther King Jr., no cabe duda de que algo ha muerto en la Norteamérica negra. Las últimas grandes tentativas por alcanzar el triunfo colectivo negro se inspiraron en las revueltas masivas en respuesta al asesinato de Dr. King. Sin embargo, estas heroicas acciones han tropezado con una creciente represión y astutas estrategias de cooptación por parte de los poderes fácticos. La fundamental transformación de la conciencia colectiva en una individualista no solo aumenta la sensación de derrota colectiva negra, sino que también deja traslucir la adhesión negra al sugestivo mito del individualismo norteamericano. Hubo un tiempo en que la gente negra le concedía gran importancia a servir a la comunidad, ayudar a los demás y deleitarse en su empoderamiento; hoy la mayoría se entrega a empresas individualistas en busca de riqueza, salud y posición social. Hubo un tiempo en que la gente negra practicaba la potente tradición profética de alzar todas y cada una de las voces; hoy la mayoría solo quiere llenarse los bolsillos. Las grandes fortunas rigen la sociedad norteamericana, y la cultura norteamericana es un estilo de vida obsesionado con el dinero. Esto es cierto para todas las sociedades y culturas capitalistas del mundo. La tradición profética negra, así como la de otros grupos, constituye un fuerte contrapoder frente a esta tendencia de nuestro tiempo. La integridad no debe decaer en avaricia, ni la decencia en argucia, o la justicia en el precio de mercado. El principal objetivo de este libro es resucitar el fuego profético negro, especialmente entre los jóvenes. Mi propósito es revitalizar la tradición profética negra y mantener viva la memoria de las figuras y movimientos proféticos negros. Considero que la tradición profética negra es uno de los mayores tesoros de la modernidad. Ha sido la levadura en la hogaza democrática norteamericana. Sin la tradición profética negra, se perdería gran parte de lo mejor de Norteamérica, y caería en el olvido uno de los frutos más importantes del mundo moderno.
Este libro cobra todavía mayor importancia en la era Obama, precisamente porque la presencia de un presidente negro en la Casa Blanca enturbia nuestra comprensión de la tradición profética negra. Si ostentar una elevada posición en la sociedad norteamericana, o estar a la altura de los referentes blancos, constituyen la medida del éxito del movimiento de liberación negro, entonces nos hallamos en el ápice de la historia negra. Pero si la medida definitiva es el mayor o menor sufrimiento de la gente negra (especialmente de los pobres y trabajadores negros), entonces el momento presente es una triste y trágica continuación del pasado. En vista de que la clase media negra ha perdido casi el 60 por ciento de su patrimonio; que la congelación de los salarios y la inflación han arruinado a la clase trabajadora negra; y que el desempleo masivo, las escuelas decrépitas, la infravivienda y la encarcelación masiva del nuevo Jim Crow asolan a los negros pobres; la era Obama, desde el prisma de la tradición profética negra, resulta desoladora. Esta perspectiva profética no entraña un ataque personal a un presidente negro; más bien se trata de un rechazo sin paliativos del sistema que este dirige en calidad de cómplice.
Cornel West
PRÓXIMAS NOVEDADES: Paisajes humanos de mi país, de Nâzim Hikmet
Con esta obra, Nâzim Hikmet se propuso romper las fronteras entre los diversos géneros literarios. De hecho, en este largo poema encontramos frecuentes escenas dialogadas, incursiones en la historia y, sobre todo, una composición cinematográfica, una arquitectura que debe mucho a la técnica del guion cinematográfico con la que Nâzim estaba sobradamente familiarizado1. Desde el comienzo del poema, en la estación de Haydarpaşa, en la orilla asiática del Bósforo, el tren cumple una doble función. Por un lado, es el escenario donde intervienen —además de los presos, entre ellos Halil, trasunto del poeta— una multitud de personajes que, a través de sus conversaciones y ensoñaciones, permiten al poeta proyectar frente al lector —como el espejo stendhaliano, pero también como lo haría una pantalla de cine— su visión de la sociedad. Mientras los diálogos ahondan la formidable caracterización física que hace de los protagonistas, sus ensoñaciones —a manera de secuencias retrospectivas o flashback— permiten al poeta retrotraer también en el tiempo su particular visión de los paisajes de su país. Pero, por otro lado, el tren es también un trávelin que, en un prolongado recorrido circular, pautado por los traslados de los presos, recorre las tierras de Anatolia.
1 De hecho, el poeta ya había escrito un guion, basado en un relato de Selma Lagerlöf, durante su estancia de dieciséis meses en la cárcel de Bursa entre los años 1933-34. Al salir en libertad, en agosto de 1934, gracias a la amnistía decretada para conmemorar el décimo aniversario de la república, trabajó para los estudios Ipek Film escribiendo guiones, doblando películas y ejerciendo de ayudante de dirección de Muhsin Ertuğrul, por aquel entonces el director de cine turco más prestigioso. El propio Nâzim dirigió y escribió dos documentales (Sinfonía de Estambul y Sinfonía de Bursa, ambos en 1934) y un largometraje (Hacia el sol, estrenado en 1937).
Las escenas se suceden en el libro, desde la vida en prisión del poeta Halil, trasunto del autor, hasta
las escenas de la guerra de Independencia turca, la resistencia del pueblo ruso frente a la invasión nazi o el fusilamiento del escritor francés Gabriel Peri.
Como muestra del estilo de Hikmet, sirva esta recreación de una de las cartas recibidas de su mujer:
Cariño,
tengo tanta confianza en ti
que quiero ser como tú.
Hemos vivido cinco años con normalidad,
el resto lo has pasado en la cárcel.
No es que me queje,
nuestra vida ha sido hermosa también así.
Estés donde estés,
lejos o cerca,
uno se deja llevar por tu pasión.
Tú eres una pasión humana,
(qué palabras tan extrañas,
el fez de mi abuelo en la cabeza
y una barba canosa, sin bigote y bien recortada,
pero son mis palabras).
Ya lo ves, oh alma de mi cuerpo
(¿se puede decir así?,
pues así me ha salido de adentro),
la verdad es que no sé expresarme por carta.
En mi boca se amontonan palabras para decirte.
Dejemos la pluma y el papel,
estar cara a cara
y hablar contigo:
al lado de tu voz
oír mi propia voz.