DIARIO DEL ASEDIO A DUMA 2013

PRESENTACIÓN EN CASA ÁRABE DE MADRID

El 2 de febrero se presentó el Diario del asedio a Duma 2013 en un emotivo acto en homenaje a los cuatro desaparecidos en Duma, Samira Khalil, Razan Zaituneh, Wael Hammada y Nazen Hammadi. El acto contó con la participación de Karim Hauser, en nombre de Casa Árabe, Naomí Ramírez Díaz, traductora del libro, Santiago Alba Rico, filósofo y ensayista, y Yassin Swehat, periodista hispano-sirio. También se pudo ver un video grabado expresamente para este acto por el intelectual y activista sirio Yassin el Haj Saleh, compañero de la autora del libro, quien se ha ocupado de la edición y escrito el prólogo y algunos artículos que sitúan en contexto las notas escritas durante el asedio a Duma por Samira Khalil.

 

ARTÍCULOS Y CRÍTICAS

 

Relato del descenso a los infiernos de Siria

 

El ‘Diario del asedio a Duma’, de la activista Samira Khalil, retrata con enorme lucidez y minuciosidad el día a día de la vida cotidiana bajo la guerra

 

Ignacio Álvarez-Ossorio

 

El conflicto sirio ha entrado ya en su séptimo año de vida, pero las referencias bibliográficas en castellano sobre lo ocurrido en todo este tiempo siguen brillando por su ausencia. Si exceptuamos las obras dedicadas al autodenominado Estado Islámico (ISIS en sus siglas en inglés) en su mayoría traducidas de otros idiomas --con la honrosa excepción de Estado Islámico. Geopolítica del caos (Los Libros de la Catarata, 2015), elaborado por Javier Martín--, apenas podemos rescatar media docena de libros que tratan de desentrañar los entresijos del conflicto. En este desierto editorial brillan con luz propia unas pocas excepciones como Cuando la revolución termine (Turpial, 2016), la vibrante obra prima de la autora galaico-siria Leila Nachawati; Siria, el país de las almas rotas: de la revolución al califato del ISIS (Debate, 2016) de Javier Espinosa y Mónica García Prieto, dos excelentes conocedores de la realidad siria; o Siria. La primavera marchita (Libros.com, 2015), elaborado por varios periodistas que han cubierto la guerra en alguna de sus fases. En esta lista también debería incluirse mi libro Siria. Revolución, sectarismo y yihad  (Los Libros de la Catarata, 2016), una aproximación más académica sobre la cual no me extenderé por razones obvias. Un balance, en todo caso, magro, si tenemos en cuenta que el conflicto arrancó en 2011 y que ha provocado la mayor catástrofe humanitaria en Oriente Medio desde la Segunda Guerra Mundial.

 

Por esta razón debemos felicitarnos de la reciente publicación por parte de Ediciones del Oriente y el Mediterráneo del Diario del asedio a Duma escrito por Samira Khalil y traducido por la arabista Naomi Ramírez. Junto con La frontera. Memoria de mi destrozada Siria (Editorial Stella Maris, 2015), de Samar Yazbek, es uno de los libros escritos por activistas sirias que retratan, con enorme lucidez y minuciosidad, el día a día de la vida cotidiana bajo la guerra. Pese a que no está concebido como un libro, ya que se limita a recoger las anotaciones y reflexiones de Khalil durante el asedio de Duma, el libro nos ofrece un relato desgarrador del descenso a los infiernos de su país, de la brutalidad del régimen, de la irrupción de las bandas islamistas y del cinismo de la comunidad internacional ante el descenso a los infiernos de Siria. Un relato que, en determinadas ocasiones, se hace asfixiante por su crudeza.

 

Samira Khalil, una militante del Partido Comunista del Trabajo que pasó cuatro años en las cárceles del régimen, habla de su vida en la ciudad asediada de Duma y del trabajo que desarrolla con varias organizaciones locales de mujeres. Pero sobre todo habla de las consecuencias del asedio sobre la población civil: las dificultades para llegar a fin de mes, la falta de medicinas y personal médico y la hambruna de una población olvidada, víctima de sistemáticos bombardeos con misiles balísticos y barriles bombas que pretenden doblegar la resistencia de los grupos rebeldes. Como ella misma nos recuerda: “Es una guerra, una guerra de verdad, no un juego de disfraces importados. Es una guerra superior a las demás en inmoralidad con la que el mundo la mira. No es un juego. Son personas de carne y hueso que mueren a diario: de enfermedad, hambre, represión brutal”.

 

El empleo del hambre como arma de guerra ha sido una constante durante todo el conflicto siguiendo la estrategia del “arrodillaos o morid de hambre”, como ella misma lo denomina. Samira nos acerca a la vida cotidiana de Duma: “Bajo asedio no hay nada: ni medicinas, ni agua, ni electricidad. Nada. No, he olvidado la muerte, que es lo único que hay en abundancia. No hay casa en la que no haya un mártir; no hay casa en la que no haya un detenido; no hay casa en la que no haya alguien que ha perdido una parte de su cuerpo o que tenga heridas de balas o restos de metralla”.

Incluso en varias ocasiones, la autora compara la cárcel con el asedio y concluye que “la cárcel parecía un exilio con cierto lujo: la comida llegaba a diario, aunque fuera escasa… La muerte aquí nos toca a todos. El proyectil no escoge a las personas”.

No sólo se limita a acusar al mundo occidental de pasividad ante la tragedia siria, sino que además denuncia su complicidad: “Es una guerra cuya inmoralidad es insuperable, mientras el mundo mira los restos de las personas: carnes y sangre que saltan por los aires a través de las pantallas… Mueren a causa de los proyectiles que atraviesan sus casas… Mueren mientras preparan la comida de sus hijos y piensan qué harán para cenar”. A pesar de todo, “el mundo ve y oye lo que sucede, pero mantiene su apoyo tácito al criminal”. La autora se pregunta cómo reaccionaríamos si nuestros gobernantes “se atrevieran a emplear sus aviones, armas químicas o su artillería” contra la población por echarse a las calles para reclamar libertades y reformas.

Ni tan siquiera el empleo de armas químicas contra la zona de Guta en el verano de 2013 sacudió a una comunidad internacional pasiva ante las reiteradas masacres que han segado la vida de medio millón de personas. El asesinato a sangre fría de 1.466 civiles la noche del 21 de agosto es descrito de manera desgarradora: “Se durmieron sin saber que era su última noche… Se marcharon sin ruido, en un sueño eterno. Se marcharon y dejaron al mundo una vergüenza infinita”. A pesar de que el empleo de armas de destrucción masiva contra la población civil había sido considerado por el presidente norteamericano Barack Obama como una línea roja, Samira denuncia que “se llevaron las armas químicas y dejaron el resto de herramientas de la muerte”.

La suerte de Samira Khalil es una incógnita, ya que fue secuestrada junto a otros tres activistas por milicianos armados y desde entonces no se han vuelto a tener noticias suyas. Todas las pruebas indican que el Ejército del Islam, un grupo salafista financiado por Arabia Saudí y participante en las negociaciones de Ginebra, estaría detrás de su desaparición. El caso de Khalil no es excepcional, ya que otros muchos activistas prodemocráticos han quedado aislados entre dos fuegos: el del régimen y el de las facciones islamistas. Como nos recuerda su compañero sentimental, Yassin al-Haj Saleh, “lo que convierte Siria en una tragedia mundial es que los sirios no se enfrentan a un único enemigo. Además de la mafia del autoritarismo assadiano, que se comporta como dueña del país desde que el déspota Hafez dejase como heredero a su hijo Bashar, los sirios se enfrentan a otro enemigo, que son las organizaciones nihilistas islamistas que han nacido de la falta de horizontes de desarrollo que han padecido nuestras sociedades en las últimas tres o cuatro décadas. Una situación reforzada por el papel jugado por el tercer enemigo, el extremadamente radical sistema de dominio estadounidense en la zona y apoyo clave de Israel: Las tres fuerzas del salvajismo están intrínsecamente ligadas, y no se entiende ninguna de ellas al margen de las otras”.

El libro se completa con una vibrante presentación del filósofo Santiago Alba Rico y con varios artículos de al-Haj Saleh, que pasó 16 años de su vida en las cárceles de los Asad castigado por su militancia comunista. Alba, con su habitual clarividencia, arremete en su presentación contra la izquierda negacionista europea que se empeña en “negar que en Siria hubiera una revolución democrática, negar que hubiera una izquierda luchando contra el régimen, negar los crímenes de al-Asad y de Rusia, negar la complicidad de EEUU, negar –en definitiva- la verdad y con ella a sus víctimas y a sus héroes”.

Un libro, en definitiva, indispensable que nos presenta un relato en primera persona del conflicto sirio y que sirve para combatir la guerra de la desinformación que le acompaña.

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Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante y autor del libro Siria. Revolución, sectarismo y yihad (Libros de la Catarata, 2016).

Artículo completo en ctxt: http://ctxt.es/es/20170329/Firmas/11737/Diario-del-asedio-a-DumaSamira-Khalil-Siria.htm#.WN0YucfyCXA.facebook

 

 

UNA GESTA Y MIL FRACASOS

 

Ignacio Gutiérrez de Terán *

 

En 1991, una mujer siria de treinta años llamada Samira Khalil recupera la libertad. Había pasado cuatro años de cautiverio en las cárceles del régimen de Háfez al-Asad, acusada de pertenecer a un partido clandestino, en concreto una facción comunista enfrentada al PC oficialista y aliado del Baath (formación socialista panárabe) hegemónico. Poco podía imaginar entonces que veinte años después millones de sirios saldrían a la calle a demandar la justicia y la libertad que ella tanto ansiaba; mucho menos que en 2013 acabaría recalando en la zona donde se hallaba la cárcel de mujeres de Duma, su antiguo lugar de confinamiento, y que padecería junto con decenas de miles de compatriotas un asedio feroz, para, a la postre, caer secuestrada en diciembre de ese mismo año por, todos los indicios apuntan a ello, un grupo islamista. Desde entonces, nada se sabe de ella, ni de sus tres compañeros: la conocida defensora de los Derechos Humanos Razan Zaituneh, el marido de ésta, Wael Hammada, y el abogado, activista como todos ellos, Nazem Hamadi.

 

 

 

El libro traducido por Naomí Ramírez Díaz y publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, en su esforzada y admirable labor por publicar textos que muy pocos parecen dispuestos a asumir, en un país donde cada vez se lee menos y se entiende menos aún, refleja con trazo doloroso la tragedia en que ha devenido Siria como nación, sociedad y estado. La historia del “manuscrito” y su disposición aportan ya de por sí un rasgo de tragedia: ni el título ni el orden de las jornadas ni siquiera la introducción son de Samira Khalil, porque ella ni siquiera había pensado en hacer este libro. Lo que se presenta ante nuestros ojos no es un recuento organizado y premeditado de las penurias del inclemente asedio decretado por las fuerzas gubernamentales a la región “rebelde” de al-Ghuta, donde se encuentra Duma. En verdad, nunca tuvo la oportunidad de elegir el momento adecuado para su publicación ni preparar una dedicatoria. Ni discutir con sus amigos, o la editorial, el título más indicado.

 

Tampoco pudo hacerlo con su marido Yassin al-Haj Saleh, otro activista, escritor en este caso, a quien alguien hizo llegar desde al-Ghuta unos folios con notas personales de Samira a los que añadió entradas que esta había alcanzado a publicar en Facebook. Su labor de edición, junto con una presentación y varios artículos suyos y del novelista palestino-libanés Elías Khoury, uno de los pocos izquierdistas árabes que ha expresado un hálito de humanidad y coherencia política hacia el padecimiento sirio, completan este diario que nunca debería haber sido un libro. Todo ello se acompaña con una incisiva y contundente presentación, como no podía ser de otra manera, de Santiago Alba Rico.

 

Si, por ventura, leen las palabras de Samira Khalil, a pesar de su concisión, podrán vislumbrar lo que está pasando en Siria, no sólo desde 2011 sino desde la década de los sesenta del siglo pasado. Un sistema policial, represivo y feroz, que mantiene en vilo a sus súbditos, en especial a los que se atreven a tener ideas políticas propias, y que nunca te deja saber si volverás a casa después de una jornada de trabajo o si podrás algún día firmar tus libros.

 

Las reflexiones de Khalil, concisas, directas y sin circunloquios, son cuchilladas. Aldabonazos de un j´accuse contra casi todo: el poder clánico de los Asad, cuyo sadismo implica decretar la muerte de sed, inanición y barriles de pólvora a parte de sus súbditos; contra todos los países, del entorno y más allá, y las organizaciones de derechos humanos, que no han hecho nada para siquiera llamar a la barbarie por su nombre; contra los partidos, de derecha, centro e izquierda, sobre todo los de esta última, cuyo silencio o comprensión con el plan de tierra quemada del régimen y su aliado ruso ha sido especialmente lacerante; contra parte de los propios sirios, que han utilizado la revolución para obtener beneficios personales; contra los representantes de la oposición en el exterior, ineficaces y venales; contra, contra, contra… ¿Qué cabría decir de la desidia de todos y todas ante el acto de degradación de la condición humana que se ha perpetrado en Siria?

 

Portada del libro de Samira Khalil. / orienteymediterraneo.com

 

Lo que viene pasando en Siria desde hace seis años representa un fracaso para todos. La imagen de un caballo desbocado, con los ojos vendados, que se dirige a un precipicio ante la mirada displicente de un público entumecido; el recurso de una película de suspense en la que todo el mundo sabe que la bomba está debajo de la silla donde se sienta el protagonista, ignorante del destino que lo apremia. Este diario, que nunca debería haber visto la luz, traslada el dolor y la desolación más allá de la piel de los sirios, pero, nos tememos, seguirá cayendo en saco roto. Su publicación en español vino a coincidir con la toma de Alepo por parte de las tropas gubernamentales y sus milicias aliadas, tras años de asedio y destrucción programados. Una ciudad desolada, como otras tantas en Siria, un castigo cruel infligido a civiles condenados al hambre, al frío y al asco. No ha pasado gran cosa.

 

En el momento en que se escriben estas líneas “resuenan los ecos” –qué expresión tan petulante- del informe de Amnistía Internacional sobre la cárcel militar de Sednaya y los 13 mil ahorcamientos de opositores allí hacinados. No se han visto muestras de repulsa internacional dignas de consideración. Tampoco se dijo mucho más cuando se hicieron públicos informes bien documentados, asimismo demoledores, sobre las atrocidades cometidas en esa misma prisión y en otras muchas, como la de Adra, Mezze y la ominosa Palmira, antes y durante la revolución.

 

La literatura carcelaria siria, por desgracia, es abundante y variada, como puede verse en las novelas-diario de intelectuales izquierdistas de la talla de Mustafá Jalifa, Farach Bayraqdar, Aram Karabit o el propio al-Haj Saleh, o de islamistas, como Abd Allah al-Nayi o Jáled Faysal. Muchos de ellos personas que “pasaban por allí”, como la presa Heba Debbagh; sin embargo, resulta muy escasa si se tiene en cuenta que son cientos de miles los sirios que han penado en las mazmorras de los Asad. Pero eso ya tampoco cuenta mucho, porque las prioridades de la guerra de destrucción llevada a cabo por aquellos ha impuesto una nueva práctica y su consiguiente literatura: el asedio a poblaciones enteras. Cómo será que Khalil misma afirma en varios pasajes que la cárcel era mucho menos mala –una “broma” incluso- que padecer la reclusión de un cerco, con sus bombas, armas químicas, cortes de suministros y francotiradores inclementes.

 

Ahora bien: por encima de todos estos fracasos se eleva la inmensa gesta de gente como Khalil y una multitud de personajes anónimos, que hacen lo más difícil: resistir. Khalil no se queja de lo que le ocurre a ella en estas páginas: es consciente de que, al fin y al cabo, como le escribiera una vez su padre cuando estaba en la cárcel, “las personas son las posturas que adoptan. Vosotras elegisteis: estad a la altura de vuestra elección”. Peor estaban las familias atrapadas en el laberinto de controles y tierra yerma, las madres impotentes ante la enfermedad y la agonía de sus hijos, los ancianos condenados a morir de hambre…

 

Ella sabía ya en 2013, al igual que otros muchos dentro y fuera de Siria, que la revolución, para triunfar, necesitaba “apoyo humano, ético, económico y político”, pero que carecía de todo eso. Reprimida por un régimen clánico y despótico, violentada por grupos políticos y armados oscurantistas, como el que la secuestró, manipulada por los grandes intereses regionales e internacionales, puestos de acuerdo para dejar el conflicto sirio en flotación perenne, es una gesta, fabulosa, que personas como Samira Khalil y con ella miles, cientos de miles, sigan resistiendo y albergando la ilusión de un cambio radical. Al final, su tesón particular vencerá a nuestra universal indiferencia.

 

(*) Ignacio Gutiérrez de Terán es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid.

Artículo completo en cuarto poder: https://www.cuartopoder.es/tribuna/2017/02/25/una-gesta-mil-fracasos/9864

 

Samira de Siria

El testimonio de una luchadora mujer siria, víctima de la represión…

Por Iñaki Urdanibia

«Ahora es el momento del dolor, pero no el de la desesperación. Es el inicio de un tiempo después de la desesperación, que debemos construir con paciencia e insistencia en el sueño de la libertad»

                                                     Elías Khoury

Decía el otro que donde hay opresión hay resistencia; podría volverse, también, la frase diciendo que donde hay resistencia hay opresión. Pues bien, el libro que acaba de editar Ediciones de Oriente y del Mediterráneo: Diario del asedio a Duma 2013 de Samira Khalil da buena cuenta de ello. El conmovedor testimonio de esta última es el centro del libro, que va acompañado de un par de interesantes textos: uno, del marido de la mujer, Yassin Al-Haj Saleh —que también ha probado con abundancia los zarpazos de la represión (tortura, cárcel y exilio)—, que presenta a su mujer y prologa los escritos de ella, y la presentación de Santiago Alba Rico; empecemos por lo último.
Santiago Alba, innegable conocedor de la política de la zona, en su Presentación, contextualiza el texto y nos sitúa en medio del enfrentamiento que opone a fuerzas que, al fin y a la postre, son como las dos cabezas de Jano, son dos pero conforman una ya que una necesita a la otra y la otra a la una. El régimen de Bashar al-Ásad —digno heredero de Hafez al-Ásad— sostenido por Rusia e Irán, por un lado, por otra un conglomerado de fuerzas que hace coincidir, nolis velis, a los aliados europeos y yankis con el ISIS, que también se enfrenta al régimen establecido sirviéndole como pretexto para cometer, seguir cometiendo, sus infames tropelías; todos juntos y en unión con el fin de evitar cualquier cambio sustancial de la situación, y prestando apoyos guiados por meros intereses geopolíticos, posición que —según Alba— ha contagiado a la izquierda latinoamericana y a algunos sectores de la izquierda árabe que apoyan al sistema que desde hace ya cincuenta años practica el politicidio. Alba subraya —y nadie por mínimamente enterado que esté de la situación siria y de todas las primaveras que en la zona han sido podrá negarlo— que el objetivo común de la mayoría de las fuerzas enfrentadas es frenar cualquier cambio real, cualquier revolcón revolucionario, adoptando para ello diferentes fachadas: “democráticas” o abiertamente fascistas… es el caso.
Yassin Al-Haj Saleh en su «Samira de Siria», relata sus andanzas opositoras al régimen como militante comunista, desde su juventud (con la sombra alargada de los poetas Federico García Lorca y Pablo Neruda), las consecuencias de tal compromiso: largos años de encierro, dieciséis, para acabar exiliado, ilegalmente, en Turquía. Junto al retrato de su experiencia y la de sus camaradas, centra su relato en pintar cómo y cuándo se estableció la relación entre ambos y cómo se casaron, estableciendo su hogar en Damasco; cuando ya, contando a la sazón con cincuenta años, tras diez años de unión, planeaban adquirir una casa propia, llegó la revolución en 2013, lo cual puso todos los planes, y lo demás, patas arriba; pasa posteriormente a detenerse en la recreación de la figura de su esposa como ejemplo de valentía y tenacidad, de duras pruebas —cuatro años de prisión— hasta su secuestro junto a otros compañeros comunistas (Razan, Wazel y Nazem) por algún grupo de fanáticos salafistas… desde entonces su paradero es desconocido. Se detiene Yassin Al-Haj Saleh en describir los enemigos que tiene el pueblo sirio: la mafia asadiana, que fue transmitida hereditariamente de padre a hijo (¡ curiosa república!), los grupos extremistas islamistas (Daesh, Al-Qaeda y el Ejército del Islam, este último fue el responsable del secuestro nombrado), sin obviar el poder estadounidense representado por la presencia del estado-gendarme de Israel. Y el hombre toma fuerzas para seguir alzando la bandera del recuerdo de Samira y sus compañeros, y reivindicando la cultura como forma de acción frente al triángulo enemigo: «se trata de un espacio para la humanización y la creación de significados en las que los asadianos y sus señores no pueden competir con nosotros, como no pueden los nihilistas islamistas, ni los estadounidenses y sus acólitos».
Como queda dicho, lo esencial del volumen son las notas del diario de Samira; flashes en los que se presentan además de los aspectos propiamente políticos y de lucha, asuntos relacionados con la vida diaria y sus objetos, costumbres alimentarias (pan hecho con sangre y sudor) y otras. El tiempo abarcado va de agosto de 2013 hasta diciembre del mismo año; en la primera fecha fue cuando se produjo la criminal masacre mediante la masiva utilización de armas químicas al que siguió el cerco de Al-Ghouta ; el final de las notas fue forzado por el secuestro sufrido; por medio queda la llegada del invierno, y la escasez de ropa, de agua, de medicinas y de vivienda, pues la población estaba totalmente destruida, pues las armas químicas fueron sustituidas por el lanzamiento de barriles incendiarios.
A través de las palabras de la mujer, que pretende contar lo vivido y visto sin atender a ningún tipo de abalorio estilístico a pesar de lo cual el lirismo de su prosa brilla con luminosos destellos, aprehendemos el estado de ruinas, la matanza, las privaciones, el hambre, la enfermedad y la muerte; madres que ven los cadáveres tiroteados de sus hijos, hurgando en los escombros en busca de familiares y vecinos, contabilidad de muertos, búsqueda de modos de subsistir evitando las bombas y buscando comida o medicinas, y la imposibilidad de escapar de la sucursal del infierno ya que las puertas se cierran, y los muros y mares se convierten en dispositivos de rechazo y muerte hacia quienes pretender ponerse a salvo. Samira siente la falta de sus amigos, de su marido, de su casa y comparte su ausencia con los demás pobladores de la ratonera en la que se hallan pillados por las bombas y por los ataques incesantes… y el cuchillo de Bashar Al-Asad clavándose cruelmente en el costado de la población, castigada ya que —según las palabras del presidente— no son pueblo sino infiltrados a los que hay que eliminar a toda costa. Frente a ello la indiferencia y el silencio del mundo al que se ha congelado el corazón y ha olvidado las revoluciones habidas en sus países y no escucha los gritos de dolor y muerte que inundan los humeantes cielos: La omnipresente presencia de la muerte que iguala, o empeora tal vez, las condiciones vividas en la cárcel y en el asedio, convirtiendo a este último en una situación más peligrosa e insegura si cabe, y los recuerdos de los momentos pretéritos vividos, y aun en los más duros momentos el agradecimiento a las compañeras y la esperanza de que un día se celebrará la libertad de todo el país, y en que la revolución triunfará construyendo una vida nueva para los ciudadanos («la tierra no muere, ni tampoco el ser humano . La vida sigue a pesar de tanta, tantísima muerte… Proyectiles, balas y aviones»). Como es obvio, no faltan los certeros dardos dirigidos a los responsables del desastre en que vive el país.

 


Cuando Harlem era una fiesta

 

La explosión cultural vivida en el barrio neoyorquino en los años veinte se convierte en un fenómeno editorial en español

“Creían que iban a cambiar la sociedad con libros”, dice David Levering Lewis, historiador de referencia de aquel “bello fracaso”

 

Iker Seisdedos – El País / Babelia 4 de febrero de 2015

 

 

 

Cuando-Harlem-estaba-de-moda
Van Der Zee, Harlem, 1932

 

Hacia 1926, un chascarrillo circulaba por Nueva York como corría el alcohol de mala calidad por los tugurios ilegales de Harlem.

—Buenos días, señora Astor —dice un mozo de la estación Grand Central.

—¿Cómo sabe usted mi nombre, joven? —replica la dama.

—Nos conocimos la otra noche en casa de Carl Van Vechten.

La señora Astor era Helen Dinsmore Huntington, esposa de Vincent Astor, el no va más de la alta sociedad de Manhattan. Van Vechten (1880-1964), fotógrafo y escritor de origen danés, uno de los promotores externos (blancos) más activos de la creatividad del Nuevo Negro en la década de los veinte, había publicado ese mismo año la controvertida novela Nigger Heaven. Y la anécdota, un buen resumen del clima de contaminación social y racial característico de las juergas que montaba el filántropo, tan integradas como generosamente etílicas, está recogida en Cuando Harlem estaba de moda, de David Levering Lewis (Little Rock, Arkansas, 1936), ensayo de referencia sobre el renacimiento de Harlem publicado en 1981 y, al fin, traducido (por Javier Lucini) en Biblioteca Afroamericana de Madrid (BAAM).

Empeño de la fotógrafa y escritora Mireia Sentís y del poeta José Luis Gallero por ensanchar el conocimiento de los lectores españoles sobre la cultura negra estadounidense, el sello estrena alianza (con Ediciones del Oriente y el Mediterráneo) con la publicación, además, del poema en prosa Caña, obra maestra de Jean Toomer que, según los cálculos de Lewis, de visita recientemente por Madrid para apoyar el lanzamiento de su estudio, inauguró en 1923 “la nómina de las 26 novelas que dejó como legado el Harlem Renaissance”.

La etiqueta, ampliamente difundida en Estados Unidos, también más allá de los círculos editoriales y académicos, ha hecho ciertamente menos fortuna en España, donde aquella explosión creativa suele asimilarse a un leve conocimiento de la obra y la figura del novelista y poeta Langston Hughes (y sus años españoles) y, sobre todo, al Cotton Club de Duke Ellington, genio de la sofisticación sin esfuerzo, o Bill Bojangles Robinson bailando claqué con Shirley Temple. El retrato pintado por Lewis a lo largo de 500 páginas, escritas con una interesante suma de pulso periodístico y rigor académico, va, obviamente, mucho más allá para trazar una completa biografía de un movimiento cultural surgido tras la Primera Guerra Mundial, cuyas motivaciones, curiosamente, definió el estudioso con mayor precisión en la antología The Portable Harlem Rennaissance Reader (Viking, 1994): “Fue en cierto modo un fenómeno forzado, un nacionalismo cultural de salón, institucionalmente instigado y dirigido por los líderes de los movimientos nacionales por los derechos civiles con el propósito de mejorar las relaciones raciales en momentos de extremo enfrentamiento”.

Lewis, sentado recientemente en un hotel de Madrid con chaqueta de pana y jersey de cuello vuelto, aceptó desarrollar esa definición. “El renacimiento de Harlem fue el resultado de los esfuerzos de una segunda generación de personas de color bien educadas, emancipadas, asimiladas, con recursos y estudios en universidades como Harvard, Yale, Howard o Fisk. Gente que creyó que tras la Primera Guerra Mundial, cuando un buen número de afroamericanos sirvieron con valentía en Europa, había llegado el momento de ser reconocidos socialmente, de superar el estigma de una vez por todas. Sin embargo, ¿qué encontraron al volver a casa?: Discriminación, exclusión… No es una coincidencia que los disturbios raciales que asolaron el país en 1919, de Charleston a Omaha, de Washington a Chicago, esa sucesión de linchamientos y revueltas que se conocen como el Verano Rojo, estén relacionados con aquella toma de conciencia. Ahí es cuando se llegó a la conclusión de que una minoría cultural, esa que el escritor W. E. B. Du Bois llamó The Talented Tenth [el diezmo talentoso], debía liderar el progreso de la raza con armas como la novela, la poesía o el arte, por muy utópica que con la perspectiva del tiempo nos suene esa idea. Así nació el movimiento cultural afroamericano más importante de la historia de Estados Unidos hasta ese momento”.

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David Levering Lewis, autor de Cuando Harlem estaba de moda

Lewis, ganador en dos ocasiones del Pulitzer (1994 y 2001) por cada una de las dos partes en las que dividió su monumental biografía sobre Du Bois —activista, cofundador de la Asociación para el Progreso de la Gente de Color (NAACP, en sus siglas en inglés) y uno de los personajes principales de Cuando Harlem estaba de moda—, considera que otro elemento clave en el éxito del renacimiento estuvo en la comunión de las dos bohemias que ocupaban, respectivamente, la parte alta y baja de Manhattan; los negros de Harlem y los miembros de la generación perdida que vagaban por el Village. “Les unió”, explica el estudioso, profesor de la Universidad de Nueva York, “la sensación de que en esa sociedad de los felices años veinte, volcada en el consumismo, no había lugar para sus sensibilidades. El resto de la explicación hay que buscarla en Broadway, que comenzó a disfrutar con obras de temática negra, en la filantropía WASP y judía y en las grandes firmas editoriales de Nueva York, que apoyaron a nuevos talentos literarios afroamericanos, al tiempo que disfrutaron de los éxitos de ventas de los escritores blancos que [como T. S. Stribling, el propio Van Vechten o Eugene O’Neill] trataron, con mayor o menor fortuna, la experiencia de ser negro en Norteamérica. Todo aquello funcionó como un imán; cada día desembarcaban en Harlem jóvenes talentosos llegados de todas partes de EE UU, chicos que normalmente habrían estado destinados a dedicarse a los negocios, pero en aquel tiempo optaron por escribir novelas”.

Algunos de los que mayor fortuna hicieron desfilan con sus memorables andares por las páginas de Cuando Harlem estaba de moda, que, con unas ventas cercanas a los 100.000 ejemplares, ha permanecido vivo en el catálogo de Penguin desde su publicación hace más de 30 años. Ahí están el patriarca Booker T. Washington y sus experimentos docentes del instituto Tuskegee, de Alabama, el místico armenio G. I. Gurdjieff o el incómodo activista jamaicano Marcus Garvey, que comenzó predicando la vuelta de los negros a África “en la esquina de los oradores de la calle 135”, y acabó, odiado y temido a partes iguales, proclamándose “presidente-general provisional” del continente; Claude McKay, el antillano que coqueteó con la URSS y firmaría una de las más exitosas páginas de la novelística del renacimiento con Home to Harlem (1928), o Alain Locke, “el Proust de la Séptima Avenida”; Wallace Thurman, escritor y editor de revistas de corta fortuna; Jesse Fauset, autora de la esencial There’s Confusion (1924), o el aglutinador de voluntades Charles S. Johnson, primer presidente negro de la Universidad de Fisk, de quien Zora Neale Hurston, destacada escritora del movimiento y madre de los términos niggeratti (resultante de sumar con ironía nigger y literatti) y negrotarians (que definía a los simpatizantes blancos de la causa), dijo que todo aquella explosión creativa “fue obra de Johnson y solo a causa de su carácter silencioso le fue atribuida a otros”.

Uno de los grandes aciertos de Lewis —de quien también se halla disponible en español en Paidós su estudio El crisol de Dios: el islam y la construcción de Europa (570-1215), sobre la influencia árabe en la España medieval—, es la capacidad para hilar las peripecias biográficas de unos y otros miembros de aquellas élites con asombrosa facilidad. Si algo se echa de menos en su trabajo es una mayor atención a la música harlemita. “Supongo que, en un afán por trascender a los tópicos de la era del jazz, del alcohol, de la prohibición [cuyo apogeo, entre 1920 y 1933, coincide tal vez no por casualidad con el del renacimiento], quedaron fuera algunas cosas. Mi intención fue discernir lo que las artes hicieron por la política, y cómo se emplearon para ciertos fines sociales y económicos”, aclara el autor, que si volviera a emprender la tarea de Cuando Harlem estaba de moda prestaría “más atención a la influencia de la cultura homosexual en el renacimiento, ejemplificada en el poeta Countee Cullen o por Langston Hughes”. Aunque Lewis se detiene en el papel decisivo de las revistas y periódicos de la época y sus premios literarios (Crisis, The Opportunity o The Messenger), así como en “la mecánica esencial de las noches del barrio”, con sus vibrantes clubes (Savoy, Cotton Club o La Torre Oscura), sus tugurios para echar un trago y las fiestas en casas de millonarios como la simpar A’Leila Walker, “primera millonaria afroamericana”, no se extiende demasiado en el arte de aquel tiempo y lugar, que también tuvo sus destacadas representaciones en las fotografías, rayanas en el experimento sociológico, de James Van der Zee, o en las pinturas de Aaron Douglas, Jacob Lawrence, Archibald Motley o Fritz Winold Reiss.

Un dibujo a carboncillo de este último adorna la portada de Caña, con traducción y epílogo de Maribel Cruzado Soria, otro rescate reciente de BAAM. Deslumbrante ejercicio narrativo a medio camino entre la novela, la prosa y la poesía, Caña fue definida por el novelista español Ray Loriga en la presentación del libro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con un eslogan contundente: “Es la novela que lleva toda la vida inspirándome incluso aunque no supiera que existía”. Cruzado, responsable de la difícil tarea de verter en español por primera vez una de las cumbres de la literatura estadounidense del siglo XX, detalla en el epílogo los retos de su empeño. “El libro representa dificultades de todo tipo”, explicaba la traductora esta semana en conversación telefónica desde Sevilla. “Ni siquiera los estudiosos saben muy bien qué significan ciertas palabras e imágenes en su idioma original, no alcanzan a entender a qué se refería Toomer”, explica la traductora, que recuerda que el autor nunca se sintió cómodo como parte de la tribu harlemita. “No comulgaba con esa idea festiva de los demás”.

Maribel Cruzado —que descubrió al grupo “mientras vivía en Nueva York”—, estuvo al cargo también de la edición de Blues  (Pre-Textos, 2004), una selección de la obra poética de temática cercana a lo musical de Langston Hughes, de quien Alfonso Sastre adaptó su pieza teatral Mulato  (Hiru, 1994). También participó Cruzado en la edición de Escritos sobre España, de Hughes, publicación impulsada por Sentís y Gallero en BAAM y que ha probado sus poderes de contagio cultural. Aquella colección de experiencias del escritor y viajero incansable en la Guerra Civil despertó un interés por el renacimiento de Harlem en la joven editora, entonces estudiante de Periodismo, Araceli Lobo, que acaba de fundar en Madrid Señor Lobo, editorial que nace con un sello dedicado al renacimiento de Harlem y cuya primera referencia es Autobiografía de un ex hombre de color, de James Weldon Johnson. La novela fue publicada anónimamente para hacerla pasar por unas memorias verdaderas en 1912 (y por tanto no exactamente dentro del arco temporal estricto del movimiento). Entre los planes futuros del sello, explica Lobo, está la traducción de Quicksand (Arenas movedizas), de Nella Larsen y la incorporación al catálogo de Wallace Thurman. La figura de Larsen ya llamó en 2010 la atención de la exquisita editorial zaragozana Contraseña, que cuenta en su nómina con Claroscuro (The Passing). “Dimos con ella en un manual sobre los 1001 libros que hay que leer antes de morir”, explica Francisco Muñiz, de Contraseña, “vimos que, sorprendentemente, no estaba traducida y nos lanzamos a ello”. La nómina de recientes publicaciones en torno al renacimiento de Harlem, sin pretender la exhaustividad, podría completarse con Divago mientras vago (La Balsa de la Medusa / Antonio Machado Libros). Segunda parte de las memorias de Hughes, continúa donde el autor lo dejó en The Big Sea y cuenta con un memorable arranque que podría aplicarse al movimiento al que el novelista estuvo adscrito: “Cuando tenía 27 años, se hundió la Bolsa. Cuando tenía 28, me hundí yo. Entonces, supongo, me desperté. De este modo, cuando estaba a punto de cumplir los 30, empecé a ganarme la vida escribiendo. Esta es la historia de un negro que quiso ganarse la vida con sus poemas y sus cuentos”.

En efecto, el crac del 29 dio bruscamente al traste con las utopías y sueños del renacimiento de Harlem. “Hubo que centrarse en la mera supervivencia”, explica Lewis. “¿Fue un bello fracaso? Es un debate interesante. Creyeron que iban a cambiar la sociedad con libros, con poesía, realmente lo creían. Luego, en los años treinta, cuando se dieron de bruces con la Gran Depresión, el desencanto ya es grande”. En algunos casos, como el de Hughes, la cosa fue más allá de la simple decepción. En The Big Sea, escribió en 1940: “Algunos creyeron que el problema racial quedaría resuelto a través del arte (…). Estaban seguros que al Nuevo Negro le aguardaba una nueva vida en los pastos verdes de la tolerancia (…). No sé qué les pudo hacer pensar eso, excepto que la mayoría eran intelectuales dándole demasiado al coco. Los negros corrientes no oyeron ni palabra de ningún renacimiento. Y los que lo oyeron, no vieron aumentar su sueldo precisamente”.

Lewis, al final de su prólogo de 1996 para Cuando Harlem estaba de moda, se inclina por emitir un veredicto menos severo: “El renacimiento erigió los cimientos para una revalidación integral de las energías culturales afroamericanas. Los hombres y mujeres del renacimiento de Harlem pudieron fracasar en su momento, pero no nos han fallado a nosotros en el nuestro”.

Bibliografía

Cuando Harlem estaba de moda. David Levering Lewis. Traducción de Javier Lucini. Biblioteca Afroamericana de Madrid / Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

Caña. Jean Toomer. Traducción de Maribel Cruzado Soria. Biblioteca Afroamericana de Madrid / Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

Autobiografía de un ex hombre de color. James Weldon Johnson. Traducción de Pepa Cornejo. Señor Lobo Ediciones.

Claroscuro. Nella Larsen. Traducción de Pepa Linares. Contraseña Editorial.

Escritos sobre España. Langston Hughes. Traducción de Javier Lucini y Maribel Cruzado Soria. Biblioteca Afroamericana de Madrid / La Oficina.

Divago mientras vago. Langston Hughes. Traducción de Mariano Peyrou. Antonio Machado Libros.

Blues. Langston Hughes. Traducción de Maribel Cruzado Soria. Pre-Textos.

Artículo completo en Babelia


"LA CATILINARIA DE SPONECK", por Miguel Ángel Bastenier

04 ago 2007 Babelia / El País

M. A. Bastenier

El responsable de la ayuda humanitaria de Naciones Unidas durante gran parte de la primera posguerra de Irak -tras el conflicto de Kuwait en 1991-, el alemán H. C. von Sponeck (Bremen, 1939), ha escrito Autopsia de Iraq, un libro frío y demoledor, una catilinaria austera sobre el tormento al que Estados Unidos y -como de ordinario- subsidiariamente el Reino Unido sometieron, no a un régimen como la propaganda rezaba, sino a una nación. El mayor que haya sufrido país alguno como consecuencia de sanciones de la ONU.

El programa "Petróleo por Alimentos", que comenzó a aplicarse en 1996 y duró hasta junio de 2003, unas semanas después del fin de la fase convencional de la segunda guerra del Golfo, estaba pensado para aliviar la situación del pueblo iraquí, de forma que las sanciones incidieran lo menos posible en el aprovisionamiento, sanidad, educación y reconstrucción del país, pero, en realidad, fue la sistematización de una tortura lenta, segura, perseverante para la consunción de Irak. Y es imposible, hoy, en plena fase guerrillera y terrorista de esa segunda guerra del Golfo, no establecer una conexión natural entre aquella posguerra y esta fase irregular del conflicto. La masa crítica del país, sus recursos sociales, económicos, culturales, quedaron entonces debilitados hasta el extremo de que cuando el presidente Bush dio la orden de invasión en marzo de 2003, un país exangüe apenas podía oponer alguna resistencia militar. La virtual destrucción de Irak que propugnaban los neo-con, entonces íntimos asesores del hombre de la Casa Blanca y talibanes de la supremacía de Israel en Oriente Próximo, era el inmisericorde corolario de aquel castigo.

Los datos de Von Sponeck

excusan al autor la necesidad de la ira, la retórica exaltación de la denuncia. Es como si prestara declaración ante un tribunal. A Irak se le permitía exportar crudo por valor de 2.000 millones de dólares cada seis meses; de esa suma 700 millones se destinaban a indemnizaciones de guerra y al pago de los servicios de la ONU, de forma que de los 1.300 millones restantes salían los iraquíes a 118 dólares per cápita para todo: sanidad, educación, infraestructuras. La ONU destinaba, por ejemplo, del propio presupuesto del país, algo más de cinco dólares semestrales por cabeza en la educación de los casi cinco millones de niños en edad escolar. Y para completar la faena, Washington debía autorizar cualquier compra externa para impedir las importaciones susceptibles de "doble uso", es decir, de presunta aplicación militar, lo que en la práctica implicaba retrasos formidables para adquirir una aspirina, como bien sabe una empresa de Barcelona que vendió un sistema de tratamiento de aguas al Gobierno que con tan menguados poderes aún presidía Sadam Husein. Al cabo de un año el crudo exportado se dobló a 2.600 millones, pero el deterioro de índices de nutrición, expectativa de vida, desarrollo humano, ya eran propios de la era preindustrial. Si en la guerra no había habido tiempo de bombardear Irak de vuelta a la Edad de Piedra, el programa conducía inexorablemente a algo parecido.

La posición de Washington y Londres, que atacaban el país desde el aire con una puntualidad que permitía a los que veían caer las bombas poner en hora sus relojes, no toleraba ningún remordimiento. Todo era culpa de Sadam Husein, que toreaba a los inspectores de la ONU para que, supuestamente, no pudieran encontrar las famosas armas de destrucción masiva; si se cumplía este objetivo, en cambio, se supone que habría cesado de inmediato el tormento, pero la evidencia de que tales armas, si habían existido, ya no era ése el caso cuando los marines entraban en Bagdad, hace hoy aún más cadavérica la mirada retrospectiva. Ni siquiera el autor podía saber cuánta era la enormidad del engaño que Bush y su acólito, el británico Tony Blair, intencional o neciamente habían perpetrado a la humanidad.

Y Von Sponeck es cualquier cosa menos un airado alternativo de la globalización; es un funcionario al que no le cabe duda de que las sanciones eran legítimas, avaladas por el Consejo de Seguridad, y de que Sadam Husein era uno de los individuos menos encomiables del planeta. Fueron los poderes anglosajones y una ONU incapaz de sustraerse a la fenomenal impostura los que habían convertido un programa de supervivencia en un plan para el aniquilamiento de una nación. El autor ha querido dar testimonio.

AUTOPSIA DE IRAQ

Autor: H. C. Von Sponeck
Traducción de Mercedes Villavista y Gonzalo Fernández Parrilla
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Madrid, 2007
550 páginas. 23 euros