Plaza Pública: "Las cocinas de Gaza" por Teresa Aranguren

 

 

Plaza Pública

Las cocinas de Gaza

Teresa Aranguren

4 de enero de 2022

 

 

Este no es un libro de cocina sino de cocinas, esos espacios íntimos y familiares donde, entre cazos, guisos  y cuentos mil veces contados, ocurre la vida. Este libro habla del gusto de vivir pese a todo y frente a todo. Habla de las gentes de Gaza.

 

“Quizás sean los carteles de colores brillantes que cuelgan de la pared o el patio primorosamente rastrillado y repleto de todo tipo de hierbas aromáticas. Quizá las caras impacientes de las seis niñas que salen a saludarnos y suben corriendo las escaleras con sus largas trenzas negras y brillantes. Sea cual sea la razón, salta a la vista que la casa de Um Hana en Beit Lahia es un lugar alegre”.

 

Extraña descripción de un lugar que los informes de Naciones Unidas han calificado de “inhabitable”. En el excelente prólogo de este libro, Raquel Martí, directora de UNRWA-España (Agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos) ofrece los datos de la catástrofe que el bloqueo israelí impone sobre la población de Gaza: cortes de electricidad diarios de más de ocho horas de duración, el 96% de las aguas del acuífero están  contaminadas, el agua potable tiene que ser traída en camiones y su precio resulta inasequible para la mayoría de la gente, el paro alcanza al 48% de la población y en el caso de los jóvenes al 65%, los hospitales padecen una constante falta de material sanitario y se sostienen al borde del colapso,  gran parte de las infraestructuras, desde las depuradoras de agua y el sistema de alcantarillado hasta viviendas, edificios administrativos, cultivos y granjas han sido destruidas por las bombas.

 

Sí, Gaza es un territorio inhabitable o, más exactamente, sería un territorio inhabitable si no fuera porque su gente, sobre todo sus mujeres, se empeñan en hacerlo habitable.

 

No se trata de dulcificar lo insoportable ni de ocultar el sufrimiento cotidiano de la vida en Gaza, este libro no habla de héroes con superpoderes sino de seres humanos que resisten la adversidad, se apoyan mutuamente y cocinan entre risas y cotilleos como se hacía en las cocinas de la aldea de la que fueron expulsados y cuyo nombre ya no figura en los mapas. Las mujeres de Gaza cocinan para preservar la vida. Y la memoria.

 

Um Ibrahim nació en la localidad de Beit Tima al sur de Yafa, a sus más de 90 años mantiene vivos sus recuerdos de infancia y juventud y “le brillan los ojos cuando describe con detalle las verduras silvestres y las hermosas calabazas de su pueblo natal”. También recuerda con precisión lo que ocurrió en el otoño de 1948 cuando, tras buscar refugio en una aldea cercana porque las milicias sionistas llegaban a su pueblo, su familia decidió regresar días después a Beit Tima para recoger la cosecha de grano que tenían almacenada en la casa, “encontramos a muchos de nuestros vecinos muertos, con disparos en la frente y miembros amputados…”.  Um Ibrahim huyó con su familia y sus vecinos a Gaza. Vive en el campo de refugiados de Deir Al Belah. Nunca ha vuelto a ver su pueblo ni los paisajes de su infancia, pero conserva el legado de sabores y olores de aquella Palestina que fue y pervive en las recetas que aprendió de niña en Beit Tima. La que Um Ibrahim nos ofrece en este libro es la de “Bamia ua adas”, un guiso de lentejas y verdura típico no solo de esta región sino de toda Palestina.

 

Laila Al Haddad y Maggie Schmitt recorrieron las cocinas de Gaza en busca de recetas tradicionales, pero sobre todo de relatos, retazos de vida que las mujeres van desgranando en su charla mientras majan en el mortero un poco de comino, sésamo, albahaca y aceite o desgranan los rubíes de una granada. La mayoría de las personas que aparecen en este libro son mujeres, pero  también hay algún hombre, como Abdel Munin, que gestiona una pequeña finca de cultivo ecológico en Beit Hanun o Mohamed Ahmed, que antes del bloqueo solía exportar fruta a Europa y ahora, con sus árboles arrancados porque sus tierras quedaban cerca de la frontera, depende de la ayuda alimentaria de UNRWA. En Gaza la alimentación es tarea de mujeres cuando se realiza en casa, si es negocio es cosa sobre todo de hombres. Pero esto no ocurre solo en Gaza.

 

Uno de los grandes atractivos de este libro son las excelentes fotografías que acompañan cada una de las recetas, cada una de las historias, imágenes de los platos cocinados y de los rostros de quienes los muestran. Y es conmovedora la alegría de vivir que desprenden esos rostros.

 

Las cocinas de Gaza, editado con el esmero con el que Ediciones de Oriente y el Mediterráneo realiza siempre su trabajo, es un libro bellísimo. Una manera original e inteligente de mostrar el drama y la fortaleza de las gentes de Gaza.

 

Teresa Aranguren es periodista y escritora.

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Iñaki Urdanibia en KAOSENLARED

 

«La historia de los negros en América es la historia de América. No es una historia bonita»

 

Así, como reza el título, se titulaba el libro en el que trabajaba James Baldwin (Nueva York, 1924- Saint-Paul-de-Vence, Alpes marítimos, 1987) cuando la Parca le sorprendió, lo que supuso que el libro, que ya lo tenía apalabrado con su editor, quedase en estado de anotaciones, de borrador. Tal obra iba a basarse en tres luchadores de la igualdad racial en su país, que fueron asesinados entre 1963 y 1968: Medgar Evers, Malcom X y Martin Luther King. Los apuntes sueltos que dejó quien fuera portavoz ideológico de un importante sector de la intelectualidad negra y novelista de reconocido talento, fueron entregados por la hermana del escritor, Gloria Baldwin Karefa-Smart, al cineasta Raoul Peck, quien aprovechando dichos materiales y bastantes más, que recogían conferencias y entrevistas radiofónicas y televisivas, a lo que se han de añadir un número de fotografía variadas, realizó un documental, con la voz en off de Samuel L. Jackson, que resalta la figura del escritor. El resultado, con toda la información que contiene el documental, acaba de ser publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo: «No soy vuestro negro» —una película de Raoul Peck a partir de textos de James Baldwin—. El libro resulta un significativo patchwork que da cumplida cuenta del trato que recibían, y reciben, los negros en el país de las barras y estrellas.

 

Tras unas sabrosas aclaraciones sobre su trabajo y el modo de realización de Raoul Peck y de la montadora de la pieza, Alexandra Strauss, entramos en una avalancha de palabras e imágenes del escritor, quien a su vez presta la palabra a diferentes testigos y protagonistas de la segregación que se da y sufrieron en los USA. El repaso en su brevedad es amplio y hondo ya que en él podemos leer las opiniones de Baldwin sobre los héroes norteamericanos, todos blancos, que han sido presentados como modelos en la pantalla y en los medios de comunicación, imágenes que han sido, en no pocas ocasiones, interiorizadas por los propios negros («viendo el mundo como lo ve John Wayne»), a pesar de que, por ejemplo, la matanza de indios fuera aplaudida, sin caer en la cuenta de que los indios eran en el presente los propios negros convertidos en sujetos de todas las sujeciones y maldades. Las imágenes u diálogos de diferentes películas asoman con fuerza ilustrativa dejando expuesta la situación: «es importante descubrir que el país donde has nacido, y al que le debes la vida y la identidad, no ha creado en todo su sistema de realidad ni un solo lugar para ti». Asistimos a diferentes debates y vemos en el uso de la palabra a Malcom X y a Martin Luther King, y conocemos los encuentros que Baldwin tuvo con ellos y también las circunstancias en que conoció el asesinato de ambos, y también el de Medgar Evers, luchador con quien el escritor mantenía una estrecha amistad, habiendo llegado a acompañarle en alguna campaña. Tampoco se nos hurta sus encuentros con Robert Kennedy, hermano del asesinado presidente y fiscal, y las posturas timoratas de este cuando, aun admitiendo el trato infame que los negros recibían, se conformaba con decir que las cosas iban a mejor… cuatrocientos años han pasado desde la llegada, forzada, de los negros al país, y todavía la situación es de una desigualdad brutal que se traduce en agresiones, prohibiciones, y segregaciones múltiples. El país no sabe qué hacer con su población negra, y la reduce a una manada de seres que no hacen más que bailar, reír y comer sandía; reduciendo su imagen a unos seres pasivos y mansos, que necesitan un blanco para guiar sus desbrujuladas vidas, cuando no se vende la imagen de un peligro potencial para la seguridad nacional (pueden ver el informe del FBI sobre Baldwin, fechado en 1966, en que se le señala como ser peligroso «del que cabe esperar actos hostiles a la defensa nacional y la seguridad pública de los Estados Unidos», por lo que se suma su Nombre al Índice de Seguridad).

 

James Baldwin desbroza el camino y va derribando algunas leyendas que se vierten sobre los negros: así el tamaño de sus órganos sexuales, a la vez que se les considera como seres carentes de atributos sexuales, y aquellos que como Sidney Poitier o Harry Belafonte son sex simbols, nadie se atreve a admitirlo; «a los negros se les ha robado todo en este país». Precisamente de estos dos se recogen sus palabras. El escritor también nos entrega un conjunto de disculpas de diferentes personalidades públicas, como Nixon o Trump, que hablan de los problemillas de la vida, que en los hechos resultan parole, parole, parole. Marca las diferencias entre los elogios, y cerrados aplausos, que recibe del uso de la fuerza si esta es practicada con las armas por israelíes, polacos o irlandeses, a los que se les considera como héroes, cambiando las tornas si algún negro dice lo mismo, al considerársele de inmediato como un criminal y escarmentándole por ello. No se priva de señalar la postura colaboracionista de los cristianos, señalando a su vez las dos iglesias existentes según el color de la piel. Denuncia igualmente las falacias del humanismo, de aplicación discriminatoria; señala los dos niveles de experiencia, encarnados por Gary Cooper y Doris Day, por una parte, y por Ray Charles por la otra. Y reivindica el derecho a estar amargado frente a quienes le acusan de ello, pues hay buenas razones para estarlo: «la primera de todas, esta ceguera o cobardía americana que nos permite fingir que en la vida no hay razones para amargarse», y confiesa sin ambages que no está dispuesto a cargar con esa historia de injusticia, en la que «Blanco es una metáfora del poder, una mera forma de describir el Chase Manhattan Bank».

 

Y un deseo, una esperanza de un futuro reconciliado: «Es algo terrible que un pueblo entero se rinda a la idea de que una novena parte de su población es inferior a él. Y hasta ese momento, hasta que llegue el momento en que, nosotros, los americanos, el pueblo americano, sea capaz de aceptar lo que yo tengo que aceptar, por ejemplo que mis ancestros son tanto blancos como negros, que en este continente que estamos intentando forjar una nueva identidad para la que nos necesitamos los unos a los otros, y que no soy un pupilo de América, no soy un objeto de caridad misionera, que soy una de las personas que construyó el país; hasta ese momento, apenas quedará esperanza alguna para el sueño americano, porque las personas a las que se les niega su participación en él, por su presencia misma, lo hundirán. Y si esto ocurre, será una hora muy grave para Occidente».

 

N.B.: El uso de la expresión “de color” para referirse a los negros, expresión que aparece en las páginas 37, 51 y 72 del libro, es un eufemismo edulcorado con pretensiones de no nombrar con claridad como si el hacerlo fuese brutal en exceso (términos que se emplean, consagrados por el uso y el abuso hasta en las siglas, véase la página 51)… lo que hace, por otra parte, que quienes no son negros no es que sean rostros pálidos, que decían los otros, sino incoloros, y la verdad…

artículo completo en KAOSENLARED

 

Gracias Iñaki, por tu interés en nuestro libro No soy vuestro negro.
Queremos, sin embargo, aclarar unos comentarios al final de tu artículo. Señalas tres páginas en las cuales se utiliza el término “de color” en vez de “negro” y lo achacas a que utilizamos “un eufemismo edulcorado con pretensiones de no nombrar con claridad como si hacerlo fuese brutal en exceso, etc…” Esto no es exacto. Una prueba es que lo has encontrado solo tres veces en un libro que dice “negro”, como en su propio título, infinidad de veces. Nos hemos ceñido exactamente al lenguaje de Baldwin. “Black” se empezó a utilizar en la época de los Black Panthers (a mediados de la década de 1960), no antes. Cuando Baldwin era pequeño esa palabra (p.37) ofendía a los propios norteamericanos negros que además de “colored” utilizaban “negro” (hoy término no solo en desuso, sino directamente despectivo). Lo mismo se aplica a la página 72 que se refiere a una película de 1934. Así que Baldwin utiliza la palabra que se utilizaba en la época en que ocurren las anécdotas. Por otra parte, bien se sabe que el lenguaje va cambiando y más en una comunidad que ha pasado de ser descrita por otros a autodefinirse. Ejemplo reciente: de Afroamerican se ha pasado a African American… y veremos por cuantos cambios más pasará. Hoy día “people of color” o “colored people”, se refiere a toda comunidad no blanca (o sea hispana, india, nativa, asiática…). Véase cualquier escrito de Angela Davis, Ishmael Reed, Debra Dickerson… En la página 51, que también señalas, solo dice una vez “negro”, nunca “de color”. En todo caso, agradecemos que nos hayas dado la oportunidad de aclarar esta cuestión, cosa que, con nota a pie de página, hemos aclarado ya en algún otro libro de esta colección. 

Por cuatro naranjos

MIGUEL CASADO

Tamtampress / Tienda de fieltro

En su largo poema río, poema-libro, Medianoche, el escritor palestino Murid Barguti (Deir Gassane, 1944 – Amán, 2021) evoca una escena de infancia que le ofrece el punto de partida para explorar la analogía entre el poeta, considerado un extraño en el contexto social, y el exiliado. El niño se deja envolver en el huerto por el intenso olor del azahar hasta que se marea; su abuelo, mientras lo sujeta para que no caiga, se burla de él –“Pero, hombre, ¿te vas a morir por cuatro naranjos?”–, y le ofrece después la intimidad de una profecía: “escribirás poemas, como Abdelwahab. / –¿Quién es Abdelwahab, abuelo? / –El loco del pueblo. / No hacía más que escribir poemas, y poemas fue lo que dejó”. Y añadió: “Me vas a tener preocupado toda la vida”. Así, el poeta, una conciencia demasiado sensible, quedaría fuera por su incapacidad para la vida normal. Barguti no olvida esta raíz y quizá por eso su poética se obsesiona por suturar las fisuras —quizá, más bien, boquetes— por los que escapa sin remedio la realidad. Y el exilio sería la primera de ellas.

Aunque en el mundo árabe es un reconocido poeta, en Occidente se ha difundido sobre todo, traducido a numerosas lenguas, su relato autobiográfico He visto Ramala; de su obra poética hay dos antologías en inglés y la que en 2019 preparó en castellano Luis Miguel Cañada, Mi reino es de este mundo —que recoge completo Medianoche.

He visto Ramala reconstruía el primer viaje de regreso, en 1996, del poeta a su tierra natal: una estancia de un mes después de treinta años de exilio. Y, como tal vez era inevitable, “a pesar de los momentos de jovialidad y euforia —anota Edward Said—, esta novela del retorno describe más el exilio que la vuelta a la patria. Aquí reside su dimensión trágica y su sugerente precariedad”. No es ya que lo describa, sino que levanta una imagen precisa del exilio palestino, de sus diferencias con los más conocidos entre nosotros: frente al mítico exilio republicano en México o el exilio en España de argentinos y uruguayos durante sus prolongadas dictaduras militares, el de los palestinos es siempre nómada, y multiplicado por los sucesivos rechazos de los países donde se les va acogiendo.

En 1967 Murid Barguti estaba estudiando Lengua y Literatura Inglesa en la universidad de El Cairo, y hacía un examen de Latín —el antepenúltimo de su carrera— en el momento en que llegó la noticia del comienzo de la Guerra de los Seis Días; al enterarse, ya había caído Ramala. El estudiante se convirtió en un exiliado. Allí se casó con Radwa Ashur, novelista egipcia y compañera de estudios; a los cinco meses de nacer su único hijo, el presidente Sadat firmó la paz con Israel —tras perder también la guerra de 1973— y expulsó a todos los palestinos; Barguti tardó otros 17 años en poder volver a Egipto y vivir con su familia. Apenas, unas vacaciones compartidas con los dos en Budapest, el encuentro con su esposa en algunos congresos literarios. “De Bagdad a Beirut, luego a Budapest, a Ammán y de nuevo a El Cairo: imposible aferrarse a un lugar”. El poeta cuenta cómo nunca volvió a coincidir con los intelectuales egipcios de su edad, los que habían sido sus compañeros de aprendizaje. O el rito de repartir cada vez las plantas de su casa, las únicas pertenencias domésticas, entre los provisionales amigos del país que iba también a dejar. La precariedad referida por Said se cifra a la inversa en estos versos: “Un planeta donde las cuerdas de tender la ropa estén llenas / y los platos de arroz rebosen, / donde una tetera crepite sobre el fuego / y todos nos sentemos a la mesa con mantel de sésamo y tertulia”.

Así, el regreso que cuenta He visto Ramala se da inevitablemente como registro contradictorio de emociones; en palabras de Said: “Habiendo hecho yo mismo un viaje similar a Jerusalén (tras una ausencia de 45 años) conozco muy bien la mezcla de emoción, felicidad, lamento, tristeza, sorpresa, enfado…”, y cree él que nadie como Barguti ha conseguido que estos sentimientos e ideas vivan con tanta verdad en la narración del destierro. Pues la experiencia del destierro queda determinada, en primer lugar, por ser colectivo: en aquella “tierra prometida” había ya habitantes antes del éxodo sionista, vivía allí gente que fue progresivamente desplazada, expulsada, desposeída, hasta sumar los seis millones de refugiados que hoy se dispersan por múltiples países, además de los que viven un cotidiano acoso en las ciudades de Palestina, en un apartheid que les despoja de derechos. El destierro —privación de la tierra, indica el término— es colectivo, y Barguti explica que solo pudo reunirse con su familia en diáspora, padres y hermanos, en 1968 en Ammán, en 1978 en Doha, o se detiene en el singular papel del teléfono en esa vida. Es una visión de los exilios desdoblándose en pliegues lo que He visto Ramala me aporta en relación con otros relatos leídos estos años. Aunque también me ha vuelto la imagen del piso en que vivía Mahmud Darwish en la década de los 80, en París, ofrecida —como sin querer— por una joven periodista armenio-libanesa que le hace una larga entrevista, la del paseo que dan por el entorno al concluir, el comentario sobre las tiendas y los bares, la gélida sensación de vida ausente. Describe Barguti a alguien que se acuesta, tarde en la noche: “Aprieta contra su cuerpo la colcha / y deja encendidas las luces de la casa”. Una espera tan imprecisa como la amenaza. Y el peso de la soledad.

Todo desde 1967 —o desde 1948— es provisional, una imprecisa espera: “¿habrá vida antes de la muerte?” El relato, la memoria, trazan las coordenadas; y, cada vez que se les ponen palabras, se oyen los poemas. No sé si esto es una ley general de la escritura, quizá lo sea; pero, repasando mis notas de lectura, me doy cuenta de que funciona así: tengo presente la atmósfera de He visto Ramala, puedo desgranar su proliferación compleja de emociones y, en cambio, cuando cito a Barguti, recurro a los poemas. Hay, sin embargo, dos momentos del relato que imponen su voz y eso los muestra como claves del sentido. En el primero, el viajero cruza el puente sobre el Jordán, que sirve de frontera, los controles de la policía israelí a la entrada del territorio autónomo palestino. La ambigüedad de toda la situación. El río ya no suena como sonaba durante la infancia, apenas lleva agua; al llegar, él no sabe si Palestina existe: cada vez que indica unas luces o unos edificios y pregunta, le dicen que es un asentamiento; pero la discusión en el taxi colectivo, cuando intentan ayudarle a encontrar la dirección a la que se dirige, muestra la intimidad de una vida en común, los habitantes que se conocen entre sí, los nombres que sirven de referencia. Proporcionan las gentes apenas un fondo reconocible para una cadena de hechos que se sienten sin realidad, como carencia, igual que el sonido del río. Y, así, la reflexión en el puente: “¿Se trata de un momento político? ¿O sentimental? ¿O social? ¿Un momento real? ¿Surrealista? ¿Un momento corporal? ¿Intelectual?”

En el segundo momento el viajero va al cercano Deir Gassane, donde nació y vivió hasta los siete años, el lugar de aquel huerto de naranjos. Aflora de pronto la infancia, trayendo personajes variados y vivos que lo llenan todo, dando el tono de un mundo sin dudas políticas ni el peso de la melancolía: vida autónoma, que vale aún por sí, que les da fuerza y sentido a todas estas memorias, quizá porque las recarga de realidad. Llega la primavera, ese espectáculo de la energía de la vida en su renovarse siendo la misma. Unos versos describen un potrillo, “se revuelca patas arriba, / restriega la grupa en la tierra, / da coces a unos demonios que solo él ve, / y sigue jugando”.

Desde aquí, se diría que la obra de Barguti propone una doble lectura de la condición palestina, que conlleva inseparable su toma de postura personal. Es una sostenida reflexión en torno a la existencia de una realidad y, también, acerca de la implicación en su poética, en las opciones de escritura que adopta. Así, el caso de los palestinos, en su carácter extremo, trasciende de sí mismo y parece permitir pensar el mundo, del mismo modo que, en otros tiempos, lo pudo propiciar la condición judía.

“¿Hay acaso en todo el mundo un país como este al que nadie sabe a ciencia cierta cómo llamar?”, se pregunta Barguti y, aunque abundan los fenómenos contemporáneos de pérdida de realidad, ninguno resulta tan significativo, por lo que implica de prolongada y evidente construcción de un relato que sustituye a los hechos. Es difícil no percibir la excepcionalidad de Israel, el trato de favor y silencio internacional que recibe su sistemática empresa de limpieza étnica, de anexión por la fuerza de territorios; o la diferencia que se hace entre sus ultraortodoxos y otros análogos, de otras religiones y lugares, que el mundo declara como muy peligrosos y aberrantes; o un sistema policial que realiza largas detenciones sin que deba dar a conocer el motivo o la acusación. Cada vez tiene más vigencia la pregunta que se hacía José-Miguel Ullán en un poema de Razón de nadie: “Un Kafka palestino, ¿por qué no?”

Es el desplazamiento de la realidad por un relato que llega a asentarse como nueva realidad, apoyándose solo en la fuerza aplastante y en una especie de derecho teológico (“la tierra prometida”), a la manera (“Tierra Santa”) de la vieja empresa de los cruzados: “Al otro lado de la ventana, / monte de olivos que perdieron su paz antigua / y santificaron quienes desde hace siglos / repiten el mismo ensalmo, / esos que desempolvaron / escrituras, hallazgos / y pergaminos. / Montes de estrellas y corderos, / de cruces y resurrecciones”. Hay, sí, una ventana y hay montes, y en ello quizá se reconoce la literatura palestina. Una Jerusalén no celestial, sino pobre y abigarrada, explotando de vitalidad y energía, como aquella a la que llega desde Belén el niño de El primer pozo, la memorable narración de Yabra Ibrahim Yabra, para empezar la enseñanza secundaria.

Por eso, las excavadoras —las que en 1948 arrasaron más de quinientos pueblos para hacerle sitio al nuevo estado de Israel, y desde entonces no han dejado de actuar— son el mejor emblema de esta pérdida de realidad, porque la muestran físicamente: “Ahora ya es posible demostrar que lo ocurrido / nunca ocurrió”. Uno de los libros de Barguti se titula La lógica de los seres y está compuesto por diálogos de breves frases que dirían las cosas; uno de sus mínimos poemas puede resumir el carácter del discurso que se ha impuesto en Palestina: “Le dice el imán a la esquirla: / tienes plena libertad / para ir donde quieras”.

En el ámbito personal, el trastorno de lo real se reconoce nítidamente en rasgos que desbordan lo anecdótico para funcionar como condiciones existenciales. Así, la confusión permanente entre lo cotidiano y lo extraordinario, pues la vida habitual no deja de estar puntuada por formas de interrupción de la vida; y, si esto es un desdichado atributo de nuestra época, que puede incluir desde los frecuentes tiroteos en los Estados Unidos a las imágenes que la televisión graba en los campos de refugiados, no cabe duda de que la vida palestina lo incorpora como constitutivo desde hace más de siete décadas. También se manifiesta el trastorno de lo real en el desplazamiento de los tiempos personales, en una forma de temporalidad que mutila las dimensiones del tiempo, sus posibilidades y matices, su genuina cualidad variable: me he referido antes a la sensación de espera sin fin, y a ello se suma la percepción de que solo el pasado tiene consistencia, bien remitiendo a los recuerdos anteriores al exilio o bien, para los más jóvenes, a una época ya mítica que se transmite en los relatos orales y de la mano de los escritores. La medianoche es, para Barguti, en último término, el espacio insoportable de este reconocimiento existencial, de este vivir trastornado: “Y todo lo escabroso me resulta llevadero / excepto el durísimo trayecto de dos pasos / que separa mi silla de mi cama / cuando cae la noche”.

Se encuentra en un libro suyo de 1980, Poemas de la acera, una imagen conocida del lector de poesía, la del traje vacío, que aparece, por ejemplo, en Antonio Gamoneda, para mostrar la presencia en la vida familiar del padre muerto, o en Leopoldo María Panero, para expresar la muerte en vida de quien se siente ya en “la otra orilla”. En Barguti representa el exilio: “Colgado sigue allá / su cinturón de cuero” —y “una cintura vacía” se siente, puede palparse, en la soledad de la casa; pero lo que toma ahí relieve es la intensa materialidad de las cosas: “el par de zapatos que dejó se han resecado, / sus camisas blancas de verano / dormidas siguen en las baldas”: el deterioro del cuero, la blancura de la tela, los pliegues. La poética conecta con la conciencia de pérdida de realidad, responde a ella y la activa. Se diría más: la acción política de Barguti se da en la escritura al cumplir las exigencias de la escritura misma. Nunca fue un militante ni participó en los grandes debates públicos, aunque no haya ocultado sus opiniones; pero su acceso a la política se da en el punto en que esta se cruza con la vida, en el punto en que se hace lengua, se hace indistinta del mundo del poeta.

Así, una página de He visto Ramala explica cuándo entendió la postura que requería la ocupación, la larga, eterna ocupación: “Cuando descubrí la exactitud de lo corpóreo y la veracidad de los cinco sentidos, sobre todo el de la vista. Cuando descubrí la justicia y la genialidad de la cámara, que ofrece su imagen, por mucho ruido que pueda haber en la realidad, con un murmullo apenas perceptible. Me esforcé cuanto pude por librarme de la poesía que linda con la simpleza del himno”. No se trata de ingenuidad respecto a las trampas de la percepción, a las ilusiones de la imagen, sino de un trabajo por captar el murmullo de lo que existe, en vez de encender e idealizar himnos. Porque el eje de todos los problemas es el problema de la realidad: acosada, desplazada, falsificada, eliminada —y el llamado realismo no ofrece respuesta porque ni siquiera ha escuchado la pregunta. [...]

artículo completo en tamtam.press

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EL OTRO LADO

Alguien de Grecia que visita hoy en día Aivalí recibe un bombardeo de impresiones contradictorias. Encuentra edificios que le recuerdan al mundo social de sus parientes lejanos y la forma abrupta en la que ese mundo llegó a su fin. El visitante puede incluso escuchar su propio idioma, pero en una anticuada forma cretense. Las caras parecen familiares, reflejando el hecho de que, a ambos lados del mar Egeo, el material genético es similar. Pero la bandera turca y la imagen de Kemal Atatürk se ven por todas partes, incluso más que en la mayoría de las ciudades pequeñas de Turquía. Y las historias que un visitante escuchará en el Aivalí actual no son historias del sufrimiento de la ortodoxia griega. Son historias que reflejan el dolor de los musulmanes, especialmente de Creta, que también se vieron obligados a abandonar tierras, formas de vida y relaciones a las que estaban profundamente apegados.

Esta tragedia múltiple compone el trasfondo de una narrativa múltiple, expuesta de manera vívida y sensible en un libro maravilloso. Como talentoso narrador y dibujante, Soloúp nos demuestra que ninguna serie de acontecimientos es demasiado compleja para ser explicada con simples dibujos. De hecho, los dibujos son a menudo la mejor manera de retratar la complejidad y la paradoja. En cierto sentido, estos «simples dibujos» son la forma en la que experimentamos la vida.

Soloúp logra entrelazar una historia contemporánea sobre un hombre griego que toma el ferri desde Mitilene a Aivalí con varios relatos del pasado.

[Bruce Clark | Fragmento del prólogo]

Texto reproducido en MSur acompañado de una selección de las viñetas de Soloúp


Per què és tan difícil per als blancs de parlar de racisme?

 

Per què és tan difícil per als blancs de parlar de racisme?

Del llibre 'Fragilidad blanca', de Robin DiAngelo, a la sèrie 'Extermineu tots els salvatges', de Raoul Peck i Sven Lindqvist

Per: Xavier Montanyà – VilaWeb 30.05.2021

 

Es compleix un any de l’assassinat per asfíxia del ciutadà negre George Floyd a mans d’un agent de policia blanc a Minneapolis. Un any de les manifestacions més grans dels últims temps pels drets dels afroamericans i contra la brutalitat racista policíaca. L’agent ha estat condemnat a quaranta anys de presó, però els afroamericans saben que aquesta sentència no aturarà el racisme sistèmic arrelat al moll de l’os de la societat nord-americana.

Prou que ho sap Robin DiAngelo, doctora en educació multicultural i professora de la Universitat de Washington. Ho viu en detall i des de la primera línia del debat. Fa vint anys que organitza tallers i conferències per fer comprendre el racisme que impregna les empreses, el sistema polític i la cultura. El seu llibre Fragilidad blanca (BAAM) ha esdevingut un dels nous puntals del debat públic i acadèmic sobre el racisme als EUA, juntament amb Com ser antiracista, d’Ibram X. Kendi, de qui ja vam parlar en aquesta secció.

Què és la fragilitat blanca?

“El millor truc del diable és convèncer-nos que no existeix”, va dir Charles Baudelaire, una idea que reprèn l’alter ego del personatge Keyser Söze al film Sospitosos habituals. La metàfora ara l’adopta el professor Michael Eric Dyson al prefaci de Fragilidad blanca per aplicar-la al racisme.

“Racista, jo?”, solen respondre ofesos la majoria de blancs quan se senten atacats. És una constatació que després de molts anys d’experiència com a educadora multicultural va incitar Robin DiAngelo a elaborar un assaig que dissecciona l’esperit i les maneres de la blancor fusionada amb la identitat nacional nord-americana.

El concepte de fragilitat blanca, segons Robin DiAngelo, parteix de l’endèmica actitud defensiva dels blancs nord-americans quan es tracta de reconèixer el racisme sistèmic, motor i essència del racisme individual. El racisme, diu ella, no és tan sols l’actitud extrema de la “gent dolenta”, és quelcom d’inherent al sistema polític i a la cultura. Negant-lo l’invisibilitzem, potser ens convencem que no existeix, però aquesta ceguesa impostada no soluciona el problema. Ans al contrari, contribueix a perpetuar-lo i condemna un debat internacional urgent i necessari, que hauria de ser permanent, a perdre’s en un carreró sense sortida.

DiAngelo dóna un cop de timó al debat sobre el racisme als EUA, apel·lant a la consciència i l’actitud individual dels blancs. El text fa pensar i genera l’autocrítica en el lector, que pot no sentir-se còmode en més d’una ocasió. Amb valentia, l’autora desmunta totes les excuses, algunes inconscients, que els blancs empren per a negar els seus tics racistes, una negació que contribueix a perpetuar el funcionament racista del sistema. L’autora demostra amb estadístiques i exemples que l’exclusió, la desigualtat, la injustícia racial i la segregació social, laboral, sanitària, escolar i cultural, continuen existint i són ucaracterístiques essencials del sistema.

Els blancs tenen poder social i institucional sobre els negres. Als EUA, els blancs viuen en una societat desigual i dividida per la raça i ells en són els beneficiaris en el passat i en el present. El sistema fa que els blancs siguin superiors als negres, que tinguin més possibilitats que els negres i les altres ètnies de fer una vida plena i prosperar en tots els àmbits. El color de la pell condiciona l’habitatge, l’escola, l’accés al món laboral i legal, a la cultura. Tot i que ella estudia el cas nord-americà, sosté que el fenomen és equiparable al Canadà, Europa, Austràlia i Sud-àfrica.

El començament de la seva reflexió em sembla inapel·lable: “Els EUA es van fundar sobre el principi que totes les persones neixen iguals. Però la nació es va estrenar amb l’intent de genocidi dels pobles indígenes i el robatori de les seves terres. La riquesa nord-americana es va construir amb la mà d’obra d’africans segrestats, esclavitzats, i els seus descendents. A les dones blanques els van negar el dret de vot fins el 1920. I a les dones negres, fins el 1965. El terme ‘política identitària’ se centra en les barreres contra les quals certs grups específics xoquen en la lluita per la igualtat. Encara no hem assolit el nostre principi fundacional, però qualsevol assoliment fins avui ha estat gràcies a la política identitària.”

Els blancs progressistes són els pitjors

Els blancs nord-americans, entre els quals hi ha els progressistes que, segons l’autora, són els pitjors, tendeixen a considerar que el racisme és cosa de “gent dolenta”, de fets aïllats, individuals, inconnexes… Un seguit de fets que a l’època de Trump han demostrat, ressuscitant allò que era latent, que potser ja no són tan aïllats ni inconnexes. Per contra, DiAngelo afirma que el racisme és un sistema molt complex i interconnectat. Els blancs tenen por de ser acusats d’haver dit o fet alguna cosa racista. Els progressistes blancs són, segons l’autora, qui provoquen “el més gran perjudici diari a les persones de color”. “Mantenim i perpetuem el racisme, però la nostra actitud defensiva i les nostres certeses –sovint fruit del convenciment més conscient o menys de la nostra superioritat– fan que sigui pràcticament impossible que algú intenti d’explicar-nos-ho.”

Els blancs nord-americans en què ella es basa a l’assaig no es veuen en termes racials, però tenen opinions pròpies sobre el racisme, sovint poc fonamentades, com ella demostra. No entenen la sociabilitat, creuen que tothom té possibilitats d’èxit, un factor que no depèn de les estructures socials i racials, sinó del mateix individu. Però tots sabem que segons la cultura dominant, néixer home és força diferent de néixer dona, com néixer ric o pobre, capacitat o discapacitat, blanc o negre, llatí o oriental.

Sota la pell no hi ha diferències

Les races són una construcció social. Sota el color de la pell no hi ha diferències i la pell o les altres característiques físiques són obra de molts i molts segles d’adaptació a àmbits geogràfics i climàtics diversos. Però les diferències socials s’havien de justificar en un país que proclamava teòricament la llibertat i la igualtat, mentre massacrava indis, esclavitzava africans i s’apropiava de terres mexicanes. La justificació va venir de la mà de la ciència. Els científics, tot seguint les instruccions del president Thomas Jefferson (propietari de centenars d’esclaus), van establir les diferències racials com a argument de dominació i explotació per protegir els privilegis dels blancs.

Així va néixer el racisme que, segons DiAngelo, és exclusiu dels blancs perquè tan sols els blancs tenen poder social i institucional col·lectiu i privilegis sobre els negres, que no tenen ni poder ni privilegis sobre els blancs. Pot haver-hi individus blancs que estiguin “en contra” del racisme, però continuen beneficiant-se d’un sistema que els privilegia com a grup. Els blancs dicten les normes i tenen el poder de fixar les polítiques i les pràctiques que condicionen la vida dels altres. La blancor és una condició impregnada de drets i privilegis legals, socials, econòmics i polítics que són denegats a qui no és considerat blanc i que, en conseqüència, és explotat o marginat.

La supremacia blanca ha nodrit el pensament polític occidental durant segles, però mai no se’n parla, s’invisibilitza, s’ignora, mentre els altres sistemes polítics –socialisme, capitalisme, feixisme– són identificats i estudiats. Els prejudicis racials són profundament inconscients i aquí rau l’envit que presenta Robin DiAngelo, tot exposant la crítica i l’autocrítica necessàries per a començar a desconstruir el monstre del racisme.

De cap a cap del text, l’autora identifica les classes de racisme i els diferents arguments i tòpics negacionistes, individuals i de grup, per passar a rebatre’ls amb arguments obvis i ben documentats. També explica com la raça determina la vida dels blancs, l’accés a l’educació, al treball i a la riquesa, amb una indiscutible aportació de fets, exemples i estadístiques. I intenta descriure els mètodes i els principis que es poden emprar per començar a trencar la invisibilitat profunda del racisme.

Com intentar de posar fi al racisme

Robin DiAngelo afirma que les nostres institucions han estat dissenyades per reproduir la desigualtat racial i ho fan amb eficàcia. I no tenen fi. Tan sols cal que els blancs continuïn essent amables amb els negres sense anar més a fons i que continuïn indignant-se quan algú els suggereix que amb la seva passivitat mantenen el racisme estructural. Aquesta, per a ella, és una de les claus de volta del sistema.

Per a posar fi al racisme, afirma l’autora, caldrà valentia i intencionalitat, autoexigència en la vida quotidiana i saber que és un procés de reflexió i formació personal que no s’acaba mai. Hi ha uns fonaments polítics, socials i culturals establerts de fa segles, interioritzats i assumits per la majoria dels blancs, que cal començar a posar en dubte.

Un exemple ben clar de l’immobilisme del racisme als EUA va ser una intervenció pública de l’escriptor i activista negre James Baldwin. El fet va succeir l’any 1965 al programa de televisió Dick Cavett Show. Ha passat mig segle i no sembla que la polèmica hagi avançat gaire. El cas posa de manifest la ceguesa habitual dels blancs respecte de la desigualtat i la segregació racial.

A la tertúlia, amb la típica actitud defensiva d’aquells qui posen en evidència la fragilitat blanca i, de retruc, fomenten la desigualtat racial, Paul Weiss, professor de filosofia de Yale, va acusar James Baldwin d’esmentar constantment la qüestió del color, sense tenir en compte que hi ha més maneres de connectar els homes.

Baldwin va respondre apassionadament, així:

“No sé quins sentiments tenen la majoria de blancs d’aquest país. Però puc concloure què senten per l’estat de les seves institucions. No sé si els cristians blancs odien els negres o no, però sé que tenim una església cristiana que és blanca i una església cristiana que és negra. Tal com va dir Malcom X, l’hora més segregada de la vida americana és el diumenge a migdia. Això em diu molt sobre una nació cristiana. Vol dir que no puc permetre’m de creure i confiar en la majoria de cristians blancs, ni en l’església cristiana… No sé si els sindicats i els seus caps m’odien… Però sé que no formo part dels sindicats. No sé si el lobby immobiliari està en contra dels negres, però sé que els lobbistes nord-americans no em deixen sortir del gueto. No sé si el Consell d’Educació odia els negres, però sé quins llibres de text fan llegir als meus fills i a quines escoles han d’anar. És així. I vostè vol que jo faci un acte de fe posant-me en risc, jo, la meva dona, la meva germana i els meus fills per no sé quin idealisme que vostè m’assegura que existeix a Amèrica i que jo mai no he vist.”

Podeu llegir tot l'article en VilaWeb

 


Ilya U. Topper en m'sur presenta a Sargon Boulus y su poemario "Otro hueso para el perro de la tribu"

Todo país es el centro del mundo, pero Iraq lo es un poco más que otros. Aquí se cruzan caminos de la historia, conquistas, lenguas, religiones. Y todas ellas están en los versos de Sargon Boulus, iraquí cristiano, asirio, escritor en Líbano, poeta en San Francisco. Emigrado a América a los 25 años, pasó la mayor parte de su vida en Estados Unidos, aunque también vivió cierto tiempo en Grecia y murió en Berlín. Por entonces, su país, al que apenas había vuelto, ya estaba destrozado por una ocupación militar y una cruel guerra civil.

Pero esta vida lejos del Tigris no le impidió a Sargon Boulus (1944 -2007) convertirse en uno de los grandes nombres de la poesía árabe moderna, con cinco poemarios: Llegar a la ciudad de ninguna parte (1985), La vida junto a la Acrópolis (1988); Lo primero y lo que viene después (1992); El que lleva la linterna en la noche de los lobos (1996) y Si estuvieras dormido en el arca de Noé (1998). Otro hueso para el perro de la tribu es su última colección lírica, publicada un año después de su muerte y ahora vertida al castellano por la arabista Luz Gómez para Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, que ha cedido un avance a MSur.

( artículo completo en m'sur )


Lola Bañón: "Palestina. Arte y resistencia en Nayi Al-Ali", Le Monde diplomatique, abril 2021

En 1987, Nayi al-Ali, el dibujante árabe más conocido, era asesinado en Knightsbridge Street, Londres, sólo semanas antes del estallido de la primera intifada. La autoría sigue siendo un misterio. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo publica ahora Palestina, arte y resistencia en Nayi al-Ali, un trabajo de recopilación de sus dibujos; una investigación que rescata un patrimonio intelectual fundamental para entender la evolución de Oriente Medio en las últimas décadas.

Nayi al-Ali vivió amenazado: era crítico no únicamente con Israel sino también con los líderes palestinos a los que acusó de hacer concesiones. Ponía por delante siempre su condición de refugiado nacido en Galilea y desplazado a Líbano en donde creció en los campos donde malviven miles de palestinos aplastados por el trauma de la desposesión y mantenidos en espíritu por la esperanza de un regreso que nunca se ha dado.

Su legado permanece en la legión de dibujantes palestinos que se inspiran en su obra, pero sobre todo en las calles árabes, donde Handala, el mítico muñeco, el niño refugiado que él creó sin rostro, ni zapatos  y vistiendo ropa remendada, aparece de espalda como patrimonio de resistencia y oposición.

33 años después de la muerte de Nayi Al Ali, pervive la ocupación israelí; se ha evaporado la posibilidad de un Estado palestino, y algunos gobiernos árabes, en línea con lo que profetizó el dibujante, han retirado su compromiso con la causa.

Palestina aparece diluida mediáticamente bajo la pesada capa de las realidades de la pandemia pero por esa pervivencia a veces extraña que tiene el arte, Handala sigue siendo reproducido en los mil rincones del mundo a los que sigue sin llegar ni la justicia ni la primavera real.

El libro contiene también textos de Teresa Aranguren. Antonio Altarriba, Zuhur Dalo y Mohamed Bitari y un especial agradecimiento de Khalid, hijo del artista.

Artículo completo en Le Monde diplomatique en español


Fragilidad blanca y blanquitud: Robin DiAngelo desvela la blanquitud

 

La fragilidad blanca es una idea verdaderamente transformadora; es un concepto indispensable que nos invita a analizar detenidamente la blanquitud tal como la entienden los blancos y sus reacciones defensivas cuando les exigimos responsabilidades por una blanquitud que ha pasado de puntillas por el tema de la raza durante demasiado tiempo. DiAngelo es sabia y fulminante en su implacable ataque contra lo que Langston Hughes llamó «las maneras de los blancos». Pero es clarividente y nada sentimental cuando desenreda los entreverados hilos del destino social y la prescripción política que atan la identidad blanca a la neutralidad moral y la universalidad cultural.
DiAngelo cuestiona valientemente la fusión de la blanquitud con la identidad nacional. Una autoridad como Beyoncé Knowles, nada menos, constató recientemente: «Se ha dicho que el racismo es tan americano que cuando nos quejamos de él algunos dan por hecho que nos quejamos de América». DiAngelo demuestra que Beyoncé está en lo cierto, que el trasvase de identidad blanca a identidad estadounidense —de convicciones racistas a convicciones nacionales— debe encararse de frente, insistiendo a pleno pulmón en que ser estadounidense no significa lo mismo que ser blanco, al menos no exclusivamente, ni siquiera principalmente. (Michael Eric Dyson)

Mireia Sentís conversa con Jordi Bartomeus en betevé sobre Fragilidad blanca. ¿Por qué es tan difícil para los blancos hablar de racismo?

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Le Monde Diplomatique se hace eco de la Publicación de Fragilidad blanca:

Fragilidad blanca

por Manuel S. Jardí, abril de 2021

Estados Unidos se fundó sobre el principio de que todas las personas nacen iguales. Sin embargo, como advierte la autora en su introducción, la nación se estrenó con el intento de genocidio de los pueblos indígenas y el robo de su tierra. “La riqueza americana se construyó con la mano de obra de los africanos secuestrados y esclavizados y sus descendientes. A las mujeres se les negó el derecho a voto hasta 1920 y a las mujeres negras se les negó el acceso a este derecho hasta 1965”. El fallo del sistema actual es la reproducción de la desigualdad racial. “Nuestras instituciones han sido diseñadas para reproducir la desigualdad racial y lo hacen con eficacia. Nuestros centros escolares son especialmente eficaces en esta tarea”. Acaso la forma más perniciosa de presión sobre las personas de color, subraya, sea confabularse con la fragilidad blanca minimizando sus experiencias raciales para acomodarlas a la denegación y el recelo blancos. “En otras palabras, no comparten su dolor con nosotros porque no podemos soportarlo”. La fragilidad blanca, pues, ha funcionado para impedir que las personas de color desafiaran el racismo a cambio de evitar la cólera blanca. “Pero si no desafiamos a las personas blancas por su racismo estaremos manteniendo el orden racial y la posición de los blancos en el mismo”. El libro de DiAngelo es útil para quien quiera comprender cómo se desarrolla la fragilidad blanca, cómo protege la desigualdad y qué se puede hacer para que el diálogo sobre el racismo se convierta en algo fructífero en vez de un camino sin salida.

Artículo completo en Le Monde diplomatique en español


Eduard Limónov. Años salvajes

 

El adolescente Savenko o Autorretrato de un bandido adolescente, de Eduard Limónov (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo) Traducción de Pedro J. Ruiz Zamora | por Juan Jiménez García

Eduard Limónov | El adolescente Savenko

Limónov, Limónov por todos lados. Muerto él, sus libros siguen surgiendo, aquí y allá, en editoriales como Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, seguramente los primeros en editarle en este país. Cada libro es como una nueva entrega ya no solo de su obra, sino de de su vida. Porque Eduard Limónov escribió mucho y, entre todo ese mucho que escribió, escribió mucho sobre él. Su vida, ya de por si intensa, se nos multiplica por dos, por tres, por diez. Todas esas visiones de sí mismo, ciertas o no, más o menos deformadas, poco importa. El escritor ruso es como una totalidad, tan desbordante, tan inabarcable, como esas aguas en las que se bañaba. En los tiempos de la corrección, profundamente incorrecto. Como la vida. La de fuera, la que está por ahí, por todos lados, analógica. O la que estaba, porque ahora… Tristes imitaciones del apocalipsis. El adolescente Savenko (si no escribió sobre su infancia) debe ser, cronológicamente, la primera entrega de su dudosa autobiografía. Dudosa en más de un acepción de la palabra. Eduard tiene quince años. Estamos en 1959, en Járkov, Ucrania, Unión Soviética. Entonces no era Limónov. Era Eddie-baby.

Eddie-baby es un delincuente, un bandido a tiempo completo y un poeta a ratos. También estudia, pero eso es cosa de la edad. Lo dicho, lo importante es su faceta de bandido y Saltovsky es su zona. Sus colegas son abundantes, toda una fauna sin oficio ni beneficio, más allá de lo que logran robar aquí y allá, para gastárselo, si les llega, en vodka. Y si no les llega el dinero, en los brebajes más variados del gastronom. Además están las bandas, propias y ajenas, y escasos planes de futuro, un tiempo verbal que no saben muy bien como se conjuga. Las bandas y sus códigos, porque lo importante no es ser un delincuente sin más, sino conocer todas las reglas no escritas y comportarse como un hombre, como un auténtico bandido. Eddie-baby tiene una novia, Svetka. Una muñeca de catorce años. Cara de muñeca, cuerpo de muñeca. Y dos días para conseguir el dinero para llevarla a una fiesta. Doscientos cincuenta rublos. No es mucho pero hay que conseguirlo igualmente. Podría pedírselo a sus padres, pero estos tienen una idea estricta en este tema. Su padre es oficial del ejército, un policía militar en realidad (basura, que es el término que usan para referirse a ellos), ocupado del traslado de presos. Algo difícil de asimilar (y mucho menos de reconocer ante sus amigos) para Eddie-baby. Su madre no tiene oficio, pero si estudios universitarios.

Conseguir el dinero es la Odisea particular de este Ulises de barrio. Su Bloomsday. Svetka espera, pero sabe que no esperará mucho. Y Eduard Limónov vuelve a sus años salvajes (que visto lo visto debieron ser todos) para retratar a la fauna voraz de aquellos tiempos soviéticos, con el cadáver de Stalin allá a lo lejos, pero no tan lejos. Porque después de todo, El adolescente Savenko es una delirante galería de personajes acabados antes de empezar, la descripción del paisaje desprovisto de todo, menos de la miseria de aquellos años. La extraña felicidad pasoliniana de estos jóvenes de borgate ucraniana que viven a horas vista unas existencias debidamente codificadas... [artículo completo en Détour]


Nayi al-Ali: la mirada del artista

Teresa Aranguren
contacta@infolibre.es @TereAranguren
  • La ingente obra del creador de Handala apenas es conocida en Europa. Ediciones de Oriente y el Mediterráneo saca ahora a la luz una amplia selección sus viñetas
  • El artista árabe, uno de los grandes del siglo pasado, murió de un disparo en la nuca en un atentado nunca reivindicado, nunca esclarecido, en Londres. Lejos de Palestina

 

La figura de un niño con la cabeza gacha, las manos entrelazadas a la espalda y cuatro pelos tiesos en lo alto de su cocorota asoma entre los escombros de las casas demolidas, atraviesa las alambradas, trepa por el muro de cemento que rodea barrios, pueblos, vidas. Es, como la kufiya de cuadros blancos y negros, el símbolo más internacional de Palestina. O más exactamente de la resistencia palestina.

Se llama Handala, que es el nombre de una planta dura y resistente que crece en lucha contra las inclemencias del tiempo. Tiene diez años, la edad que tenía su creador cuando, junto a su familia, los vecinos de su pueblo y tantos de sus paisanos, fue expulsado de su tierra, perdió su mundo, los paisajes de su infancia y se convirtió en refugiado. Nayi al-Ali nació en el norte de Palestina, en la región de Galilea, en una aldea de nombre Asshayara, que en árabe significa el árbol, porque dice la leyenda que Jesús, el galileo, en una de sus caminatas de predicador por esas tierras, buscó cobijo a la sombra del frondoso árbol que dio nombre a la aldea. Pero ya no hay aldea con ese nombre. Asshayara ya no figura en los mapas israelíes.

Nayi al-Ali creció en el campamento de refugiados de Ain el-Helwe, en el sur de Líbano. Allí se hizo hombre y se definió como artista. Sus primeros dibujos los hizo en los muros del campamento. "Handala siempre tendrá diez años, no crecerá hasta que no pueda volver a Palestina", dijo en una entrevista a finales de los setenta, cuando ya era un dibujante famoso en todo el mundo árabe y su viñeta de Handala empezaba a convertirse en símbolo.

Un niño cabizbajo y con los pies descalzos nos da la espalda, casi como un reproche, quizá porque no miramos lo que él mira, porque no vemos lo que él ve. Y lo que el niño Handala ve, es lo que el artista Nayi al-Ali dibuja: el paisaje de una Palestina despojada y resistente. Campos erizados de espinas, ciudades bombardeadas, padres que cargan en sus brazos el cuerpo inerte del hijo, una maceta que crece entre los barrotes de la cárcel, una mujer que acoge en su regazo al fedai herido… Como la imagen de una pietà.

Hay muchos símbolos cristianos en la obra de Nayi al-Ali: Cristo con la kufiya o con la llave del retorno al cuello, el crucificado que desclava una pierna para asestar una patada al soldado israelí, dos mujeres abrazadas, una con una cruz, la otra con un pequeño Corán, como colgantes. Casi siempre, allí donde aparece una cruz asoma también la media luna islámica. Son símbolos religiosos, pero su sentido, aunque parezca contradictorio, es laico, lo cristiano forma parte de la identidad pluriconfesional de la sociedad palestina y hacerlo visible recalca el carácter nacional, no confesional, no islamista, de su lucha.

Lo propio de un artista no es inventar sino mirar más hondo y más largo. Y ver. Ver aquello que estaba ahí esperando ser visto, ser expresado, dicho, cantado, tallado, dibujado. Y nombrado al fin. El artista pone nombre a lo innombrado y nos lo muestra, nos obliga a mirar. Como las viñetas de Nayi al-Ali nos obligan a mirar lo que ocurre en Palestina. Sin excusas, directamente, a pecho descubierto.

Nayi al-Ali, uno de los grandes artistas árabes del siglo pasado, murió de un disparo en la nuca en un atentado nunca reivindicado, nunca esclarecido, en Londres. Lejos de Palestina. Era el año 1987. Desde entonces el influjo de su obra ha ido creciendo hasta convertirse en referente fundamental de la lucha por la justicia en todo el mundo árabe. Y creo que no hay familia palestina que no tenga en algún rincón de su casa un llavero, un cartel, un colgante, una camiseta, un muñeco con la imagen de Handala.

Aun así, la ingente obra de Nayi al-Ali, más allá de su viñeta del niño Handala, apenas es conocida en Europa y particularmente en España. Por eso es muy de agradecer que los responsables de Ediciones de Oriente y el Mediterráneo, siempre atentos a lo que ocurre al otro lado del mar que llamamos nuestro, haya sacado a la luz una amplia selección de las más de 12.000 viñetas que el artista dibujó a lo largo de su vida. El libro Palestina. Arte y resistencia en Nayi al-Ali es una bellísima y estremecedora muestra de la obra de un artista comprometido hasta la médula con su pueblo. Sus dibujos nos obligan a mirar la atroz realidad que sufrió y sufre Palestina. Nos obligan a mirar. Y a ver.

Artículo completo en infolibre.es

Y hoy, domingo 17 de enero, en el programa Mediterráneo que conduce Pilar Sampietro, entrevista con Teresa Aranguren sobre la figura de Nayi al-Ali y las claves para comprender a Handala: Handala en Palestina. Arte y Resistencia