Su clarísima forma de expresarse ha hecho de bell hooks una de las intelectuales más presentes —y más polémicas— en los medios de comunicación norteamericanos. Su concurso resulta imprescindible al tocar el tema racial, el de la clase y el de los géneros, que ella agrupa en uno solo: el de la identidad. Escritora prolífica —lleva trece libros publicados y colabora incesantemente en la prensa diaria y cultural—, no existe terreno que escape a su ojo crítico: música popular, publicidad, televisión, cine, consumo o moda, pero, también, espiritualidad, religión, arte y literatura. “Una interrogación ferozmente crítica —dice— es, a menudo, la única forma de atravesar muros”. Quizá por eso, su libro Yearning: Race, Gender, and Cultural Politics (Anhelo: raza, género y política cultural), publicado en 1990, incluye una entrevista consigo misma. Esta «crítica cultural» y «teórica del feminismo» —se define también como «pensadora crítica negra insurgente»—, ahonda en las consecuencias, tanto personales como políticas, de la representación de los negros en una cultura de supremacía blanca: «La lucha contra los clichés utilizados por los medios necesita contar con aliados no negros». Con una retórica muy realista, hooks ha logrado hacerse con un público joven, no sólo académico. «Nada en la vida de un intelectual —escribe— tendría que separarlo de la gente que no lo es». A raíz de sus intervenciones en debates televisivos, recibe correspondencia de presidiarios, tanto como de amas de casa. Ávida lectora desde su infancia, está interesada por todo tipo de publicaciones: libros de autoayuda, automovilismo, cómics, novelas rosas, revistas económicas e infantiles.

Hija de padres obreros, nació en 1955, en Hopkinsville, una pequeña ciudad de Kentucky. Acudió a escuelas segregadas hasta el penúltimo año de bachillerato, acabó su carrera de Literatura Inglesa en la Universidad de Stamford (Connecticut) y obtuvo el doctorado en la universidad californiana de Santa Cruz, con una disertación sobre Toni Morrison. «Mucha gente no piensa en Morrison como en una ensayista. Sin embargo, fue una de las primeras grandes voces femeninas negras en el campo de la crítica social, haciendo, además, comentarios específicos sobre el tema de los géneros a finales de los años sesenta. Leí sus ensayos antes que su ficción. La consideraba mi mentora: una mujer negra escribiendo el tipo de crítica que aspiraba a escribir yo misma». Después de formar parte del departamento de Lengua Inglesa de la Universidad de Yale (New Haven, Connecticut), es actualmente catedrática del City College de Nueva York.

«Dice un sociólogo que los niños son los mejores teóricos, porque a menudo poseen una voluntad decidida de transgredir las barreras de las ideas aceptadas, de explorar y descubrir nuevas maneras de pensar y de ser». La frase anterior podría resumir su propia metodología y explicar por qué sus ensayos alcanzan ventas de hasta cuarenta mil ejemplares. «A veces —añade— siento que poseo un positivo poder personal, que permite vivir más plenamente a ciertas personas». Aunque tardó ocho años en publicarse, escribió su primer libro a los 19 años: Ain’t I a Woman: Black Women and Feminism (¿No soy una mujer?: Mujeres negras y feminismo), título tomado del discurso pronunciado en 1851 por la heroína abolicionista Sojourner Truth. A partir de entonces, todos sus libros incluyen en el título la explicación del contenido. Teoría femenina: del margen al centro (1984); Rebatiendo: pensando feminista, pensando negro (1989); Aspecto negro: raza y representación (1992; prohibido en Canadá) Hermanas del ñame: mujeres negras y autorrecuperación (1993); Enseñando a transgredir: educación como práctica de la libertad (1994), Cultura fuera de la ley: resistiendo representaciones (1994); Arte en mi mente: política visual ( 1995); Matando la rabia: acabando el racismo (1995); Negro hueso: memorias de una niña (1996). Es autora también de un libro de poesía: Canción de luto de una mujer (1993), y uno de conversaciones con Cornel West: Partiendo pan: vida intelectual negra insurgente (1991).

bell-hooksGloria Watkins escribe a menudo a partir de experiencias personales y en un tono lo bastante confidencial como para permitir que el lector conozca numerosos aspectos de su biografía personal. Por eso no me sorprendió demasiado encontrarme en su contestador telefónico con una frase que invitaba a la meditación. Después de una comida «para entrar en contacto», nos dirigimos a su piso del Village de Nueva York, un plácido espacio —suelos y muebles de madera— entre cuyas paredes su voz de niña resuena limpiamente.

-¿Porqué se mueve usted por el mundo con un nombre que no es el suyo?

-Para combatir el énfasis que suele ponerse en quién habla, y no en qué se dice. En una sociedad que no desea tener pensadores críticos, lo que llaman «personalidad» acaba por sobreponerse a la fuerza de las ideas.

-Pero bell hooks es también en homenaje a su bisabuela, ¿verdad?

-Dada mi tradición africana, mi tradición religiosa afroamericana, soy muy consciente del reconocimiento que se les debe a los ancestros. Bell Hooks era el nombre de mi bisabuela. Apenas me acuerdo de ella, pero cuando yo era niña, un tendero al que respondí un poco airadamente, dijo: «Se nota de quién es nieta; la misma lengua afilada de Bell».

-Usted se define a sí misma cómo crítica cultural. ¿Cuál sería la diferencia con una socióloga?

-Es una cuestión de identificarse o no con una disciplina determinada, con una metodología convencional. Uno de los problemas del profesionalismo académico es la limitación que puede representar para los que queremos hablar a audiencias más amplias. Soy licenciada en Literatura y especialista en Literatura Norteamericana, pero al ampliar mis intereses hacia el pensamiento feminista y apoyarme en diferentes formas de pensamiento para reflexionar sobre la cultura, considero que «crítica cultural» es un término adecuado a lo que practico: la interdisciplinariedad.

-Su trabajo intelectual, ha dicho usted, responde a una verdadera vocación. ¿Qué diferencias resaltaría entre el comportamiento vocacional y el que no lo es?

-El trabajo que desarrollo es una respuesta a las preguntas: ¿quién soy en mi corazón?, ¿qué papel están llamados a desempeñar mi cuerpo, mi mente y mi espíritu? Los que piensan en términos no vocacionales suelen preguntarse: ¿en este momento, qué sería mejor para mi carrera? Ciertamente, no era lo mejor para la mía empezar a pensar en términos feministas y políticos. Mis profesores, en todo caso, no estaban interesados en verme tomar ese camino. Pero yo sentía esa llamada. Más que una carrera, quería justicia y libertad para todos. A menudo digo a la gente que si no hubiese estado comprometida con algún tipo de lucha por la justicia, nunca habría salido del sector pobre del que provengo, con el agravante de ser mujer y negra. Si hubiese aceptado el lugar que me atribuye la cultura en la que vivo, estaría ahora en el servicio doméstico o cobrando el paro. Rechazar estas identidades impuestas suponía luchar. Una vez en la lucha, te das cuenta de cuánta gente se queda atrás, cuánta gente se hunde. Así que tu compromiso con la transformación del mundo se va haciendo más profundo, seguramente para no convertirte en una superviviente aislada.

-Además de ensayista, es usted poeta, fotógrafa, artista plástica. Su compromiso con la lucha social, ¿no le impide dedicarse a sus actividades personales?

-Suele pensarse en la lucha política como algo estático, donde no queda espacio para la contemplación; una contemplación que puede perfectamente ser estética. Una de las razones por las cuales los radicales se sienten frustrados y desvinculados de la lucha, es porque no cultivan ese equilibrio. No es suficiente trabajar para el cambio político; también hay que dejar espacio a la espiritualidad. En la política siempre se impone la racionalidad, y no tendría que ser así. Uno de los libros que más me influyó en mis años universitarios fue The Autobiography of Malcolm X (1). La gente olvida que mientras Malcolm se concienciaba sobre el capitalismo y la supremacía blanca, también se esforzaba en una búsqueda espiritual. Durante su estancia en prisión, no desaprovechó la oportunidad de repensar su relación con lo religioso. Nunca se alude a los pasajes del libro donde comenta su experiencia de la oración y de la humildad. La evolución de mi propia identidad como escritora, está íntimamente ligada a mi evolución espiritual.

-Que a su vez no está desligada del espíritu de juego, como usted señala en sus escritos.

-El humor es muy importante en la vida y en la lucha. Cuando se consideran temas como el de la dominación, puede perderse una cierta ligereza de espíritu. Los grandes luchadores, aun en medio de grandes adversidades, tratan de conservar el sentido del humor. Existe en nosotros un deseo de mantener un lugar que no sea duro, que no sea amargo, que permanezca abierto. El humor, la alegría y el juego son las vías para lograrlo. Los esclavos, en su deseo de trascender el sufrimiento físico, cantaban mientras trabajaban para así lograr estar en otro lugar que no fuera el dolor. Es un juego constructivo.

-El mensaje que va cambiando en su contestador. ¿forma parte de este espíritu de juego?

-Aunque parezca raro, hace apenas un año que tengo contestador. Lo del poema. se me ocurrió al llamar a una de mis alumnas y descubrir que había grabado en él una cita mía. Como siempre pienso en la pedagogía, en cómo educar para la práctica de la libertad, caí en la cuenta de que el contestador podía ser un instrumento útil para hacer reflexionar, para proponer una pequeña pausa. El mensaje actual es un precioso poema de Rumi que evoca el perdón y la reconciliación, dos fórmulas que abren las puertas a la alegría, a la aceptación incondicional. Una vez grabé unos versos de «Blue», un poema de Derek Djarmon, en memoria de los muertos, pero acabé eliminándolo porque a la gente le parecía demasiado triste. Yo lo encontraba consolador.

-Para usted, escribir en revistas comerciales representa, sobre todo, una actividad lúdica.

-Sí. En ellas reflexiono sobre cosas, digamos, frívolas.

-¿Para llegar al público que no lee sus libros?

-Eso espero, claro. Pero también lo hago por mí misma. Para no perder el contacto con lo cotidiano.

-Ha comentado usted que la excesiva presencia de Frida Kahlo en los medios de comunicación ha hecho disminuir el interés por su obra. Usted misma está obteniendo una enorme visibilidad pública. ¿Cómo puede alcanzarse una amplia audiencia y seguir ejerciendo cierta fascinación?

-Me tomo períodos de total silencio. La cantante y poeta Patty Smith dice que cuando era joven quería ser famosa y hacer un buen trabajo. Luego se dio cuenta de que es posible ser mediocre y famoso. Ahora solamente le preocupa hacer un buen trabajo. Por un lado, uno piensa: ¿no es estupendo que la gente se entere de quién es Frida Kahlo? Sin embargo, su imagen acaba siendo reproducida en insignias y camisetas, cuando su mensaje era exactamente el opuesto: encontrad vuestra propia personalidad, no imitéis ningún icono. Para escapar a la saturación, me concedo fases de retiro. Ayer vino una amiga a casa y se extrañó de no ver ningún indicio de mi profesión. Le expliqué que oculto todo lo que está relacionado con ella, incluido el ordenador, durante los meses de alejamiento. Estos períodos me parecen esenciales para el proceso intelectual, para la contemplación, para no convertirse en una mercancía. Sufre, en todo caso, mi economía, pero dejo claro que quiero estar en contacto conmigo misma. El estrellato se convierte en una forma de desviar la atención del trabajo, que a fin de cuentas es mi razón de ser.

-La portada de su libro Art on my Mind es obra suya. ¿En qué condiciones se desarrolla su trabajo plástico?

-Me dedico a él siempre que me lo permiten mis compromisos docentes o como conferenciante. El año pasado participé con unos grabados en una exposición. La portada a la que se refiere es justamente un grabado. La historia es curiosa. Me habían concedido una beca para llevar a cabo un proyecto en la casa donde vivió mi abuela. Pocos días después, se quemó la casa. De manera que la pieza acabó siendo una foto de la fachada carbonizada, transformada después en un grabado de color rojo. El rojo simboliza el corazón, el amor, pero también las llamas, el fuego, el dolor por la pérdida de un lugar cargado de memoria.

-¿Se podría decir que, en general, su trabajo se ocupa de reenfocar la imagen que los medios de comunicación ofrecen de los negros?

-Más bien se ocupa de combatir y analizar críticamente tres sistemas específicos de dominación: raza, clase y sexo. Y me preocupa la forma en que los medios audiovisuales y de comunicación se han convertido en el principal vehículo para inculcarlos. Por ejemplo, para intentar explicar la construcción de las diferencias raciales, envié a todos mis estudiantes al cine. Los blancos relataron la historia de una familia de clase media alta. En cambio, los negros precisaron que era la historia de una familia de clase alta blanca. Si la película hubiese tratado de una familia negra, los estudiantes blancos habrían identificado inmediatamente el color. Enseñar estas cosas a través de los medios visuales es tan eficaz, rápido y directo como encender y apagar una bombilla. Hacerlo a través de teorías, exige más tiempo y resulta menos convincente. Al principio, sin embargo, mi trabajo no se centraba tanto en las cuestiones raciales como en el pensamiento feminista y en el análisis del patriarcado. Este país no desea ver la cultura desde una perspectiva política. Y dado que en las escuelas no se enseña nada sobre colonialismo ni imperialismo, no se alcanza a comprender lo institucionalizadas que están ambas cosas. Otro ejemplo es el sistema patriarcal: se halla tan arraigado en nuestra sociedad que hasta un hogar encabezado por una madre soltera sigue funcionando de forma patriarcal. Generalmente, estas mujeres inculcan a sus hijos la idea conserva­dora de que algo falla por carecer de presencia masculina.

-Utiliza usted el término «feminist». Cornel West, en Breaking Bread, el libro que hicieron conjuntamente, emplea la palabra «womanist». ¿Qué diferencia de matiz existe entre ambas formulaciones?

-«Feminist» tiene un claro significado político. «Womanist», en cambio, es una definición basada en la identidad. Alice Walker acuñó el término, y en In Search of our Mother’s Garden, afirma que la mujer es al feminismo como el púrpura a la lavanda, es decir, inseparables. Me preocupa que al utilizar un término que se refiere más a la identidad que a unas creencias políticas, las mujeres se alejen del trabajo de base de la política feminista. No es que me importe que se utilice el término «womanist», pero no puedo dejar de pensar que es una manera de aprovecharse de los beneficios de la rebelión feminista sin tener que cargar con la bandera política.

-Quizá se puede pensar que el término «womanist» descarta el rechazo a los hombres que a menudo se achaca al feminismo.

-El feminismo es para todo el mundo, hombres y mujeres. Por eso creo que «womanist» incurre en los viejos estereotipos que hacían del feminismo algo exclusivo para las mujeres y en contra de los hombres. Cuando empezó el feminismo. creíamos realmente que debíamos cambiar nuestra forma de pensar. Ahora, en cambio. hay muchas mujeres que se consideran automáticamente feministas cada vez que se enfurecen con un hombre. En este país, la gente está tan obsesionada consigo misma que le es difícil comprender que el pensamiento, a partir de ahora, no puede ser más que global. Hemos de darnos cuenta de lo que representa el patriarcado para las mujeres del tercer mundo, aunque nosotras seamos privilegiadas. Pero nuestro privilegio no se debe a un cambio de pensamiento de la sociedad, sino al hecho de disponer del poder adquisitivo suficiente para adquirir esa supuesta libertad. En los parques solo se ven mujeres ocupándose de los niños. Hace diez años, cuando el feminismo estaba realmente vigente, existía la idea de que el hombre tenía que participar igual que la mujer en el ejercicio de ser padres. Eso sí era un cambio con respecto al papel de la mujer. Ahora, de nuevo bajo un sistema patriarcal, la mujer compra su libertad pagando a otras mujeres para que desempeñen una tarea que vuelve a atribuírsele. En los parques, todas la mujeres son niñeras afroamericanas o inmigrantes.

-Ha experimentado usted el racismo en su propia piel con ocasión de unas oposiciones a cátedra. ¿Incluye el sexismo en el racismo?

-Padecí ambas cosas. Los negros y las feministas son grupos marginales, y cuando se juzga a los grupos marginales, los baremos se hacen de repente más rígidos. A las oposiciones se presentaron académicos blancos que apenas habían publicado. Sin embargo, la duda que tenían conmigo —que ya había publicado un buen número de libros— era si continuaría escribiendo…

-Algunos de los rasgos más relevantes de su personalidad son la paciencia, la claridad y las buenas maneras con las que explica los mecanismos racistas en sus escritos y conferencias. Parece que ha sabido «matar la rabia» —título de uno de sus libros— y conservar la dulzura.

-Me di cuenta muy pronto de que cierto tipo de rabia o de amargura no ayuda a terminar con el problema. En cambio, analizar el funcionamiento del racismo sí ayuda en nuestra lucha política. Y esta se basa en comunicar globalmente que toda forma de racismo o de xenofobia va en perjuicio del planeta. Eso no se comunica con amargura, sino con razones. En todas partes surgen guerras provocadas por la xenofobia, llamada a veces nacionalismo. La idea de la pureza étnica, que el mundo occidental ha condenado en tantas ocasiones —como en el caso del nazismo—, se ha convertido casi en la norma. Pero la mayoría de los análisis sobre estas cuestiones parten de premisas desesperanzadas, lo cual debilita nuestra capacidad de enfrentamos a ellas. En vez de decir que no hay manera de que la gente cambie su forma de pensar, tenemos que encontrar la manera de que lo hagan. E igual en lo que se refiere al feminismo. Si se considera que los hombres no pueden cambiar, no hay razón para la existencia del movimiento feminista.

-¿Así pues, ha sido testigo de cambios?

-Desde luego. No tan rápidos como muchos quisiéramos, pero la victoria de Sudáfrica, por ejemplo, aunque no haya sido completa, sirve para recordar que los regímenes cambian. Como bien advirtió Foucault, ningún poder es absoluto. Y las cosas cambian si existe una lucha activa. Cuando tenía 18 años y era universitaria, estuve enamorada de un catalán. Mi primer viaje a España, a Barcelona, durante el régimen franquista, fue también mi primera experiencia sobre lo que significa vivir bajo la atmósfera opresiva de un poder militar. Siempre había soldados por las calles. Creo que mi propio sentido de la resistencia está informado por la que entonces llevaban a cabo los catalanes en favor de su lengua. La conciencia de liberación ya no es territorio exclusivo de ningún grupo que esté marcado por el color, sino de todo grupo al que se intente apartar de la libertad. Esta amplia comprensión de la lucha política ha fortalecido la afroamericana.

-Gordon Parks afirma que su forma de enfrentarse al racismo es hacer como si no existiese. La suya, en cambio, pasa por la reflexión y el análisis.

-La fórmula de Parks es una estrategia de resistencia diferente. Deben existir múltiples estrategias basadas en las exigencias y necesidades particulares. La idea de una única estrategia tiene que desaparecer. Esto es aplicable al racismo igual que al feminismo. Ambas luchas se han visto debilitadas justamente por creencias monolíticas y limitadoras, hasta el punto de considerarse que si las mujeres llevan maquillaje ya no son luchadoras. Una estrategia que funciona en un momento histórico, puede no ser la más eficaz en otro.

-Ha escrito usted que cuando los negroamericanos estén enteramente recuperados de su dolor e informados de su propia historia, cambiará su situación. ¿Qué cambiará exactamente: la opinión que los demás tienen de ellos, o la que ellos tienen de sí mismos?

-Creo que cuando cambiemos nuestra forma de vernos, cambiará la del resto. Por eso, las estructuras están concebidas para prevenir cualquier tipo de modificación política. Si a uno le convencen de ser inferior, de no valer nada, genera cierto odio y falta de estima hacia sí mismo, lo cual constituye un efectivo método de colonialismo cultural.

-En Breaking Bread, se muestra usted preocupada por el incremento del número de intelectuales blancos que convierten la cultura negra en el tema central de sus prácticas discursivas, y pregunta a Cornel West lo siguiente: «¿Son esta gente aliados, estamos desarrollando coaliciones o se están adueñando de nosotros una vez más?» Sería interesante saber qué hubiese contestado usted.

-Encuentro que muchos blancos sitúan la cuestión de las razas y el racismo dentro del marco de una nueva disciplina, un nuevo producto, otro punto de partida para su trabajo, pero que no alcanzan a ver la relación directa entre teoría y práctica. Una íntima amiga mía, blanca, que vino a visitarme desde Missouri, se quedó consternada del diferente trato que ella y yo recibíamos en las tiendas y de otros signos de racismo que constantemente se repetían. No paraba de decir: «Esto da miedo, porque no estamos tratando con rednecks [blancos incultos de las áreas rurales de los Estados del Sur, generalmente enemigos de los negros], sino con gentes que se definen liberales, cultas, progresivas y que leen The New York Times. Sin embargo, reaccionan ante una persona negra a partir de los mismos estereotipos y con el mismo miedo que cualquier redneck «. Y eso es lo que yo intentaba decir en Killing Rage: hasta que esas buenas intenciones sobre el racismo no se pongan en práctica en la vida cotidiana, no resultarán muy útiles. Existe un tipo de apartheid social que aún practican muchos académicos e intelectuales, cualquiera que sea su especialidad.

-¿No cree que a menudo estas reacciones obedecen más bien a motivos clasistas que racistas?

-Pero la raza, en Estados Unidos, va ligada a la clase. Aquí no se puede hablar de clase sin hablar de raza. Una define a la otra. Señale una persona negra en América, y probablemente será alguien que pertenece a la clase pobre. De manera que los blancos asumen que si tienes la piel negra eres automáticamente pobre.

-Dijo James Baldwin que los pobres de Europa son los negros de América. No me parece muy exacto, puesto que los blancos pueden cambiar de clase si hacen dinero. En cambio, los negros, aunque tengan dinero, seguirán enfrentándose al rechazo.

-Cuando estuve en Barcelona con mi novio catalán, vi claramente que si nos casábamos, nunca podría ser «invisible» en su vida. Por el contrario, si hubiese sido una americana blanca que aprende a hablar perfectamente catalán y castellano, habría podido asimilarme a su cultura de una forma en la que a una mujer de piel oscura le sería imposible. Con esto quiero decir que no se debate el hecho étnico o la nacionalidad, ni siquiera la identidad, sino solamente el color de la piel. Estuve enseñando un tiempo en Holanda, y a pesar de que es un país con un alto porcentaje de indígenas de piel oscura, no pude encontrar ninguna postal que reflejara esa realidad. La imagen que el país ofrece de lo que es ser holandés continúa siendo blanca y casi siempre rubia. Sin embargo, el hecho de ser holandés, como el de ser británico, ha sido radicalmente alterado por las prácticas de la inmigración, el imperialismo y el colonialismo.

-Y los europeos, a su vez, están intentando combatir la hegemonía americana, al menos la económica, a través de la Unión Europea.

-Para mí, en la Unión Europea está implícito, de nuevo, el concepto de pureza racial. Ser europeo es pertenecer a una especie de categoría racial. Cuando la gente piensa en lo que es un europeo, piensa en un blanco. James Baldwin dijo que el mundo ya no es blanco y nunca volverá a serlo. Quizá por eso tantos europeos sienten la necesidad de vincularse entre sí y de creer que, en medio de tanta gente de color, seguirá existiendo una jerarquía donde la cultura y las ideas blancas continuarán ocupando la cúspide. En cuanto a la lucha contra la supremacía económica norteamericana, me parece una máscara. La verdad es que la economía mundial y la estadounidense están en armonía; existen más convergencias que divergencias. Lo que verdaderamente ocurre es que las cooperaciones transnacionales están borrando las identidades nacionales. Todas estas identidades se suman al enfoque imperialista del dinero y del poder, y se cruzan, en nombre de la supervivencia económica, cada vez que hace falta. En Holanda viví muy de cerca el tema de la Comunidad Europea, y creo sinceramente que es una estructura mítica que está ahí para conservar la misma construcción conservadora que tenemos en Estados Unidos: un sistema económico imperialista que hace de todo el mundo una gran tienda. Se continuará sin prestar atención a lo que reclaman los grupos indígenas no blancos, ya sean nacidos en Holanda, Inglaterra, España o Francia. En fin, que lo positivo de la Unión Europea sería la conservación de la cultura, la especificidad y la particularidad, pero el peligro es que reafirme la supremacía blanca. En idéntico error incurre aquí el nacionalismo negro, que pregona que los negros estén con los negros. Todo esto son miras estrechas. Lo visionario sería lograr un mundo donde se admita la especificidad de nuestras culturas y de nuestras identidades sin necesidad de recurrir al concepto de pureza o de exclusión.

-A menudo ha expresado usted su preocupación por la progresiva pérdida de las formas de vida comunitarias entre los afroamericanos. Pero ¿no es esa precisamente una bell-hookscaracterística de todas las sociedades supuestamente evolucionadas?

-Sin duda. Y tiene un impacto devastador sobre las capas pobres, a las que pertenecen la mayoría de los afroamericanos. Una cosa es ser pobre participando del alivio que supone el reparto comunitario de los recursos, y otra serlo en medio de la ética del liberalismo individualista. Compare la vida de una madre soltera antes de los avances económicos de los años sesenta, antes de que existiesen los projects [viviendas subvencionadas, construidas en recintos cerrados], con la de una madre actual, confinada en una de esas viviendas. Antes, las amistades formaban una extensa familia que se repartía las tareas. Ahora, en cambio, viven aisladas en una arquitectura que no ha previsto guarderías o bibliotecas. Al aceptar la idea de la vida individual privatizada, se pierde en gran medida la alegría de la comunidad. Pero al capitalismo le gusta el individualismo. Dennis Altman, en su libro La homosexualización de América; la americanización del homosexual, explica que una de las principales razones del desarrollo de los derechos gays fue la de ver en ellos un grupo consumista: gente con capital excedente y pautas de consumo individual. Todo lo contrario a los grupos que viven en comunidad.

-También ha reflexionado usted sobre la necesidad de romper con la tradición burguesa del amor romántico.

-Esto nos remite igualmente a la idea del individualismo liberal. El amor, en la tradición burguesa, se expresa en términos como: «no te merece», «no es lo bastante para ti», «estás dando más de lo que recibes»… Todo ese lenguaje de intercambio económico parece arraigado en un sentido infantil del placer y del deseo: ¿están mis necesidades satisfechas? Otro aspecto que repudio de esa concepción burguesa de las relaciones afectivas es su inmovilidad. Tiene que haber lugar para el cambio, para el crecimiento de cada individuo en diferentes direcciones. La vida es un proceso constante de cambio y de transformación.

(1) Malcom X: biografía (con la colaboración de Alex Halcy). Barcelona: Ediciones B, 1992.

Entrevista incluida en el libro de Mireia Sentís En el pico del águila: una introducción a la cultura afroamericana. Madrid: Ardora, 1998, p. 190-207.