Lo que me empujó a la vida intelectual fue una auténtica pasión por el saber. Y es ese anhelo el que de verdad me llevó a sintetizar y yuxtaponer de forma compleja ideas y experiencias que a primera vista podrían parecer inconexas. Cuando hago balance, me asombra el hecho de mantener la misma actitud y compromiso hacia el trabajo intelectual que mostraba en mi infancia. En el ensayo The Significance of Theory, Terry Eagleton postula que los niños son los mejores teóricos, porque no temen transgredir los límites de las ideas aceptadas, y explorar y descubrir nuevas maneras de pensar y de ser. De pequeña, mi interés por el mundo de las ideas estaba íntimamente ligado a mis esfuerzos por curarme. En vista de que me crie en una familia marcadamente disfuncional, en la que sufrí heridas psicológicas —y, en alguna ocasión, incluso físicas—, lo que levantó mi ánimo y me dio fuerzas para seguir adelante fue mi inclinación hacia el mundo de las ideas. Gracias a esta actitud y el consiguiente desarrollo de una conciencia crítica, logré tomar distancia de la situación familiar y mirarme a mí misma, a mis padres y a mis hermanos desde una perspectiva analítica. Ello me ayudó a comprender la historia y las experiencias personales que se hallaban en la raíz del comportamiento de mis padres. Así pues, la originalidad de mi relación con la teoría estriba en que mi propia vida da fe del poder del pensamiento crítico. Al sumar a mi pasión por las ideas una vívida imaginación, encontré en el mundo de la escritura creativa un espacio para la trascendencia, una manera de sanar. A diferencia de muchos niños de familias desestructuradas que crean amigos imaginarios para no desfallecer, descubrí muy pronto que la intensa práctica creativa de la lectura y la escritura me embarcaban en un alentador e inspirador viaje a través de la imaginación. Empecé a escribir poesía a los diez años y publiqué mis primeros poemas en la revista de la escuela dominical. Gracias a ese temprano punto de apoyo adquirí un fuerte sentimiento de autoestima y comprendí que mi voz era importante, pues me permitía articular mi visión y compartirla