EL CUADERNO ROJO DE ROSINA PARDO FRENTE AL HOLOCAUSTO

Añadimos a continuación las primeras páginas del documentado postfacio de Álvaro García Marín:

EL CUADERNO ROJO DE ROSINA PARDO FRENTE AL HOLOCAUSTO

Cuaderno-Rojo-Rosina-Pardo-un-diario-sefardí-del-Holocausto
Portada del Cuaderno rojo en que Rosina Pardo escribió las anotaciones que le sirvieron para escribir 548 días bajo un nombre falso.

Álvaro García Marín
I. Una odisea sefardí: los judíos españoles de Salónica y los Balcanes

La temprana publicación en España del emblemático Diario de Ana Frank en 1955 —tan solo tres años después de su primera edición inglesa y a los ocho años de la aparición del original—, así como su éxito duradero, hacía presagiar que en nuestro país el género de los denominados «diarios del Holocausto» suscitaría a lo largo de las décadas el mismo interés que en otras naciones europeas. Casi setenta años después, sin embargo, podemos afirmar que no ha sido así. Gran parte de estos textos, cuando se han

publicado en español, lo han hecho con un retraso considerable y, por lo general, con escasa repercusión. Tampoco contamos con una tradición de estudios al respecto.

Rosina-Pardo-Un-diario-sefardí-del-Holocausto
1937. Rosina posa junto a su abuela Lea (1868-1943), su hermana Lilí y su madre. La abuela Lea sería deportada a Auschwitz en 1943 y asesinada en la cámara de gas nada más llegar. Archivo Víctor Asser.

Es probable que esto se deba a una serie de factores entrelazados. Por una parte, España no participó —al menos no de manera convencional— en la Segunda Guerra Mundial, y por lo tanto nunca sufrió la ocupación alemana ni presenció de cerca las políticas nazis de exterminio sistemático*, lo que ha contribuido a generar la conciencia de que el Holocausto** constituye un fenómeno ajeno a las vicisitudes de su propia historia, marcada en cambio en el siglo xx por la omnipresente Guerra Civil. Por otro lado, en la inmediata posguerra, y por razones obvias, nuestro país no se convirtió —a diferencia de Estados Unidos y algunas naciones de Europa occidental e Hispanoamérica— en refugio de un número significativo de supervivientes que al cabo del tiempo pudieran difundir sus padecimientos en nuestra lengua o desde el interior de nuestra sociedad. Todo ello, sumado al hecho indudable de que durante la primera mitad del siglo xx España carecía de una comunidad judía visible y cuantiosa, y a que las lenguas habladas y escritas por las víctimas europeas del exterminio (sobre todo yidis, alemán, polaco y hebreo) resultaban ajenas e inaccesibles para los hispanohablantes, ha bloqueado el surgimiento de lo que podríamos denominar una «empatía identitaria». En otras palabras, nunca nos hemos sentido unidos a las víctimas judías del exterminio nazi por los lazos, más íntimos que los de la mera humanidad compartida, de una lengua y una nacionalidad común; nunca hemos percibido a las víctimas como nuestras.

* Conviene aclarar, sin embargo, que durante la Guerra Civil España sí sufrió bombardeos indiscriminados contra civiles a cargo de la Legión Cóndor en Guernica, Durango o Almería, entre otros lugares.

**. Existe una amplia controversia acerca de este término, cuya etimología presenta connotaciones indeseables. Véase Odette Varon-Vassard, «Η γενοκτονία των Ελλήνων Εβραίων (1943-1944) και η αποτύπωσή της: μαρτυρίες, λογοτεχνία και ιστοριογραφία», en Η εποχή της σύγχυσης: η δεκαετία του ᾽40 και η ιστοριογραφία, ed. Yorgos Andoníu y Nicos Marandsidis (Atenas: Estía, 2008, pp. 288-313). Asimismo, no deja de ser una etiqueta tardía para unos hechos reconstruidos desde fuera del ámbito de las víctimas y, por tanto, remodelados y reinterpretados en virtud de esta nueva denominación. Se ha propuesto como alternativa el hebreo Shoah, que, sin embargo, no ha calado lo suficiente entre el público no especializado. Personalmente, prefiero referirme al fenómeno como «exterminio» o «genocidio judío», aunque en algunas ocasiones, por mera concesión a la convención, emplearé también «Holocausto».


PRÓXIMAS NOVEDADES: "548 días bajo un nombre falso. Un diario sefardí del holocausto", de Rosina Asser Pardo

548-dias´bajo-un-nombre-falso-Un-diario-sefardí-del-holocausto
"548 días bajo un nombre falso. Un diario sefardí del holocausto", de Rosina Asser Pardo

 

Rosina-Asser-Pardo-548-dias-bajo-un-nombre-falso
Fragmento del diario que Rosina Asser Pardo mantuvo mientras permaneció escondida para escapar de la deportación a los campos nazis de la muerte.

Rosina Aser Pardo, de soltera Rosina Pardo, nació en 1933 en una familia sefardí de Salónica. Tras sobrevivir al Holocausto según cuenta en este libro, estudió Derecho y se dedicó a la abogacía durante varias décadas. A finales de los años 70 comenzó una actividad de difusión de la memoria del genocidio judío en Grecia que le concedió cierta notoriedad, si bien aún limitada. Fue con la publicación de 548 días en 1999 y, sobre todo, con su aparición en la exposición «Los niños escondidos en la Grecia ocupada» (2005) y en la película documental Besos a los niños (Φιλιά στα παιδιά, Vasilis Lulés, 2013), como saltó definitivamente a la fama. Apareció repetidamente en televisión, dio charlas en instituciones de enseñanza, y un fragmento de su diario fue incluido en los manuales de lectura de educación primaria.
Este libro es su única obra conocida. Rosina falleció en mayo de 2020 a los 86 años.

Álvaro García Marín (Madrid, 1978), autor de la edición, traducción del griego y del estudio que cierra el libro, es profesor del Departamento de Traducción e Interpretación (Griego) de la Universidad de Málaga. Ha trabajado de investigador y docente en la Universidad de Columbia (EE. UU.), el Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid) y la Universidad de Sevilla. Traductor y experto en el estudio de la cultura griega moderna, sus publicaciones incluyen libros y colaboraciones en el ámbito europeo y norteamericano.


PRÓXIMAS NOVEDADES: Fuego profético negro, de Cornel West

Cornel-West-Fuego-profético-negro

¿Por qué necesitamos hablar sobre el fuego profético negro?

Desde el asesinato de Martin Luther King Jr., no cabe duda de que algo ha muerto en la Norteamérica negra. Las últimas grandes tentativas por alcanzar el triunfo colectivo negro se inspiraron en las revueltas masivas en respuesta al asesinato de Dr. King. Sin embargo, estas heroicas acciones han tropezado con una creciente represión y astutas estrategias de cooptación por parte de los poderes fácticos. La fundamental transformación de la conciencia colectiva en una individualista no solo aumenta la sensación de derrota colectiva negra, sino que también deja traslucir la adhesión negra al sugestivo mito del individualismo norteamericano. Hubo un tiempo en que la gente negra le concedía gran importancia a servir a la comunidad, ayudar a los demás y deleitarse en su empoderamiento; hoy la mayoría se entrega a empresas individualistas en busca de riqueza, salud y posición social. Hubo un tiempo en que la gente negra practicaba la potente tradición profética de alzar todas y cada una de las voces; hoy la mayoría solo quiere llenarse los bolsillos. Las grandes fortunas rigen la sociedad norteamericana, y la cultura norteamericana es un estilo de vida obsesionado con el dinero. Esto es cierto para todas las sociedades y culturas capitalistas del mundo. La tradición profética negra, así como la de otros grupos, constituye un fuerte contrapoder frente a esta tendencia de nuestro tiempo. La integridad no debe decaer en avaricia, ni la decencia en argucia, o la justicia en el precio de mercado. El principal objetivo de este libro es resucitar el fuego profético negro, especialmente entre los jóvenes. Mi propósito es revitalizar la tradición profética negra y mantener viva la memoria de las figuras y movimientos proféticos negros. Considero que la tradición profética negra es uno de los mayores tesoros de la modernidad. Ha sido la levadura en la hogaza democrática norteamericana. Sin la tradición profética negra, se perdería gran parte de lo mejor de Norteamérica, y caería en el olvido uno de los frutos más importantes del mundo moderno.

Cornel-West-Fuego-profético-negro
Cornel West, autor de Fuego profético negro

Este libro cobra todavía mayor importancia en la era Obama, precisamente porque la presencia de un presidente negro en la Casa Blanca enturbia nuestra comprensión de la tradición profética negra. Si ostentar una elevada posición en la sociedad norteamericana, o estar a la altura de los referentes blancos, constituyen la medida del éxito del movimiento de liberación negro, entonces nos hallamos en el ápice de la historia negra. Pero si la medida definitiva es el mayor o menor sufrimiento de la gente negra (especialmente de los pobres y trabajadores negros), entonces el momento presente es una triste y trágica continuación del pasado. En vista de que la clase media negra ha perdido casi el 60 por ciento de su patrimonio; que la congelación de los salarios y la inflación han arruinado a la clase trabajadora negra; y que el desempleo masivo, las escuelas decrépitas, la infravivienda y la encarcelación masiva del nuevo Jim Crow asolan a los negros pobres; la era Obama, desde el prisma de la tradición profética negra, resulta desoladora. Esta perspectiva profética no entraña un ataque personal a un presidente negro; más bien se trata de un rechazo sin paliativos del sistema que este dirige en calidad de cómplice.

Cornel West

 


PRÓXIMAS NOVEDADES: Paisajes humanos de mi país, de Nâzim Hikmet

Nazim-Hikmet-Paisajes-humanos-de-mi-país
Paisajes humanos de mi país, la obra más importante del poeta turco Nazim Hikmet, escrita durante los trece años que permaneció en las cárceles de su país.

Con esta obra, Nâzim Hikmet se propuso romper las fronteras entre los diversos géneros literarios. De hecho, en este largo poema encontramos frecuentes escenas dialogadas, incursiones en la historia y, sobre todo, una composición cinematográfica, una arquitectura que debe mucho a la técnica del guion cinematográfico con la que Nâzim estaba sobradamente familiarizado1. Desde el comienzo del poema, en la estación de Haydarpaşa, en la orilla asiática del Bósforo, el tren cumple una doble función. Por un lado, es el escenario donde intervienen —además de los presos, entre ellos Halil, trasunto del poeta— una multitud de personajes que, a través de sus conversaciones y ensoñaciones, permiten al poeta proyectar frente al lector —como el espejo stendhaliano, pero también como lo haría una pantalla de cine— su visión de la sociedad. Mientras los diálogos ahondan la formidable caracterización física que hace de los protagonistas, sus ensoñaciones —a manera de secuencias retrospectivas o flashback— permiten al poeta retrotraer también en el tiempo su particular visión de los paisajes de su país. Pero, por otro lado, el tren es también un trávelin que, en un prolongado recorrido circular, pautado por los traslados de los presos, recorre las tierras de Anatolia.

1 De hecho, el poeta ya había escrito un guion, basado en un relato de Selma Lagerlöf, durante su estancia de dieciséis meses en la cárcel de Bursa entre los años 1933-34. Al salir en libertad, en agosto de 1934, gracias a la amnistía decretada para conmemorar el décimo aniversario de la república, trabajó para los estudios Ipek Film escribiendo guiones, doblando películas y ejerciendo de ayudante de dirección de Muhsin Ertuğrul, por aquel entonces el director de cine turco más prestigioso. El propio Nâzim dirigió y escribió dos documentales (Sinfonía de Estambul y Sinfonía de Bursa, ambos en 1934) y un largometraje (Hacia el sol, estrenado en 1937).

 

 

 

Las escenas se suceden en el libro, desde la vida en prisión del poeta Halil, trasunto del autor, hasta

nazim-hikmet-prisión-de-Bursa
Nâzim Hikmet y otros presos en la cárcel de Bursa.

las escenas de la guerra de Independencia turca, la resistencia del pueblo ruso frente a la invasión nazi o el fusilamiento del escritor francés Gabriel Peri.

Como muestra del estilo de Hikmet, sirva esta recreación de una de las cartas recibidas de su mujer:

 

 

Cariño,
tengo tanta confianza en ti
que quiero ser como tú.
Hemos vivido cinco años con normalidad,
el resto lo has pasado en la cárcel.
No es que me queje,
nuestra vida ha sido hermosa también así.
Estés donde estés,
lejos o cerca,
uno se deja llevar por tu pasión.
Tú eres una pasión humana,
(qué palabras tan extrañas,
el fez de mi abuelo en la cabeza
y una barba canosa, sin bigote y bien recortada,
pero son mis palabras).
Ya lo ves, oh alma de mi cuerpo
(¿se puede decir así?,
pues así me ha salido de adentro),
la verdad es que no sé expresarme por carta.
En mi boca se amontonan palabras para decirte.
Dejemos la pluma y el papel,
estar cara a cara
y hablar contigo:
al lado de tu voz
oír mi propia voz.


bell hooks: "Lo que me empujó a la vida intelectual..."

bell-hooks-cornel-west-Partiendo-pan-Vida-intelectual-negra-insurgente
bell hooks y Cornel West, autores de Partiendo pan. Vida intelectual negra insurgente

Lo que me empujó a la vida intelectual fue una auténtica pasión por el saber. Y es ese anhelo el que de verdad me llevó a sintetizar y yuxtaponer de forma compleja ideas y experiencias que a primera vista podrían parecer inconexas. Cuando hago balance, me asombra el hecho de mantener la misma actitud y compromiso hacia el trabajo intelectual que mostraba en mi infancia. En el ensayo The Significance of Theory, Terry Eagleton postula que los niños son los mejores teóricos, porque no temen transgredir los límites de las ideas aceptadas, y explorar y descubrir nuevas maneras de pensar y de ser. De pequeña, mi interés por el mundo de las ideas estaba íntimamente ligado a mis esfuerzos por curarme. En vista de que me crie en una familia marcadamente disfuncional, en la que sufrí heridas psicológicas —y, en alguna ocasión, incluso físicas—, lo que levantó mi ánimo y me dio fuerzas para seguir adelante fue mi inclinación hacia el mundo de las ideas. Gracias a esta actitud y el consiguiente desarrollo de una conciencia crítica, logré tomar distancia de la situación familiar y mirarme a mí misma, a mis padres y a mis hermanos desde una perspectiva analítica. Ello me ayudó a comprender la historia y las experiencias personales que se hallaban en la raíz del comportamiento de mis padres. Así pues, la originalidad de mi relación con la teoría estriba en que mi propia vida da fe del poder del pensamiento crítico. Al sumar a mi pasión por las ideas una vívida imaginación, encontré en el mundo de la escritura creativa un espacio para la trascendencia, una manera de sanar. A diferencia de muchos niños de familias desestructuradas que crean amigos imaginarios para no desfallecer, descubrí muy pronto que la intensa práctica creativa de la lectura y la escritura me embarcaban en un alentador e inspirador viaje a través de la imaginación. Empecé a escribir poesía a los diez años y publiqué mis primeros poemas en la revista de la escuela dominical. Gracias a ese temprano punto de apoyo adquirí un fuerte sentimiento de autoestima y comprendí que mi voz era importante, pues me permitía articular mi visión y compartirla

bell hooks responde a Cornel West en su libro de conversaciones Partiendo pan. Vida intelectual negra insurgente.

bell hooks & Cornel West "Partiendo pan: vida intelectual negra insurgente"

bell-hooks-Cornel-West-Partiendo-pan
bell hooks y Cornel West, autores de "Partiendo pan: vida intelectual negra insurgente".

 

Nuestra próxima novedad: Partiendo pan: vida intelectual negra insurgente, libro dialogado entre dos de los intelectuales afroamericanos más incisivos, bell hooks y Cornel West.

bell hooks presenta así el libro:

Cornel West y yo empezamos a mantener estos diálogos hace más de veinte años en la Universidad de Yale, donde impartíamos clase. De aquellas conversaciones surgió el libro Partiendo pan: vida intelectual negra insurgente. En la dedicatoria, escribí:

Dedico este libro a todos aquellos que comparten el ideal de un amor redentor y transformador entre mujeres y hombres negros, el tipo de amor que se refleja en el trabajo que llevamos a cabo Cornel y yo… Esperamos que nuestro compromiso colectivo con el amor como acción y práctica inspire e impulse una apasionada obra progresista e intelectual en torno a la experiencia negra.

Ya han pasado más de veinte años desde la publicación de Partiendo pan y desde entonces nuestras vidas han cambiado sustancialmente. Por fortuna, tal y como escribe Cornel en el prefacio de Keeping Faith [«Conservando la fe», 1994], hemos mantenido la solidaridad arraigada en los principios de una ética del amor. Dicha ética fundamenta lo que Cornel denomina «crítica profética»:
Ante todo, una indagación intelectual constitutiva de una democracia existencial, esto es, una empresa autocrítica y rectificadora que pregunta por el sentido de las cosas, preservando y expandiendo la empatía y compasión humana.
En un ensayo posterior, Cultural Politics of Difference [«Política cultural de la diferencia», 1995], Cornel postula que la «crítica profética» entiende la desmitificación como la forma más iluminadora de indagación teórica; y declara que «si bien parte de un análisis socioestructural, también establece sus propios objetivos morales y políticos. Es entusiasta, positiva, comprometida y centrada en episodios críticos». En mi obra, así como en mi vida, siempre me ha interesado —y sigue interesándome— la unidad entre teoría y práctica. Siempre he querido vivir de forma íntegra, es decir, en armonía con lo que pienso, digo y hago. Y para mantener esa integridad no solo me he apoyado en mi ética individual, sino también en la solidaridad y la respuesta crítica de colegas afines, colegas que, a su vez, creen que la integridad es un pilar moral y ético esencial de todas las luchas por el fin de la dominación.
bell hooks


¿Sabe cuál es la diferencia entre un general y un poeta?

Éxodo-palestino-1948
Éxodo palestino 1948

¿Sabe cuál es la diferencia entre un general y un poeta? El general cuenta el número de muertos entre el enemigo en el campo de batalla, mientras que el poeta cuenta cuántas personas han muerto en la batalla. No hay enemistad entre los muertos. El enemigo es el mismo: la muerte. La metáfora es clara. Los muertos de ambos lados ya no son enemigos. [página 198]

Exodo-palestino-1948
Éxodo palestino 1948 hilera mujeres huyendo

Yo soy un hacedor de metáforas, no de símbolos. Creo en el poder de la poesía, que me da razones para mirar hacia adelante y descubrir un destello de luz. La poesía puede ser una auténtica desalmada. Deforma. Tiene el poder de transformar lo irreal en real y lo real en imaginario. Tiene el poder de construir un mundo que está reñido con el mundo en el que vivimos. Para mí la poesía es la medicina del espíritu. Puedo crear con palabras lo que no encuentro en la realidad. Es una fantasmagoría, pero positiva: no tengo otra herramienta con la que buscarle un sentido a mi vida o a la vida de mi nación. Tengo el poder de regalarles belleza a una y a otra por medio de las palabras, de plasmar la belleza del mundo, pero también de expresar la situación de ambas. Una vez dije que yo construyo con palabras una patria para mi nación y para mí. [193]

La situación actual es la peor que quepa imaginar. Los palestinos son la única nación en el mundo que sienten con certeza que el día de hoy es mejor que los días venideros. Mañana siempre trae una situación peor. No es una cuestión existencial. Yo no puedo hablar del lado israelí, no soy experto en eso. Solo puedo hablar del lado palestino. En 1993, durante los Acuerdos de Oslo, yo sabía que el acuerdo no garantizaba que fuéramos a lograr la verdadera paz basada en la independencia y el fin de la Ocupación israelí. A pesar de todo, sentía que la gente albergaba esperanzas. Pensaban que quizá una mala paz era mejor que una guerra victoriosa. Aquellos sueños se esfumaron. La situación ahora es peor. Antes de Oslo no había checkpoints, las colonias no se habían expandido como ahora y los palestinos tenían trabajo en Israel.

Los israelíes se quejan de que los palestinos no los quieren. Tiene gracia. La paz se acuerda entre Estados y no se basa en el amor. Un acuerdo de paz no es un convite de boda. Yo entiendo el odio hacia los israelíes, cualquier persona normal odia vivir bajo la Ocupación. Primero que se firme la paz y luego que se contemplen los sentimientos como amor o no amor. A veces, después de firmarse la paz, no hay amor. El amor es un asunto privado, no se puede forzar. [193-194]

Israel proclama continuamente que no tiene interlocutores, incluso cuando hay alguien dispuesto al diálogo. Ahora dicen que es posible hablar con Mahmud Abbas, pero Abbas estaba ahí antes de que Hamás ganara las elecciones. ¿Qué puede hacer Abbas si no han quitado ni un checkpoint? Es la política israelí lo que impulsa a los palestinos al extremismo y a la violencia. Los israelíes no quieren dar nada a cambio de la paz. No quieren retirarse a las fronteras de 1967, no quieren hablar del derecho al retorno o de la evacuación de las colonias, y, por supuesto, no quieren hablar de Jerusalén. Entonces, ¿hay algo de qué hablar? Estamos en un callejón sin salida. Yo no veo el final de este oscuro túnel mientras Israel sea incapaz de diferenciar la historia de la leyenda.

Los Estados árabes están dispuestos a reconocer a Israel y están pidiendo a Israel que acepte la iniciativa árabe de paz que consiste en la retirada a las fronteras de 1967 y el establecimiento de un Estado palestino a cambio no solo de reconocer plenamente a Israel, sino también de la normalización de las relaciones. Dígame quién está perdiendo la oportunidad. Se suele decir que los palestinos nunca pierden la oportunidad de perder una oportunidad. Pero Israel, ¿por qué está emulando el no a todo que achacan a los árabes? [196-197]

Extractos de El poeta troyano. Conversaciones sobre la poesía, del poeta palestino Mahmud Darwish. Edición y traducción de Luz Gómez. Madrid: ediciones del oriente y del mediterráneo, 2023.

Luz Gómez en el programa Mediterráneo habla de Mahmud Darwish


En medio de una ciudad rica que tenía un corazón cálido y una cabeza fría...

Tarek-Eltayeb-Estaciones-Una-autobiografía
Tarek Eltayeb, autor de "Estaciones. Una autobiografía", a los veinte años, en el momento de su viaje a Europa.

Tras la pesadilla de aquel primer viaje a un país árabe viene la decisión final de salir, de marcharse. El impulso, como ya le había ocurrido al padre, es ir hacia el norte, hacia un mundo desconocido. Cualquier lugar, por cruel y despiadado que fuera, sería mejor, más amable. En el norte, cualquier situación se haría más llevadera…

La entrada a aquel jardín del edén parece sumida en oscuros presagios. La vista desde el avión sugiere una especie de paraíso, pero el frío tan intenso hace pensar en lo contrario. El paraíso, tal y como a mí me lo habían enseñado, era lo contrario del fuego, de las brasas, de las llamas del infierno. Este frío pues, debe de ser sinónimo del paraíso. Y, sin embargo, con el tiempo, se convierte en una especie de frío infernal, en un infierno helado, lo cual quiere decir —en otras palabras— que en él la muerte va a ser lenta. Eso fue lo que sentí al principio. Y lo que más me dolió fue no poder hablar con los ángeles de aquel país, ni siquiera con sus demonios. Yo, que pensaba que el árabe era la lengua de los pobladores del Edén, tal y como nos habían contado, me encontraba ahora con que en realidad lo era el alemán.

No contar con la lengua del sitio donde se estaba avivó un nuevo sentido. Hizo que el ojo desarrollara su capacidad de observación. Al estar el oído privado de la función de comprender lo que se decía, la vista debía desarrollarse para suplir la misión del oído. Al ojo le correspondía a partir de ahora leer los movimientos de los cuerpos, los gestos, para intentar generar un diccionario improvisado que reemplazara —por difícil que eso fuera— al diccionario anterior…

Los trabajillos que me salían iban todos en la misma línea. De gran demanda física y rutinarios, permitían aprender y adquirir experiencia, pero dejaban en el cuerpo la impronta de la vida y presentaban a la mente un espacio que abría un sinfín de puertas que reclamaban un nuevo manojo de llaves. A no más de tres paradas del tranvía desde mi casa estaba uno de los museos más bellos del mundo; a solo dos, la ópera de Viena; a uno, el canal del Danubio, un paraíso cercano, en realidad. Y mientras, yo vivía un infierno, sumergido en un oscuro mar de inquietud, perdida la energía para combatir el frío y la energía para afrontar la pobreza en medio de una ciudad rica que tenía un corazón cálido y una cabeza fría.

De Estaciones. Una autobiografía, de Tarek Eltayeb (traducción del árabe de M. Luz Comendador).


"Estaciones. Una autobiografía" de Tarek Eltayeb

Lo que escribió quedó ahí, negro sobre blanco,
lo que quisiera haber dicho, en blanco sigue

Tarek-Eltayeb-familia-Egipto-1965-Estaciones-una-autobiografía
Padres y hermanos de Tarek Eltayeb fotografiados en Egipto en 1965

Sé que naciste el último año de la década de los cincuenta de este siglo en un viejo barrio popular del corazón de El Cairo y que no recuerdas cuándo empezaste a caminar ni a hablar. Pero lo que sí recuerdas es el instante en que tus ojos se toparon con las primeras letras. Contemplaban algo asombroso, nuevo y descomunal en lo alto de la cúpula y el minarete de la mezquita: aquellas líneas sinuosas y esbeltas, dentadas y estiradas, que se enredaban y retorcían, separaban y juntaban, arqueándose y encontrándose. Y luego, todos aquellos puntos que parecían estrellas, delante, detrás, encima y debajo de las letras. Un mundo mágico que los reverentes rezos de tu abuela te hicieron considerar sagrado. Aquella abuela que apenas sabía leer, pero que aseguraba que eso eran aleyas del Corán. Esos signos fueron para ti la primera pizarra, que no sabías por dónde empezar a «mirar», si por la derecha, por la izquierda o por el medio.
En la escuelita del maestro Ali, en el barrio de Ayn Shams te aprendiste de memoria la primera azora del Corán, la fátiha, y alguna otras más, de las cortas. En casa, cuando cogías un Corán, te quedabas embelesado delante de las dos primeras páginas —la de la fátiha y el principio de la azora de la Vaca— porque estaban decoradas con colores llamativos y tú, de momento, lo único que podías hacer era quedarte embobado mirándolas. En la breve distancia que separaba la superficie del papel y tu cara cabía un ancho mundo: el de entrenar el ojo y modular la boca. Una cosa era memorizar y recitar, y otra, conseguir descifrar aquellos signos.
Aprendidas las letras del alfabeto, el mundo tuvo más brillo; y las formas de la escritura resultaron más hermosas y cercanas para ti. Al aprender a escribir, cobró sentido el coger un lápiz para intentar trazar letras en lugar de garabatos. Ahí fue cuando empezaste a copiar muestras de caligrafía de manera que, antes de ingresar en la Escuela Primaria Imán Muhammad Abduh, ya eras capaz de escribir bien.
Durante el trayecto de autobús que iba desde vuestra casa a la de tu abuela en el barrio de Husainiyya, te gustaba quedarte de pie mirando por la ventana. Mirabas, ibas deletreando e intentabas leer los nombres de los negocios, los letreros de los establecimientos, los carteles pegados en las paredes…, cualquier cosa que cayera ante tus ojos. Si tu padre iba contigo, él te corregía cuando deletreabas o intentabas leer. Si era tu madre, era ella quien te corregía lo que lograba entender de lo que tú pronunciabas. Pero iba más rápido el autobús que tú pronunciando, así que la cosa se complicaba cada vez más.
Siendo tan pequeño, ya sentías cariño por algunas letras, que preferías por su forma. Te extrañabas de que sonaran bien algunas que no eran tus favoritas y de que no lo hicieran palabras que, al escribirse, te parecían preciosas. Con el tiempo esa sensación descabalada se fue ajustando hasta desaparecer. Aun así, sigues sintiendo predilección por la letra ﻫ porque su trazo es muy bonito cuando se escribe al principio de una palabra, y porque tiene algo de misterioso.

(traducción del árabe de M. Luz Comendador)


SER, SENCILLAMENTE por Louis Sala-Molins

 

Bassidiki Coulibaly obtuvo un día el doctorado en Filosofía defendiendo con elocuencia su tesis sobre Sartre; o, lo que es lo mismo, fue un buen alumno del mal maestro.

Cuando, como él, desciendes de un linaje de herreros burkineses, esos formidables transmisores del fuego al hierro y a la tierra, del mundo de los ancestros al de los vivos de hoy, para culminar en filósofo detractor de todos los colonialismos, cantor de Fanon y otros rebeldes con un corazón que se te sale del pecho, una elección radical se impone. Bien, para tratar de hacerte un hueco al sol —cosa en verdad harto difícil cuando no eres precisamente lo que se dice «un hombre de bien», reniegas del linaje y abjuras del filósofo luciendo una máscara blanca sobre la piel negra y pones por delante la gracia constante de las frases redondas de la historia, o de las historias, como es menester contarlas y escribirlas; bien pasas dogmas, opiniones y comportamientos por el aire abrasador de la fragua y muestras sin máscara, la cara al viento, más que una fidelidad, una carnal hermandad de armas con Sartre —el heraldo de Fanon— y con el Fanon de los «condenados de la tierra».

Si rebuscamos bien, hallaremos alguna traza de sumisión, de primacía, en «fidelidad». Muy escasa en Bassidiki Coulibaly, a quien sumisiones y primacías irritan, en quien habita el sentimiento de fraternidad; sentimiento que tan bien se corresponde con esta iridiscencia del amor bohemio cuyo aliento Bassidiki Coulibaly anhelaría ver triunfar sobre los batallones blindados de la «razón».

Louis Sala-Molins

DE LA INTRODUCCIÓN DE BASSIDIKI COULIBALY:

Ante la pregunta «¿se puede vivir sin identidad y sin pasado?», muchos se mofan, mientras que otros se quedan sin voz. Es cierto que, de entrada, la pregunta puede sorprender e incluso desestabilizar, porque, si bien los historiadores nos martillean con que es imposible vivir sin pasado y los magistrados nos conminan a revelar nuestra identidad, la sociedad nos inculca que ella no es más que un bosque denso cuyos árboles genealógicos se componen, cada uno, de varios individuos en guisa de ramas. Todo esto casa con cierta realidad que no ha de confundirse con la realidad.

Lo desconocido es la realidad de cualquier encuentro. A priori, solo podemos formarnos ideas (prejuicios, juicios, etc.) sobre el otro, pues la identidad, el pasado y la personalidad solo se conocerán, llegado el caso, a posteriori. En cada encuentro hay química o no, y las cuestiones de la identidad, el pasado o la personalidad son lo de menos. Aunque existen tantos casos como encuentros, solo abordaremos los dos más clásicos: cuando hay química y cuando no la hay.

El flechazo es el paradigma del mejor de los dos casos. Los individuos que reciben en pleno corazón la flecha de Cupido no tienen tiempo que perder con cuestionamientos sobre la identidad, el pasado, el árbol genealógico y la personalidad del ser amado. Cuando irradias amor, aceptas al otro de pies a cabeza, en la más absoluta ignorancia del quién, el porqué y el cómo; sus virtudes saltan a la vista, sus defectos permanecen ocultos. El cineasta finlandés Aki Kaurismäki nos lo muestra con belleza y maestría en Un hombre sin pasado; nos muestra también que es posible (pero no fácil) vivir sin identidad y sin pasado, a escala individual, lo que relativiza indiscutiblemente el discurso de Elie Wiesel, según el cual «Es peor vivir sin pasado que sin futuro». Es cierto que el actor Markku Peltola, conocido como «el hombre sin pasado», después de recibir una brutal paliza propinada sin motivo aparente por tres maleantes, logra sobrevivir amnésico (sin identidad y sin pasado) gracias a la mano tendida de Kati Outinen, conocida como «la voluntaria del Ejército de Salvación», junto a quien Peltola encuentra el amor. El amor lo puede todo, lo sabemos.

Pero ¿qué sucede cuando no hay química? ¿Qué sucede en el peor de los casos, siendo el peor de ellos la existencia de quienes viven con el estigma de ser «negros»? En otras palabras, cuando uno es «negro», ¿tiene derecho a un pasado distinto al del «no negro» (ya sea árabe-bereber o blanco)? ¿Qué identidad puede reclamar uno cuando es «negro» y se llama Toussaint Louverture, Ahmad Baba, Behanzin, Malcolm X, Elijah Muhammad, Aimé Césaire, Cheikh Anta Diop, Edson Arantes do Nascimento, más conocido como Pelé? ¿Tienen derecho esos a los que seguimos llamando «hombres de color», «nègres», «negros», «black» a un reconocimiento que no sea el heredado, visible, condensado y anclado en la marca somática?

En una época en la que algunas personas moldean su cuerpo a placer gracias a eso que el sociólogo David Le Breton ha llamado Signes d’identités. Tatouages, piercing et marques corporelles (2002), otras mueven cielo y tierra para procurarse agentes corrosivos que les despigmenten la piel. El negro-americano (ahora gris) Michael Jackson es la punta de lanza de esos «negros» que ya no quieren ser «negros» o, por lo menos, quieren ser menos «negros». El asunto parece anecdótico, pero en el fondo revela la situación dramática, confusa y compleja de «los negros».