Añadimos a continuación las primeras páginas del documentado postfacio de Álvaro García Marín:

EL CUADERNO ROJO DE ROSINA PARDO FRENTE AL HOLOCAUSTO

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Portada del Cuaderno rojo en que Rosina Pardo escribió las anotaciones que le sirvieron para escribir 548 días bajo un nombre falso.

Álvaro García Marín
I. Una odisea sefardí: los judíos españoles de Salónica y los Balcanes

La temprana publicación en España del emblemático Diario de Ana Frank en 1955 —tan solo tres años después de su primera edición inglesa y a los ocho años de la aparición del original—, así como su éxito duradero, hacía presagiar que en nuestro país el género de los denominados «diarios del Holocausto» suscitaría a lo largo de las décadas el mismo interés que en otras naciones europeas. Casi setenta años después, sin embargo, podemos afirmar que no ha sido así. Gran parte de estos textos, cuando se han

publicado en español, lo han hecho con un retraso considerable y, por lo general, con escasa repercusión. Tampoco contamos con una tradición de estudios al respecto.

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1937. Rosina posa junto a su abuela Lea (1868-1943), su hermana Lilí y su madre. La abuela Lea sería deportada a Auschwitz en 1943 y asesinada en la cámara de gas nada más llegar. Archivo Víctor Asser.

Es probable que esto se deba a una serie de factores entrelazados. Por una parte, España no participó —al menos no de manera convencional— en la Segunda Guerra Mundial, y por lo tanto nunca sufrió la ocupación alemana ni presenció de cerca las políticas nazis de exterminio sistemático*, lo que ha contribuido a generar la conciencia de que el Holocausto** constituye un fenómeno ajeno a las vicisitudes de su propia historia, marcada en cambio en el siglo xx por la omnipresente Guerra Civil. Por otro lado, en la inmediata posguerra, y por razones obvias, nuestro país no se convirtió —a diferencia de Estados Unidos y algunas naciones de Europa occidental e Hispanoamérica— en refugio de un número significativo de supervivientes que al cabo del tiempo pudieran difundir sus padecimientos en nuestra lengua o desde el interior de nuestra sociedad. Todo ello, sumado al hecho indudable de que durante la primera mitad del siglo xx España carecía de una comunidad judía visible y cuantiosa, y a que las lenguas habladas y escritas por las víctimas europeas del exterminio (sobre todo yidis, alemán, polaco y hebreo) resultaban ajenas e inaccesibles para los hispanohablantes, ha bloqueado el surgimiento de lo que podríamos denominar una «empatía identitaria». En otras palabras, nunca nos hemos sentido unidos a las víctimas judías del exterminio nazi por los lazos, más íntimos que los de la mera humanidad compartida, de una lengua y una nacionalidad común; nunca hemos percibido a las víctimas como nuestras.

* Conviene aclarar, sin embargo, que durante la Guerra Civil España sí sufrió bombardeos indiscriminados contra civiles a cargo de la Legión Cóndor en Guernica, Durango o Almería, entre otros lugares.

**. Existe una amplia controversia acerca de este término, cuya etimología presenta connotaciones indeseables. Véase Odette Varon-Vassard, «Η γενοκτονία των Ελλήνων Εβραίων (1943-1944) και η αποτύπωσή της: μαρτυρίες, λογοτεχνία και ιστοριογραφία», en Η εποχή της σύγχυσης: η δεκαετία του ᾽40 και η ιστοριογραφία, ed. Yorgos Andoníu y Nicos Marandsidis (Atenas: Estía, 2008, pp. 288-313). Asimismo, no deja de ser una etiqueta tardía para unos hechos reconstruidos desde fuera del ámbito de las víctimas y, por tanto, remodelados y reinterpretados en virtud de esta nueva denominación. Se ha propuesto como alternativa el hebreo Shoah, que, sin embargo, no ha calado lo suficiente entre el público no especializado. Personalmente, prefiero referirme al fenómeno como «exterminio» o «genocidio judío», aunque en algunas ocasiones, por mera concesión a la convención, emplearé también «Holocausto».