Beirut, mil y una ciudades

Beirut, mil y una ciudades

Babelia / El País 14 de agosto de 2020

La capital de Líbano, arrasada la semana pasada por una colosal explosión en el puerto, “es digna de forjarse su propio futuro, grano a grano, momento a momento”, asegura el poeta y ensayista sirio Adonis, que dedica este texto inédito en castellano a la ciudad en que vivió durante muchos años

1

Cómo recuerdo aquel momento sublime de mi primer encuentro contigo, Beirut, y cómo la Plaza de al-Burj, comenzó a descubrirme la historia del Mediterráneo, partiendo de ella. A veces, sueño con ese momento como si estuviera pensando, otras veces pienso en él como si estuviera soñando. Quizá sea el sueño el gran espacio que une las orillas y los horizontes.

En ese momento en el que Beirut se desgarra, le pregunto a su ciudadano ¿crees verdaderamente que Beirut gira en torno al sol? ¿Qué hacemos entonces con todas esas lunas que dicen ser mujeres esperando a sus amantes muertos? ¿Cómo y cuándo se extinguirá esa esfera de fuego entre Beirut y el mundo?

2

¿Beirut? No, no es un aljibe donde se acumulan respuestas. Si no un vientre en el que nacen preguntas. Esa es su incógnita inquietante, única, fascinante y atormentadora entre sus hermanas árabes. Quia. La violencia, en todas sus formas, no puede protegerla ni defenderla. El sectarismo, especialmente en su forma dogmática, fanática e hermética, es incapaz ante ella.

Beirut es un horizonte.

Nada puede cerrar el horizonte.

3

Ayer nació un niño lejos de Beirut, pero se mecía en sus brazos. Le pusieron un nombre que comienza con la letra “A”. Me lo imagino, años después, caminando por una calle, sentado en un café, entrando en una biblioteca, visitando un museo o hilvanando las playas de Beirut con sus ojos.

Me lo imagino tanteando con el corazón la misteriosa distancia entre estrellas. Me lo imagino persiguiendo una paloma que huye de él saltando. Ella se queda cerca de él, pero él la persigue como si jugara.

De repente estalla en llanto, y con sus lágrimas

esboza un ala.

4

¿Alguien quiere ser ola, rama de cedro o cuello de gacela?

¿Alguien quiere ser hermano de la cueva de Afqa?, ¿ser otro río dentro del río de Adonis?

¡Oh, como si ya nadie buscase el néctar en la boca del amor!

Como si nadie ya preguntase ¿cuándo romperá la memoria sus cadenas?

Y ¿de dónde aparecen aquellas arterias por las que fluye sangre en el cielo de Beirut?

El corazón ya no es el mismo, y la cabeza ha dejado de ser cabeza.

¿Por qué se ha convertido el corazón en cuchillo y, la cabeza, en muñeca?

¿Puede ser amor lo que se apoya en el bastón del ocaso? ¿Quién será el que llora entre las columnas y bajo los arcos?

5

Las ciudades rumian sus ruinas, y Beirut contempla, espera y dialoga.

Beirut sabe que solo surgirá un diálogo verdadero entre los que comprenden todo lo esencial, temporal e históricamente, humana y culturalmente. Partes cuya identidad no es un reflejo, sino por lo contrario, un destello e iluminación. Así Beirut sabe que todo diálogo verdadero se construye a base de futuro compartido y las formas de propiciarlo. Dicho futuro común implica dejar atrás pasados y presentes.

Beirut es digna de forjarse su propio futuro, grano a grano, momento a momento.

6

Te conozco, Beirut,

en tu cabeza habita el asombro del mar que imprime en su cuerpo las huellas del sol, imprime sus pasos de ida y vuelta, al amanecer y al atardecer. Habita en ti la desgracia de la luz que emanó por primera vez del planeta de tu alfabeto. Reside en ti la oscura historia, las trampas del espacio y del tiempo.

Aun así, tu cabeza se eleva en las alturas mientras el oleaje de la historia sacude tus pechos.

Beirut, sé que tus pechos son noche y día del mar.

Te conozco, Beirut, y en tu alba confío.

7

A menudo amanece mujer en Beirut.

En Beirut conozco una vida vestida con harapos que ninguna aguja podrá remendar.

En Beirut me muevo entre las curvas de la desesperación y me recojo en el fondo de la imaginación.

En Beirut, mientras el alba esboza sus luces en lugares y caminos desconocidos, la luz me extiende los brazos, y el viento me suplica escribirle su primera ráfaga.

A menudo amanece mujer en Beirut.

8

A escondidas, en Beirut conocí la queja de los dioses de los árboles y las flores insaciables. Mientras yo bebía, el agua corría de mis labios a los de los árboles y las flores.

Le aseguré al niño cuyo nombre comienza con la letra “A” que él vería en Beirut otro sol que no hará más que inventar nuevos juegos con él en las playas y en el regazo de las olas.

9

Beirut, desde que por ti le dediqué a Nueva York aquel epitafio que el mundo escribiría, me pregunto: ¿por qué aumenta mi amor por ti, si tus confines luchan dentro de la geografía de mis entrañas?

Oh, Beirut, ¡tan hondo es tu susurro que cada día desciende sobre mí su estrella a punto de extinguirse!

10

Beirut, la poesía solo puede bailarte amando. Incluso cuando estás enojada con ella, o ella contigo.

Juntas, sois un solo frente en una guerra perpetua contra horizontes que vomitan trapos de plástico, contra musgos que están a punto de convertirse en manzanas, contra el pan que sabe a alquitrán, contra cocodrilos que vagabundean por los callejones vendiendo tartas festivas.

Beirut, la poesía solo puede bailarte amando.

11

Beirut, acógeme,

recógeme bajo tu techo.

Estoy cansado de todas las ciudades.

Beirut es mi cuerpo:

un cuerpo sangriento con heridas abiertas aún por recibir.

12

La Plaza de al-Burj llama a las puertas de la memoria.

Sí, la alegría aún tiene raíces y fuentes.

“La voz del futuro resuena en mi garganta”, dice la Plaza de al-Burj.

Añade: Ahora espero en el lecho de la llama para que no se oxide el sueño.

Traducción de Jaafar al-Aluni

artículocompleto en Babelia / El País


"El duelo es ley de vida para las personas negras", por Claudia Rankine

Babelia / El País 16.06.2020

La poeta Claudia Rankine analiza los tics racistas del imaginario estadounidense en un ensayo incluido en la antología 'Esta vez el fuego', que se publica este mes dentro de la Biblioteca Afroamericana de Madrid

Una amiga me dijo hace poco que cuando dio a luz a su hijo, antes de ponerle nombre, antes de darle el pecho siquiera, lo primero que pensó fue: tengo que sacarlo de este país. Nos echamos a reír. Puede que nuestro humor negro tuviera que ver con la conciencia de que sacarlo no era ni una opción ni un deseo real. Así es nuestra vida. Trabajamos en este país, tenemos la nacionalidad estadounidense, pensiones, seguro médico, familia, amigos, etcétera, etcétera. Mi amiga no podía irse y no se fue. Años después del nacimiento de su hijo, cada vez que este sale de casa, su condición de madre de un ser humano vivo sigue siendo tan precaria como siempre. A los miedos naturales de cualquier progenitor que afronta la aleatoriedad de la vida se suma este otro conocimiento de los mecanismos del racismo institucional en nuestro país. La nuestra fue una risa de vulnerabilidad, miedo, reconocimiento y un atoramiento absurdo.

Le pregunté a otra amiga cómo es ser madre de un hijo negro. “El duelo es ley de vida para las personas negras”, dijo sin rodeos. Para ella, el duelo existía en tiempo real dentro de su realidad y la de su hijo: en el momento menos esperado, ella podía perder la razón de su vida. Aunque al imaginario blanco liberal le gusta sentirse temporalmente mal ante el sufrimiento negro, no existe realmente un modo de empatía que pueda reproducir la tensión diaria que experimentas como persona negra cuando sabes que pueden matarte simplemente por ser negra: nada de manos en los bolsillos, nada de escuchar música, ni movimientos bruscos, ni conducir tu coche, ni caminar de noche, ni caminar de día, ni torcer por esa calle, ni entrar en aquel edificio, ni ponerte firme, ni quedarte aquí de pie, ni quedarte ahí de pie, ni responder, ni jugar con pistolas de juguete, ni vivir siendo negro.

Once días después de que yo naciera, el 15 de septiembre de 1963, cuatro chicas negras murieron en el atentado de la Iglesia Baptista de la calle 16 en Birmingham, Alabama. Ahora, cincuenta y dos años más tarde, seis mujeres negras y tres hombres negros han sido acribillados durante una reunión de estudio de la Biblia en la histórica Iglesia Episcopal Metodista Africana Emanuel de Charleston, en Carolina del Sur. El asesino es un terrorista del país, que se ha identificado como supremacista blanco, que también podría ser un “joven hombre perturbado” (como lo describieron varias agencias de noticias). Se sabe que una mujer negra y su nieta de cinco años sobrevivieron al tiroteo haciéndose las muertas. Son dos de los tres supervivientes del atentado. La familia blanca del sospechoso dice que para ellos es un momento difícil. Esto es indiscutible. Sin embargo, para las familias afroamericanas, vivir en un estado de duelo y miedo permanente es lo normal. [...]

Vivimos en un país donde los americanos asimilan cadáveres en sus idas y venidas diarias, donde los negros muertos forman parte de la vida normal. Pereciendo en las bodegas de los barcos, arrojados al Atlántico, colgados de árboles, golpeados, tiroteados en iglesias, acribillados por la policía o hacinados en prisiones: históricamente, no existe lo cotidiano sin el cuerpo negro esclavizado, encadenado o muerto sobre el que posar la mirada, del que se oye hablar o contra el que uno se posiciona. Cuando el trastorno de nuestra cultura abruma a las personas negras y estas salen a protestar (a la larga, en perjuicio nuestro, porque las protestas dan una justificación a la policía para militarizarse, como sucedió en Ferguson), la pregunta errónea que se formula es: “¿Qué clase de salvajes somos?”. Cuando debería ser: “¿En qué clase de país vivimos?”...

Puede consultarse el artículo completo en: El duelo es ley de vida para las personas negras


DÍA DEL LIBRO 23 ABRIL 2018: ALFONSO ZAPICO RECOMIENDA "YOGUR CON MERMELADA", NUESTRO PRÓXIMO CÓMIC

Alfonso Zapico, autor de cómic (Babelia/El País, 21 de abril de 2018):

Yogur con mermelada, de Lena Merhej. En Líbano el yogur se come desde siempre con sal y pepino rallado (muy picado). Un día, Lena Merhej (Beirut, 1977) vio cómo su madre comía yogur con mermelada y se quedó de piedra. Años después dibujó esta bella historia sobre su madre, alemana de Hannover, y retrató la “cohabitación pacífica de contradicciones” que era su familia y —quizá no tanto— su país. Una aproximación al mundo árabe a través de los ojos de una mujer de la vieja Europa que prueba que Oriente no está tan lejos y también tiene memoria, nostalgia y heridas abiertas. Un Apfelstrudeldel cocinado con ingredientes exóticos. (Traducción de Mónica Carrión. Ediciones Oriente y Mediterráneo)


DÍA DEL LIBRO 23 ABRIL 2018: Bea Espejo recomienda en Babelia "Cuerpo político negro"

Bea Espejo recomienda en Babelia/El País Cuerpo político negro publicado a la par que la exposición del Centro de Arte 2 de Mayo de Madrid Elements of Vogue, "la primera revisión en España de la historia de la performance afroamericana. En el futuro se estudiará como un referente."

 


Marruecos, el oriente del Sur

Éstos son dos libros distintos, pero complementarios, con alguna inevitable superposición, pero que se pueden leer continuando o precediendo el uno al otro, sobre nuestro gran vecino del sur, medio ignorado, maltratado a veces, y siempre poco reconocido por lo mucho que tiene de ibérico y peninsular o lo que España tiene de magrebí y norteafricana. Las dos obras, compiladas -véase la referencia de cada una- por Miguel Hernando de Larramendi, Bernabé López García y Aurelia Mañé, componen la mejor puesta al día, particularmente a través de la bibliografía, de lo que Marruecos significa para España y en alguna menor medida, España para Marruecos.
Como, hasta algo dolorosamente, señala uno de los autores incluido en La Política exterior española hacia el Magreb, España es para Marruecos el espejo de lo que hoy podría ser un país moderno, que hace sólo 50 años no se hallaba mucho más desarrollado que la monarquía cherifiana, a la vez que en la compilación de Historia y memoria de las relaciones hispanomarroquíes aparece como la imagen de una gloria pretérita, la de un Al Andalus pensado y colonizado por el elemento árabe-beréber de África del Norte. Así, las relaciones entre los dos países llevan siglos pasando como por una puerta giratoria de mitos recíprocos, que adormecen o desarticulan un presente que debería ser de mucha mayor colaboración.
Larramendi y López García, especialmente, son dos de los estudiosos a quienes más debemos el despertar de tanto ensimismamiento. El segundo es quien rompió decisivamente con la tradición de estudiar únicamente en vía y clave andalusí la historia de nuestro vecino, y Larramendi, el primer doctorado en la materia, lo que tan sólo ocurrió en un muy próximo 1994. Observemos, con todo, en este panorama de general satisfacción por las dos obras que en uno de los articulos incluidos en la última compilación mencionada se hace el peculiar descubrimiento de que a la prensa española lo que le interesa de Marruecos es lo que entendemos por asunto noticioso. Pero durante muchos años habrá que acudir a esta doble, pero independiente, entrega, para aprovisionarse de conocimiento y opinión sobre asunto tan candente, y hoy aún más con el advenimiento del fenómeno de las pateras, tan necesitados como estamos de saber de ese Marruecos tan próximo y alejado al mismo tiempo.

M. Á. BASTENIER El País-Babelia (29/08/2009)

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Cuando Harlem era una fiesta

 

La explosión cultural vivida en el barrio neoyorquino en los años veinte se convierte en un fenómeno editorial en español

“Creían que iban a cambiar la sociedad con libros”, dice David Levering Lewis, historiador de referencia de aquel “bello fracaso”

 

Iker Seisdedos – El País / Babelia 4 de febrero de 2015

 

 

 

Cuando-Harlem-estaba-de-moda
Van Der Zee, Harlem, 1932

 

Hacia 1926, un chascarrillo circulaba por Nueva York como corría el alcohol de mala calidad por los tugurios ilegales de Harlem.

—Buenos días, señora Astor —dice un mozo de la estación Grand Central.

—¿Cómo sabe usted mi nombre, joven? —replica la dama.

—Nos conocimos la otra noche en casa de Carl Van Vechten.

La señora Astor era Helen Dinsmore Huntington, esposa de Vincent Astor, el no va más de la alta sociedad de Manhattan. Van Vechten (1880-1964), fotógrafo y escritor de origen danés, uno de los promotores externos (blancos) más activos de la creatividad del Nuevo Negro en la década de los veinte, había publicado ese mismo año la controvertida novela Nigger Heaven. Y la anécdota, un buen resumen del clima de contaminación social y racial característico de las juergas que montaba el filántropo, tan integradas como generosamente etílicas, está recogida en Cuando Harlem estaba de moda, de David Levering Lewis (Little Rock, Arkansas, 1936), ensayo de referencia sobre el renacimiento de Harlem publicado en 1981 y, al fin, traducido (por Javier Lucini) en Biblioteca Afroamericana de Madrid (BAAM).

Empeño de la fotógrafa y escritora Mireia Sentís y del poeta José Luis Gallero por ensanchar el conocimiento de los lectores españoles sobre la cultura negra estadounidense, el sello estrena alianza (con Ediciones del Oriente y el Mediterráneo) con la publicación, además, del poema en prosa Caña, obra maestra de Jean Toomer que, según los cálculos de Lewis, de visita recientemente por Madrid para apoyar el lanzamiento de su estudio, inauguró en 1923 “la nómina de las 26 novelas que dejó como legado el Harlem Renaissance”.

La etiqueta, ampliamente difundida en Estados Unidos, también más allá de los círculos editoriales y académicos, ha hecho ciertamente menos fortuna en España, donde aquella explosión creativa suele asimilarse a un leve conocimiento de la obra y la figura del novelista y poeta Langston Hughes (y sus años españoles) y, sobre todo, al Cotton Club de Duke Ellington, genio de la sofisticación sin esfuerzo, o Bill Bojangles Robinson bailando claqué con Shirley Temple. El retrato pintado por Lewis a lo largo de 500 páginas, escritas con una interesante suma de pulso periodístico y rigor académico, va, obviamente, mucho más allá para trazar una completa biografía de un movimiento cultural surgido tras la Primera Guerra Mundial, cuyas motivaciones, curiosamente, definió el estudioso con mayor precisión en la antología The Portable Harlem Rennaissance Reader (Viking, 1994): “Fue en cierto modo un fenómeno forzado, un nacionalismo cultural de salón, institucionalmente instigado y dirigido por los líderes de los movimientos nacionales por los derechos civiles con el propósito de mejorar las relaciones raciales en momentos de extremo enfrentamiento”.

Lewis, sentado recientemente en un hotel de Madrid con chaqueta de pana y jersey de cuello vuelto, aceptó desarrollar esa definición. “El renacimiento de Harlem fue el resultado de los esfuerzos de una segunda generación de personas de color bien educadas, emancipadas, asimiladas, con recursos y estudios en universidades como Harvard, Yale, Howard o Fisk. Gente que creyó que tras la Primera Guerra Mundial, cuando un buen número de afroamericanos sirvieron con valentía en Europa, había llegado el momento de ser reconocidos socialmente, de superar el estigma de una vez por todas. Sin embargo, ¿qué encontraron al volver a casa?: Discriminación, exclusión… No es una coincidencia que los disturbios raciales que asolaron el país en 1919, de Charleston a Omaha, de Washington a Chicago, esa sucesión de linchamientos y revueltas que se conocen como el Verano Rojo, estén relacionados con aquella toma de conciencia. Ahí es cuando se llegó a la conclusión de que una minoría cultural, esa que el escritor W. E. B. Du Bois llamó The Talented Tenth [el diezmo talentoso], debía liderar el progreso de la raza con armas como la novela, la poesía o el arte, por muy utópica que con la perspectiva del tiempo nos suene esa idea. Así nació el movimiento cultural afroamericano más importante de la historia de Estados Unidos hasta ese momento”.

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David Levering Lewis, autor de Cuando Harlem estaba de moda

Lewis, ganador en dos ocasiones del Pulitzer (1994 y 2001) por cada una de las dos partes en las que dividió su monumental biografía sobre Du Bois —activista, cofundador de la Asociación para el Progreso de la Gente de Color (NAACP, en sus siglas en inglés) y uno de los personajes principales de Cuando Harlem estaba de moda—, considera que otro elemento clave en el éxito del renacimiento estuvo en la comunión de las dos bohemias que ocupaban, respectivamente, la parte alta y baja de Manhattan; los negros de Harlem y los miembros de la generación perdida que vagaban por el Village. “Les unió”, explica el estudioso, profesor de la Universidad de Nueva York, “la sensación de que en esa sociedad de los felices años veinte, volcada en el consumismo, no había lugar para sus sensibilidades. El resto de la explicación hay que buscarla en Broadway, que comenzó a disfrutar con obras de temática negra, en la filantropía WASP y judía y en las grandes firmas editoriales de Nueva York, que apoyaron a nuevos talentos literarios afroamericanos, al tiempo que disfrutaron de los éxitos de ventas de los escritores blancos que [como T. S. Stribling, el propio Van Vechten o Eugene O’Neill] trataron, con mayor o menor fortuna, la experiencia de ser negro en Norteamérica. Todo aquello funcionó como un imán; cada día desembarcaban en Harlem jóvenes talentosos llegados de todas partes de EE UU, chicos que normalmente habrían estado destinados a dedicarse a los negocios, pero en aquel tiempo optaron por escribir novelas”.

Algunos de los que mayor fortuna hicieron desfilan con sus memorables andares por las páginas de Cuando Harlem estaba de moda, que, con unas ventas cercanas a los 100.000 ejemplares, ha permanecido vivo en el catálogo de Penguin desde su publicación hace más de 30 años. Ahí están el patriarca Booker T. Washington y sus experimentos docentes del instituto Tuskegee, de Alabama, el místico armenio G. I. Gurdjieff o el incómodo activista jamaicano Marcus Garvey, que comenzó predicando la vuelta de los negros a África “en la esquina de los oradores de la calle 135”, y acabó, odiado y temido a partes iguales, proclamándose “presidente-general provisional” del continente; Claude McKay, el antillano que coqueteó con la URSS y firmaría una de las más exitosas páginas de la novelística del renacimiento con Home to Harlem (1928), o Alain Locke, “el Proust de la Séptima Avenida”; Wallace Thurman, escritor y editor de revistas de corta fortuna; Jesse Fauset, autora de la esencial There’s Confusion (1924), o el aglutinador de voluntades Charles S. Johnson, primer presidente negro de la Universidad de Fisk, de quien Zora Neale Hurston, destacada escritora del movimiento y madre de los términos niggeratti (resultante de sumar con ironía nigger y literatti) y negrotarians (que definía a los simpatizantes blancos de la causa), dijo que todo aquella explosión creativa “fue obra de Johnson y solo a causa de su carácter silencioso le fue atribuida a otros”.

Uno de los grandes aciertos de Lewis —de quien también se halla disponible en español en Paidós su estudio El crisol de Dios: el islam y la construcción de Europa (570-1215), sobre la influencia árabe en la España medieval—, es la capacidad para hilar las peripecias biográficas de unos y otros miembros de aquellas élites con asombrosa facilidad. Si algo se echa de menos en su trabajo es una mayor atención a la música harlemita. “Supongo que, en un afán por trascender a los tópicos de la era del jazz, del alcohol, de la prohibición [cuyo apogeo, entre 1920 y 1933, coincide tal vez no por casualidad con el del renacimiento], quedaron fuera algunas cosas. Mi intención fue discernir lo que las artes hicieron por la política, y cómo se emplearon para ciertos fines sociales y económicos”, aclara el autor, que si volviera a emprender la tarea de Cuando Harlem estaba de moda prestaría “más atención a la influencia de la cultura homosexual en el renacimiento, ejemplificada en el poeta Countee Cullen o por Langston Hughes”. Aunque Lewis se detiene en el papel decisivo de las revistas y periódicos de la época y sus premios literarios (Crisis, The Opportunity o The Messenger), así como en “la mecánica esencial de las noches del barrio”, con sus vibrantes clubes (Savoy, Cotton Club o La Torre Oscura), sus tugurios para echar un trago y las fiestas en casas de millonarios como la simpar A’Leila Walker, “primera millonaria afroamericana”, no se extiende demasiado en el arte de aquel tiempo y lugar, que también tuvo sus destacadas representaciones en las fotografías, rayanas en el experimento sociológico, de James Van der Zee, o en las pinturas de Aaron Douglas, Jacob Lawrence, Archibald Motley o Fritz Winold Reiss.

Un dibujo a carboncillo de este último adorna la portada de Caña, con traducción y epílogo de Maribel Cruzado Soria, otro rescate reciente de BAAM. Deslumbrante ejercicio narrativo a medio camino entre la novela, la prosa y la poesía, Caña fue definida por el novelista español Ray Loriga en la presentación del libro en el Círculo de Bellas Artes de Madrid con un eslogan contundente: “Es la novela que lleva toda la vida inspirándome incluso aunque no supiera que existía”. Cruzado, responsable de la difícil tarea de verter en español por primera vez una de las cumbres de la literatura estadounidense del siglo XX, detalla en el epílogo los retos de su empeño. “El libro representa dificultades de todo tipo”, explicaba la traductora esta semana en conversación telefónica desde Sevilla. “Ni siquiera los estudiosos saben muy bien qué significan ciertas palabras e imágenes en su idioma original, no alcanzan a entender a qué se refería Toomer”, explica la traductora, que recuerda que el autor nunca se sintió cómodo como parte de la tribu harlemita. “No comulgaba con esa idea festiva de los demás”.

Maribel Cruzado —que descubrió al grupo “mientras vivía en Nueva York”—, estuvo al cargo también de la edición de Blues  (Pre-Textos, 2004), una selección de la obra poética de temática cercana a lo musical de Langston Hughes, de quien Alfonso Sastre adaptó su pieza teatral Mulato  (Hiru, 1994). También participó Cruzado en la edición de Escritos sobre España, de Hughes, publicación impulsada por Sentís y Gallero en BAAM y que ha probado sus poderes de contagio cultural. Aquella colección de experiencias del escritor y viajero incansable en la Guerra Civil despertó un interés por el renacimiento de Harlem en la joven editora, entonces estudiante de Periodismo, Araceli Lobo, que acaba de fundar en Madrid Señor Lobo, editorial que nace con un sello dedicado al renacimiento de Harlem y cuya primera referencia es Autobiografía de un ex hombre de color, de James Weldon Johnson. La novela fue publicada anónimamente para hacerla pasar por unas memorias verdaderas en 1912 (y por tanto no exactamente dentro del arco temporal estricto del movimiento). Entre los planes futuros del sello, explica Lobo, está la traducción de Quicksand (Arenas movedizas), de Nella Larsen y la incorporación al catálogo de Wallace Thurman. La figura de Larsen ya llamó en 2010 la atención de la exquisita editorial zaragozana Contraseña, que cuenta en su nómina con Claroscuro (The Passing). “Dimos con ella en un manual sobre los 1001 libros que hay que leer antes de morir”, explica Francisco Muñiz, de Contraseña, “vimos que, sorprendentemente, no estaba traducida y nos lanzamos a ello”. La nómina de recientes publicaciones en torno al renacimiento de Harlem, sin pretender la exhaustividad, podría completarse con Divago mientras vago (La Balsa de la Medusa / Antonio Machado Libros). Segunda parte de las memorias de Hughes, continúa donde el autor lo dejó en The Big Sea y cuenta con un memorable arranque que podría aplicarse al movimiento al que el novelista estuvo adscrito: “Cuando tenía 27 años, se hundió la Bolsa. Cuando tenía 28, me hundí yo. Entonces, supongo, me desperté. De este modo, cuando estaba a punto de cumplir los 30, empecé a ganarme la vida escribiendo. Esta es la historia de un negro que quiso ganarse la vida con sus poemas y sus cuentos”.

En efecto, el crac del 29 dio bruscamente al traste con las utopías y sueños del renacimiento de Harlem. “Hubo que centrarse en la mera supervivencia”, explica Lewis. “¿Fue un bello fracaso? Es un debate interesante. Creyeron que iban a cambiar la sociedad con libros, con poesía, realmente lo creían. Luego, en los años treinta, cuando se dieron de bruces con la Gran Depresión, el desencanto ya es grande”. En algunos casos, como el de Hughes, la cosa fue más allá de la simple decepción. En The Big Sea, escribió en 1940: “Algunos creyeron que el problema racial quedaría resuelto a través del arte (…). Estaban seguros que al Nuevo Negro le aguardaba una nueva vida en los pastos verdes de la tolerancia (…). No sé qué les pudo hacer pensar eso, excepto que la mayoría eran intelectuales dándole demasiado al coco. Los negros corrientes no oyeron ni palabra de ningún renacimiento. Y los que lo oyeron, no vieron aumentar su sueldo precisamente”.

Lewis, al final de su prólogo de 1996 para Cuando Harlem estaba de moda, se inclina por emitir un veredicto menos severo: “El renacimiento erigió los cimientos para una revalidación integral de las energías culturales afroamericanas. Los hombres y mujeres del renacimiento de Harlem pudieron fracasar en su momento, pero no nos han fallado a nosotros en el nuestro”.

Bibliografía

Cuando Harlem estaba de moda. David Levering Lewis. Traducción de Javier Lucini. Biblioteca Afroamericana de Madrid / Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

Caña. Jean Toomer. Traducción de Maribel Cruzado Soria. Biblioteca Afroamericana de Madrid / Ediciones del Oriente y del Mediterráneo.

Autobiografía de un ex hombre de color. James Weldon Johnson. Traducción de Pepa Cornejo. Señor Lobo Ediciones.

Claroscuro. Nella Larsen. Traducción de Pepa Linares. Contraseña Editorial.

Escritos sobre España. Langston Hughes. Traducción de Javier Lucini y Maribel Cruzado Soria. Biblioteca Afroamericana de Madrid / La Oficina.

Divago mientras vago. Langston Hughes. Traducción de Mariano Peyrou. Antonio Machado Libros.

Blues. Langston Hughes. Traducción de Maribel Cruzado Soria. Pre-Textos.

Artículo completo en Babelia


"LA CATILINARIA DE SPONECK", por Miguel Ángel Bastenier

04 ago 2007 Babelia / El País

M. A. Bastenier

El responsable de la ayuda humanitaria de Naciones Unidas durante gran parte de la primera posguerra de Irak -tras el conflicto de Kuwait en 1991-, el alemán H. C. von Sponeck (Bremen, 1939), ha escrito Autopsia de Iraq, un libro frío y demoledor, una catilinaria austera sobre el tormento al que Estados Unidos y -como de ordinario- subsidiariamente el Reino Unido sometieron, no a un régimen como la propaganda rezaba, sino a una nación. El mayor que haya sufrido país alguno como consecuencia de sanciones de la ONU.

El programa "Petróleo por Alimentos", que comenzó a aplicarse en 1996 y duró hasta junio de 2003, unas semanas después del fin de la fase convencional de la segunda guerra del Golfo, estaba pensado para aliviar la situación del pueblo iraquí, de forma que las sanciones incidieran lo menos posible en el aprovisionamiento, sanidad, educación y reconstrucción del país, pero, en realidad, fue la sistematización de una tortura lenta, segura, perseverante para la consunción de Irak. Y es imposible, hoy, en plena fase guerrillera y terrorista de esa segunda guerra del Golfo, no establecer una conexión natural entre aquella posguerra y esta fase irregular del conflicto. La masa crítica del país, sus recursos sociales, económicos, culturales, quedaron entonces debilitados hasta el extremo de que cuando el presidente Bush dio la orden de invasión en marzo de 2003, un país exangüe apenas podía oponer alguna resistencia militar. La virtual destrucción de Irak que propugnaban los neo-con, entonces íntimos asesores del hombre de la Casa Blanca y talibanes de la supremacía de Israel en Oriente Próximo, era el inmisericorde corolario de aquel castigo.

Los datos de Von Sponeck

excusan al autor la necesidad de la ira, la retórica exaltación de la denuncia. Es como si prestara declaración ante un tribunal. A Irak se le permitía exportar crudo por valor de 2.000 millones de dólares cada seis meses; de esa suma 700 millones se destinaban a indemnizaciones de guerra y al pago de los servicios de la ONU, de forma que de los 1.300 millones restantes salían los iraquíes a 118 dólares per cápita para todo: sanidad, educación, infraestructuras. La ONU destinaba, por ejemplo, del propio presupuesto del país, algo más de cinco dólares semestrales por cabeza en la educación de los casi cinco millones de niños en edad escolar. Y para completar la faena, Washington debía autorizar cualquier compra externa para impedir las importaciones susceptibles de "doble uso", es decir, de presunta aplicación militar, lo que en la práctica implicaba retrasos formidables para adquirir una aspirina, como bien sabe una empresa de Barcelona que vendió un sistema de tratamiento de aguas al Gobierno que con tan menguados poderes aún presidía Sadam Husein. Al cabo de un año el crudo exportado se dobló a 2.600 millones, pero el deterioro de índices de nutrición, expectativa de vida, desarrollo humano, ya eran propios de la era preindustrial. Si en la guerra no había habido tiempo de bombardear Irak de vuelta a la Edad de Piedra, el programa conducía inexorablemente a algo parecido.

La posición de Washington y Londres, que atacaban el país desde el aire con una puntualidad que permitía a los que veían caer las bombas poner en hora sus relojes, no toleraba ningún remordimiento. Todo era culpa de Sadam Husein, que toreaba a los inspectores de la ONU para que, supuestamente, no pudieran encontrar las famosas armas de destrucción masiva; si se cumplía este objetivo, en cambio, se supone que habría cesado de inmediato el tormento, pero la evidencia de que tales armas, si habían existido, ya no era ése el caso cuando los marines entraban en Bagdad, hace hoy aún más cadavérica la mirada retrospectiva. Ni siquiera el autor podía saber cuánta era la enormidad del engaño que Bush y su acólito, el británico Tony Blair, intencional o neciamente habían perpetrado a la humanidad.

Y Von Sponeck es cualquier cosa menos un airado alternativo de la globalización; es un funcionario al que no le cabe duda de que las sanciones eran legítimas, avaladas por el Consejo de Seguridad, y de que Sadam Husein era uno de los individuos menos encomiables del planeta. Fueron los poderes anglosajones y una ONU incapaz de sustraerse a la fenomenal impostura los que habían convertido un programa de supervivencia en un plan para el aniquilamiento de una nación. El autor ha querido dar testimonio.

AUTOPSIA DE IRAQ

Autor: H. C. Von Sponeck
Traducción de Mercedes Villavista y Gonzalo Fernández Parrilla
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Madrid, 2007
550 páginas. 23 euros