"El gran monstruo de la historia es el ser humano"

 

Juan Cruz - El País - 25 de enero de 2019

Fotografía de Adonis de Inma Flores

El escritor sirio reflexiona sobre la violencia y el tiempo en ‘El libro II’

Adonis nació en una casa modesta de Qasabin, Siria, en 1930, se exilió en 1956 en Líbano, país que abandonó por París en 1986 huyendo de la guerra civil. Tiene la piel suave, como hecha por la intemperie. A él le gustaría volver a aquella casa vieja.

Poeta con ambición de abrazar el tiempo y el mundo, suena con recurrencia asociado a las candidaturas al premio Nobel. Es autor de un título enorme con el que viaja ahora a España, El libro II (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo), segunda parte de uno del mismo título en el que, a la manera del Cortázar de Rayuela, al que él admira, combina textos de la antigüedad de su lengua, el árabe, con reflexiones poéticas en las que la violencia y el tiempo se comportan como metáfora de la memoria. Es un hombre apuesto, sonriente. Hace brillar sus ojos con el estímulo infantil de la curiosidad. Al fin y al cabo, dice, “la vejez es otro tipo de infancia”. Hablamos en la espaciosa Casa Árabe. A veces sostiene en sus manos suaves el volumen, más de 600 páginas de gran formato. Podría ser un pentagrama o un misal laico. Nos traduce su sobrino nieto Yafaar Aluni.

Pregunta. ¿De dónde le viene el eco de su primera poesía?

Respuesta. De una pregunta sin respuesta: ¿quién soy yo? Tras medio siglo escribiendo todavía no la sé.

P. En los poemas está el tiempo antiguo.

R. Este tiempo vive dentro de mí pero no como residente, no como una persona que se aloja en mi interior sino como una preocupación pasajera. Quizá ahora escribiría un libro que trate del futuro, sobre cómo seré en el futuro de mi imaginación.

P. Usted se burla muchas veces del futuro.

R. Ahora estamos viviendo en el futuro, el momento actual es el futuro, lo que estamos diciendo hoy existe en el mañana. Cada momento del presente ya ha pasado, el presente absoluto es lo que llamamos futuro.

P. ¿De qué color es el futuro?

R. La reina Balkis le preguntó al profeta Suleiman: “¿De qué color es Dios?” Es lo mismo. En un verso me pregunto: “¿Quién es Adonis?, ¿quién le dirá a Adonis quién es Adonis?”. La poesía me contestó, más bien me susurró: “Tu pregunta es en sí misma una respuesta”.

P. Si ponemos sus palabras juntas estaremos haciendo un cuadro de Siria: Alepo, la guerra y la muerte son metáforas suyas. ¿Cómo le afecta?

R. A dos niveles, en el emocional y en el cultural. Estoy en contra de la violencia, no puedo aceptar ningún acto violento. A nivel cultural, el tiempo, el exilio, la sangre, son partes de la vida diaria y de la realidad de cualquier ser humano contemporáneo. El gran monstruo de la historia es el ser humano.

P. ¿Cómo ve el momento actual de la guerra en Siria?

La poesía me ha ayudado a hacer un viaje para saber quién soy

R. Como europeo que es usted, le pregunto: ¿cómo se puede aceptar que Occidente, y concretamente Estados Unidos, financie, apoye y reclute a gente de 80 nacionalidades con armas, con dinero, y los mande a Siria, a Irak y a otros países para matar y violar a mujeres? Esa es la pregunta… Estoy hablando de hechos reales. ¿Cómo es posible que Occidente lo acepte?

P. ¿Cómo combatirlo?

R. Se puede combatir. Pero, ¿se puede curar? Aquí reside el problema, entre el ser humano y lo que piensa o cree que es su creador, porque Dios, que es el salvador, como el monoteísmo en general, manda matar. El Dios de los judíos manda matar, el Dios de los musulmanes también, solamente el Dios de los cristianos murió defendiendo al ser humano. ¿Por qué Dios manda matar en el judaísmo y en el Islam y sin embargo en el cristianismo salva o muere por el ser humano?

P. Pero los cristianos matan.

R. Digo Dios, no lo cristianos… ¿Por qué la Iglesia rechazó a Jesús? Por perversión, por maldad, sí. Pero esa perversión, esa maldad es la que gobierna y controla el mundo de hoy en día. En el mundo de hoy se mata en nombre de Dios.

P. También en los países musulmanes.

R. Por supuesto.

P. Entonces, ¿por qué el hombre de cualquier religión o ideología se muestra solidario o amoroso y sin embargo mata?

R. Creo que todavía está por descubrir quién es el ser humano. Yo no creo en Dios, creo en el ser humano, pero sigo preguntándome cómo el ser humano es capaz de matar a otro en nombre de Dios. Eso significa que el ser humano inventó a Dios y no al contrario. Un invento para dominar al resto de los humanos.

P. ¿La poesía le ha ayudado a comprender esa desolación?

R. Muchísimo, pero sobre todo me ha ayudado a hacer un viaje dentro de mí mismo para conocerme mejor, para saber quién soy. En ese sentido me ha ayudado crear una imaginación poniendo al margen todos los demás problemas.

P. ¿Dónde vive ahora, dónde le gustaría vivir?

R. Vivo en Francia, pero me habría gustado vivir en la casa en la que nací; era una casa de barro, muy pobre, que formaba parte de la naturaleza.

P. ¿Qué pasó con la casa?

R. La misma naturaleza la destruyó.


DAWLA, la historia del estado islámico contada por sus desertores

Gabriele del Grande se revela con este libro como un gran periodista. Su investigación se inicia en septiembre de 2005 en las prisiones de Siria y atraviesa la revuelta de 2011, la insurrección armada contra la dictadura de Al-Assad y la instauración del Estado Islámico.

Como afirma el autor en la Introducción a su libro,

"el único modo de que dispone un escritor para contar una historia, a menos que quiera inventársela, es escucharla de viva voz de sus protagonistas. No para justificar ni humanizar, sino solo para contar y, a través del relato, buscar una respuesta, en el caso de que la haya, a esa antigua pregunta sobre la banalidad del mal que desde siempre resuena en nuestras cabezas después de cada guerra".

¡Próximamente en nuestro catálogo!


Presentaciones de 'Siria, la revolución imposible'

Calendario de presentaciones del libro Siria, la revolución imposible (Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2018), del escritor y disidente sirio Yassin al Haj Saleh:

--Lunes 16 de abril en la sede del IEMed, en un acto que contará con la presencia del autor y de Lurdes Vidal, directora del área de Mundo Árabe y Mediterráneo (IEMed).

Fecha: 16/04/2018

Hora de inicio: 19:00

Ciudad: Barcelona

Lugar: IEMed (c/ Girona, 20)

Vídeo de la Presentación en el IEMed

 

--Martes 17 de abril en el auditorio de la Casa Árabe de Madrid. Yassin al Haj Saleh estará acompañado de Santiago Alba Rico, escritor, ensayista y filósofo español, y Naomí Ramírez Díaz, traductora y editora del libro. Presenta Karim Hauser, coordinador de Política Internacional de Casa Árabe.

Fecha: 17/04/2018

Hora de inicio: 19:00

Ciudad: Madrid

Lugar: Auditorio de Casa Árabe (c/ Alcalá, 62)


Yassin Al-Haj: 'Siria, la revolución imposible'

Se acaba de publicar en español una recopilación de los textos que Yassin Al-Haj
ha ido publicando sobre la insurrección en Siria desde que esta se inició el 15 de marzo de 2011. Aunque poco conocido aún en España, Yassin Al-Haj es uno de los intelectuales más relevantes de los disidentes sirios.
Yassin pasó dieciséis   años   en   la  cárcel   por   su   militancia   comunista.   Desde   el   año   2000, tras terminar los estudios de medicina, que se había visto obligado a abandonar al ser encarcelado, ha   escrito   un   libro   de   relatos   sobre   su   experiencia   carcelaria   y  la cuestión siria, editado en Francia por Sindbad-Actes Sud. Colabora habitualmente con sus artículos en los periódicos Al-Hayat, Al-Quds al-Arabi y Al-Jumhuriya. En 2012, le concedieron el Premio Príncipe Claus del Ministerio de Asuntos Exteriores holandés por el impacto social de sus escritos, aunque no pudo recogerlo porque estaba en la clandestinidad   en   Damasco.   Actualmente   es   investigador   asociado   del Wissenschaftskolleg de Berlín. Su mujer, Samira Khalil, autora de Diario del asedio a Duma 2013, se encuentra en paradero desconocido desde su secuestro, junto a Razan Zaituneh, Wael Hammada y Nazem Hamadi, en diciembre de 2013

Diario de un mirón en las cárceles de Al Asad de Alfonso Vázquez en Moon Magazine

Hace unos años Theodor Adorno hizo una serie de afirmaciones sobre la creación artística que pronto cobraron la forma de un desafío: «¿Es posible la poesía después de Auschwitz?». La realidad ha mostrado su indolente y amoral sentido pragmático, y ha hecho aceptable lo que parecía una perversión. No obstante, permanece una de las aporías planteadas por el filósofo: cómo hablar de los hornos crematorios.

Intentémoslo.

Gran parte del éxito del genocidio político que Bashar al-Asad y sus aliados están llevando a cabo en Siria se debe a la extrema crueldad en su manera de actuar. Esa crueldad no repara en que el ser humano posee recuerdos, sentimientos, conciencia y millones de fibras sensibles. No trata al oponente como un ente complejo y sintiente sino —por parafrasear a Immanuel Kant— como un medio antes que como un fin. No reconoce al enemigo como un adversario, no distingue entre combatientes y no combatientes, y no repara en medios para exterminarlo, doblegarlo y vencerlo. Sus métodos están al alcance de cualquier visión postindustrial y low cost de la muerte: se arrojan barriles de dinamita, misiles cargados con gas cloro o con agente nervioso, se dispara a la columna vertebral de los niños…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Prisión de Tadmur, Siria

 

Pero la muerte no es bastante. No se trata solo de exterminar físicamente al adversario, sino que se busca su exterminio moral, de modo que durante muchas generaciones a nadie se le ocurra ocupar su lugar ni a nadie defender la legitimidad de la revuelta. Se trata de imprimir en la memoria colectiva de los sirios el recuerdo de un sufrimiento tan intenso que disuada de volver a intentarlo, que cualquier discrepancia sea considerada una locura.

Todo ello sucede ante los ojos del mundo, que prefiere mirar hacia otro lado, pues mirar de frente podría alterar nuestras convicciones e, incluso, impelernos a actuar. La atrocidad se sitúa muy por encima del umbral de dolor que estamos dispuestos a contemplar, de manera que el genocidio ha alcanzado una suerte de invisibilidad en medio de la sociedad del espectáculo.

Así, cualquier intento de explicación de la guerra en Siria es siempre fallido: hay una paralizante pereza intelectual que se arropa en la complejidad del conflicto para presuponer su incomprensibilidad. Pero comprenderlo no significa racionalizarlo, ni atrapar en un círculo diáfano a los culpables y en otro a los inocentes. Comprender es siempre un proceso inacabado que requiere de muchas aproximaciones y de una aproximación continua.

Viene lo anterior a propósito de la aparición en español de un libro de memorias escrito a la manera de la novela, anterior al inicio de la guerra en Siria, que ayuda a comprender lo que está ocurriendo ahora en aquel país. Hablamos de El caparazón (Al-Qawqa’a, 2008) de Mustafa Khalifa (Jarablus, Siria, 1948), que han traducido primorosamente Ignacio Gutiérrez de Terán y Naomí Ramírez, y que publica Ediciones del Oriente y del Mediterráneo (2017).

¿Llena un hueco la novela memoriosa de Mustafa Khalifa? Sin duda, pues la aproximación racional al conflicto no basta. Ninguna de las explicaciones aducidas, ni todas ellas en su conjunto, ofrecen una pálida imagen del porqué de la barbarie. Se pueden verter ríos de tinta sobre hipotéticos gasoductos que atravesarían el país, o analizar históricamente la rivalidad sectaria entre suníes, chiíes, drusos, kurdos y cristianos, o —incluso— indagar qué influjo tuvo el cambio climático en las revueltas de 2011. El analista más imaginativo, sin embargo, aún no habrá explicado la violencia, tal vez porque la violencia sea, por su propia naturaleza irracional, perfectamente inexplicable.

Es por esto que una aproximación artística, novelada, poética, narrativa que recoge las memorias de una —una entre cientos de miles— de las víctimas del régimen de la familia Asad puede resultar mucho más significativa que muchos de los análisis sociales y geopolíticos que se están escribiendo y se escribirán sobre la catástrofe siria. Escuchar a los protagonistas, a las víctimas, puede ser la más reveladora de las experiencias.

Le debemos, pues, a Mustafa Khalifa que nos haya permitido vislumbrar bajo su caparazón los efectos de la violencia más desnuda ejercida sobre el ser humano y, de paso, hacernos comprender qué nivel de abyección puede alcanzar una familia aferrada al poder totalitario.

Khalifa fue detenido en Siria a principios de la década de 1980, tras volver de París, donde había estudiado cinematografía. Hasta octubre de 1994 permaneció recluido en las cárceles de Hafez al-Assad, el padre del actual dictador Bashar al-Assad. Pasó la mayor parte de este tiempo en la prisión militar de Tadmur, junto a las conocidas ruinas de la ciudad romana de Palmira. Vivió durante más de trece años en el estómago carcelario de una de las dictaduras más represivas del mundo.

Prisión de Tadmur, Siria

Prisión de Tadmur, Siria

En la realidad paralela de la novela, al volver a Siria el protagonista Musa es detenido por unos comentarios jocosos sobre Hafez al-Asad, que fueron escuchados por un delator en una fiesta en París.

Cualquier excusa es válida para encarcelar a una persona en un estado totalitario, pero las circunstancias del arresto de Khalifa/Musa ponen de manifiesto algo bien conocido por los sirios en el exilio: la vigilancia a la que son sometidos por parte de compatriotas que actúan como espías para el régimen. La acusación es anónima y la orden de búsqueda y captura puede mantenerse en secreto hasta hacerse efectivo el arresto. En un primer momento, Musa se defiende y, ante la acusación de pertenecer a los Hermanos Musulmanes, aduce que él es cristiano y ateo. Esta afirmación solo le servirá para empeorar su situación en la cárcel, pues los guardianes lo considerarán traidor, y sus compañeros de celda nasrani —esto es, infiel, impuro— y, potencialmente, un espía del régimen. A las durísimas condiciones del encarcelamiento se sumará el ostracismo al que es sometido por sus compañeros de cautiverio.

Esta circunstancia confiere al punto de vista del narrador unas características muy especiales, pues ocupa en la cárcel el más bajo de los escalafones. Completamente aislado, sin pronunciar una palabra durante más de diez años, se convierte en un «mirón». Esto es, desarrolla la capacidad de la observación desapasionada, como el cine-ojo de Dziga Vértov. Registra todo cuanto sucede para verterlo más adelante sobre el papel. Afirma que esta memorización tiene como sustancia la palabra, si bien su novela está repleta de imágenes que, al mismo tiempo, revelan una gran perspicacia psicológica. Khalifa el cineasta se asombra al observar cómo es posible que todos los presos en el patio acuerden adoptar una misma postura ante el subteniente de la policía militar: «Teníamos la cabeza un poco agachada, los hombros caídos. Era una postura de reverencia, de empequeñecimiento y de humillación. ¿Cómo se pusieron de acuerdo todos los presos para adoptar dicha postura? Parecía que lo hubiéramos preparado previamente» (p. 44). O bien, según se introduce en la cárcel militar de Tadmur, observa: «¿Por qué las puertas se van encogiendo según avanzamos?».

Al mismo tiempo, Khalifa propone una fórmula de escritura basada en las técnicas mnemotécnicas aprendidas de sus compañeros de celda, devotos musulmanes que se repiten los versículos del Corán y los hadices (dichos y acciones del Profeta) hasta memorizarlos completamente. Otros, en cambio, organizados como una resistencia, registran el nombre, apellido, dirección, fecha de detención, sentencias, nombre de los familiares… de todos cuantos pasan por la prisión, y su suerte. Como en las etapas prehistóricas, ante la imposibilidad de la escritura se pone en funcionamiento la memoria. El protagonista de El caparazón adiestra su memoria para funcionar «como una cinta de vídeo», y solo le falta, tras salir de la cárcel, «vaciar parte del contenido de la grabación» (p. 17).

La estratagema es común a otros prisioneros políticos de toda latitud. Wumingshi —pseudónimo de Bu Naifu (1917-2002)—, encarcelado en China durante la era maoísta, memoriza sus poemas en prisión y luego son publicados en Taiwan (Yuzhong Shichao, Poemas compuestos en prisión, 1984).

El relato de Khalifa es también la crónica de un aprendizaje, de una adaptación a las inhumanas condiciones carcelarias. Pronto aprende que no se han de contar los golpes recibidos en cada paliza, pues con ello viene la claudicación; o que cualquier muestra de debilidad en el interrogatorio redoblará la violencia del torturador; o que ha de encontrar la esperanza en pequeñas victorias cotidianas, como el hecho de haber sobrevivido a un afeitado. Todo este endurecimiento, esta coraza, lo hará resistente a la humillación y a la tortura, y le permitirá afrontar las últimas pruebas sin admitir ninguno de los cargos que se le imputan y sin firmar una carta de agradecimiento al jefe del estado. También aprende a pensar en cosas agradables y a separarse del cuerpo durante la tortura. A cambio, ha entregado su confianza en la vida y en el ser humano.

El relato, en efecto, contiene una de las más aterradoras y claustrofóbicas descripciones de la vida en la cárcel. Pero no hablamos de cualquier prisión. Los términos nos juegan aquí una mala pasada. Hay otra clase de prisiones que escapan a la lógica de la justicia retributiva o de la rehabilitación del reo. Su naturaleza está más cerca del campo de exterminio que del reformatorio. Hay que buscar su imaginería en los cuadros de El Bosco, su perversión en los círculos del infierno dantesco («Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate»)[1]. Sin embargo, el relato de Khalifa de la tortura y de la humillación es objetivo, casi banal. Describe aterrado, pero no sorprendido. Refleja, tal vez, al hombre en que Khalifa se convirtió tras su paso por el infierno, no al ser sintiente que catorce años antes estuvo allí.

Así, si bien el relato manifiesta el estado subjetivo de miedo y humillación del protagonista, tiene, en ocasiones, la frialdad de un informe. No resulta especialmente escabroso. Detalla, pero no abunda. Deja un material perfecto para su examen como testimonio de lo que realmente ocurrió. En efecto, algunos de los procedimientos más específicos han sido posteriormente corroborados por informes de organizaciones de defensa de los derechos humanos y por multitud de testigos (la introducción del reo en neumáticos de camión para inmovilizarlo y dejar sus plantas de los pies al pairo del látigo del torturador, etc., etc., etc.).

Khalifa se plantea el dilema clásico de la víctima que ha de narrar la barbarie. No aparece en los términos de Jorge Semprún, que contrapone el recuerdo a la vida y tarda cincuenta años en tomar el aire necesario para contar su historia. Tampoco ocurre en los términos esbozados por Adorno, que busca la posibilidad y el modo de hablar de la barbarie. El dilema en Khalifa es distinto a los anteriores, pues el monstruo que lo ha torturado aún vive, y su novela podría contribuir a diseminar el terror sobre el que se afianza. Es, tal vez, más urgente, pues lo que Khalifa haga o diga puede alentar a la bestia o adormecerla. No sabe si su relato contribuirá a meter miedo y, por tanto, a asentar el régimen de terror asadiano.

Prisión de Tadmur, Siria

Prisión de Tadmur, Siria

La experiencia carcelaria, es obvio, transforma radicalmente a Khalifa, que evoluciona de ilusionado proyecto de cineasta a hombre desencantado, apenas vital, que renuncia en un primer momento a todo activismo y a toda actividad en el mundo libre: solo le parecen reales los muros de su prisión perdida. Transcurrido el duelo, Khalifa toma la pluma y publica en 2008, catorce años después de su liberación, El caparazón, que pronto se convierte en una referencia de la novela de prisión en árabe y que está llamado a ser uno de los testimonios clave sobre la represión del régimen de la familia Asad.

La novela de prisión, por otro lado, ocupa un lugar central en la literatura en árabe posterior a los procesos de independencia de los países árabes. Lo han cultivado autores como el sirio Nabil Suleyman (Al-Sijn, La prisión, 1972), el egipcio Naguib Mahfouz (Al-Karnak, 1974), la egipcia Nawal al-Saadawi, (Mudhakkarat Fi Sijn el-Nisaa, Memorias de una mujer en prisión, 1986), la marroquí Fatna El Bouih, (Hadith al-‘atama, Talk of Darkness, 2001), etc.[2].

La peculiaridad de El caparazón es que se trata de una novela que es, primordialmente, unas memorias, si bien no son las memorias de un solo autor. Mustafa Khalifa aclara que se basó tanto en su experiencia personal como en las confidencias de un compañero de prisión cristiano que pasó por circunstancias similares[3].

Estamos, pues, ante una novela que utiliza los recursos propios de la novela, no estrictamente ante unas memorias, ni ante el exclusivo testimonio de una de las víctimas. Pero una novela que tiene su origen en los hechos reales que el autor padeció y en otros que pudo conocer gracias al testimonio de otras víctimas. La narración de Khalifa, pues, se ajusta a los hechos, pero, al mismo tiempo, mantiene el ritmo narrativo, crea cierto suspense, dibuja con acierto los tipos y personajes que pululan por la cárcel de Tadmur, presenta cierto influjo del lenguaje audiovisual…

El procedimiento está en el fundamento de muchas autoficciones que enriquecen la experiencia personal del autor con lo observado o con lo experimentado por otras personas. Suma de memorias individuales, pues, que dibuja la realidad con mayor perspectiva. No en vano el autor estuvo allí, pisó la cárcel, sufrió la humillación y la tortura, y sobrevivió. Sobrevivió y se atrevió a contarlo.

Por estos motivos, resulta apropiado relacionar El caparazón con aquel conjunto de obras que constituyen las memorias de los supervivientes de los campos de concentración y exterminio. La obra de Khalifa comparte con aquellos no solo un decorado, sino también, y, sobre todo, el hecho de que sus autores se juegan la vida en el intento.

Jorge Semprún esperó 50 años tras su liberación para escribir sobre su confinamiento en Buchenwald, y planteó su obra como una disyuntiva agónica en La escritura o la vida (1995). Primo Levi no soportó la incomprensión con que se toparon sus memorias, narradas en Si esto es un hombre (1947), y se suicidó en 1987. Elie Wiesel cuenta en La noche (1958) su propia experiencia a través de un adolescente que asiste a la muerte de su familia en los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald, y concluye «el silencio de Dios». También Imre Kertész, en Sin destino (1975), da la voz a un niño de 15 años «que no se le parece» para narrar sin sentimentalismo, con verdad. Tadeusz Borowski no logra escapar al suicidio (1951) pero logra expresar en Nuestro hogar es Auschwitz (1958) su sentimiento de culpa por haber sobrevivido. Robert Antelme, en La especie humana (1947) describe la degradación que produce la esclavitud de los campos. En Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia (1966), Jean Améry no cuenta su historia personal, sino que describe el «estado subjetivo de la víctima», y afirma que «quien ha sufrido la tortura, ya no puede sentir el mundo como su hogar». Se suicida en octubre del 1978 después de haber renunciado a su nombre, Hans Maier, y con ello a su identidad alemana. No se limitan estos testimonios al holocausto nazi, como acredita Aleksandr Sozhenitsyn en Archipiélago gulag (1973). Etc., etc., etc.

Todas estas narraciones —más otras— forman un entramado que ha logrado constituir un imaginario colectivo sobre el holocausto, sobre el genocidio, sobre el exterminio. A falta de una justicia más efectiva, se produce cierta justicia poética. Se restituye el honor a las víctimas por medio de la memoria, pero también por medio de la fabulación. La literatura, el cine y la memoria han dibujado una narración de los hechos que trata de recuperar la justicia, de honrar a las víctimas y de impedir que hechos similares se reproduzcan. Con el mismo propósito, en varios países se pena el negacionismo y el revisionismo. El resultado está muy lejos de ser el ideal —tal y como prueban los genocidios de Ruanda (1994), Bosnia (1992-1995), Siria (2011) o, en la actualidad, el de los rohingya en Myanmar o el de los darfuris en Sudán del Sur—, pero la existencia de esta narrativa es un aviso que transforma el mundo en un lugar menos inhumano.

Mustafa Khalifa y Naomí Ramírez. Foto: Ana Ballesteros

Mustafa Khalifa y Naomí Ramírez. Foto: Ana Ballesteros

El caparazón. Diario de un mirón en las cárceles de Al-Asad, de Mustafá Khalifa, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2017. Puede adquirirse aquí.
Reseña de Alfonso Vázquez
Nota: Las fotografías de la cárcel de Tadmur utilizadas en este artículo fueron publicadas por el Estado Islámico tras su abandono del área de Palmira en marzo de 2016.

[1] «Abandonad toda esperanza vosotros que entráis». Es la inscripción que encuentra Dante en las puertas del infierno.

[2] Además de los mencionados arriba, han cultivado el género de prisión autores como el egipcio Taher Abdul Hamkim (Al-Aqdam al-Aariya, Pies desnudos, 1980), el egipcio Fathi Abdul Fattah (Thuna’iyyat al-Sijn wa al-Ghurba, The Duet of Prison and Alienation, 1995), el egipcio Sunallah Ibrahim (Sharaf, 1997), etc.

Cf. Human Rights, Suffering, and Aesthetics in Political Prison Literature, editado por Yenna Wu y Simona Livescu, Lexington Books, 2011.

[3] Véase la entrevista del autor con Imad Karkas para Siraj Press, «The Shell: Mustafa Khalifa on Palmyra’s Infamous Prison», The Syrian Observer, 18 de mayo de 2015. (Véase aquí).

 


DIARIO DEL ASEDIO A DUMA 2013

PRESENTACIÓN EN CASA ÁRABE DE MADRID

El 2 de febrero se presentó el Diario del asedio a Duma 2013 en un emotivo acto en homenaje a los cuatro desaparecidos en Duma, Samira Khalil, Razan Zaituneh, Wael Hammada y Nazen Hammadi. El acto contó con la participación de Karim Hauser, en nombre de Casa Árabe, Naomí Ramírez Díaz, traductora del libro, Santiago Alba Rico, filósofo y ensayista, y Yassin Swehat, periodista hispano-sirio. También se pudo ver un video grabado expresamente para este acto por el intelectual y activista sirio Yassin el Haj Saleh, compañero de la autora del libro, quien se ha ocupado de la edición y escrito el prólogo y algunos artículos que sitúan en contexto las notas escritas durante el asedio a Duma por Samira Khalil.

 

ARTÍCULOS Y CRÍTICAS

 

Relato del descenso a los infiernos de Siria

 

El ‘Diario del asedio a Duma’, de la activista Samira Khalil, retrata con enorme lucidez y minuciosidad el día a día de la vida cotidiana bajo la guerra

 

Ignacio Álvarez-Ossorio

 

El conflicto sirio ha entrado ya en su séptimo año de vida, pero las referencias bibliográficas en castellano sobre lo ocurrido en todo este tiempo siguen brillando por su ausencia. Si exceptuamos las obras dedicadas al autodenominado Estado Islámico (ISIS en sus siglas en inglés) en su mayoría traducidas de otros idiomas --con la honrosa excepción de Estado Islámico. Geopolítica del caos (Los Libros de la Catarata, 2015), elaborado por Javier Martín--, apenas podemos rescatar media docena de libros que tratan de desentrañar los entresijos del conflicto. En este desierto editorial brillan con luz propia unas pocas excepciones como Cuando la revolución termine (Turpial, 2016), la vibrante obra prima de la autora galaico-siria Leila Nachawati; Siria, el país de las almas rotas: de la revolución al califato del ISIS (Debate, 2016) de Javier Espinosa y Mónica García Prieto, dos excelentes conocedores de la realidad siria; o Siria. La primavera marchita (Libros.com, 2015), elaborado por varios periodistas que han cubierto la guerra en alguna de sus fases. En esta lista también debería incluirse mi libro Siria. Revolución, sectarismo y yihad  (Los Libros de la Catarata, 2016), una aproximación más académica sobre la cual no me extenderé por razones obvias. Un balance, en todo caso, magro, si tenemos en cuenta que el conflicto arrancó en 2011 y que ha provocado la mayor catástrofe humanitaria en Oriente Medio desde la Segunda Guerra Mundial.

 

Por esta razón debemos felicitarnos de la reciente publicación por parte de Ediciones del Oriente y el Mediterráneo del Diario del asedio a Duma escrito por Samira Khalil y traducido por la arabista Naomi Ramírez. Junto con La frontera. Memoria de mi destrozada Siria (Editorial Stella Maris, 2015), de Samar Yazbek, es uno de los libros escritos por activistas sirias que retratan, con enorme lucidez y minuciosidad, el día a día de la vida cotidiana bajo la guerra. Pese a que no está concebido como un libro, ya que se limita a recoger las anotaciones y reflexiones de Khalil durante el asedio de Duma, el libro nos ofrece un relato desgarrador del descenso a los infiernos de su país, de la brutalidad del régimen, de la irrupción de las bandas islamistas y del cinismo de la comunidad internacional ante el descenso a los infiernos de Siria. Un relato que, en determinadas ocasiones, se hace asfixiante por su crudeza.

 

Samira Khalil, una militante del Partido Comunista del Trabajo que pasó cuatro años en las cárceles del régimen, habla de su vida en la ciudad asediada de Duma y del trabajo que desarrolla con varias organizaciones locales de mujeres. Pero sobre todo habla de las consecuencias del asedio sobre la población civil: las dificultades para llegar a fin de mes, la falta de medicinas y personal médico y la hambruna de una población olvidada, víctima de sistemáticos bombardeos con misiles balísticos y barriles bombas que pretenden doblegar la resistencia de los grupos rebeldes. Como ella misma nos recuerda: “Es una guerra, una guerra de verdad, no un juego de disfraces importados. Es una guerra superior a las demás en inmoralidad con la que el mundo la mira. No es un juego. Son personas de carne y hueso que mueren a diario: de enfermedad, hambre, represión brutal”.

 

El empleo del hambre como arma de guerra ha sido una constante durante todo el conflicto siguiendo la estrategia del “arrodillaos o morid de hambre”, como ella misma lo denomina. Samira nos acerca a la vida cotidiana de Duma: “Bajo asedio no hay nada: ni medicinas, ni agua, ni electricidad. Nada. No, he olvidado la muerte, que es lo único que hay en abundancia. No hay casa en la que no haya un mártir; no hay casa en la que no haya un detenido; no hay casa en la que no haya alguien que ha perdido una parte de su cuerpo o que tenga heridas de balas o restos de metralla”.

Incluso en varias ocasiones, la autora compara la cárcel con el asedio y concluye que “la cárcel parecía un exilio con cierto lujo: la comida llegaba a diario, aunque fuera escasa… La muerte aquí nos toca a todos. El proyectil no escoge a las personas”.

No sólo se limita a acusar al mundo occidental de pasividad ante la tragedia siria, sino que además denuncia su complicidad: “Es una guerra cuya inmoralidad es insuperable, mientras el mundo mira los restos de las personas: carnes y sangre que saltan por los aires a través de las pantallas… Mueren a causa de los proyectiles que atraviesan sus casas… Mueren mientras preparan la comida de sus hijos y piensan qué harán para cenar”. A pesar de todo, “el mundo ve y oye lo que sucede, pero mantiene su apoyo tácito al criminal”. La autora se pregunta cómo reaccionaríamos si nuestros gobernantes “se atrevieran a emplear sus aviones, armas químicas o su artillería” contra la población por echarse a las calles para reclamar libertades y reformas.

Ni tan siquiera el empleo de armas químicas contra la zona de Guta en el verano de 2013 sacudió a una comunidad internacional pasiva ante las reiteradas masacres que han segado la vida de medio millón de personas. El asesinato a sangre fría de 1.466 civiles la noche del 21 de agosto es descrito de manera desgarradora: “Se durmieron sin saber que era su última noche… Se marcharon sin ruido, en un sueño eterno. Se marcharon y dejaron al mundo una vergüenza infinita”. A pesar de que el empleo de armas de destrucción masiva contra la población civil había sido considerado por el presidente norteamericano Barack Obama como una línea roja, Samira denuncia que “se llevaron las armas químicas y dejaron el resto de herramientas de la muerte”.

La suerte de Samira Khalil es una incógnita, ya que fue secuestrada junto a otros tres activistas por milicianos armados y desde entonces no se han vuelto a tener noticias suyas. Todas las pruebas indican que el Ejército del Islam, un grupo salafista financiado por Arabia Saudí y participante en las negociaciones de Ginebra, estaría detrás de su desaparición. El caso de Khalil no es excepcional, ya que otros muchos activistas prodemocráticos han quedado aislados entre dos fuegos: el del régimen y el de las facciones islamistas. Como nos recuerda su compañero sentimental, Yassin al-Haj Saleh, “lo que convierte Siria en una tragedia mundial es que los sirios no se enfrentan a un único enemigo. Además de la mafia del autoritarismo assadiano, que se comporta como dueña del país desde que el déspota Hafez dejase como heredero a su hijo Bashar, los sirios se enfrentan a otro enemigo, que son las organizaciones nihilistas islamistas que han nacido de la falta de horizontes de desarrollo que han padecido nuestras sociedades en las últimas tres o cuatro décadas. Una situación reforzada por el papel jugado por el tercer enemigo, el extremadamente radical sistema de dominio estadounidense en la zona y apoyo clave de Israel: Las tres fuerzas del salvajismo están intrínsecamente ligadas, y no se entiende ninguna de ellas al margen de las otras”.

El libro se completa con una vibrante presentación del filósofo Santiago Alba Rico y con varios artículos de al-Haj Saleh, que pasó 16 años de su vida en las cárceles de los Asad castigado por su militancia comunista. Alba, con su habitual clarividencia, arremete en su presentación contra la izquierda negacionista europea que se empeña en “negar que en Siria hubiera una revolución democrática, negar que hubiera una izquierda luchando contra el régimen, negar los crímenes de al-Asad y de Rusia, negar la complicidad de EEUU, negar –en definitiva- la verdad y con ella a sus víctimas y a sus héroes”.

Un libro, en definitiva, indispensable que nos presenta un relato en primera persona del conflicto sirio y que sirve para combatir la guerra de la desinformación que le acompaña.

----------------------
Ignacio Álvarez-Ossorio es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante y autor del libro Siria. Revolución, sectarismo y yihad (Libros de la Catarata, 2016).

Artículo completo en ctxt: http://ctxt.es/es/20170329/Firmas/11737/Diario-del-asedio-a-DumaSamira-Khalil-Siria.htm#.WN0YucfyCXA.facebook

 

 

UNA GESTA Y MIL FRACASOS

 

Ignacio Gutiérrez de Terán *

 

En 1991, una mujer siria de treinta años llamada Samira Khalil recupera la libertad. Había pasado cuatro años de cautiverio en las cárceles del régimen de Háfez al-Asad, acusada de pertenecer a un partido clandestino, en concreto una facción comunista enfrentada al PC oficialista y aliado del Baath (formación socialista panárabe) hegemónico. Poco podía imaginar entonces que veinte años después millones de sirios saldrían a la calle a demandar la justicia y la libertad que ella tanto ansiaba; mucho menos que en 2013 acabaría recalando en la zona donde se hallaba la cárcel de mujeres de Duma, su antiguo lugar de confinamiento, y que padecería junto con decenas de miles de compatriotas un asedio feroz, para, a la postre, caer secuestrada en diciembre de ese mismo año por, todos los indicios apuntan a ello, un grupo islamista. Desde entonces, nada se sabe de ella, ni de sus tres compañeros: la conocida defensora de los Derechos Humanos Razan Zaituneh, el marido de ésta, Wael Hammada, y el abogado, activista como todos ellos, Nazem Hamadi.

 

 

 

El libro traducido por Naomí Ramírez Díaz y publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, en su esforzada y admirable labor por publicar textos que muy pocos parecen dispuestos a asumir, en un país donde cada vez se lee menos y se entiende menos aún, refleja con trazo doloroso la tragedia en que ha devenido Siria como nación, sociedad y estado. La historia del “manuscrito” y su disposición aportan ya de por sí un rasgo de tragedia: ni el título ni el orden de las jornadas ni siquiera la introducción son de Samira Khalil, porque ella ni siquiera había pensado en hacer este libro. Lo que se presenta ante nuestros ojos no es un recuento organizado y premeditado de las penurias del inclemente asedio decretado por las fuerzas gubernamentales a la región “rebelde” de al-Ghuta, donde se encuentra Duma. En verdad, nunca tuvo la oportunidad de elegir el momento adecuado para su publicación ni preparar una dedicatoria. Ni discutir con sus amigos, o la editorial, el título más indicado.

 

Tampoco pudo hacerlo con su marido Yassin al-Haj Saleh, otro activista, escritor en este caso, a quien alguien hizo llegar desde al-Ghuta unos folios con notas personales de Samira a los que añadió entradas que esta había alcanzado a publicar en Facebook. Su labor de edición, junto con una presentación y varios artículos suyos y del novelista palestino-libanés Elías Khoury, uno de los pocos izquierdistas árabes que ha expresado un hálito de humanidad y coherencia política hacia el padecimiento sirio, completan este diario que nunca debería haber sido un libro. Todo ello se acompaña con una incisiva y contundente presentación, como no podía ser de otra manera, de Santiago Alba Rico.

 

Si, por ventura, leen las palabras de Samira Khalil, a pesar de su concisión, podrán vislumbrar lo que está pasando en Siria, no sólo desde 2011 sino desde la década de los sesenta del siglo pasado. Un sistema policial, represivo y feroz, que mantiene en vilo a sus súbditos, en especial a los que se atreven a tener ideas políticas propias, y que nunca te deja saber si volverás a casa después de una jornada de trabajo o si podrás algún día firmar tus libros.

 

Las reflexiones de Khalil, concisas, directas y sin circunloquios, son cuchilladas. Aldabonazos de un j´accuse contra casi todo: el poder clánico de los Asad, cuyo sadismo implica decretar la muerte de sed, inanición y barriles de pólvora a parte de sus súbditos; contra todos los países, del entorno y más allá, y las organizaciones de derechos humanos, que no han hecho nada para siquiera llamar a la barbarie por su nombre; contra los partidos, de derecha, centro e izquierda, sobre todo los de esta última, cuyo silencio o comprensión con el plan de tierra quemada del régimen y su aliado ruso ha sido especialmente lacerante; contra parte de los propios sirios, que han utilizado la revolución para obtener beneficios personales; contra los representantes de la oposición en el exterior, ineficaces y venales; contra, contra, contra… ¿Qué cabría decir de la desidia de todos y todas ante el acto de degradación de la condición humana que se ha perpetrado en Siria?

 

Portada del libro de Samira Khalil. / orienteymediterraneo.com

 

Lo que viene pasando en Siria desde hace seis años representa un fracaso para todos. La imagen de un caballo desbocado, con los ojos vendados, que se dirige a un precipicio ante la mirada displicente de un público entumecido; el recurso de una película de suspense en la que todo el mundo sabe que la bomba está debajo de la silla donde se sienta el protagonista, ignorante del destino que lo apremia. Este diario, que nunca debería haber visto la luz, traslada el dolor y la desolación más allá de la piel de los sirios, pero, nos tememos, seguirá cayendo en saco roto. Su publicación en español vino a coincidir con la toma de Alepo por parte de las tropas gubernamentales y sus milicias aliadas, tras años de asedio y destrucción programados. Una ciudad desolada, como otras tantas en Siria, un castigo cruel infligido a civiles condenados al hambre, al frío y al asco. No ha pasado gran cosa.

 

En el momento en que se escriben estas líneas “resuenan los ecos” –qué expresión tan petulante- del informe de Amnistía Internacional sobre la cárcel militar de Sednaya y los 13 mil ahorcamientos de opositores allí hacinados. No se han visto muestras de repulsa internacional dignas de consideración. Tampoco se dijo mucho más cuando se hicieron públicos informes bien documentados, asimismo demoledores, sobre las atrocidades cometidas en esa misma prisión y en otras muchas, como la de Adra, Mezze y la ominosa Palmira, antes y durante la revolución.

 

La literatura carcelaria siria, por desgracia, es abundante y variada, como puede verse en las novelas-diario de intelectuales izquierdistas de la talla de Mustafá Jalifa, Farach Bayraqdar, Aram Karabit o el propio al-Haj Saleh, o de islamistas, como Abd Allah al-Nayi o Jáled Faysal. Muchos de ellos personas que “pasaban por allí”, como la presa Heba Debbagh; sin embargo, resulta muy escasa si se tiene en cuenta que son cientos de miles los sirios que han penado en las mazmorras de los Asad. Pero eso ya tampoco cuenta mucho, porque las prioridades de la guerra de destrucción llevada a cabo por aquellos ha impuesto una nueva práctica y su consiguiente literatura: el asedio a poblaciones enteras. Cómo será que Khalil misma afirma en varios pasajes que la cárcel era mucho menos mala –una “broma” incluso- que padecer la reclusión de un cerco, con sus bombas, armas químicas, cortes de suministros y francotiradores inclementes.

 

Ahora bien: por encima de todos estos fracasos se eleva la inmensa gesta de gente como Khalil y una multitud de personajes anónimos, que hacen lo más difícil: resistir. Khalil no se queja de lo que le ocurre a ella en estas páginas: es consciente de que, al fin y al cabo, como le escribiera una vez su padre cuando estaba en la cárcel, “las personas son las posturas que adoptan. Vosotras elegisteis: estad a la altura de vuestra elección”. Peor estaban las familias atrapadas en el laberinto de controles y tierra yerma, las madres impotentes ante la enfermedad y la agonía de sus hijos, los ancianos condenados a morir de hambre…

 

Ella sabía ya en 2013, al igual que otros muchos dentro y fuera de Siria, que la revolución, para triunfar, necesitaba “apoyo humano, ético, económico y político”, pero que carecía de todo eso. Reprimida por un régimen clánico y despótico, violentada por grupos políticos y armados oscurantistas, como el que la secuestró, manipulada por los grandes intereses regionales e internacionales, puestos de acuerdo para dejar el conflicto sirio en flotación perenne, es una gesta, fabulosa, que personas como Samira Khalil y con ella miles, cientos de miles, sigan resistiendo y albergando la ilusión de un cambio radical. Al final, su tesón particular vencerá a nuestra universal indiferencia.

 

(*) Ignacio Gutiérrez de Terán es profesor de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad Autónoma de Madrid.

Artículo completo en cuarto poder: https://www.cuartopoder.es/tribuna/2017/02/25/una-gesta-mil-fracasos/9864

 

Samira de Siria

El testimonio de una luchadora mujer siria, víctima de la represión…

Por Iñaki Urdanibia

«Ahora es el momento del dolor, pero no el de la desesperación. Es el inicio de un tiempo después de la desesperación, que debemos construir con paciencia e insistencia en el sueño de la libertad»

                                                     Elías Khoury

Decía el otro que donde hay opresión hay resistencia; podría volverse, también, la frase diciendo que donde hay resistencia hay opresión. Pues bien, el libro que acaba de editar Ediciones de Oriente y del Mediterráneo: Diario del asedio a Duma 2013 de Samira Khalil da buena cuenta de ello. El conmovedor testimonio de esta última es el centro del libro, que va acompañado de un par de interesantes textos: uno, del marido de la mujer, Yassin Al-Haj Saleh —que también ha probado con abundancia los zarpazos de la represión (tortura, cárcel y exilio)—, que presenta a su mujer y prologa los escritos de ella, y la presentación de Santiago Alba Rico; empecemos por lo último.
Santiago Alba, innegable conocedor de la política de la zona, en su Presentación, contextualiza el texto y nos sitúa en medio del enfrentamiento que opone a fuerzas que, al fin y a la postre, son como las dos cabezas de Jano, son dos pero conforman una ya que una necesita a la otra y la otra a la una. El régimen de Bashar al-Ásad —digno heredero de Hafez al-Ásad— sostenido por Rusia e Irán, por un lado, por otra un conglomerado de fuerzas que hace coincidir, nolis velis, a los aliados europeos y yankis con el ISIS, que también se enfrenta al régimen establecido sirviéndole como pretexto para cometer, seguir cometiendo, sus infames tropelías; todos juntos y en unión con el fin de evitar cualquier cambio sustancial de la situación, y prestando apoyos guiados por meros intereses geopolíticos, posición que —según Alba— ha contagiado a la izquierda latinoamericana y a algunos sectores de la izquierda árabe que apoyan al sistema que desde hace ya cincuenta años practica el politicidio. Alba subraya —y nadie por mínimamente enterado que esté de la situación siria y de todas las primaveras que en la zona han sido podrá negarlo— que el objetivo común de la mayoría de las fuerzas enfrentadas es frenar cualquier cambio real, cualquier revolcón revolucionario, adoptando para ello diferentes fachadas: “democráticas” o abiertamente fascistas… es el caso.
Yassin Al-Haj Saleh en su «Samira de Siria», relata sus andanzas opositoras al régimen como militante comunista, desde su juventud (con la sombra alargada de los poetas Federico García Lorca y Pablo Neruda), las consecuencias de tal compromiso: largos años de encierro, dieciséis, para acabar exiliado, ilegalmente, en Turquía. Junto al retrato de su experiencia y la de sus camaradas, centra su relato en pintar cómo y cuándo se estableció la relación entre ambos y cómo se casaron, estableciendo su hogar en Damasco; cuando ya, contando a la sazón con cincuenta años, tras diez años de unión, planeaban adquirir una casa propia, llegó la revolución en 2013, lo cual puso todos los planes, y lo demás, patas arriba; pasa posteriormente a detenerse en la recreación de la figura de su esposa como ejemplo de valentía y tenacidad, de duras pruebas —cuatro años de prisión— hasta su secuestro junto a otros compañeros comunistas (Razan, Wazel y Nazem) por algún grupo de fanáticos salafistas… desde entonces su paradero es desconocido. Se detiene Yassin Al-Haj Saleh en describir los enemigos que tiene el pueblo sirio: la mafia asadiana, que fue transmitida hereditariamente de padre a hijo (¡ curiosa república!), los grupos extremistas islamistas (Daesh, Al-Qaeda y el Ejército del Islam, este último fue el responsable del secuestro nombrado), sin obviar el poder estadounidense representado por la presencia del estado-gendarme de Israel. Y el hombre toma fuerzas para seguir alzando la bandera del recuerdo de Samira y sus compañeros, y reivindicando la cultura como forma de acción frente al triángulo enemigo: «se trata de un espacio para la humanización y la creación de significados en las que los asadianos y sus señores no pueden competir con nosotros, como no pueden los nihilistas islamistas, ni los estadounidenses y sus acólitos».
Como queda dicho, lo esencial del volumen son las notas del diario de Samira; flashes en los que se presentan además de los aspectos propiamente políticos y de lucha, asuntos relacionados con la vida diaria y sus objetos, costumbres alimentarias (pan hecho con sangre y sudor) y otras. El tiempo abarcado va de agosto de 2013 hasta diciembre del mismo año; en la primera fecha fue cuando se produjo la criminal masacre mediante la masiva utilización de armas químicas al que siguió el cerco de Al-Ghouta ; el final de las notas fue forzado por el secuestro sufrido; por medio queda la llegada del invierno, y la escasez de ropa, de agua, de medicinas y de vivienda, pues la población estaba totalmente destruida, pues las armas químicas fueron sustituidas por el lanzamiento de barriles incendiarios.
A través de las palabras de la mujer, que pretende contar lo vivido y visto sin atender a ningún tipo de abalorio estilístico a pesar de lo cual el lirismo de su prosa brilla con luminosos destellos, aprehendemos el estado de ruinas, la matanza, las privaciones, el hambre, la enfermedad y la muerte; madres que ven los cadáveres tiroteados de sus hijos, hurgando en los escombros en busca de familiares y vecinos, contabilidad de muertos, búsqueda de modos de subsistir evitando las bombas y buscando comida o medicinas, y la imposibilidad de escapar de la sucursal del infierno ya que las puertas se cierran, y los muros y mares se convierten en dispositivos de rechazo y muerte hacia quienes pretender ponerse a salvo. Samira siente la falta de sus amigos, de su marido, de su casa y comparte su ausencia con los demás pobladores de la ratonera en la que se hallan pillados por las bombas y por los ataques incesantes… y el cuchillo de Bashar Al-Asad clavándose cruelmente en el costado de la población, castigada ya que —según las palabras del presidente— no son pueblo sino infiltrados a los que hay que eliminar a toda costa. Frente a ello la indiferencia y el silencio del mundo al que se ha congelado el corazón y ha olvidado las revoluciones habidas en sus países y no escucha los gritos de dolor y muerte que inundan los humeantes cielos: La omnipresente presencia de la muerte que iguala, o empeora tal vez, las condiciones vividas en la cárcel y en el asedio, convirtiendo a este último en una situación más peligrosa e insegura si cabe, y los recuerdos de los momentos pretéritos vividos, y aun en los más duros momentos el agradecimiento a las compañeras y la esperanza de que un día se celebrará la libertad de todo el país, y en que la revolución triunfará construyendo una vida nueva para los ciudadanos («la tierra no muere, ni tampoco el ser humano . La vida sigue a pesar de tanta, tantísima muerte… Proyectiles, balas y aviones»). Como es obvio, no faltan los certeros dardos dirigidos a los responsables del desastre en que vive el país.