Coulibaly reflexiona sobre El delito de ser "negro"
El delito de ser «negro». Mil millones de «negros» en una cárcel identitaria

Fronterad REVISTA DIGITAL

Bassidiki Coulibaly – 03/11/2022

El hombre es hombre solo porque puede hacer mentir a su definición, porque
puede ser otro, actuar de otra forma, hacer otra cosa, lo contrario, y así hasta el
infinito; el hombre no se sostiene, como una cosa, en su noción abstracta. No
tenemos más «naturaleza» que este poder estar fuera de toda naturaleza y, en
primer lugar, fuera de la nuestra propia. Ahora bien, es esta posibilidad del
desmentido infligido al concepto lo que es la libre libertad.

  1. Jankélévitch, ‘Le je-ne-sais-quoi et le presque-rien, t. 3’. La volonté de vouloir

 

Sería irresponsable, criminal incluso, querer concluir mis rápidas incursiones en la densa y enmarañada espesura de lo que han dado en llamar desatinadamente “el problema negro”. Hablemos más bien de suspensión. Suspensión del discurso, se entiende. ¿Por qué habría que concluir, cuando la historia no ha suspendido su curso caótico, cuando “el problema negro” persiste sólidamente? Digamos de entrada que, si el “problema negro” tiene n dimensiones en la actualidad, históricamente “los negros” no tenían ningún problema con “los otros”, con quienes los “descubrieron”. “Los negros” se volvieron un problema para sus “descubridores” porque, de entrada, estos últimos los vieron como la solución a todos sus problemas materiales. “El problema negro” es ciertamente un problema de “los negros”, pero también y, sobre todo, un problema de los “no negros”; es un problema de los “árabes-bereberes”, un problema de los “blancos” y, por extensión, un problema de toda la humanidad. Esto es de cajón para todos aquellos que tienen la íntima convicción de que africanos, americanos, asiáticos, europeos, australianos, etcétera, son miembros de pleno derecho de la gran familia humana. El “problema negro” no existiría si la unanimidad y la universalidad se hicieran en torno a la mencionada obviedad. “Los negros” no son todos hermanos y hermanas a pesar de la matriz animista, no todos los humanos son hermanos y hermanas a pesar de los dogmas de las religiones universalistas. Mis investigaciones sobre “el problema negro” se desarrollaron precisamente a partir de esta invariante de la historia.

“Los negros” no inventaron ni el judaísmo, ni el cristianismo, ni el islam, ni ninguna religión “universalista”. El África antigua es la tierra de las religiones llamadas “animistas”, abiertas y acogedoras sin ser proselitistas, que predican verdades sin pretender la verdad universal. De ahí la tendencia de los “animistas africanos” a practicar la “hospitalidad africana” (por su cuenta y riesgo), a establecer vínculos de parentesco “sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición”, como estipula el artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948. Este “humanismo negro”, practicado unidireccionalmente desde los primeros tiempos de los encuentros, chocó inmediatamente con la insaciable sed de lucro y la ferocidad sin precedentes de los primeros llegados, a saber, los misioneros del islam conquistador y triunfal. Nos encontramos en los albores del genocidio más largo de la historia de la humanidad, en el comienzo de su primera fase, la fase exclusivamente oriental-africana.

A lo largo de la primera parte de este libro, he intentado mostrar hasta qué punto Bilad-as-Sudan (la tierra de “los negros”) fue El Dorado de los musulmanes árabes y bereberes procedentes principalmente del norte, pero también de las costas orientales de África. La historia fea comienza hacia el siglo vii, con la oleada cada vez más masiva de soldadescas verdes armadas hasta los dientes y cargadas de mercancías, mujeres y niños a veces, pero siempre de las palabras orales y escritas del Profeta. Luego vino la colonización: la de los espíritus, la de los cuerpos, la de las tierras. Los colonizadores musulmanes tienen una sola ideología: el enriquecimiento inmediato e ilimitado. Tienen una sola estrategia: convencer y vencer. Tienen una sola misión: que el islam triunfe por todos los medios. ¿Y de qué medio se privaría un soldado del Profeta, un enviado de Alá? De ninguno.

En nombre de Alá, los musulmanes árabes, bereberes y moros se entregaron en cuerpo y armas al saqueo sistemático del oro de Ghana y de toda África Occidental, el oro africano del que dependía la economía mundial durante buena parte de la Edad Media. Oro y otras mercancías, pero sobre todo hombres, mujeres y niños. Perseguidos, rastreados, asesinados o capturados, encadenados, torturados y arrastrados por la sabana, la selva y el desierto para terminar su vida en esclavitud, lejísimos de los suyos, “los infieles negros” eran destinados a las plantaciones, los ejércitos, los harenes (como eunucos o amantes) y las tareas domésticas de los reinos, los imperios, los califatos y los sultanatos orientales (el Bagdad abasí de los siglos ix y x, El Cairo fatimí en el siglo ix y El Cairo mameluco de los siglos xiii y xiv, etcétera). Y como ningún ser vivo, animal o humano, se deja capturar sin oponer resistencia, cuesta imaginar el número de “negros” masacrados durante las interminables cacerías de hombres, los pueblos incendiados, las “comunidades negras” desintegradas, las familias destruidas, las sociedades desbaratadas… Igualmente, es imposible medir la magnitud de los crímenes cometidos contra “los negros” en el África negra, en el Magreb y en todo Oriente, de los crímenes cometidos por la humanidad musulmana contra la humanidad no musulmana, “negra y pagana”, en nombre de Alá (la humanidad “blanca y cristiana” tampoco se salva de los siervos de Alá). “Los negros” resisten con todas sus fuerzas, pero no logran evitar ni el recrudecimiento de las capturas, ni la intensificación de las tratas negreras. ¿Fue ineficacia de los sistemas de defensa de las sociedades africanas o superioridad incontestable de los “genocidas” musulmanes? Ambas cosas, sin duda, pero, sobre todo, porque el gusano está en la fruta, y las sociedades negras de Bilad-as-Sudan terminaron implosionando, sin que los europeos tuvieran vela en ese entierro. Por razones confesables e inconfesables, quienes muestran interés en el etnocidio fundacional suelen ignorar el “problema negro”, incluidos los propios “negros”, prestos a culpar a “los blancos” y a Occidente de todos los pecados de Israel.

Del siglo vii al xiv, los misioneros del islam reinaron como amos indiscutibles sobre parte de África, parte de Europa y parte de Asia. Si bien esta hegemonía del mundo islámico empieza a ser impugnada con vigor por Europa, que termina cambiando las tornas en beneficio propio, una parte nada desdeñable de África queda bajo el dominio indiviso de los musulmanes árabes, bereberes, moros y negros. Sí, a partir del siglo xi, los propios “negros” erigirán reinos e imperios musulmanes que perdurarán, desaparecerán y resurgirán de sus cenizas gracias a la economía de la trata negrera. Hasta el siglo xvi, cuando los rivales cristianos de las naciones europeas llegaron al mercado de la “madera de ébano”, los musulmanes de toda índole practicaban la esclavitud y la trata negrera a gran escala, en el marco de la legalidad islámica y con una legitimidad afianzada por las élites guerreras, comerciantes, religiosas, políticas e intelectuales, incluido el famoso “sabio negro” Ahmad Baba de Tombuctú. Los musulmanes fueron los iniciadores del genocidio de “los negros” y los últimos en poner fin tanto a la trata negrera como a la esclavitud, y lo hicieron debido a las presiones de los occidentales.

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