El Coriolano de Shakespeare, su obra más política, vuelve a representarse y remover las conciencias.
No es una obra tan famosa como Otelo o La tragedia de Romeo y Julieta, pero en ella encontramos la revuelta del pueblo contra la oligarquía, que acapara el trigo para especular con él y provocar su subida de precio. Y, frente al pueblo, la figura de Coriolano, el caudillo militar partidario de aplastar la revuelta.
Como indica el actor y director teatral Eusebio Lázaro en su:
INTRODUCCIÓN A CORIOLANO
Piedra, bronce, piedra, acero, piedra,
hojas de roble, cascos de caballos sobre el pavimento.
“Coriolano. Marcha triunfal.”
T.S.Eliot
Antecedentes
Roma. Año 494 a.C. No hace mucho que Tarquino, el último rey, ha sido expulsado de Roma y se ha instituido la República. Cualquier intento de restaurar la monarquía se castiga con la pena de muerte. La plebe está privada de todo derecho de gobierno. Las tribus volscas se levantan en guerra, pero los plebeyos se niegan a combatir y provocan la primera de las secesiones, la primera huelga general de la historia: abandonan sus trabajos y se acogen pacíficamente al monte Sacro. Roma queda paralizada. El senado accede a sus peticiones y se nombran tribunos populares y una asamblea de la plebe. En medio de este ímpetu de dominio, surge la figura de hierro y piedra del general Cayo Marcio, que añadirá a su nombre el cognomen de Coriolano, heroicamente conquistado en sus hazañas guerreras.
¿Qué es lo que atrae de estos hechos antiguos, contados por los historiadores Tito Livio, Plutarco de Queronea y Dionisio de Halicarnaso a escritores, filósofos y políticos del siglo XVI europeo? Y, sobre todo, ¿qué es lo que nos atrae a nosotros ahora?
El Renacimiento con su rescate de los valores del mundo grecolatino, tanto éticos como artísticos o del pensamiento, nos da respuesta a la primera pregunta y, al igual que se recuperaban los libros y las historias, los personajes volvían a vivir a través de la pintura, de la literatura o del teatro. Esto es especialmente así en la escena isabelina en la que triunfa el actor y autor William Shakespeare. Pero ¿y en nuestro tiempo?
La obra
Podría pensarse que el interés que despierta la obra Coriolano en la época contemporánea se debe a su carácter eminentemente político. En efecto, la obra arranca sorprendentemente (para haber sido escrita a comienzos del siglo XVII) con el enfrentamiento del pueblo, hambriento y revuelto por la carestía de trigo, contra la clase de los ricos que lo acaparan y especulan con él. Conforme transcurre la trama, el choque entre esas dos fuerzas va tomando forma en personajes concretos: los tribunos de la plebe, que la manejan según sus propios intereses, por un lado, y el general más prestigiosos de Roma, Cayo Marcio, con su odio y desprecio hacia el pueblo, por el otro. La lucha de clases se agudiza y atraviesa toda la obra, pero el verdadero valor dramático de esta no consiste fundamentalmente en ese factor. De ser así, nos bastaría con la crónica de Plutarco. Para que el tema, ciertamente apasionante, se convierta en una pieza teatral, en un juego de espejos, se precisan personajes cuyas vidas se vean afectadas por sus particulares pasiones dentro del marco turbulento de una ciudad dividida por el odio social y político. Sin eso, el héroe no tendría relevancia dramática. Será, pues, el factor humano de los sentimientos, afectado por los hechos sociales, el que dirija el desenlace trágico de la historia. Esa diferencia es la que convierte a la obra de Shakespeare en obra artística y no en ensayo político. El intento de deslindar ambos aspectos y tomar partido por uno de ellos ha sido la tentación de algunas interpretaciones del tema. La más significativa es la de Bertolt Brecht en su adaptación de la obra. Lo fascinante es que cuando eso ocurre, la obra pierde su misterio y su grandeza para convertirse en una pedagogía.
En las piezas de Shakespeare hay un tema recurrente que es el poder, el poder político como engendrador de injusticia, pero también la dominación personal. Pocos autores muestran como él, de manera tan descarnada, “el matadero de la historia”, como llama Jan Kott en sus Apuntes a la lucha por el poder. Existen testimonios de algunos embajadores extranjeros que expresaban sorpresa o escándalo al ver en los escenarios ingleses a los reyes expuestos en ese palenque de traiciones y crímenes. Cuando Lear, desposeído por sus hijas, está bajo la tempestad exclama:
Pobres y desnudos, donde quiera que estéis,
aguantáis el duro tormento de la tempestad.
¿Cómo podrán vuestras cabezas sin techo, vuestros
flacos costados
vuestros harapos rotos y abiertos, defenderos
de este temporal? Oh, qué poco me preocupó esto,
¡púrgate, riqueza!,
exponte a sentir lo que los pobres sienten,
para que puedas dejar caer sobre ellos lo que te sobra
y mostrarte más justo ante los cielos.
Y más tarde, refugiado en la mísera choza, la lucidez de la locura le hacer decir:
Ahí puedes ver la verdadera imagen de la Autoridad:
un perro a quien se obedece por su cargo.
(…)
A través de los andrajos, se hacen visibles
los vicios pequeños,
pero togas y ropajes todo lo esconden.
Blinda con oro el delito y la fuerte lanza
de la justicia se romperá sin herir.
Cúbrelo con harapos y la paja de un pigmeo
podrá atravesarla.
En el comienzo de Coriolano, los ciudadanos, en su decisión de rebelarse contra los poderosos, lanzan frases que contienen el origen de un pensamiento de la lucha de clases analizado siglos más tarde. Desvelan la causa-efecto de la riqueza-pobreza: el concepto de plusvalía que se obtiene del trabajo ajeno queda expresado en la frase del Ciudadano 1:
La causa de nuestra miseria es el inventario que señala su abundancia; nuestro sufrimiento es ganancia para ellos.
En el otro lado, Cayo Marcio advierte proféticamente refiriéndose al pueblo:
Vendrá un tiempo en que tomará el poder
y se lanzará a mayores empresas.
Shakespeare va a ir colocando en cada contendiente del drama las “virtudes y los vicios”. Felizmente, no podemos hacernos una idea cabal de hacia cuál de los dos bandos se inclina la voluntad del autor. Y esa indefinición permite que la obra pueda interesar al público más amplio. Desde cualquiera de los puntos de vista que sea leída o contemplada, la obra no produce ni una total identificación con el héroe (o con sus adversarios) ni un definido rechazo. El pueblo en su conjunto es voluble en sus juicios, se deja manipular y contiene en sí todas las connotaciones negativas que se suele atribuir a la masa.[1] Sin embargo, como individuos aislados, cuando hablan por ellos mismos, Shakespeare los trata con simpatía; son ingeniosos, con sentido del humor. Hay en sus obras una estupenda galería de tipos populares, de personajes secundarios que dan el colorido y viveza que debía de contemplar en las plazas y mercados de Londres y entre el público mismo de su teatro. Pero su talento abarcador no se queda en un populismo paternalista, y no se recata en manifestar su rechazo por el “populacho” del que también abominaba Marx. Es ese populacho hooligan que sigue al rebelde Jack Cade en Enrique VI, que ahorca al que sabe leer. Saltando en el tiempo, es el mismo que gritaba “Vivan las caenas” o las hordas que asaltan nowadays los Congresos y los Parlamentos.
Pero en la rebelión popular de la obra, los ciudadanos están lejos de ser esa masa informe, esa hidra de la que abomina Cayo Marcio; aparecen más bien como coro individualizado, aunque, como en tantas otras ocasiones, manipulados por los demagogos. En este balance de razones en el que se va moviendo la trama, nadie queda sin la suya. La diferencia, no obstante, entre las exigencias populares y las pretensiones represoras de Marcio, son claramente desproporcionadas. Dice el Ciudadano 1 en la primera escena:
–Sabed que Cayo Marcio es el mayor enemigo del pueblo.
Lo sabemos, lo sabemos -contestan a coro–
Matémosle y tendremos trigo al precio que queramos.
¿Aceptáis la sentencia?
Es decir, Marcio se niega a que se les entregue el trigo, y ellos están dispuestos a eliminarlo. Sólo quieren emplear la violencia sobre él, sobre un solo responsable. En cambio, Marcio no tiene límites en su afán represivo:
Marcio.- ¡Ellos dicen que hay trigo suficiente!
Si la nobleza cediera su piedad
y me dejara usar mi espada,
haría una pila
con miles de estos esclavos troceados tan alta como alcanzase mi lanza.
La desmesura es enorme. Y dentro de esa pila estarían los dos tribunos. Luego las maniobras de estos para acabar con él están también justificadas; es mera supervivencia: o él o ellos.
De los hechos que se cuentan, al margen de la parte de leyenda que el tiempo va depositando, parece concluido (tanto en las Vidas como en la obra) que gracias a la intervención de las mujeres Roma se salva. Pero esta conclusión es válida para la historia de Coriolano, pero no para la Historia de Roma; las revueltas populares y las rebeliones de esclavos se sucedieron durante toda la República. La clase de los optimates, los patricios y grandes propietarios de tierras, se negaron a ceder un palmo de sus privilegios y cortaron brutalmente cualquier reivindicación, como muy bien ejemplifica la historia de los hermanos Graco. [...]
[1] El filósofo francés Gustav Le Bon, en su obra Psicología de masas, aparecida en 1895, afirma que "La masa es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado. Pero, desde el punto de vista de los sentimientos y de los actos que los sentimientos provocan, puede, según las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende del modo en que sea sugestionada. Conocer el arte de impresionar la imaginación de las masas equivale a conocer el arte de gobernarlas".
No cabe duda de que Ortega y Gasset conocía el trabajo de Le Bon cuando escribió en 1927 su ensayo La rebelión de las masas, En él el filósofo español desarrolla la idea según la cual el pensamiento individual se funde o se disuelve en impulsos irracionales y primitivos: Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera. Curiosamente, el pensamiento liberal conservador de Ortega se aproxima al punto de vista de los patricios en la obra: La historia del Imperio romano –dice– es también la historia de la subversión, del imperio de las masas, que absorben y anulan las minorías dirigentes y se colocan en su lugar. En cuanto al interés que el tema ha suscitado tanto en la época de Shakespeare como en la del siglo XX, escribe:
Siempre podemos hallar alguna época en el pasado humano que se parezca a la nuestra en algo y aun en muchos algo. Esa labor de emparejar tiempos con tiempos es, sin duda, fecunda”.
(…) Pero si dos épocas se parecen en algo o en mucho, se diferencian también en demasiadas cosas.
(…) cuando hablamos de sincronismo o coincidencia de fechas entre hombres y circunstancias heterogéneas, debemos hablar de sinfronismo o coincidencia de sentido, de módulo, de estilo entre hombres o entre circunstancias desparramadas por todos los tiempos”.
Extracto de la Introducción, p. 21-27.
Puente de fuego: Notas sobre el libro ‘Fuego profético negro’
Antes de traducir a autores como Cornel West o bell hooks, ignoraba, como la mayoría de la gente blanca, casi todo en lo referente al pensamiento afroamericano. Su literatura no entraba en mi radar, a pesar de considerarme un lector de escritores marginales, crítico de los grandes éxitos y las tendencias de masa. Por supuesto, me movía en la comodidad de una literatura irreverente, pero esta solía rayar la rebeldía sin causa ni ideales. Mis aspiraciones eran negativas, es decir, arremetía contra un sistema desde el resentimiento por pertenecer a una nueva generación perdida. La indignación se dirigía contra un difuso sentir, un malestar individualista, sin objeto. La literatura no era sino un narcótico para un eficaz aislamiento. Pero si mis autores predilectos pertenecían a una minoría, la temática afroamericana representaba una rareza; curiosa, sí, pero sin conexión alguna con la realidad española. Cuánto me equivocaba…
“¿Acaso hemos olvidado lo sublime que es arder por la justicia?”, se pregunta West en la introducción de Fuego profético negro, el último libro publicado por la colección Biblioteca Afroamericana de Madrid (BAAM). La asociación entre justicia y fuego como sentimiento interior me trae a la memoria estas palabras de Heráclito: “A su llegada, el fuego juzgará y alcanzará todas las cosas”. Conjunción entre justicia y fuego, justicia ardiente, la única que trasciende el tiempo y perdura. Justicia inextinguible, pero susceptible de ser olvidada; recordarla, “resucitarla”, es el principal cometido de West, hooks y cualquiera de los activistas negros dispuestos a morir para guiar un pueblo desarraigado hacia la salvación personal y colectiva, justo lo que hicieron los profetas negros analizados en el libro: Frederick Douglass, W. E. B. Du Bois, Martin Luther King Jr., Ella Baker, Malcolm X e Ida B. Wells.
¿Pues qué es arder por la justicia? En el ensayo dialogado no solo se le reclama al sistema político del país administrar justicia, sino se pide justicia, y se aspira a hacer justicia, como se hace un poema o se hace una casa. La casa de la justicia. Se arde, esto es, se vive para hacer reinar lo justo, lo que es de cada cual. El pueblo afroamericano fue privado de su destino y de su tierra, privado de lo que le era justo. Una mano blanca inclinó la balanza en su contra, pero la antorcha de la justica es recogida por cada nueva generación para restaurar el equilibrio. En el tránsito se produce una transformación –pues el fuego es transformación–: la persona esclavizada, despojada de nombre e historia, es sublimada, elevada por encima del orden establecido, como una buena hoguera ilumina con fuerza la noche. Y West no solo pregunta a sus hermanos negros si han olvidado el valor de esa experiencia, sino se lo pregunta a todo aquel en las tenazas de una cultura sin guía, una economía desbocada y caníbal.
Si antes los afroamericanos se enorgullecían de empoderar a los más necesitados, hoy, denuncia West, han sido seducidos por el individualismo y el mito del hombre hecho a sí mismo. Por eso el autor se plantea en el libro “resucitar el fuego profético negro”, apoyándose en sus grandes referentes, quienes, según él, ofrecen al activismo contemporáneo no solo inspiración, sino también lúcidos análisis de los mecanismos de poder y herramientas para solucionar los problemas organizativos de cualquier movimiento.
El libro, por tanto, apela a todos aquellos que aspiran a construir un mundo mejor y encuentran en esos “soldados negros” una visión del mundo que del dolor no produce odio, sino esperanza e ingenio. Tal y como escribe West en Partiendo pan, la obra que precede a Fuego profético en la colección:
“Los estudios afroamericanos nunca se concibieron para un alumnado exclusivamente afroamericano, sino para tratar de redefinir lo que significa ser humano, lo que significa ser moderno, lo que significa ser estadounidense, porque en este país la gente de descendencia africana es profundamente humana, profundamente moderna, profundamente estadounidense. Y, por lo tanto, en la medida en que los alumnos aprecien nuestras riquezas, así como nuestras limitaciones, podrán comprender mejor en qué consiste la modernidad y la experiencia estadounidense”.
¿Comprender la modernidad por medio de un grupo esclavizado y denigrado? La paradoja es que el color los mantuvo unidos en la penuria, y, para no sucumbir, formaron lazos religiosos, culturales y artísticos que, siendo “profundamente modernos”, cuestionaban la modernidad, le ofrecían un sabor de fuego, vitalista y solidario. También en Partiendo pan, hooks se asombra de: “nuestra capacidad de tomar posesión del dolor para moldearlo, reciclarlo y transformarlo en una fuente de poder”. De ahí la importancia de la experiencia afroamericana: es modelo de lucha, de “proceso, en el que se pasa de circunstancias difíciles y dolorosas a una mayor conciencia, alegría y plenitud”.
El libro aborda de forma dialogada la historia de la resistencia afroamericana y rescata de la memoria colectiva una serie de individuos “proféticos” que, en esencia, supieron decir no. No a la explotación, no a la miseria, no a la opresión, no a la segregación, no a la discriminación. El poeta Ángel Crespo, en su poema a la palabra No, escribió: “Tiene la virtud de despertar: entre los dos vacíos que la modelan –el de la Nada y el de la eventualidad del poema– la palabra No posee un rostro casi afirmativo”. Quienes saben decir no son despiertos que aspiran a ser poema, esto es, a afirmarse negando.
Frederick Douglass, un exesclavo que, después de huir al Norte, tuvo una carrera fulgurante como escritor y político, supo decir no, supo hacerse poema. Si bien era “hijo de su tiempo” y al final de sus años su fuego se amansó, estuvo dispuesto a morir para recuperar, en palabras del Quijote, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”: la libertad. Dijo Douglass: “No os dejéis engañar por ese falso pan de la libertad que dan a los esclavos emancipados”. Aquí resuenan estas otras palabras de Zambrano:
“Pan de sol, este que ha de ser comido en compañía. Puesto que el pan de veras no es cosa de ir a tomarlo uno mismo y comérselo a solas. Se ha de recibir o se ha de dar. La ley del pan manda que se ofrezca y que se reciba, que se comparta; que se coma junto con los demás, que así se hacen prójimos de verdad”.
El “pan de veras” es el pan compartido, no el que se come a solas, en obnubiladas fantasías de éxito y atención mediática. El pan de veras es pan de sol, es decir, fuego materializado. Y si saco a colación a Zambrano es porque hispanos y africanos podemos aprender mucho los unos de los otros, ser “prójimos de verdad”. El pan de sol es un puente de fuego.
Otro gran desconocido en España es el activista e intelectual W. E. B. Du Bois, a quien el libro dedica el segundo capítulo. De acuerdo con West, ofrece uno de los análisis más lúcidos acerca de los fundamentos del Imperio norteamericano, pero trazando la evolución del “don” afroamericano, el regalo del pueblo africano a la democracia estadounidense. A fin de cuentas, la cultura occidental se ha afromericanizado, y el puente de fuego, por mucho que se intente extinguir mediante la violencia y el terror, se propaga de forma subterránea, desde los puntos más insospechados.
“Haz algo por los demás”, le reveló una voz a Luther King, ese “icono domesticado” por la cultura dominante, las fuerzas de mercado, el narcisismo generalizado. Pues “no es posible mantener la tradición profética negra sin los valores contrarios al mercado”, reflexiona West. Quien se ofrece al otro y le brinda ayuda sin pedir nada a cambio es enemigo del sistema. Mutatis mutandis, quien no hace nada por los demás, socava la tradición profética, la tradición que entiende la vida no como un vehículo del capital, sino del conocimiento.
En Fuego profético, por supuesto, los autores no se olvidan de dos de las mujeres más insignes del movimiento: Ella Baker e Ida B. Wells. La primera propone una sencilla pero clarividente definición del activista: la persona que “ayuda a los oprimidos a ayudarse a sí mismos”; se trata, por tanto, de un existencialismo democrático que le da la vuelta a la vieja lógica del gran dirigente como pastor del pueblo; al revés: “el movimiento creó a L. King”. Y define dos tiempos yuxtapuestos: el de mercado y el democrático. El primero se refleja en el hipercapitalismo, los “ciclos de dominación, muerte y dogmatismo”; el segundo requiere paciencia, genera una conciencia revolucionaria que desafía el “poder oligárquico, su sistema económico basado en el beneficio y en los métodos de distracción cultural que anestesian a las masas”. Una “piedad democrática” en virtud de la cual se goza sirviendo a los demás. Y aquí de nuevo resuena la voz de María Zambrano: “Piedad es sentimiento de la heterogeneidad del ser […] anhelo por tanto de encontrar los tratos y modos de entenderse con cada una de esas maneras múltiples de realidad”. La pobreza religiosa es en cambio “eclipse de la Piedad”, es decir: tiempo de mercado.
Ida B. Wells, por otro lado, representa el paradigma del “activismo multicontextual”; dedica la vida a denunciar el “terrorismo norteamericano” y encabeza, por tanto, un movimiento antiterrorista. Su valor y espíritu inquebrantable la condenaron a la marginación, por cuanto “uno de los caminos más solitarios es el de la persona desnegratizada entre gente negratizada”. Una persona negratizada es quien interioriza el racismo y deja de luchar por su dignidad. En el contexto afroamericano, desnegratizar es devolver la autoestima y la pasión por la vida (como en España hicieron Unamuno, Zambrano, Lorca…). ¿Y quién se dedicó con más ahínco a “sacar al nigger” de la persona negratizada? Malcolm X, desde luego, quizás el profeta negro más flamígero de todos. “Música en movimiento”, lo describe West, profeta de la rabia negra, alzó su voz como un dragón arroja llamas: “No existe un problema negro. Queremos lo que vosotros queréis”.
El libro concluye con una crítica al expresidente Obama, quien, por su condición de símbolo, entorpeció la crítica al sistema imperialista y explotador. “¿Acaso no es hipócrita alzar la voz cuando el faraón es blanco, pero no proferir ni una palabra crítica cuando es negro?»” se pregunta West. Justicia universal, por tanto, pero sin minimizar el problema racial en Estados Unidos. “La tradición profética negra ha sido la levadura en la hogaza democrática norteamericana”, cierto, pero su ejemplo apela al mundo entero; revela el poder creador de la libertad.
Artículo completo en fronterad
Lucas Martí Domken (Madrid, 1984) es licenciado en economía de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, poeta y traductor de alemán e inglés. Ha traducido la novela Noche de fuego (Acantilado, 2019), de Colin Thubron; Sobre el poder del amor (Pretextos, 2021), una selección de aforismos y cartas inéditas del pensador alemán G. C. Lichtenberg; Leer a Sedgwick (Traficantes de sueño, 2022), una colección de ensayos en torno a la obra de la pensadora feminista Eve Sedgwick; y Partiendo Pan (BAAM, 2023), una serie de diálogos que mantuvieron los pensadores afroamericanos Cornel West y bell hooks. Asimismo, ha colaborado en el libro coral Pedir la luna, una reflexión colectiva sobre la traducción (Enclave, 2019), y prologado el libro Erótica del C-19 (Huerga y Fierro, 2020). También ha colaborado en las revistas digitales Hänsel i Gretel y Vasos Comunicantes, así como en La maleta de Portbou. Entre 2011 y 2016 vivió en China (Hunan), donde dio clases de español.
Adonis, Premio Internacional Joan Margarit de Poesía 2024
Recibimos con enorme satisfacción la concesión al poeta Adonis del Premio Internacional Joan Margarit de Poesía. Adonis, de quien hemos ido publicando desde 1993 sus títulos más relevantes, es uno de los pilares de nuestra colección de poesía dirigida por Clara Janés, con títulos como Libro de las huidas y mudanzas por los climas del día y la noche (1993), en traducción de Federico Arbós; Canciones de Mihyar el de Damasco (1997), en traducción de Pedro Martínez Montávez y Rosa Isabel Martínez Lillo, y su monumental trilogía El Libro (El ayer, el lugar, el ahora), de la que ya han aparecido los dos primeros títulos El Libro (I) [2005] y El Libro (II) [2018], ambos traducidos por Federico Arbós, que ya ha emprendido la traducción de El Libro (III). No menos importantes son sus ensayos, de los que hemos publicado Poesía y poética árabes (1997), traducido por Carmen Ruiz Bravo-Villasante y Sufismo y surrealismo (2008), traducido por José Miguel Puerta Vílchez.
Compartimos con el jurado del premio formado por Javier Santiso, fundador de la Editorial la Cama Sol; Luis García Montero, director del Instituto Cervantes y poeta; Héctor Abad Faciolince, escritor; Ana Santos, exdirectora de la Biblioteca Nacional, lugar donde se encuentra el legado de Joan Margarit, y Mònica Margarit, hija del poeta, su apreciación de la obra del poeta como "una obra lírica de calidad indiscutible", "un diálogo cultural entre civilizaciones, entre Oriente y Occidente".
Nuestra felicitación al gran poeta árabe, que ha sabido conjugar su estro poético con su rigor intelectual y su compromiso político.
Contra el olvido en su edición inglesa, Against Erasure, sigue despertando el interés de la crítica
AGAINST ERASURE
Israel siempre ha tratado de ocultar la historia de la Nakba y no es difícil entender por qué. La negación de la Nakba, o "la Catástrofe", permitió al Estado impulsar el mito de que su condición de Estado surgió sobre una franja de tierra vacía y no sobre las cenizas de otro pueblo.
Alrededor de 750.000 palestinos fueron desarraigados y otros miles asesinados durante varios meses entre 1948 y 1949.
A pesar de la censura estatal, la historia de su despojo y exilio ha persistido.
Los palestinos y un pequeño número de historiadores israelíes han cuestionado sistemáticamente los mitos fundacionales de un Estado construido sobre la limpieza étnica, las masacres y el robo de tierras indígenas.
Mientras que la expulsión masiva de palestinos en 1948 puede considerarse hoy indiscutible en los círculos académicos, los sionistas, o aquellos que creen en los mitos fundacionales del Estado judío etnonacionalista, continúan socavando las explicaciones de la Nakba.
Estos partidarios de Israel dicen que incluso si los palestinos hubieran existido antes del Estado de Israel, eran como mucho un pueblo sin historia. Argumentan que los palestinos hicieron las maletas voluntariamente y se marcharon, demostrando que no eran de esa tierra.
Pero como han demostrado los historiadores, los palestinos no hicieron las maletas y se marcharon voluntariamente. Los que se marcharon se vieron obligados a hacerlo. Muchos de los que se quedaron fueron asesinados por negarse.
La Nakba fue la culminación de un proceso que comenzó con la Declaración Balfour, cuando los británicos prometieron formar una "patria" judía en Palestina en 1917.
Tomada sin consultar a su población palestina nativa, la medida allanó el camino para la destrucción y el borrado de toda una sociedad con profundas raíces en la tierra. Un nuevo e impresionante libro de fotografías presenta los documentos que lo demuestran.
El libro Against Erasure A Photographic Memory of Palestine Before the Nakba está recopilado y escrito por la fotógrafa española Sandra Barrilaro y la periodista Teresa Aranguren.
Según los autores, el proyecto fue concebido específicamente como una forma de crear una memoria viva de la historia palestina anterior a la Nakba, pero también para mostrar lo que se perdió como resultado de ella.
Su trabajo contiene una colección de docenas de imágenes de la Palestina histórica entre 1890 y principios de los años cincuenta.
"Aunque conocía magníficas colecciones fotográficas anteriores a 1948, como Antes de su diáspora, de Walid Khalidi, o la obra del erudito Elías Sanbar, Los palestinos, decidí, junto con la periodista Teresa Aranguren, añadir un granito de arena a los vivos. memoria de un pueblo; a la Palestina que existía antes de la catástrofe, la Nakba", escribe Sandra Barrilaro en su introducción.
"En estas fotografías, el tiempo y la tragedia aportan otra capa de significado. Las instantáneas que descubrimos nos llenaron de asombro, admiración, ternura, ira, por un mundo perdido, por un pueblo expulsado de sus vidas y de sus tierras. Una sociedad sacudida por el trauma de la expulsión, para nunca volver a ser la misma", añade. [...]
El libro no es sólo un extraordinario archivo de historia que contradice los mitos israelíes que persisten hasta el día de hoy, es un impresionante tapiz de imágenes que representan la sociedad palestina de finales del siglo XIX y principios del XX. [...]
Mientras que Against Erasure es la "prueba de vida" que derriba el mito israelí de "una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra", el libro también es un recordatorio de que la búsqueda de la propia historia nunca está completa. [...]
Puede consultarse el artículo completo en Middle East Eye
Palestina/48 en Espacio Público
Luz Gómez nos ofrece un libro en que recoge la voz de tres poetas palestinos del Interior, escrito así con mayúscula, porque esa mayúscula hace referencia a un importante número de mujeres y hombres palestinos que viven en un territorio particular, ese territorio que, tras la Nakba —la catástrofe que da lugar a la primera expulsión de los palestinos de su tierra y la creación del Estado de Israel— quedó dentro de las fronteras del nuevo Estado.
Lo que queda de Palestina es ese otro territorio que, con el paso de los años y la feroz política colonialista del nuevo Estado, ha ido menguando hasta convertirse en un conjunto de bantustanes inconexos, divididos y separados por muros, vallas y vías de comunicación vedadas a los nativos de esa tierra ocupada. Palestina es también los campos de refugiados, creados con carácter provisional allá por 1948, pero que perduran 76 años después en países limítrofes: Líbano, Jordania, Siria… Y la diáspora palestina por todos los rincones del planeta. Ese conjunto de territorios conforman Palestina.
Volvamos al Interior y a esos casi apátridas, los palestinos del 48. Las voces de Rashid Hussein (1936-1977), Samid al-Qasim (1939 – 2014) y Taha Muhammad Ali (1931-2011) despertaron en esa población palestina apátrida en su propia tierra la conciencia de su identidad y la exigencia de igualdad y reparación. Con el tiempo, las voces de estos poetas dieron cuenta también del fracaso de los sueños y cantaron la lucha común por Palestina. [artículo completo en Espacio Público, 17 de abril]
30 de marzo, Día de la Tierra Palestina
Rashid Hussein
Gaza, mi amada
Cansado de los discursos de los enanos, ay Gaza,
cansado.
Detrás de mí está el mar
y el fuego enfrente.
Por eso... camino por mi corazón hacia el fuego
y doy un trago.
*
Cansado...
Mi piel flojea
mis huesos flojean
mi corazón flojea
y el fuego de mis ojos
se echa un trago.
Por eso...
no llevo cruces
sino que
quemo las cruces
o hago con ellas
barcas que lleven a mis hijos
a la más bella revolución
o a una mañana...
que se insinúa.
*
Cansado...
Hasta Saladino
oh Hittín
ayer me invitaba a soñar y me decía:
Con canciones me liberaron
con canciones
hicieron hasta de las jaimas de la muerte
de mi tierra... canciones.
En lo alto de los edificios con mi sangre llorosa
me retrataron,
fui libro...
fui cromo...
Retransmitieron toda mi vida y mi país
en cuestión de segundos...
Y cuando me arrestaron...
con canciones me arrestaron
con canciones.
Palestina/48. Poemas del interior
Luz Gómez
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2024
Carta de Rachel Corrie a su madre el 27 de febrero de 2003: "estoy siendo testigo de un genocidio insidioso y crónico".
CARTA DE RACHEL CORRIE* A SU MADRE
27 de febrero de 2003
Te quiero. Te echo mucho de menos.
He tenido pesadillas con los tanques y las excavadoras rondando nuestra casa, y tú y yo estábamos dentro. Durante semanas la adrenalina actúa como un anestésico, pero de repente, una tarde o una noche, la realidad te golpea de nuevo. Estoy realmente asustada por lo que le pueda pasar a esta gente.
Ayer vi a un padre con sus dos hijos pequeños agarrados de la mano tratando de alejarse de su casa, a la vista de los tanques, de la torreta de francotiradores, de las excavadoras y de los jeeps, porque pensó que su casa iba a ser explosionada. Jenny y yo permanecimos dentro de la casa con otras mujeres y dos niños pequeños. Fue un error nuestro de traducción lo que le hizo creer que su casa iba ser demolida. En realidad, el ejército israelí quería detonar un explosivo que al parecer había sido colocado en las cercanías por la resistencia palestina.
En esta misma zona, el pasado domingo, cerca de ciento cincuenta personas fueron acorraladas y mantenidas a tiro limpio fuera del asentamiento mientras las excavadoras destrozaban veinticinco invernaderos: el medio de vida de trescientas personas. El explosivo estaba colocado frente a los invernaderos, justo en el punto por donde los tanques entrarían de nuevo en caso de regresar.
Me aterroriza pensar que este hombre creyera menos peligroso caminar con los niños a la vista de los tanques que permanecer en su casa. Me asusté y pensé que los iban a disparar a todos, así que me interpusé entre ellos y el tanque. Esto pasa todos los días, pero este hombre con los dos niños, que parecían muy tristes, me llamó particularmente la atención, seguramente porque creía que fue nuestro error en la traducción lo que le hizo abandonar la casa.
He pensado mucho en lo que me dijiste por teléfono acerca de que la violencia de los palestinos no ayuda a mejorar la situación. Hace dos años, sesenta mil habitantes de Rafa se desplazaban todos los días a trabajar a Israel, ahora, solamente seiscientos pueden hacerlo, de los cuales, la mayoría se han tenido que mudar porque los tres puestos de control que hay desde Rafa a Ashkelon (la ciudad israelí más cercana) han transformado lo que solía ser un trayecto de cuarenta minutos en una ruta imposible de doce horas.
Y lo que es más, todo lo que en 1999 Rafa identificó como fuentes de crecimiento económico ha sido destruido: el aeropuerto internacional de Gaza (las pistas destruidas y el aeropuerto cerrado por completo), la frontera comercial con Egipto (una gigantesca torreta de francotiradores se levanta en mitad del cruce), el acceso al mar (cortado por completo en los dos últimos años por un puesto de control y por el asentamiento de Gush Katif).
El número de hogares destrozados en Rafa desde el comienzo de la Segunda Intifada supera los seiscientos, gente que en la mayor parte de los casos no tiene ninguna relación con la resistencia, simplemente vivían en la frontera. Me parece que ya es oficial que Rafa es el lugar más pobre del planeta. No hace mucho, aquí solía haber una clase media.
También tenemos informes que dicen que en el pasado los cargamentos de flores de Gaza a Europa eran retenidos por razones de seguridad durante dos semanas en el paso fronterizo de Erez. Ya te puedes imaginar el valor de las flores dos semanas después de ser cortadas; de manera que ese mercado también se «secó». Y luego vienen las excavadoras y arrasan los huertos. ¿Qué le queda a la gente? Dime si se te ocurre algo. A mí no. Si a cualquiera de nosotros le estrangularan su medio de vida, si le obligaran a vivir con sus hijos en unos espacios cada vez más reducidos, sabiendo además por pasadas experiencias, que en cualquier momento pueden venir a por él los soldados y las excavadoras, y destruir los huertos que ha estado cultivando ¿durante cuánto tiempo?, y hacer todo esto al tiempo que le golpean y le retienen durante horas junto con ciento cuarenta y nueve personas más; ¿no crees que debería recurrir a algún tipo de violencia para intentar retener lo poco que le quede?
Pienso sobre todo en ello cuando veo destruidos los huertos, los invernaderos y los árboles frutales: años de cuidados y cultivos. Me acuerdo de ti, y de cuánto se tarda en hacer que las cosas crezcan, y de cuánto amor requiere. Sinceramente, pienso que en una situación parecida la mayoría de las personas se defenderían lo mejor que supieran. Creo que el tío Craig lo haría, y probablemente la abuela. Yo creo que también.
Me preguntas acerca de la resistencia pacífica. Cuando detonaron el explosivo el otro día, todos los cristales de la casa saltaron en pedazos. Yo estaba a punto de tomarme un té y de empezar a jugar con los dos pequeños. Ahora mismo me siento fatal. Me pone enferma del estómago ser tan mimada, tratada con tanta dulzura, por personas que encaran una fatalidad.
Ya sé que desde los EE. UU. todo esto suena hiperbólico. Honestamente, la mayor parte del tiempo la pura amabilidad de la gente junto con la evidencia abrumadora de que esto es una destrucción premeditada de sus vidas, hace que todo me parezca irreal.
No puedo creer que algo así este pasando de verdad y que el mundo no proteste más alto.
Realmente me duele, como me ha dolido en el pasado, ser testigo de hasta que punto consentimos hacer del mundo un lugar horrible.
Después de hablar contigo he pensado que no me creías del todo, y me parece muy bien que sea así, porque, sobre todas las cosas, yo creo en la importancia del pensamiento crítico independiente. También me he dado cuenta de que contigo soy menos cuidadosa de lo normal al tratar de documentar cada afirmación que hago. La explicación de esto es porque yo sé que tú tienes tu propia opinión. Pero me preocupa tu incredulidad, dado el trabajo que desarrollo aquí. Toda la situación que he intentando describir hasta el momento —y muchas otras cosas— constituyen un intento gradual —a veces a escondidas, pero siempre masivo— de destruir las posibilidades de supervivencia de un grupo de personas.
Eso es lo que estoy viendo aquí. Los asesinatos, los ataques con misiles y los disparos a niños son atrocidades; pero si me centro exclusivamente en ellas temo no ver el contexto. La mayor parte de la población —incluso si tuvieran los medios económicos para escapar, o si, sencillamente, renunciaran a su tierra y a la resistencia (lo que parece ser el menos perverso de todos los objetivos de Sharon)— no podría marcharse; ni siquiera pueden ir a Israel a solicitar visados para otros países, y estos posibles países de destino (nuestros países y los árabes) no les dejarían entrar. Cuando todos los medios para subsistir en un «redil» como es Gaza, del que la gente no puede salir, son amputados, creo que a eso se le puede llamar genocidio. Incluso en el caso de que pudieran salir creo que seguiría siéndolo.
A lo mejor puedes mirar la definición de genocidio según el derecho internacional, yo no me acuerdo ahora mismo. Tengo que mejorar la manera de argumentar este punto, eso espero al menos. No me gusta usar palabras tan cargadas de significado, tú me conoces, sabes que valoro las palabras y que intento exponer y dejar que cada uno saque sus propias conclusiones.
Pero me estoy perdiendo de nuevo. Tan solo quería escribir a mi madre y decirle que estoy siendo testigo de un genocidio insidioso y crónico, que estoy muy asustada y que me estoy cuestionando todas mis convicciones esenciales sobre la bondad de la naturaleza humana. Esto hay que detenerlo. Me parece una buena idea que todos dejemos lo que tengamos entre manos y dediquemos nuestras vidas a parar esto. Ya no pienso como antes que hacer esto sea ser extremista.
Aún quiero bailar con Pat Benatar y tener amigos y dibujar «comics» para los compañeros del trabajo, pero también quiero que esto pare. Lo que siento es incredulidad, horror y decepción.
Me siento decepcionada al ver que esta es la realidad básica de nuestro mundo y que nosotros de hecho participamos en él. Esto no es absoluto lo que yo quería cuando vine al mundo. Esto no es lo que la gente aquí quería cuando vino al mundo. Este no es el mundo que tú y papá queríais para mí cuando decidisteis tenerme. No es esto lo que yo quería decir cuando afirmaba frente al Lago Capital: «Este es el ancho mundo y yo estoy llegando a él». Yo no quería decir que llegaba a un mundo en el que iba a tener una vida confortable y posiblemente, y sin mayor esfuerzo, ignorar por completo mi participación en un genocidio.
Cuando regrese de Palestina probablemente tendré pesadillas y un sentimiento constante de culpabilidad por no estar aquí, pero puedo controlarlo a fuerza de trabajar más. Venir aquí ha sido una de las mejores cosas que he hecho en toda mi vida; así que si pensáis que me he vuelto loca, o si los militares israelíes deciden romper con su tendencia racista de respetar a las personas de raza blanca, por favor, achacarlo sin ninguna duda al hecho de que estoy en medio de un genocidio, del que yo indirectamente también formo parte y del cual mi gobierno es responsable en gran medida.
Os quiero, a ti y a papá. Un hombre extraño que está a mi lado me acaba de dar unos guisantes, así que me los tengo que comer y darle las gracias.
Rachel
* Rachel era voluntaria del grupo Movimiento de Solidaridad Internacional (MSI), creado a raíz de que Israel y Estados Unidos rechazaran una propuesta de la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Mary Robinson, de enviar observadores internacionales de derechos humanos a los territorios ocupados. El MSI se definía como “un movimiento liderado por palestinos comprometido con la resistencia a la ocupación israelí de tierra palestina mediante métodos y principios no violentos y de acción directa”. Israel estaba demoliendo casas y huertos con excavadoras para crear una “zona de contención” en las proximidades de la frontera con Egipto. Rachel Corrie y otros siete activistas del MSI acudieron el 16 de marzo de 2003 a proteger la casa de la familia Nasrallah, amenazada de demolición por dos excavadoras blindadas israelíes.
Cindy Corrie, la madre de Rachel, contó lo sucedido: “La excavadora avanzó hacia Rachel. Ella asumió una posición que dio a entender que no se movería. Tenía puesto su chaleco naranja. Cuando la excavadora continuó avanzando, ella se detuvo sobre el terraplén y un testigo declaró que su cabeza asomaba por encima de la pala de la excavadora, o sea que se la podía ver claramente, pero la excavadora siguió avanzando sobre ella, hasta aplastar su cuerpo. Se detuvo y luego dio marcha atrás, según la declaración del testigo, sin levantar la pala, de manera que retrocedió nuevamente por encima de ella. Sus amigos gritaban todo el tiempo a los conductores de la excavadora que se detuvieran. Corrieron hacia ella rápidamente, y ella les dijo: ‘Creo que me rompí la espalda’. Esas fueron sus últimas palabras”.
Gaza, seguimos siendo humanos
No es la primera vez que Israel somete a un inhumano castigo colectivo a la población de Gaza
Entre diciembre de 2008 y julio de 2009, el italiano Vittorio Arrigoni, miembro del Movimiento Internacional de Solidaridad, permaneció en la franja durante la operación Plomo Fundido, dando testimonio de las destrucciones producidas por los bombardeos, que causaron 1400 víctimas mortales y miles de heridos. Fue asesinado en la noche del 14 al 15 de abril de 2011 en Gaza. Un grupo salafista reivindicó su muerte. Hasta entonces, fue escribiendo un diario recogido póstumamente bajo el título Seguimos siendo humanos:
Los túneles de Rafah continúan siendo bombardeados esporádicamente, sepultando a los mineros palestinos, mientras los campesinos son a diario blanco de francotiradores en sus tierras cerca de la frontera. Una vez finalizados los bombardeos, Israel declaró como zona militar inaccesible un kilómetro desde su frontera, dentro del territorio palestino. Un límite arbitrario y absolutamente ilegal, imaginad lo que significa un kilómetro para una Franja de tierra como Gaza, que en algunos puntos tiene de ancho, o mejor dicho de estrecho, solo seis kilómetros. Dentro de ese kilómetro viven miles de personas, y si no viven allí al menos cultivan esa tierra para saciar el hambre.
Como si no bastara el plomo de las balas contra esos civiles desarmados, el ejército israelí se deleita con los incendios. Invade la frontera y prende fuego a los campos palestinos, en especial los de cebada y trigo, cuya cosecha es la única fuente de ingresos para cientos de familias.
Cada mañana temprano me despiertan sobresaltado, aquí delante, en el puerto, los disparos de artillería de la marina israelí, que impiden a los rudimentarios pesqueros palestinos alejarse más de tres millas de sus costas. Otro límite ilegal impuesto unilateralmente por Israel como castigo colectivo, contraviniendo el artículo 33 de la Cuarta Convención de Ginebra.
En los últimos meses, una treintena de pescadores fueron secuestrados y llevados a Israel, mientras sus embarcaciones eran confiscadas.
Son ya 25 las víctimas palestinas después del 18 de enero, muchas de las cuales se cuentan precisamente entre los pescadores y agricultores. En este lapso de tiempo, afortunadamente, no se ha registrado ninguna víctima del lado israelí debido al lanzamiento intermitente de «cohetes» Qassam.
Prohibir el cultivo, la pesca, perforar con disparos los pesqueros, destruir los sistemas de riego de los campos, arrancar plantas y destruir decenas de hectáreas de cultivos, disparar y matar con francotiradores a pescadores y campesinos, forma parte de la opresión sistemática israelí contra los palestinos. Una opresión constante que ha estrangulado la economía y empobrecido a la población, hasta obligarla a vivir de la ayuda humanitaria. A veces un joven se cansa de ser asesinado mientras se las arregla para su supervivencia y la de su familia. Tal vez los soldados israelíes le han matado, en el campo o en el mar, al padre o al hermano, por eso se alista en alguna brigada y lanza algunos cohetes de fabricación casera hacia Israel, para demostrar el heroísmo y la capacidad de combate de su pueblo, tal vez más a sí mismo que al enemigo.
Contra el asedio genocida al que se ve sometida Gaza ningún gobierno occidental ha realizado protesta alguna, pero por estos «cohetes», disparados al azar, casi siempre sin daños, desde Europa a Estados Unidos se han apresurado a legitimar una masacre como la que acaba de ocurrir en Gaza. Sabemos muy bien, como lo saben en Tel Aviv, que si a los agricultores y pescadores palestinos se les permitiera vivir y trabajar igual que a sus compañeros israelíes, no habría prácticamente lanzamiento de cohetes Qassam contra Sderot y Ashkelon. Pero los biógrafos con uniforme militar bajo la estrella de David han decidido que el precio del trabajo en Gaza deberá seguir siendo muy alto: vidas humanas y asedio en Gaza, inseguridad dentro de las fronteras de Israel. [...]
Bajo la pátina decrépita de los escombros, Gaza brilla como un icono, y al mismo tiempo como un ultraje.
Para aquellos que como yo han vivido tan íntimamente el destino de sus habitantes, hasta el punto de convertirme yo mismo en ciudadano y por lo tanto en prisionero sin posibilidad de escapatoria, Gaza es el símbolo de la persistente resistencia a una opresión titánica. La honda del pequeño David, que cuelga del cinturón de Ahmed, contra un Goliat que habla hebreo pero prefiere expresarse con las dime y el fósforo blanco del primer presidente estadounidense negro.
Un símbolo de la lucha por la humanidad de quien no quiere eclipsarse en el silencio y la vergüenza de aquellos que ya se han resignado a la extinción. Porque Gaza no es todavía una fila apretada de lápidas en ruinas con vistas al Mediterráneo, sino unos seres humanos orgullosos, con corazones como rocas y un rostro inexcrutable, mirando hacia un futuro desconocido.
Seguimos siendo humanos
[VITTORIO ARRIGONI. Gaza. seguimos siendo humanos. diciembre 2008-julio 2009. trad. de Valentina Bidone, Ana Vispe Montilla y Pablo Fernández Lewicki. Barcelona, Bósforo, 2010.]
Gaza
Teresa Aranguren, infoLibre 11 de octubre de 2023
Gaza no siempre fue ese escenario de devastación y pobreza que desde hace décadas vemos en las noticias. A finales del XIX y en la primera mitad del siglo XX, era el lugar que muchas familias de la burguesía palestina elegían para pasar las vacaciones de verano. Con sus magníficas playas, su clima cálido y su cercanía con Egipto, Gaza era un lugar con atractivo “turístico” antes de que el turismo deviniese fenómeno social, un lugar ideal para solaz y reposo de las clases acomodadas de una sociedad tradicional, en proceso de modernización. Hasta 1948, cuando las milicias armadas del movimiento sionista, ejército israelí a partir de la creación del Estado, llevaron a cabo la gran operación de limpieza étnica en la que cerca de un millón de palestinos fueron expulsados de su tierra. Al territorio de Gaza llegaron entonces decenas de miles de desplazados, sobre todo de la región de Yafa y de Bersheva, el primer campo de refugiados palestinos se estableció en una de sus playas. Setenta y cinco años después, ahí sigue. En torno al 70% de la población actual de la Franja, más de dos millones de personas en un territorio de 10 kilómetros de ancho por 40 de largo, son refugiados del 48 y sus descendientes. Gaza ostenta el récord de mayor densidad demográfica del mundo, también el de un altísimo nivel de paro, supera el 40%, dos tercios de su población vive por debajo del umbral de la pobreza y precisa de la ayuda de la UNRWA, Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina, para subsistir.
Hace 16 años, Dev Weiglass, asesor del entonces Primer Ministro Ariel Sharon, dijo refiriéndose a la población de Gaza: “No les mataremos de hambre pero les vamos a someter a una dieta tan reducida que van a quedar muy delgaditos”. El cinismo de la frase resulta obsceno y no oculta la brutalidad del mensaje. El Sr Weiglass estaba anunciando el bloqueo sobre Gaza. Y la lenta agonía a la que condenaba a sus habitantes. Toda posibilidad de desarrollo económico, incluida la modesta pero exitosa industria del cultivo de flores, frutas y verduras que había sido básica para la economía de la Franja, toda iniciativa empresarial, cultural, artística, deportiva y profesional, todo proyecto vital, quedó aplastado entre los límites de un encierro inhumano.
Gaza es una gran cárcel a cielo abierto sometida periódicamente a incursiones y bombardeos masivos del ejército israelí: Lluvias de verano, 2006, Plomo fundido, 2008, Pilar Defensivo, 2012, Margen Protector, 2014, son los nombres de algunas de las operaciones militares israelíes contra Gaza. En el lenguaje de la potencia ocupante –el lenguaje israelí, que suele ser el de los medios de comunicación occidentales–, son operaciones contra “los terroristas de Hamás”, en la realidad son operaciones de castigo contra la población de Gaza, bastaría ver el número de víctimas civiles, incluida la atroz cifra de niños muertos, para que ese lenguaje tramposo del ocupante dejase de ser el lenguaje habitual en nuestros medios. Pese a todo, en Gaza hay maestros que se empeñan en transmitir no solo conocimientos sino algo de seguridad a sus alumnos, médicos que se dejan la vida intentando curar, en medio del estruendo de las bombas, los apagones eléctricos y la carencia de medicamentos, a un enfermo de cáncer o salvar la vida del joven herido que llega desangrándose en brazos de sus amigos, en Gaza hay músicos, grupos de rap, pintores, escritores y poetas y jóvenes que juegan al futbol o estudian ciencias empresariales soñando que algún día podrán moverse libremente por su tierra y por el mundo. Pese todo, en Gaza hay vida.
El horror que todos, los miembros de Hamás en primer lugar, sabemos que va a caer en las próximas semanas sobre las gentes de Gaza, cuenta con la luz verde de Estados Unidos, la impotencia del mundo árabe y la hipócrita pasividad de la Unión Europea. Hace cinco años, en la primavera de 2018, comenzaron las llamadas marchas del retorno, una iniciativa pacífica en la que miles de personas, jóvenes, ancianos, mujeres, hombres, familias enteras, se aproximaron caminando hasta la línea fronteriza con Israel, para reclamar su derecho al retorno. Desarmados y enarbolando banderas palestinas, los manifestantes llegaron a pocos metros de la alambrada que separa Gaza de la llamada tierra de nadie, una zona requisada a sus propietarios palestinos, vaciada de vegetación y edificios y convertida en franja de seguridad donde el ejército israelí patrulla y vigila todo movimiento al otro lado de la valla. Un viernes, 30 de marzo, Día de la Tierra Palestina, tuvo lugar aquella primera marcha con un aire casi festivo, como de romería; al otro lado, protegidos por un gran talud de tierra, se apostaban francotiradores del ejército israelí que dispararon contra los manifestantes, hubo 17 muertos y más de un centenar de heridos, pero las marchas del retorno se mantuvieron, cada viernes, a lo largo de todo un año. Gentes desarmadas frente a los cuerpos de élite de uno de los ejércitos más poderosos del mundo. A final de año el número de víctimas era de 312 muertos, entre ellos varios médicos, periodistas, fotógrafos, una joven enfermera que empujaba la silla de ruedas de un inválido y el inválido al que la enfermera cuidaba y 59 niños, hubo 29.000 heridos, la mayoría con graves amputaciones, entre ellos 3.565 niños, 1.168 mujeres y 104 ancianos. Todos fueron abatidos en territorio de Gaza, en tierra palestina. No hubo ningún soldado israelí herido. Tampoco hubo condena internacional o algo parecido a una sanción contra Israel. Disparar contra civiles desarmados no es crimen de guerra si la Comunidad Internacional, ese eufemismo con el que nos referimos sin señalar a EEUU y a la UE, decide no verlo. Y no juzgarlo.
En realidad, las marchas del retorno no pretendían cruzar la valla sino aproximarse a ella y gritar al mundo "¡aquí estamos, somos los hijos y los nietos de quienes fueron expulsados de sus casas hace 70 años, no hemos olvidado, no dejaremos que nos olvidéis!". Ese mensaje tantas veces ignorado no es muy distinto al que en estos días han lanzado las milicias de Hamás con su atroz ataque en territorio israelí. El método es el opuesto pero el mensaje es similar, un amigo palestino me lo ha descrito así : “Podéis matarnos pero seguimos vivos y también podemos matar. Ese es el mensaje”. Matar civiles siempre es un crimen y el letal ataque de Hamás en territorio israelí con más de un millar de israelíes muertos, es sin duda una acción criminal, tan criminal como la muerte de cientos de miles de civiles en la invasión estadounidense de Irak o como los ataques que periódicamente Israel lanza sobre Gaza con utilización de armas prohibidas como las bombas de fósforo blanco que al parecer el ejército israelí está utilizando de nuevo en sus bombardeos de respuesta al ataque de Hamás. La diferencia es que en el primer caso hay condena internacional y castigo, en el caso de Israel y por supuesto en el de EEUU, la norma es la impunidad, la complicidad y la ceguera. El periodista israelí Gideon Levi, una de las pocas pero valiosísimas voces que en Israel denuncian la brutalidad cotidiana de la ocupación, ha tenido el coraje, y hace falta mucho coraje para decir lo que ha dicho en estos días de fuego y furia, de denunciar la ceguera de la sociedad israelí frente a las atrocidades que su ejército lleva a cabo a diario en los territorios palestinos.
Pensábamos que se nos permitía hacer cualquier cosa, que nunca pagaríamos un precio ni seríamos castigados por ello. Arrestamos, matamos, maltratamos, robamos, protegemos a colonos masacradores, disparamos a personas inocentes, les arrancamos los ojos y les destrozamos la cara, los deportamos, confiscamos sus tierras, los saqueamos, los secuestramos de sus camas y llevamos a cabo una limpieza étnica...
Pensábamos que podíamos seguir rechazando con arrogancia cualquier intento de solución política, simplemente porque no nos convenía emprenderla, y que todo seguiría así para siempre. Y una vez más resultó que no era así. Varios cientos de militantes palestinos traspasaron la valla e invadieron Israel de una manera que ningún israelí podría haber imaginado. Unos cientos de combatientes palestinos han demostrado que es imposible encarcelar a dos millones de personas para siempre sin pagar un alto precio”.
El precio sin embargo no sólo lo está pagando Israel, el precio en forma de bombardeos masivos y el asedio total que incluye el corte de suministro eléctrico, gas, agua, material sanitario, medicamentos y alimentos, lo paga también la población de Gaza. Y será un precio mucho más alto. El bloqueo absoluto que el ministro de Defensa israelí, Yoav Galant, anunció horas después de conocerse la dimensión del ataque de Hamás es claramente una estrategia de exterminio. El horror que todos, los miembros de Hamás en primer lugar, sabemos que va a caer en las próximas semanas sobre las gentes de Gaza, cuenta con la luz verde de Estados Unidos, la impotencia del mundo árabe y la hipócrita pasividad de la Unión Europea. La población de Gaza va a ser masacrada una vez más ante los ojos del mundo. Y no pasará nada. La atrocidad del ataque de Hamás refuerza la habitual impunidad de Israel y alienta las voces que piden o exigen la destrucción de Gaza. En estos días, un tertuliano muy próximo a las tesis israelíes y cuyo nombre prefiero olvidar, afirmaba con bastante contundencia que Gaza va a desaparecer; luego –quizás consciente de la brutalidad de su frase– ha matizado: "bueno, Gaza tal como la conocemos ahora va a desaparecer". Estoy casi segura de que el tertuliano cuyo nombre prefiero olvidar nunca ha estado en Gaza ni conoce a nadie ni nada de este pequeño rincón en el extremo oriental del mediterráneo, si no, sabría o debería saber que las gentes de Gaza tienen una impresionante fortaleza, que son capaces de resistir las calamidades de la vida sin quebrarse y que a veces hacen chistes de su desgracia y de la brutalidad de los soldados de la ocupación y suelen ser siempre amables con el forastero y hasta son capaces de reír al verse vivos después del bombardeo porque pese a todo, como dice el verso del gran poeta palestino Mahmud Darwish,
“en esta tierra hay algo que merece vivir”.
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EL POETA TROYANO EN GRANADA
A continuación, un extracto de una de las conversaciones recogidas por la profesora Luz Gómez en esta edición clave para conocer la poética y el mundo del gran poeta palestino y un vídeo, El poeta troyano:
dk: Entre sus primeros poemas a los que hoy le cuesta volver ¿incluye «A mi madre»?
md: Escribí ese poema en la cárcel de Maasiyahu en 1963-1964. Me habían invitado a leer mi poesía en la Universidad Hebrea de Jerusalén —entonces yo vivía en Haifa— y solicité un permiso de desplazamiento, porque los árabes que vivían en Israel estaban bajo la ley militar. Pero no obtuve respuesta y me cogí el tren. ¿Todavía existe ese tren? Al día siguiente, me citaron en la comisaría de Nazaret y me condenaron a una sentencia de cuatro meses más otros dos en la prisión de Maasiyahu. Allí fue donde, en un paquete amarillo de cigarrillos Ascot con el dibujo de un camello, escribí el poema que el compositor libanés Marcel Khalife convirtió en un himno nacional. Se considera mi poema más bello, y lo leeré en Haifa.
dk: ¿Va a visitar el pueblo en el que nació, Birwa?
md: No. Ahora es un kibutz llamado Yasur. Prefiero conservar el recuerdo de espacios abiertos, campos de sandías, olivos y almendros. Recuerdo el caballo que estaba atado a la morera, en el patio. Una vez lo monté, me tiró al suelo, y mi madre me pegó. Ella siempre me pegaba, estaba convencida de que era un pillastre, pero no recuerdo haber sido tan malo.Recuerdo las mariposas y la sensación de que todo era abierto. El pueblo estaba situado en una colina y todo se extendía abajo. Un día me despertaron diciendo que teníamos que marcharnos. Nadie habló de guerra o peligro. Fuimos andando —íbamos los cuatro hermanos— al Líbano. Uno de ellos era muy pequeño y no dejó de llorar durante todo el camino.
[Mahmud Darwish. El poeta troyano. Edición y traducción de Luz Gómez. Madrid: ediciones del oriente y del mediterráneo, 2023, p. 204-205.]