Periodismo y perspectiva de genero: DE LAS PORTEADORAS A LAS TEMPORERAS

Miércoles 18 de abril a las 19h en la librería Espai Contrabandos de Barcelona

Debate: Periodismo y perspectiva de genero: De las porteadoras a las temporeras. A partir del reportaje "A la mujer y a la mula, vara dura. Las olvidadas del Marruecos profundo"

Con la participación de: Hicham Houdaifa, periodista y autor del libro (videoconferencia); Fatima Ahmed, presidenta de la asociación intercultural Dialegs de dones; Tona Gusi, periodista, coordinadora de la agencia La independent y miembro de la Xarxa internacional de Dones Periodistes

 


Diario de un mirón en las cárceles de Al Asad de Alfonso Vázquez en Moon Magazine

Hace unos años Theodor Adorno hizo una serie de afirmaciones sobre la creación artística que pronto cobraron la forma de un desafío: «¿Es posible la poesía después de Auschwitz?». La realidad ha mostrado su indolente y amoral sentido pragmático, y ha hecho aceptable lo que parecía una perversión. No obstante, permanece una de las aporías planteadas por el filósofo: cómo hablar de los hornos crematorios.

Intentémoslo.

Gran parte del éxito del genocidio político que Bashar al-Asad y sus aliados están llevando a cabo en Siria se debe a la extrema crueldad en su manera de actuar. Esa crueldad no repara en que el ser humano posee recuerdos, sentimientos, conciencia y millones de fibras sensibles. No trata al oponente como un ente complejo y sintiente sino —por parafrasear a Immanuel Kant— como un medio antes que como un fin. No reconoce al enemigo como un adversario, no distingue entre combatientes y no combatientes, y no repara en medios para exterminarlo, doblegarlo y vencerlo. Sus métodos están al alcance de cualquier visión postindustrial y low cost de la muerte: se arrojan barriles de dinamita, misiles cargados con gas cloro o con agente nervioso, se dispara a la columna vertebral de los niños…

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Prisión de Tadmur, Siria

 

Pero la muerte no es bastante. No se trata solo de exterminar físicamente al adversario, sino que se busca su exterminio moral, de modo que durante muchas generaciones a nadie se le ocurra ocupar su lugar ni a nadie defender la legitimidad de la revuelta. Se trata de imprimir en la memoria colectiva de los sirios el recuerdo de un sufrimiento tan intenso que disuada de volver a intentarlo, que cualquier discrepancia sea considerada una locura.

Todo ello sucede ante los ojos del mundo, que prefiere mirar hacia otro lado, pues mirar de frente podría alterar nuestras convicciones e, incluso, impelernos a actuar. La atrocidad se sitúa muy por encima del umbral de dolor que estamos dispuestos a contemplar, de manera que el genocidio ha alcanzado una suerte de invisibilidad en medio de la sociedad del espectáculo.

Así, cualquier intento de explicación de la guerra en Siria es siempre fallido: hay una paralizante pereza intelectual que se arropa en la complejidad del conflicto para presuponer su incomprensibilidad. Pero comprenderlo no significa racionalizarlo, ni atrapar en un círculo diáfano a los culpables y en otro a los inocentes. Comprender es siempre un proceso inacabado que requiere de muchas aproximaciones y de una aproximación continua.

Viene lo anterior a propósito de la aparición en español de un libro de memorias escrito a la manera de la novela, anterior al inicio de la guerra en Siria, que ayuda a comprender lo que está ocurriendo ahora en aquel país. Hablamos de El caparazón (Al-Qawqa’a, 2008) de Mustafa Khalifa (Jarablus, Siria, 1948), que han traducido primorosamente Ignacio Gutiérrez de Terán y Naomí Ramírez, y que publica Ediciones del Oriente y del Mediterráneo (2017).

¿Llena un hueco la novela memoriosa de Mustafa Khalifa? Sin duda, pues la aproximación racional al conflicto no basta. Ninguna de las explicaciones aducidas, ni todas ellas en su conjunto, ofrecen una pálida imagen del porqué de la barbarie. Se pueden verter ríos de tinta sobre hipotéticos gasoductos que atravesarían el país, o analizar históricamente la rivalidad sectaria entre suníes, chiíes, drusos, kurdos y cristianos, o —incluso— indagar qué influjo tuvo el cambio climático en las revueltas de 2011. El analista más imaginativo, sin embargo, aún no habrá explicado la violencia, tal vez porque la violencia sea, por su propia naturaleza irracional, perfectamente inexplicable.

Es por esto que una aproximación artística, novelada, poética, narrativa que recoge las memorias de una —una entre cientos de miles— de las víctimas del régimen de la familia Asad puede resultar mucho más significativa que muchos de los análisis sociales y geopolíticos que se están escribiendo y se escribirán sobre la catástrofe siria. Escuchar a los protagonistas, a las víctimas, puede ser la más reveladora de las experiencias.

Le debemos, pues, a Mustafa Khalifa que nos haya permitido vislumbrar bajo su caparazón los efectos de la violencia más desnuda ejercida sobre el ser humano y, de paso, hacernos comprender qué nivel de abyección puede alcanzar una familia aferrada al poder totalitario.

Khalifa fue detenido en Siria a principios de la década de 1980, tras volver de París, donde había estudiado cinematografía. Hasta octubre de 1994 permaneció recluido en las cárceles de Hafez al-Assad, el padre del actual dictador Bashar al-Assad. Pasó la mayor parte de este tiempo en la prisión militar de Tadmur, junto a las conocidas ruinas de la ciudad romana de Palmira. Vivió durante más de trece años en el estómago carcelario de una de las dictaduras más represivas del mundo.

Prisión de Tadmur, Siria

Prisión de Tadmur, Siria

En la realidad paralela de la novela, al volver a Siria el protagonista Musa es detenido por unos comentarios jocosos sobre Hafez al-Asad, que fueron escuchados por un delator en una fiesta en París.

Cualquier excusa es válida para encarcelar a una persona en un estado totalitario, pero las circunstancias del arresto de Khalifa/Musa ponen de manifiesto algo bien conocido por los sirios en el exilio: la vigilancia a la que son sometidos por parte de compatriotas que actúan como espías para el régimen. La acusación es anónima y la orden de búsqueda y captura puede mantenerse en secreto hasta hacerse efectivo el arresto. En un primer momento, Musa se defiende y, ante la acusación de pertenecer a los Hermanos Musulmanes, aduce que él es cristiano y ateo. Esta afirmación solo le servirá para empeorar su situación en la cárcel, pues los guardianes lo considerarán traidor, y sus compañeros de celda nasrani —esto es, infiel, impuro— y, potencialmente, un espía del régimen. A las durísimas condiciones del encarcelamiento se sumará el ostracismo al que es sometido por sus compañeros de cautiverio.

Esta circunstancia confiere al punto de vista del narrador unas características muy especiales, pues ocupa en la cárcel el más bajo de los escalafones. Completamente aislado, sin pronunciar una palabra durante más de diez años, se convierte en un «mirón». Esto es, desarrolla la capacidad de la observación desapasionada, como el cine-ojo de Dziga Vértov. Registra todo cuanto sucede para verterlo más adelante sobre el papel. Afirma que esta memorización tiene como sustancia la palabra, si bien su novela está repleta de imágenes que, al mismo tiempo, revelan una gran perspicacia psicológica. Khalifa el cineasta se asombra al observar cómo es posible que todos los presos en el patio acuerden adoptar una misma postura ante el subteniente de la policía militar: «Teníamos la cabeza un poco agachada, los hombros caídos. Era una postura de reverencia, de empequeñecimiento y de humillación. ¿Cómo se pusieron de acuerdo todos los presos para adoptar dicha postura? Parecía que lo hubiéramos preparado previamente» (p. 44). O bien, según se introduce en la cárcel militar de Tadmur, observa: «¿Por qué las puertas se van encogiendo según avanzamos?».

Al mismo tiempo, Khalifa propone una fórmula de escritura basada en las técnicas mnemotécnicas aprendidas de sus compañeros de celda, devotos musulmanes que se repiten los versículos del Corán y los hadices (dichos y acciones del Profeta) hasta memorizarlos completamente. Otros, en cambio, organizados como una resistencia, registran el nombre, apellido, dirección, fecha de detención, sentencias, nombre de los familiares… de todos cuantos pasan por la prisión, y su suerte. Como en las etapas prehistóricas, ante la imposibilidad de la escritura se pone en funcionamiento la memoria. El protagonista de El caparazón adiestra su memoria para funcionar «como una cinta de vídeo», y solo le falta, tras salir de la cárcel, «vaciar parte del contenido de la grabación» (p. 17).

La estratagema es común a otros prisioneros políticos de toda latitud. Wumingshi —pseudónimo de Bu Naifu (1917-2002)—, encarcelado en China durante la era maoísta, memoriza sus poemas en prisión y luego son publicados en Taiwan (Yuzhong Shichao, Poemas compuestos en prisión, 1984).

El relato de Khalifa es también la crónica de un aprendizaje, de una adaptación a las inhumanas condiciones carcelarias. Pronto aprende que no se han de contar los golpes recibidos en cada paliza, pues con ello viene la claudicación; o que cualquier muestra de debilidad en el interrogatorio redoblará la violencia del torturador; o que ha de encontrar la esperanza en pequeñas victorias cotidianas, como el hecho de haber sobrevivido a un afeitado. Todo este endurecimiento, esta coraza, lo hará resistente a la humillación y a la tortura, y le permitirá afrontar las últimas pruebas sin admitir ninguno de los cargos que se le imputan y sin firmar una carta de agradecimiento al jefe del estado. También aprende a pensar en cosas agradables y a separarse del cuerpo durante la tortura. A cambio, ha entregado su confianza en la vida y en el ser humano.

El relato, en efecto, contiene una de las más aterradoras y claustrofóbicas descripciones de la vida en la cárcel. Pero no hablamos de cualquier prisión. Los términos nos juegan aquí una mala pasada. Hay otra clase de prisiones que escapan a la lógica de la justicia retributiva o de la rehabilitación del reo. Su naturaleza está más cerca del campo de exterminio que del reformatorio. Hay que buscar su imaginería en los cuadros de El Bosco, su perversión en los círculos del infierno dantesco («Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate»)[1]. Sin embargo, el relato de Khalifa de la tortura y de la humillación es objetivo, casi banal. Describe aterrado, pero no sorprendido. Refleja, tal vez, al hombre en que Khalifa se convirtió tras su paso por el infierno, no al ser sintiente que catorce años antes estuvo allí.

Así, si bien el relato manifiesta el estado subjetivo de miedo y humillación del protagonista, tiene, en ocasiones, la frialdad de un informe. No resulta especialmente escabroso. Detalla, pero no abunda. Deja un material perfecto para su examen como testimonio de lo que realmente ocurrió. En efecto, algunos de los procedimientos más específicos han sido posteriormente corroborados por informes de organizaciones de defensa de los derechos humanos y por multitud de testigos (la introducción del reo en neumáticos de camión para inmovilizarlo y dejar sus plantas de los pies al pairo del látigo del torturador, etc., etc., etc.).

Khalifa se plantea el dilema clásico de la víctima que ha de narrar la barbarie. No aparece en los términos de Jorge Semprún, que contrapone el recuerdo a la vida y tarda cincuenta años en tomar el aire necesario para contar su historia. Tampoco ocurre en los términos esbozados por Adorno, que busca la posibilidad y el modo de hablar de la barbarie. El dilema en Khalifa es distinto a los anteriores, pues el monstruo que lo ha torturado aún vive, y su novela podría contribuir a diseminar el terror sobre el que se afianza. Es, tal vez, más urgente, pues lo que Khalifa haga o diga puede alentar a la bestia o adormecerla. No sabe si su relato contribuirá a meter miedo y, por tanto, a asentar el régimen de terror asadiano.

Prisión de Tadmur, Siria

Prisión de Tadmur, Siria

La experiencia carcelaria, es obvio, transforma radicalmente a Khalifa, que evoluciona de ilusionado proyecto de cineasta a hombre desencantado, apenas vital, que renuncia en un primer momento a todo activismo y a toda actividad en el mundo libre: solo le parecen reales los muros de su prisión perdida. Transcurrido el duelo, Khalifa toma la pluma y publica en 2008, catorce años después de su liberación, El caparazón, que pronto se convierte en una referencia de la novela de prisión en árabe y que está llamado a ser uno de los testimonios clave sobre la represión del régimen de la familia Asad.

La novela de prisión, por otro lado, ocupa un lugar central en la literatura en árabe posterior a los procesos de independencia de los países árabes. Lo han cultivado autores como el sirio Nabil Suleyman (Al-Sijn, La prisión, 1972), el egipcio Naguib Mahfouz (Al-Karnak, 1974), la egipcia Nawal al-Saadawi, (Mudhakkarat Fi Sijn el-Nisaa, Memorias de una mujer en prisión, 1986), la marroquí Fatna El Bouih, (Hadith al-‘atama, Talk of Darkness, 2001), etc.[2].

La peculiaridad de El caparazón es que se trata de una novela que es, primordialmente, unas memorias, si bien no son las memorias de un solo autor. Mustafa Khalifa aclara que se basó tanto en su experiencia personal como en las confidencias de un compañero de prisión cristiano que pasó por circunstancias similares[3].

Estamos, pues, ante una novela que utiliza los recursos propios de la novela, no estrictamente ante unas memorias, ni ante el exclusivo testimonio de una de las víctimas. Pero una novela que tiene su origen en los hechos reales que el autor padeció y en otros que pudo conocer gracias al testimonio de otras víctimas. La narración de Khalifa, pues, se ajusta a los hechos, pero, al mismo tiempo, mantiene el ritmo narrativo, crea cierto suspense, dibuja con acierto los tipos y personajes que pululan por la cárcel de Tadmur, presenta cierto influjo del lenguaje audiovisual…

El procedimiento está en el fundamento de muchas autoficciones que enriquecen la experiencia personal del autor con lo observado o con lo experimentado por otras personas. Suma de memorias individuales, pues, que dibuja la realidad con mayor perspectiva. No en vano el autor estuvo allí, pisó la cárcel, sufrió la humillación y la tortura, y sobrevivió. Sobrevivió y se atrevió a contarlo.

Por estos motivos, resulta apropiado relacionar El caparazón con aquel conjunto de obras que constituyen las memorias de los supervivientes de los campos de concentración y exterminio. La obra de Khalifa comparte con aquellos no solo un decorado, sino también, y, sobre todo, el hecho de que sus autores se juegan la vida en el intento.

Jorge Semprún esperó 50 años tras su liberación para escribir sobre su confinamiento en Buchenwald, y planteó su obra como una disyuntiva agónica en La escritura o la vida (1995). Primo Levi no soportó la incomprensión con que se toparon sus memorias, narradas en Si esto es un hombre (1947), y se suicidó en 1987. Elie Wiesel cuenta en La noche (1958) su propia experiencia a través de un adolescente que asiste a la muerte de su familia en los campos de concentración de Auschwitz y Buchenwald, y concluye «el silencio de Dios». También Imre Kertész, en Sin destino (1975), da la voz a un niño de 15 años «que no se le parece» para narrar sin sentimentalismo, con verdad. Tadeusz Borowski no logra escapar al suicidio (1951) pero logra expresar en Nuestro hogar es Auschwitz (1958) su sentimiento de culpa por haber sobrevivido. Robert Antelme, en La especie humana (1947) describe la degradación que produce la esclavitud de los campos. En Más allá de la culpa y la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia (1966), Jean Améry no cuenta su historia personal, sino que describe el «estado subjetivo de la víctima», y afirma que «quien ha sufrido la tortura, ya no puede sentir el mundo como su hogar». Se suicida en octubre del 1978 después de haber renunciado a su nombre, Hans Maier, y con ello a su identidad alemana. No se limitan estos testimonios al holocausto nazi, como acredita Aleksandr Sozhenitsyn en Archipiélago gulag (1973). Etc., etc., etc.

Todas estas narraciones —más otras— forman un entramado que ha logrado constituir un imaginario colectivo sobre el holocausto, sobre el genocidio, sobre el exterminio. A falta de una justicia más efectiva, se produce cierta justicia poética. Se restituye el honor a las víctimas por medio de la memoria, pero también por medio de la fabulación. La literatura, el cine y la memoria han dibujado una narración de los hechos que trata de recuperar la justicia, de honrar a las víctimas y de impedir que hechos similares se reproduzcan. Con el mismo propósito, en varios países se pena el negacionismo y el revisionismo. El resultado está muy lejos de ser el ideal —tal y como prueban los genocidios de Ruanda (1994), Bosnia (1992-1995), Siria (2011) o, en la actualidad, el de los rohingya en Myanmar o el de los darfuris en Sudán del Sur—, pero la existencia de esta narrativa es un aviso que transforma el mundo en un lugar menos inhumano.

Mustafa Khalifa y Naomí Ramírez. Foto: Ana Ballesteros

Mustafa Khalifa y Naomí Ramírez. Foto: Ana Ballesteros

El caparazón. Diario de un mirón en las cárceles de Al-Asad, de Mustafá Khalifa, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo, 2017. Puede adquirirse aquí.
Reseña de Alfonso Vázquez
Nota: Las fotografías de la cárcel de Tadmur utilizadas en este artículo fueron publicadas por el Estado Islámico tras su abandono del área de Palmira en marzo de 2016.

[1] «Abandonad toda esperanza vosotros que entráis». Es la inscripción que encuentra Dante en las puertas del infierno.

[2] Además de los mencionados arriba, han cultivado el género de prisión autores como el egipcio Taher Abdul Hamkim (Al-Aqdam al-Aariya, Pies desnudos, 1980), el egipcio Fathi Abdul Fattah (Thuna’iyyat al-Sijn wa al-Ghurba, The Duet of Prison and Alienation, 1995), el egipcio Sunallah Ibrahim (Sharaf, 1997), etc.

Cf. Human Rights, Suffering, and Aesthetics in Political Prison Literature, editado por Yenna Wu y Simona Livescu, Lexington Books, 2011.

[3] Véase la entrevista del autor con Imad Karkas para Siraj Press, «The Shell: Mustafa Khalifa on Palmyra’s Infamous Prison», The Syrian Observer, 18 de mayo de 2015. (Véase aquí).

 


Yasar Kemal: La primavera ha venido

Se trata del único libro de poesía escrito por Yaşar Kemal. Como afirma Güven Turan en la presentación de este libro singular:
"Sabía, por lo que había leído de sus biografías, que Yaşar Kemal escribía poesía en su tierna juventud. Además, un joven como él que recorría de trovador las montañas del Tauro y recolectaba elegías y leyendas, ¿cómo iba a contener la poesía que se acumulaba en su interior? Pero supongamos que no sabemos nada de eso, ¿quién, leyendo sus relatos y novelas, no se ha dicho alguna vez «eso es pura poesía»? A pesar de ello, la primera vez que Yaşar Kemal me presentó las páginas que componen este libro, confieso que no esperaba algo así: quien tenía ante mí no era un escritor de ficción metido a poeta, sino que era un auténtico poeta. [...] Yaşar Kemal se había dedicado a la poesía hasta 1945 y luego se retiró... Recordemos que 1946 es el año en que escribe su primer cuento, «Un cuento sucio»... Tras este cuento entra en las páginas de la historia de la narrativa turca, dejando aparte unos cuantos poemas suyos publicados en la década de los años ochenta. Sin embargo, es evidente que la poesía de Yaşar Kemal no se había acabado ahí, en este libro salen a la luz cinco poemas inéditos que justifican el dicho de «la poesía es un grito, un grito que no se puede acallar».

ESPERA

Claro que sí, un día las flores se abrirán blancas
Como una canción libre y feliz
Y se extenderá la luz desde nuestras ventanas.
Nacerá el día que queremos,
Y caerá la lluvia como deseamos.

Acabará nuestra admiración por el cielo;
La primavera que llega desnuda a nuestras puertas,
Caerá a la tierra como una semilla.
Soplará un viento diferente para nosotros
Aumentará la frondosidad de los jardines.
Y viviremos la vida plenamente como todos

Hablarán en nuestra lengua las estrellas.
Algún día, de verdad, mi amor, también nosotros
Tendremos una casa blanca encalada en nuestra aldea.

Ficha técnica:
Autor: Yaşar Kemal
Título: La primavera ha venido
Traducido del turco por Pepa Bahamonde, Irfan Güler y Çağla Soykan
Presentación de Güven Turan
Postfacio de Fernando García Burillo
ISBN 978-84-946564-6-0 - 224 páginas - PVP 16 euros
colección poesía del oriente y del mediterráneo, 39
IBIC DCF Poesía

 


A la mujer y a la mula, vara dura: Las olvidadas del Marruecos profundo

Un incisivo libro del periodista marroquí Hicham Houdaifa sobre la condición de las mujeres en Marruecos. Publicamos a continuación un extracto de la crítica que Emmanuel Riondé le dedicó en la edición francesa de Le Monde Diplomatique:

«Camareras de Casablanca condenadas a caer en el alcoholismo, temporeras explotadas laboral y sexualmente, menores “prestadas” a hombres por unos miles de euros, víctimas del matrimonio tradicional, chicas jóvenes captadas por redes de prostitución en los países del Golfo... Hicham Houdaifa muestra cómo el laxismo de las instituciones, la coacción familiar y el peso de las tradiciones parecen coaligarse para infligir a las mujeres violencias e injusticias insoportables».

Es para nosotros motivo de orgullo publicar este libro de la editorial marroquí En toutes lettres, con la que compartimos la misma pasión por nuestras publicaciones. Como dice su editora, Kenza Sefrioui, «preferimos hacer pocos libros... pero acompañarlos al encuentro de los lectores».

 Ficha técnica:
autor: Hicham Houdaifa
título: A la mujer y a la mula, vara dura
subtítulo: Las olvidadas del Marruecos profundo
Presentación de Isaías Barreñada
Traducción del francés: Ana García Jiménez
Colección: encuentros, serie COMUNICACIÓN 6
Nº páginas: 128
Formato: 21 x 12,5 cm
ISBN: 978-84-946564-4-6
PVP: 12 euros
IBIC JHBK Sociología de la familia
JHBL Sociología del trabajo
JHBT Sociología de las costumbres
1HBM Marruecos


Farideh Lashai: Llegó el chacal

Coincidiendo con la proyección de su videoinstalación Cuando cuento, estás solo tú... pero cuando miro hay solo una sombra en el Museo del Prado, presentaremos a finales de junio Llegó el chacal, las fulgurantes y emotivas memorias de la gran pintora iraní.

Ficha técnica
autora: Farideh Lashai
título: Llegó el chacal
Prólogo de Ana Martínez de Aguilar
Traducción del persa: Maryam Esmailpour
Colección: transversales, 7
Nº páginas: 176
Formato: 21 x 21 cm
ISBN: 978-84-946564-3-9
PVP: 20 euros
IBIC BGLA Autobiografía literaria
BISAC BIO001000BIOGRAPHY&AUTOBIOGRAPHY/ARTISTS

Estambul es hermosa. Repleta de productos de lujo. Todos intentan vestirse según las revistas de moda occidental, algo que llevo años sin ver por las calles. Parecen los provincianos de Europa. Existe cierta simplicidad en sus rostros. Con eso y con todo, son amables. Una nación oriental, unida por el cordón umbilical a Europa. Los periódicos y las carteleras de los cines están llenos de imágenes de mujeres desnudas. [...]
Cruzo el mar en barco para llegar al aeropuerto. Quiero preguntar algunas cosas sobre el envío de mis pertenencias a ee.uu. Como siempre, tiempo desapacible y frío.
Este mar no me dice nada. No tiene un olor conocido. Como esta gente, como esta lengua, como estas miradas. Me hacía ilusiones en vano considerándolos asiáticos. Su Asia es menor. Me es ajena. Me resultan tan ajenos como aquellos siglos lejanos. Con sus enloquecidas invasiones a lo largo y ancho de la Tierra.
Domingo. Cinco y media de la tarde.
En un parque en Estambul. Mi hija juega con Renate, que está pendiente de ella. Y yo las observo fascinada.
Ojalá se pudiesen dibujar sus rostros felices sobre el reluciente balancín. Y ese enorme árbol tras ellas, este aroma a tierra mojada y mar, ¡qué momento más extraño! Ya no hay rastro de lo desconocido. Es como si lo conociera todo. Más allá de este instante no hay nada que me cause miedo. De sobra sé que todos somos efímeros. [...]
¿Por qué lo que acaece dentro de mí no se desborda con la misma facilidad que los colores de mis cuadros? Paso horas y horas, como sumergida en un agua profunda e inerte. El agua de un mar inalterable por el viento. Somos mis agitaciones y yo que nos sumergimos en el agua. [...]
Pero, ahora, me he acostumbrado a este árbol del polvoriento Fresno. Vengo aquí y me siento seis largas horas a su sombra, sin perder de vista a mi hija, que bajo este tremendo calor se revuelca sobre la arena del recinto de juego de este parque yermo. Mientras juega, no le importan ni el calor ni estas plantas que en nada se parecen al lejano prado verde de la casa de Mashd Robabeh. Y yo sigo con mi sonrisa forzada en los labios. Por las noches, cuando se quiere dormir, con una voz que en la oscuridad representa la felicidad Made in America, le canto:

Llegó el chacal;
Llegó el chacal;
llegaron también los padres del chacal;
llegó a la puerta el chacal;
Con un pañuelo bordado, en la cabeza;
El chacal dice: "soy una ratoncita"
y no me comeré a vuestras pollitas.

Estalló de repente un incendio en aquellas remotas montañas y lo cubrió todo, hasta las florecillas del desierto, dispersas y maliciosas. Había flores de todos los colores. Súbitamente, toda la llanura se tiñó de azul celeste y dos semanas después de amarillo sol, después fue el turno del rojo de los ciclamores y finalmente despuntaron las mejoranas cubriéndolo todo. Se apoderaban de todo el espacio. Te acostabas con este aroma y con él te despertabas, te acompañaba a lo largo del camino y te seguía hasta llegar a la ciudad. Y tu cuerpo seguía oliendo a mejorana durante días. Cuando mirabas hacia abajo, todo el valle estaba cubierto de mejoranas. Tallos finos y jugosos erguidos bajo el cielo, con tanta alegría y orgullo, como si el mundo entero fuese su indiscutible territorio. Y así era. El valle entero les pertenecía.
(fragmentos de Llegó el chacal, de la pintora y artista visual iraní Farideh Lashai, traducidos del persa por Maryam Esmailpour)

Farideh Lashai es la autora de la Obra Invitada que se presenta en el Museo del Prado como parte de la Sección Oficial de PHE 2017. Se trata de una videoinsalación en la que la autora reinterpreta los ‘Desastres de la Guerra’ de Goya. Esta exposición, además, coincide con la publicación en castellano de su autobiografía ‘Llegó el Chacal’ por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Motivos más que suficientes para que Carmen Dalmau nos acerque a la obra y vida de esta gran artista.
‘Cuando cuento estás sólo tú… pero cuando miro hay solo una sombra’ (2012-2013) es la última obra de Farideh Lashai (Rasht, 1944 – Teherán, 2013) . Es una videoinstalación, perteneciente al British Museum, que en esta ocasión ocupa simbólicamente el espacio de una de las salas dedicadas a Goya en el Museo del Prado, comunicada en un ala con el santuario de las Pinturas Negras, en conversación íntima con el Saturno y el Perro semihundido y en la otra con la sala que aloja los lienzos de Goya dedicados al 2 y 3 de mayo de 1808. En el espacio en penumbra convive con una selección de las ochenta y dos estampas grabadas al aguafuerte de los ‘Desastres de la Guerra’, la primera edición de 1863 de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
La pieza es una retícula cartesiana compuesta por ochenta fotograbados, que forma en la pared un rectángulo con diez grabados de base y ocho de altura que sirve de pantalla sobre la que se proyecta un video mediante un foco de luz que ilumina los fondos formando un círculo proyectando imágenes en movimiento, desplazándose aleatoriamente al ritmo de un nocturno de Chopin.

Detalle ‘Cuando cuento estás solo tú… pero cuando miro hay solo una sombra’.
El espacio en penumbra genera en el espectador la sensación de penetrar en un mundo de sombras, tan presentes en Goya y en Lashai, así como en el título de la obra, inspirado en los versos del poema ‘El entierro de los muertos’ de T. S. Eliot.
El foco que genera las imágenes remite a la idea de luz emanada desde el ojo al objeto para generar imágenes, idea platónica, que nos evoca inevitablemente el mito de la caverna.
El proceso de creación tiene como punto de partida los apuntes de los fondos originales de Goya, alterándolos y adaptando los vacíos, después de eliminar las figuras, creando un escenario que nos remite al teatro y a una idea presente en la artista y expresada por Shakespeare en ‘Como gustéis’: “el mundo es un escenario”, y al tiempo deja entrever la enorme influencia que tuvo para Lashai el teatro de Bertold Brecht, como ella confiesa en su autobiografía.
Continúa el proceso creativo con el fotograbado de los fondos, numerados y firmados, para seguir con el escaneo digital de las estampas de Goya que le permitiría extraer las figuras. Después imprime las imágenes digitales de las figuras en películas transparentes, y llevar a cabo su animación mediante tres capas de video superpuestas.
Es una obra contemplativa que sigue el principio del distanciamiento brechtiano e invita al espectador a reflexionar sobre lo que está observando, e interrogarse sobre cuestiones como la apropiación, o alteración de la obra original de Goya.
La sensación es que el foco, al iluminar por unos instantes, permite la visión de la escena para regresar a las sombras vacías de figuras. Como en el teatro, cuyo principio es la acción dramática, el movimiento que permite el video es una metáfora de la acción.
Los ‘Desastres’ constituyen una serie ordenada narrativamente, en cuya organización pudo intervenir Moratín, igual que en las leyendas son indudablemente de Goya, aunque algunos críticos han advertido una influencia de Ceán.

Francisco de Goya. Los Desastres de la Guerra. Estampa nº 2
La serie y secuencia original de los ‘Desastres’ es respetada por Lashai en el orden de los fotograbados que forman el rectángulo de su pieza.
Farideh Lashai y Francisco de Goya son pintores de encrucijada. Goya en la encrucijada del fin del Antiguo Régimen, en los círculos de la Ilustración y el liberalismo, la revolución, la guerra, el retorno al absolutismo y el exilio.
Lashai participa en la oposición al régimen del Sha de Persia, comprometida políticamente con la izquierda, participa en los movimientos contra la guerra de Vietnam, sufre la experiencia de la cárcel en los años 74-76, asiste a la revolución que derrocó al Sha en 1979 y a la llegada de Jomeini, y al exilio americano en 1984. Vive la invasión iraquí que desemboca en la guerra de Irán-Irak del 80 al 88, los bombardeos sobre Teherán, las Guerras del Golfo desde 1991 y la primavera árabe en el 2011.
También es contemporánea a la ocupación y guerra de Afganistán en los 80, con la que tantas semejanzas podemos trazar con la Guerra Peninsular contra la invasión napoleónica entre 1808 y 1814, de la que surgen los ‘Desastres de la Guerra’ de (1810-1815).
La formación en Alemania de Lashai a partir de 1962, es racional, marxista y agnóstica, que vivencia con la mística de la poesía persa, provocando una disonancia que a veces expresa en su autobiografía como un sentimiento de temor a una actitud de rechazo por los círculos de revolucionarios entre los que transita.
Los intelectuales con los que se relaciona le hacen interesarse por el teatro, la literatura, el cine, la fotografía y la pintura. Sus videos proyectados sobre fondos pictóricos permiten destruir la esencia de la pintura. Entre su producción literaria, poética y ensayística también estuvo la preocupación de género con un ensayo sobre el minoritario papel de la mujer en la Historia del Arte.
Goya y Lashai se insertan en un contexto cultural e ideológico en el que se establecen interacciones entre los artistas, literatos, dramaturgos. Goya convive con los intelectuales ilustrados como Cabarrús, Urquijo, Meléndez Valdés, Moratín, Ceán, Jovellanos y la familia política de su hijo a través de la que conoce a Leocadia Zorrilla, la mujer con la que comparte el exilio en Burdeos y los últimos años de su vida.
La presencia de la enfermedad es otro rasgo común a los dos artistas. El desarrollo de la enfermedad que le conduce a la sordera total, y la grave enfermedad del invierno de 1820, tras la que crea las Pinturas Negras en la Quinta del Sordo, hacen emerger al Goya pintor de la modernidad. Lashai sufre una depresión en 1989, y al año siguiente, con 46 años, le diagnostican un cáncer con el que convive hasta su fallecimiento en el 2013.

Francisco de Goya. Los Desastres de la Guerra. Estampa nº 3
Otra coincidencia con Goya es el predominio de las ideas. Tzvetan Todorov en su obra ‘Goya. A la sombra de las luces’ (2011) afirma que:
“Goya no es solo uno de los pintores más importantes de su tiempo. Es también uno de los pensadores más profundos, al mismo nivel que su contemporáneo Goethe, por ejemplo, o que Dostoyevski, cincuenta años después (…) La imagen es pensamiento, tanto como el que se expresa mediante palabras. Siempre es reflexión sobre el mundo y los hombres. Tanto si es consciente de ello como si no, un gran artista es un pensador de primera magnitud”.
László F.Földényi en ‘Goya y el abismo del alma’ (1993), explica así la serie de los Desastres:
“En esta serie, la guerra no resulta tan horrorosa porque el fuerte vence al más débil, el injusto al justo, es decir, el Mal al Bien. Esta idea podría incluso infundir esperanzas, ya que entonces existiría algún rasero, algún orden, que aunque se haya violado en alguna ocasión, ha seguido existiendo como puro ideal. La serie de grabados de Goya es tan impactante porque para el pintor el orden está perdido; ya no quedan objetivos, ni vencedores, ni vencidos, solo un enfrentamiento caótico: la lucha no se desarrolla en el campo de batalla, sino en el laberinto de la existencia, donde tras el enemigo visible se oculta otro invisible: el destino indiferente”.
Faradeh Lashai y Francisco de Goya, tras haber sido testigos de la intensa violencia desatada en los períodos de guerras, y sus efectos devastadores en los seres humanos, se cuestionan el sentido profundo de una existencia en la que no se entiende nada, dominada por los actos de crueldad. [...]

Artículo completo en clavoardiendo-magazine

El Prado se une a PHE con una obra de Farideh Lashai
La pieza es una revisión de los Desastres de la guerra de Goya

El Museo del Prado presenta, dentro del ciclo “La obra invitada” y como parte de la programación de PHotoEspaña 2017, la videoinstalación Cuando cuento, estás solo tú… pero cuando miro hay solo una sombra, una pieza de la artista iraní Farideh Lashai (Rasht, 1944 – Teherán, 2013),  inspirada en los Desastres de la guerra de Goya. Farideh se apropia de los Desastres y los manipula para renovar y actualizar su mensaje, incorporando su propia experiencia de la barbarie, el dolor y la indiferencia.
Se trata de una obra sencilla en su apariencia pero técnicamente muy compleja, que ha implicado a varios departamentos dentro del Museo más allá del de Exposiciones, principalmente a los de Dibujos y Estampas y Restauración de papel. Farideh parte de las estampas de Goya pero vacía las escenas de figuras a través de un escaneado y llama nuestra atención sobre esos fondos vacíos, que ahora podrían pertenecer a cualquier época y situación; luego reelabora las estampas de esta icónica serie para mostrarlas acompañadas por las imágenes que han sido previamente animadas y que ahora se proyectan con un foco de luz en movimiento; como un balón que al rebotar sobre la pared adquiere diferentes ritmos en una coreografía ideada por Lashai que va iluminando los distintos episodios y que nos trae a la mente ese farol con el que Goya iluminó la escena de los fusilamientos del 3 de mayo. El lirismo y la poética de ese movimiento azaroso que va descubriéndonos la obra se acentúa con el acompañamiento de la música de Chopin.
Farideh Lashai es una de las artistas iraníes contemporáneas más relevantes. Procedente de una familia acomodada, tras pasar su infancia en Teherán, en 1962 se trasladó a Alemania para comenzar allí una carrera artística que no abandonaría nunca. Estudia literatura, cine, teatro y conoce a pintores que le introducen en el ambiente artístico, exponiendo en numerosos países. Por su relación con círculos intelectuales de carácter revolucionario, en Teherán fue encarcelada en la prisión de Qasr entre 1974 y 1976. Fue testigo de la revolución de 1979, de la guerra Irán-Irak (1980-1988) y de los levantamientos conocidos como la primavera Árabe (2011), sintiendo enorme preocupación por las consecuencias que acarrearía a las poblaciones. Todos estos acontecimientos, unidos a su profundo sentido de la justicia y el repudio de la violencia, marcaron su mirada y aumentaron su admiración por Goya, cuyas obras resonaban en ella como una herramienta para denunciar los horrores contempláremos y alertar de la repetición de esos desastres. La artista, al igual que su admirado pintor, fue permeable a las ideas de su época a través de su amistad con artistas e intelectuales de su tiempo; en ambos la influencia del teatro fue decisiva y avanzada la vida padecieron enfermedades que suscitaron en ellos una gran introspección.
Cuando cuento, estás solo tú… pero cuando miro hay solo una sombra (detalle)
Cuando cuento, estás solo tú… pero cuando miro hay solo una sombra podrá verse hasta septiembre en la sala 66 del Museo, junto a algunas de las estampas de Goya que la inspiraron, entre las Pinturas Negras y El 3 de mayo, en un diálogo que muestra la vigencia y la actualidad del mensaje de Goya dos siglos después. Además, para situar el trabajo de Lashai en su contexto histórico-artístico y analizar su presencia en el Museo, los martes a las 11:30 y a las 16:30 horas se ofrecerán breves explicaciones junto a la obra.
Esta videoinstalación además de poner de manifiesto el interés de la pinacoteca por introducir y exhibir en sus salas obras de artistas contemporáneos que pueden ser entendidas como una aproximación a las colecciones del museo, también manifiesta su interés por hacer más visible el trabajo de las mujeres artistas, siguiendo con la iniciativa que empezó el año pasado con Clara Peeters. “La obra invitada” es un proyecto patrocinado por la Fundación de Amigos del Museo del Prado, que también ha financiado la publicación Llegó el chacal, una autobiografía de Farideh cuya traducción ha sido realizada directamente del farsi por Maryam Esmailpour.
(artículo completo en masdearte.com)

El Prado confronta el último trabajo de la iraní Farideh Lashai con Goya

La instalación está basada en 'Los desastres de la guerra'

Ángeles García / El País / Madrid 30 MAY 2017 - 20:42 CEST

Por más que el tiempo pase, la serie de 82 grabados de Los desastres de la Guerra, de Goya, sigue siendo una de las obras más inspiradoras. Pocos meses antes de morir, la artista iraní Farideh Lashai (Rasht 1944-Teherán 2013) ideó una instalación titulada con unos versos de T.S. Eliot, Cuando cuento estás solo tú….pero cuando miro hay solo una sombra, y constituye una de las últimas interpretaciones del genio español. Propiedad del British Museum, la obra se expone ahora en el Prado (hasta el 10 de septiembre) con una selección de la serie de Goya y junto a las salas que alojan las pinturas negras y Los fusilamientos del 3 de mayo.
La exposición forma parte del programa de PHotoEspaña y ha sido realizada en colaboración con la Fundación de Amigos del Museo del Prado dentro del espacio La Obra Invitada, en el que se confrontan obras maestras del museo con préstamos de otras pinacotecas.
La instalación de Farideh Lashai ocupa toda una pared de la sala 66. Ana Martínez de Aguilar, comisaría de la exposición explica que la artista fotografió cada una de las estampas de Los desastres de la Guerra  y que después suprimió los fondos que acompañan a las figuras en el original. En un segundo paso, elimina también los personajes y los reelabora con tecnología digital. Con la ayuda de la oscuridad y la proyección de un foco que va iluminando cada una de las estampas, las figuras adquieren una nueva animación sin perder nada del discurso original. La luz se mueve al ritmo de un Nocturno de Chopin.
La comisaria llama la atención sobre las muchas similitudes entre la vida de Francisco de Goya y de Farideh Lashai pese a los más de dos siglos de diferencia que les separan. “Los dos comparten el mismo desencanto ante el mundo de los intelectuales que les rodea, ambos han sufrido en primera persona el horror de la guerra y arrastrado al final de sus vidas el dolor y el aislamiento que produce la enfermedad. Para ellos, el arte es la mejor manera de enfrentarse a sus demonios interiores y lo hacen con una formidable furia creativa”.
Venetia Porter, conservadora del British Museum, cuenta que adquirieron la obra en 2014, un año después del fallecimiento de la artista. “Vi la pieza en una feria en Dubái y al momento supe que teníamos que comprarla. Tenemos un departamento especializado en Oriente Medio, con más de 300 obras y la pieza de Lashai, una de las artistas más imponentes en la región, pasó a engrosar nuestros fondos sin que nadie objetara nada”.
Miguel Falomir, director del Prado explicó que esta presencia del arte contemporáneo en el museo prosigue con iniciativas anteriores en las que obras recientes se comparan con las de antiguos maestros y añadió que se avanza también en la presencia de mujeres artistas, después de la exposición dedicada a la pintora flamencaClara Peeters.
Farideh Lashai es una artista ampliamente representada en museos y colecciones de arte contemporáneo en todo el mundo. Poeta y pintora en origen, nació en una familia acomodada en la ciudad de Rasht. En 1962 se trasladó a Múnich para estudiar cine, literatura y teatro. Con Bertolt Brecht como ídolo intelectual, a partir de los setenta se vinculó con grupos intelectuales revolucionarios tanto en Alemania como en Irán. Encarcelada en la prisión de Qasr entre1974 y 1976, fue testigo de la revolución de 1979, de la guerra Irán- Irak (1980-1988). Se exilió en Estados Unidos entre 1981 y 1984 y volvió a Teherán donde vivió el bombardeo de la ciudad en1986. En 2011 seguirá desde el hospital los levantamientos de la primavera Árabe, con enorme preocupación por las consecuencias que podían acarrear a los más desfavorecidos. Un fuerte depresión la afectó en 1989, el mismo año en que le diagnosticaron el cáncer que acabó con su vida en 2013.
(artículo completo en elpais.com)


Los «Desastres de la Guerra» de Goya, deconstruidos y actualizados
El Museo del Prado exhibe una poética videoinstalación de la artista iraní Farideh Lashai inspirada en los grabados del maestro

 

Natividad Pulido Madrid 30/05/2017 00:58h - Actualizado: 30/05/2017 13:20h. Guardado en: Cultura Arte
«No somos el Reina Sofía», advierte Miguel Falomir, director del Museo del Prado. El compromiso de esta pinacoteca con el arte contemporáneo, dice, se limita a aquellos artistas interesados en las colecciones del museo. Es el caso de la iraní Farideh Lashai (Rasht, 1944-Teherán, 2013), cuya última obra, una especie de testamento artístico y vital, realizada poco antes de su muerte, está inspirada en los «Desastres de la Guerra» de Goya. Se trata de una videoinstalación, procedente de las colecciones del British Museum, que forma parte de la serie «La obra invitada», patrocinada por la Fundación Amigos del Museo del Prado y que está adscrita a PHotoEspaña. Su comisaria, Ana Martínez de Aguilar. Puede verse, hasta el 10 de septiembre, en la sala 66 del Prado, junto a algunas de las estampas de Goya. En las salas contiguas, las pinturas negras y «Los fusilamientos del 3 de mayo». Tras la muestra de Clara Peeters, es la segunda artista que expone en el museo.

El proyecto tiene una apariencia sencilla pero cuenta con una gran complejidad técnica. Lashai deconstruye los «Desastres» goyescos y los reconstruye y reinterpreta con un lenguaje contemporáneo, actualizando su mensaje en 80 fotograbados, que se convierten en un grito contra el olvido y la indiferencia, contra la «sordera moral». En primer lugar, los manipula con escáneres dejando vacíos, desnudos, sus fondos desolados, teñidos de dolor y desamparo, sin figuras ni acción alguna. Los coloca en el orden del álbum de Goya, de izquierda a derecha, formando ocho hileras con 10 fotograbados cada una.

La artista iraní animó digitalmente las figuras de las obras de Goya, que se proyectan, por azar y como si se tratase de una coreografía, a través de un foco de luz. Cuando éste se posa sobre cada uno de los «Desastres», aparecen, por arte de magia, las figuras que habían desaparecido de ella. Además, cobran movimiento. Cuando se retira el foco vuelven a desaparecer. Todo ello sucede al ritmo de un «Nocturno» de Chopin que suena en la sala como un lamento. El resultado, muy lírico e hipnótico. El título de esta hermosa y poética videoinstalación («Cuando cuento, estás solo tú... pero cuando miro hay solo una sombra») se toma del poema «La tierra baldía», de T. S. Eliot. En ella se mezclan pintura, poesía, teatro, cine, música...
Paralelismos

No es muy conocida en España la figura de Farideh Lashai. La conoceremos mejor gracias a su autobiografía, «Llegó el chacal», que va a publicar en junio, traducida del farsi, Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Y, aunque de origen muy distinto (uno español y la otra iraní), hay paralelismos entre Lashai y el propio Goya, como resalta la comisaria. Ambos fueron testigos de los horrores de la guerra: Goya, en la invasión napoléonica; Lashai, en la guerra entre Irán e Irak en los 80. Ambos denunciaron en sus obras la violencia y tuvieron una gran compasión y empatía con las víctimas. Los dos se rodearon de la intelectualidad de la época y padecieron enfermedades que influyeron en su forma de trabajar:se volvieron en ambos casos más introspectivos. Goya se quedó sordo y Lashai sufrió una profunda depresión en 1989.

La vida de la artista iraní no fue nada fácil. Amante de la exquisita cultura persa, de la tradición oral y el teatro popular, esta mujer rebelde y revolucionaria estudió literatura, cine y teatro en Alemania, adonde se trasladó a comienzos de los 60. Viajó por entonces a España. En Madrid descubrió los frescos de Goya en San Antonio de la Florida. Pero, de regreso a Irán, estuvo encarcelada de 1974 a 1976. Tras un exilio en Estados Unidos (en Boston descubrió los «Desastres» de Goya), volvió a su país. Vivió el bombardeo de Teherán en 1986. Falleció en Teherán en 2013 a causa de un cáncer. Unos meses antes entabló este intenso e íntimo diálogo, 200 años después, con Goya, al igual que han hecho muchos artistas contemporáneos, que vuelven sus ojos, una y otra vez, al maestro, inagotable fuente de inspiración.

A unos metros, el perro semihundido de Goya parece curiosear lo que ocurre en la sala de al lado. También a unos pasos, y al igual que ocurre con el foco que ilumina los «Desastres de la Guerra», un farol alumbra al hombre que está a punto de morir ejecutado en «Los fusilamientos del 3 de mayo»
(artículo completo en abc - cultura - arte)


NOVEDADES FERIA DEL LIBRO 2017: EL CAPARAZÓN de Mustafa Khalifa

A Ruzam y Ruham, y a todos los niños y jóvenes del mundo, con el deseo de que tengan una vida mejor que la que hemos vivido nosotros.
A los presos de opinión en todo tiempo y lugar. Ojalá que la publicación de estos testimonios les devuelva una parte de sus derechos violados.
Me senté con Suzanne en una cafetería del aeropuerto de Orly en París, mientras esperábamos el despegue del avión que me llevaría a mi país después de seis años de ausencia.
Hasta ese último cuarto de hora, Suzanne no había cejado en sus intentos de convencerme de que me quedara en Francia. No dejó de repetir los mismos argumentos que llevaba meses oyendo, desde que le informé de mi decisión irrevocable de volver a mi país y trabajar allí.
Soy descendiente de una familia árabe cristiana católica, la mitad de cuyos miembros viven en París, lo que me abrió las puertas para estudiar en Francia. Los estudios me resultaron fáciles y se desarrollaron en condiciones muy favorables, dado que dominaba el francés desde antes de ir a París. Obtuve excelentes resultados en mis estudios de dirección de cine y, tras licenciarme, ahí estaba yo, volviendo a mi país y mi ciudad.
Suzanne también pertenece a una familia árabe, pero todos sus miembros habían emigrado a Francia, donde residían. Estuvimos saliendo durante los últimos dos años de universidad, y nos podríamos haber casado con la bendición de ambas familias, si no hubiera sido por mi empeño en regresar a mi país, y su insistencia en quedarse en Francia. En el aeropuerto, puse punto y final a la enésima discusión sobre el tema de la siguiente manera:
-       Suzanne… Amo mi país, mi ciudad. Amo sus calles y esquinas. No se trata de un romanticismo vacío, sino de un sentimiento genuino. Tengo en la memoria las expresiones grabadas en los muros de las casas antiguas de nuestro barrio. Las adoro, las extraño. Eso para empezar. En segundo lugar, quiero ser un director reconocido y tengo muchos proyectos y planes en mi cabeza. Tengo muchas aspiraciones, y en Francia siempre seré un extraño, un refugiado más trabajando entre ellos, alguien a quien, condescendientes, dejarán algunas migajas. No… No quiero. En mi país tengo derechos y nadie tiene la ventaja de estar por encima de mí. Con un poco de esfuerzo, puedo hacerme un nombre. Eso sin olvidar que el país nos necesita a mí y a mis semejantes. Por eso, mi decisión de volver es irrevocable, y todo intento de convencerme de lo contrario es inútil.
Se hizo un silencio que duró varios minutos. Escuchamos la llamada. Había llegado el momento de subir al avión. Nos pusimos de pie y nos bebimos la cerveza que nos quedaba de un solo trago. La miré emocionado y noté que el llanto se asomaba a sus ojos. Se lanzó a mi pecho. La besé rápidamente: no soporto estas situaciones. Le dije:
-       Sé feliz.
-       Tú también. Ten cuidado, por favor, cuídate.
Y subí al avión.
Tiempo después me convertiría en un mirón; pero no era un “mironismo” de tipo sexual, aunque tampoco le era ajeno.
La mayor parte de este diario se escribió en la cárcel del desierto, aunque el verbo “escribir” en esta oración no es del todo correcto, pues en la cárcel del desierto no hay bolígrafos ni folios. Esa enorme prisión, que está conformada por siete patios, además del patio cero, treinta y siete barracones y muchos otros nuevos sin numerar, y una serie de habitaciones y celdas francesas (células) en el quinto patio, llegó a albergar entre sus muros a más de diez mil reclusos. En esa cárcel, que acogía un elevado número de licenciados universitarios, los presos no vieron -y eso que algunos estuvieron más de veinte años allí- un solo folio o bolígrafo.
La escritura mental la desarrollaron los islamistas. Uno de ellos memorizó más de diez mil nombres de los presos que entraron en la cárcel del desierto, junto con los nombres de sus familias, ciudades, pueblos, fechas de detención, sentencias y destino.
Comencé  escribir este diario cuando percibí que mi memoria estaba adiestrada ya para funcionar como una cinta de vídeo. Habiendo grabado todo cuanto vi y parte de lo que escuché, sólo faltaba vaciar “parte” del contenido de la grabación.
¿Soy el mismo que era hace treinta años? Sí… Y no. Un sí pequeño y un no grande. Sí, porque vacío y escribo sin faltar a la verdad parte de este diario. Y no, porque no puedo escribir ni contar todo, pues ello exige revelar cosas, y las revelaciones tienen condiciones, relacionadas con la coyuntura objetiva y la otra parte implicada. [...]
21 de abril
Abrí los ojos lentamente. El hedor que me rodeaba estuvo a punto de asfixiarme. A mi alrededor había un bosque de pies y piernas. Estaba tirado en el suelo entre la maraña de pies: olor a pies sucios, olor a sangre, olor a heridas supurantes, olor a un suelo que no se había limpiado en mucho tiempo… La respiración pesada de personas obligadas a permanecer en pie, pegadas unas a otras. Según mis estimaciones, seríamos unos 86 hombres. Miré al techo ¡y calculé que no tenía más de 25 metros cuadrados!
La gente hablaba en susurros, lo que generaba un zumbido constante en el ambiente. Quería ponerme de pie para coger algo de aire. Terribles dolores por todo el cuerpo. Traté de incorporarme, soportando el dolor; pero cuando intenté mantenerme en pie grité. Era insoportable.
La gente que estaba a mi alrededor se percató y varias manos se alargaron para sujetarme por las axilas y levantarme. Me puse de pie apoyándome en las manos. El chico que estaba a mi lado me dijo:
—Paciencia, hermano, paciencia. Un mal trago, pero se pasará.
—Quien está con Dios tiene a Dios con él. No desesperes, hermano —añadió otro, en la misma línea.
Con el movimiento, se aliviaron un poco los dolores. Miré a mi alrededor: adultos, jóvenes y también niños de doce o trece años, hombres mayores y ancianos.
Me giré hacia el hombre que había intentado hacerme desistir de mi empeño un poco antes y le pregunté:
—¿Quiénes son esas personas? ¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué están de pie?
El hombre me miró con desconcierto, sin comprender, como si me dijera: «¿Cómo explicar lo obvio?»
—Tú… ¿No sabes qué está pasando en el país? —contestó.
Estando en Francia había oído las noticias sobre los disturbios, y que un partido llamado los Hermanos Musulmanes había llevado a cabo algunos ataques violentos aquí y allá. Pero no le había dado ninguna importancia a dichas informaciones, las cuales seguían siendo confusas. En cualquier caso, yo desconocía los detalles y, además, nunca había sido aficionado a los informativos ni me atraía el activismo político. Y ello a pesar de que, a partir de secundaria, me había acercado a grupos marxistas cuyas ideas me habían influido, especialmente las de mi tío materno, que al parecer ocupaba una posición de mando importante en el Partido Comunista.
Le contesté:
—De verdad, no lo sé. ¿Qué pasa?
—¿Por qué? ¿No vives aquí?
Quise cortar la retahíla de preguntas y le contesté de una vez a todo lo que quizá me seguiría preguntando:
—No… Vivía en Francia y llegué hoy, hace —miré mi reloj—… solo catorce horas.
—Madre mía, ¿tienes un reloj? Escóndelo, hermano, escóndelo. ¿Ves a toda esta gente? Son los mejores creyentes y defensores del islam en este país. Una prueba, hermano, una prueba: es una prueba de Dios Todopoderoso.
Le interrumpí. No sabía qué estaba haciendo allí. La sensación de que se estaba cometiendo una injusticia conmigo me superaba. Irritado, le respondí, cortante:
—Muy bien… ¿Y yo qué tengo que ver? ¡Soy cristiano, no musulmán! ¡Soy ateo, no creyente!
«Esta es la segunda vez que proclamo que soy ateo. Pura verborrea. La primera me costó una ración de la caña de Ayub, por orden de Abu Ramzat, que mataba musulmanes porque vivíamos en un Estado islámico. La segunda, me costaría largos años de absoluto aislamiento y que me trataran como un insecto, o peor».
(traducción del Árabe de Ignacio Gutiérrez de Terán y Naomí Ramírez Díaz)
Ficha técnica
autor: Mustafa Khalifa
título: El caparazón. Diario de un mirón en las cárceles de Al-Asad
Traducción del árabe y Postfacio: Ignacio Gutiérrez de Terán y Naomí Ramírez Díaz
Colección: sociedades del oriente y del mediterráneo, 10
Nº páginas: 344
Formato: 21 x 12,5
ISBN: 978-84-946564-2-2
PVP: 18 euros
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