Al-Tanki. Tras las huellas de una mujer iraquí

Coincidiendo con la llegada de la primavera de este 2022, publicamos el último libro de Alia Mamduh, así presentado por su traductor Ignacio Gutiérrez de Terán:

No es una novela fácil de leer ni, menos aún, de traducir este al-Tanki. Tras las huellas de una mujer iraquí de Alia Mamduh. La escritora iraquí afincada en Francia desde hace décadas lleva tiempo experimentando con el idioma árabe, tratando de generar un modo peculiar de expresar su experiencia vital como mujer árabe exiliada que vuelve una y otra vez, paradójicamente, a su país natal. Escribiendo sobre la violencia, las dictaduras y las invasiones que la obligaron a marcharse; sobre la marginación que siguen sufriendo las mujeres en las ciudades y pueblos de Iraq a la sombra del poder omnímodo ejercido por el hombre, el padre, el hermano mayor o el gran líder militar, civil y religioso; o sobre la represión de las libertades básicas, empezando por la de expresión y terminando por la sexual. Todo ello aflora desde la primera página de este pormenorizado relato en torno a una familia iraquí y la calle donde se desenvuelven sus miembros, a despecho de un Bagdad que decae, lánguidamente. Mamduh imprime al texto un destacado marbete ácido y nostálgico a la vez, habitual en novelas anteriores como Naftalina, publicada por ediciones del oriente y del mediterráneo en 2000. En esta ocasión la acidez adquiere un grado de complejidad apreciable porque a un calculado ejercicio de sutileza añade una distorsión lingüística sustentada en un juego capcioso de significados, insinuaciones e imágenes rotas que pueden llevar a confundirnos, en especial si desconocemos la historia reciente de Iraq y la experiencia trágica de millones de iraquíes forzados a dejar su tierra.
Decimos que no resulta sencilla la lectura de esta novela porque su autora se ampara en las frases a medio construir, la intercalación de narradores y voces pretéritas y presentes, la confusión deliberada de las perspectivas de los personajes, la abstracción entreverada de falso realismo o la evocación de una realidad que, en Iraq, desde hace décadas, se ha convertido en rehén de un bucle inextricable. «En nuestro país, en el que el relato casi siempre queda a medias», afirma uno de los narradores colectivos de esta alegoría sobre la locura individual y nacional. Sí, la historia, la trama, de Al-Tanki se interrumpe continuamente a sí misma porque Iraq ha dejado de ser Iraq —si es que alguna vez lo fue— desde hace demasiado tiempo. Por ello, los personajes que pueblan la novela se sienten desubicados y terminan abjurando del «virus de la patria o del lugar que te acoge». Se trata de un extrañamiento que afecta tanto a los que permanecieron allí como los que se desperdigaron por medio mundo gracias a la dictadura del Baath, la invasión criminal de Estados Unidos y, antes, al embargo inmisericorde impuesto en los noventa del siglo pasado. Para mayor desgracia, Iraq debe lidiar hoy con el extremismo religioso, que está diezmando a las minorías y a los sectores laicos de las comunidades mayoritarias. «Un país de petróleos y meados» apunta otro relator más adelante, aquejado de una enuresis provocada por las convenciones sociales impuestas por los cánones patriarcales, el contexto de violencia social y el remate de la ocupación militar. La orina irrefrenable de la que habla el hermano de la supuesta protagonista del libro es la imagen de la impotencia iraquí ante su cruel destino. La frustración, también, de ver cómo la humillación originada por las guerras y las invasiones se ha trocado en abulia.
El argumento de Al-Tanki no es el de una mujer que ansía sustraerse del estrecho cerco marcado por una ciudad, sociedad y familia que se dirigen, sin remisión, a la dispersión; tampoco tiene que ver con la búsqueda de un horizonte nuevo y distinto donde desarrollar sus dotes de artista o experimentar, al fin, el amor, la pasión, el deseo. Bueno, digamos, mejor, que no tiene que ver en primera instancia con todo ello. Desde la primera línea, la novela avanza cavilosa, reconvertida en una alegoría de la historia moderna de Iraq. La familia de Afaf, tras años de silencio y aparente olvido, trata de averiguar qué le pasó allá, en París. Para ello, arman esta sinfonía desconcertante en la que cada recuento termina condenado al fracaso. ¿Qué le ocurrió a Afaf en Occidente, qué nos ha ocurrido a los iraquíes en Oriente? Suponen que murió, la mataron o se suicidó, aventuran un episodio de locura, una enajenación o una desaparición inexplicable. Como si se hubiera abducido a sí misma, tal vez. «¿Quién es el culpable de lo que le pasó a Afaf?»; un modo peculiar de inquirirse acerca de la autoría del crimen que los iraquíes vienen sufriendo desde hace mucho tiempo. «¿Somos nosotros, ustedes?». Lo terrible es que cada aportación corrobora la impresión de que nadie tiene una explicación para lo que le ha pasado a esta nación milenaria. De hecho, ni siquiera saben si se ha cometido un crimen que exija iniciar una investigación. Como con los asesinatos, los secuestros, los éxodos, la corrupción generalizada o la limpieza religiosa en barrios y aldeas, tan habituales, tan consuetudinarios.
Oh, no, eso sí que no: el crimen ha tenido lugar, pero nos cuesta mucho llegar a conclusiones porque, en esencia, ignoramos cuáles son los fundamentos de un crimen en toda regla. Y cuando atisbamos una pista, un indicio, lo enfocamos con una luz errónea. «La guerra, una cotidianidad, algo que la divinidad nos ha asignado a los iraquíes como rasgo distintivo». Por todas estas razones, Afaf ansía salir de su país para andar a rienda suelta, caminando, trotando incluso. Los zapatos, la cubierta ya lo avanza, desempeñan una función primordial en este libro, un símbolo más de que el calzado oprime y restringe el ardor de unos pies que se afanan desesperadamente por entablar contacto con el asfalto y los adoquines de las calles. Tampoco tiene visos de llegar muy lejos porque, como la protagonista termina comprobando, el exilio, como la patria, también te desgasta los zapatos. Muchísimo.
Podríamos señalar, a modo de colofón, que Afaf representa la fe del Iraq inmemorial en sí mismo. Las ganas de superar las adversidades y anunciar algo nuevo sin renegar de los valores edificantes de su acervo oriental. Por eso, Afaf canta las tonadas árabes tradicionales, los ecos de las orquestas clásicas, y añora la belleza de las construcciones armoniosas y enigmáticas del Bagdad antiguo. En cierto modo, Al-Tanki sirve de homenaje a la pléyade de arquitectos, escultores, pintores, urbanistas u orfebres iraquíes contemporáneos que fueron absorbidos por la vorágine de la destrucción o el destierro. El fin de ese edén arquitectónico al que se refiere la obra, «El Cubo», sintetiza el cruel destino de una de las generaciones más brillantes y fructíferas de todo Oriente Medio. Podríamos señalar más cosas y seguir alargando este remedo de conclusión, pero ¿para qué? Preferimos sentarnos en un café —cuánto les gusta a los árabes en general y a los iraquíes en particular hablarnos desde un café cuando recalan en París— y recordar los versos del gran poeta Issa Hassan al Yasiri, compatriota de Mamduh exiliado en Canadá, asiduo al tasakku´ o deambular insomne por la ciudad:

Treinta y seis palomas zurean bajo el techado del café
de Oliver Larry y dan saltitos
sobre una acera blanca de Montreal.
Se posan en los hombros de los clientes
que beben vino, comen crepes
y ríen con la frescura
de quien no ha conocido grandes tribulaciones.
Yo sigo sentado, abandonado a la soledad del aire
y la sombra del árbol provecto que gime, cada noche,
junto a mi ventana.


LA COCINA ABIERTA EN EL MACBA

 

La Cocina del MACBA es una cocina situada en el contexto de la crisis ecosocial. En su tercer año de funcionamiento, las participantes se reafirman en la importancia de “sentipensar” una cocina ecofeminista y están especialmente interesadas en los saberes de personas, proyectos y experiencias que trabajan sobre el conocimiento desplazado en relación con la soberanía alimentaria. Las tensiones ecofeministas en los debates de la carne, la sanación de la herida colonial a través de la memoria histórica, ritualista y de las celebraciones culinarias, y el arte y los procesos de justicia alimentaria son temas que atraviesan el día a día de La Cocina. Este año abrimos La Cocina e invitamos a artistas, pensadoras y colectivos especializados a reflexionar con nosotros y con todo aquel que comparta las mismas inquietudes.

A cargo de Laila El-Haddad, Maggie Schmitt, Marina Monsonís y Yayo Herrero.

Laila El-Haddad es una escritora y periodista palestinoamericana. Su trabajo se centra en la situación de Gaza y la intersección de la alimentación, la cultura y la política. Es la autora de Gaza Mom: Palestine, Politics, Parenting, and Everything In Between y coautora, junto con Maggie Schmitt, de Las cocinas de Gaza, muy aclamado por la crítica. Es una ávida jardinera y una entusiasta del aire libre. Tiene su hogar en Clarksville, Maryland, con su marido, sus cuatro hijos y siete gallinas.

Maggie Schmitt es traductora. También trabaja en varios medios —escritura, fotografía, vídeo, comida— para explorar cómo la vida cotidiana se cruza con las narrativas históricas, los imaginarios políticos y las realidades ecológicas. Ha participado en iniciativas que van desde colectivos de investigación militante hasta proyectos piloto municipales, siempre con mirada feminista y habitando la fricción entre diferentes mundos sociales. Es coautora, junto con Laila El-Haddad, del libro Las cocinas de Gaza. Vive y cría (abejas, plantas, niños) en un pueblo de Segovia.

Marina Monsonís es una artista visual que trabaja con procesos híbridos y heterogéneos de transformación social arraigados a los territorios, en proyectos colectivos, comunitarios y pedagógicos que relacionan las ciencias del mar, el diseño basado en el lugar, la gastronomía, el grafiti, la geografía radical, la etnografía y la memoria crítica, oral y gestual. Trabaja en proyectos que conectan la cocina con aspectos políticos, críticos, sociales y transgeneracionales para crear debates y transmitir conocimientos sobre las complejidades y los conflictos que habitan en el km 0. Está interesada en la convivencia de espacios radicales donde las personas se constelan en las investigaciones, las técnicas, los saberes locales y globales, antiguos y emergentes, manteniéndose en un ecosistema generoso y enriquecedor, donde en la mesa dominen el disfrute, el intercambio y la armonía. Dirige La Cocina del MACBA desde sus inicios, en noviembre de 2018.

Yayo Herrero es consultora, investigadora y profesora en los ámbitos de la ecología política, los ecofeminismos y la educación para la sostenibilidad. Es licenciada en Antropología Social y Cultural, diplomada en Educación Social e Ingeniería Técnica Agrícola, y cuenta con un diploma de estudios avanzados en Teoría de la Educación y Pedagogía Social. En la actualidad es socia de Garúa Sociedad Cooperativa y docente en diversas universidades españolas. Es autora o coautora de más de una treintena de libros y colabora habitualmente con diversos medios de comunicación. Fue coordinadora del Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental de la Fundación General Universidad Complutense de Madrid y directora general de FUHEM. Compagina, desde hace décadas, su actividad profesional con la participación activa en movimientos sociales, especialmente el movimiento ecologista. Forma parte de Ecologistas en Acción, organización de la que fue co-coordinadora confederal entre 2005 y 2014.

El acto tuvo lugar con el aforo completo y un sostenido interés por parte de los asistentes.

Además de la coordinadora de La Cocina abierta, Marina Monsonís, que abrió el acto, estuvieron presentes las autoras de Las cocinas de Gaza. Un viaje culinario por Palestina, Maggie Schmitt y Laila El-Haddad, esta última por videoconferencia.

 

 


"Las cocinas de Gaza. Un viaje culinario por Palestina" en Espacio Crítico de Público

Un viaje culinario por Palestina, Laila El-Haddad y Maggie Schmitt

No es un libro de cocina al uso este libro. Ya el título nos puede alertar: Las cocinas -que no la cocina- de Gaza, ese lugar que, como recuerda Raquel Martí, directora de la UNRWA en España, en su documentada Presentación, los informes de la ONU califican de inhabitable. Y, sin embargo, sí que es un libro de cocina… y mucho más. Es el fruto del trabajo de campo emprendido durante el año 2010 por las autoras Laila El-Haddad y Maggie Schmitt.

Desde el principio, optaron por las comidas caseras -patrimonio casi exclusivo de las mujeres- en lugar de la comida de restaurante, mucho más uniforme en toda la región y patrimonio casi exclusivo de los hombres.

Las mujeres que con extremada calidez y amabilidad abrieron las puertas de sus cocinas a Laila y Maggie provienen de todos los puntos de la Palestina histórica, pues Gaza, esa prisión al aire libre, fue tierra de acogida de aquellas familias que tuvieron que abandonarlo todo para no perder la vida. Primero fueron tiendas de campaña, sustituidas más tarde por construcciones precarias, que fueron creciendo a lo largo de los años de negativa israelí a acatar las resoluciones de Naciones Unidas sobre el derecho al retorno de los refugiados.

Muchas de las mujeres protagonistas de este libro, de segunda y tercera generación de refugiadas, si ese derecho se hiciera efectivo, no podrían volver a sus pueblos porque fueron destruidos por las milicias y el ejército israelí entre 1948-1949 (418, en concreto desaparecieron literalmente del mapa).

Las autoras nos revelan el misterio de cómo Um Hana, que proporciona la receta de dugga -esa mezcla de trigo, legumbres trituradas y especias, todo tostado y molido, tan nutritiva-; Um Zaher, que corta acelgas y cebollas para preparar la fogaía, un delicioso guiso de acelgas, garbanzos y arroz; Fátima Qaadan, que cocina una espléndida comida de Ramadán, y tantas otras consiguen llevar a la mesa esos manjares cotidianos…

Si bien, debido al asedio israelí, solo en contadísimas ocasiones, como mucho una vez por semana, pueden elaborar esos deliciosos platos de comida casera, ricos en verduras variadas, carnes tratadas con esmero y sazonadas con una paleta de hierbas y especias -y guindilla, mucha guindilla: esos pequeños pimientos rojos hacen furor en las cocinas gazatíes-, sin olvidar los pescados. “Si no fuera por el luminoso horizonte azul del Mediterráneo, Gaza podría parecer una mazmorra”, nos dicen las autoras. El pescado, básico en la dieta de Gaza, está presente en variadas y apetitosas recetas: hbari u ruz, chipirones con arroz tostado, saiadía, arroz marinero, kefta sardina, croquetas de sardina, saltaone mashui, cangrejos rellenos al horno… Pero, hoy en día, es casi imposible acceder a él: los barcos pesqueros no pueden salir de una zona de exclusión marcada arbitrariamente por Israel, a pocos metros de la costa. Por ello, piscicultores “de agua dulce”, como los hermanos Iyad y Ziyad se presentan a las autoras, tratan de suplir ese escaso y caro pescado de mar criando tilapia y mújol. Aunque, se lamentan nuestras cocineras, su sabor nada tiene que ver con el pescado que hizo a Gaza famosa en toda Palestina.

Pero ellas no reblan, en solitario en sus cocinas o unidas formando cooperativas, salvando todas las dificultades -agua contaminada (el 96% de las aguas del acuífero de Gaza están contaminadas), cortes de electricidad cada vez más prolongados- sostienen la vida y perpetúan la cultura.

Han pasado más de diez años de la primera edición de este libro, y las autoras, en la Introducción a la edición en castellano, lamentan el empeoramiento de la situación: la pobreza se ha enquistado, dicen, y las expectativas disminuyen. Y vuelven a asombrarse porque “mientras algunas de las circunstancias que aquí se describen han cambiado, los relatos y las tradiciones, y el infatigable buen humor que observamos a lo largo de nuestra investigación subsisten inalterados”.

Y añaden “después de diez años de pobreza en aumento en Gaza, este libro ha asumido una triste función: documentar para los propios habitantes de Gaza tradiciones culinarias que no pueden ser transmitidas a las generaciones más jóvenes sencillamente porque las familias no tienen los medios necesarios para hacerlo”.

Artículo completo en Espacio Crítico

 


Plaza Pública: "Las cocinas de Gaza" por Teresa Aranguren

 

 

Plaza Pública

Las cocinas de Gaza

Teresa Aranguren

4 de enero de 2022

 

 

Este no es un libro de cocina sino de cocinas, esos espacios íntimos y familiares donde, entre cazos, guisos  y cuentos mil veces contados, ocurre la vida. Este libro habla del gusto de vivir pese a todo y frente a todo. Habla de las gentes de Gaza.

 

“Quizás sean los carteles de colores brillantes que cuelgan de la pared o el patio primorosamente rastrillado y repleto de todo tipo de hierbas aromáticas. Quizá las caras impacientes de las seis niñas que salen a saludarnos y suben corriendo las escaleras con sus largas trenzas negras y brillantes. Sea cual sea la razón, salta a la vista que la casa de Um Hana en Beit Lahia es un lugar alegre”.

 

Extraña descripción de un lugar que los informes de Naciones Unidas han calificado de “inhabitable”. En el excelente prólogo de este libro, Raquel Martí, directora de UNRWA-España (Agencia de Naciones Unidas para los refugiados palestinos) ofrece los datos de la catástrofe que el bloqueo israelí impone sobre la población de Gaza: cortes de electricidad diarios de más de ocho horas de duración, el 96% de las aguas del acuífero están  contaminadas, el agua potable tiene que ser traída en camiones y su precio resulta inasequible para la mayoría de la gente, el paro alcanza al 48% de la población y en el caso de los jóvenes al 65%, los hospitales padecen una constante falta de material sanitario y se sostienen al borde del colapso,  gran parte de las infraestructuras, desde las depuradoras de agua y el sistema de alcantarillado hasta viviendas, edificios administrativos, cultivos y granjas han sido destruidas por las bombas.

 

Sí, Gaza es un territorio inhabitable o, más exactamente, sería un territorio inhabitable si no fuera porque su gente, sobre todo sus mujeres, se empeñan en hacerlo habitable.

 

No se trata de dulcificar lo insoportable ni de ocultar el sufrimiento cotidiano de la vida en Gaza, este libro no habla de héroes con superpoderes sino de seres humanos que resisten la adversidad, se apoyan mutuamente y cocinan entre risas y cotilleos como se hacía en las cocinas de la aldea de la que fueron expulsados y cuyo nombre ya no figura en los mapas. Las mujeres de Gaza cocinan para preservar la vida. Y la memoria.

 

Um Ibrahim nació en la localidad de Beit Tima al sur de Yafa, a sus más de 90 años mantiene vivos sus recuerdos de infancia y juventud y “le brillan los ojos cuando describe con detalle las verduras silvestres y las hermosas calabazas de su pueblo natal”. También recuerda con precisión lo que ocurrió en el otoño de 1948 cuando, tras buscar refugio en una aldea cercana porque las milicias sionistas llegaban a su pueblo, su familia decidió regresar días después a Beit Tima para recoger la cosecha de grano que tenían almacenada en la casa, “encontramos a muchos de nuestros vecinos muertos, con disparos en la frente y miembros amputados…”.  Um Ibrahim huyó con su familia y sus vecinos a Gaza. Vive en el campo de refugiados de Deir Al Belah. Nunca ha vuelto a ver su pueblo ni los paisajes de su infancia, pero conserva el legado de sabores y olores de aquella Palestina que fue y pervive en las recetas que aprendió de niña en Beit Tima. La que Um Ibrahim nos ofrece en este libro es la de “Bamia ua adas”, un guiso de lentejas y verdura típico no solo de esta región sino de toda Palestina.

 

Laila Al Haddad y Maggie Schmitt recorrieron las cocinas de Gaza en busca de recetas tradicionales, pero sobre todo de relatos, retazos de vida que las mujeres van desgranando en su charla mientras majan en el mortero un poco de comino, sésamo, albahaca y aceite o desgranan los rubíes de una granada. La mayoría de las personas que aparecen en este libro son mujeres, pero  también hay algún hombre, como Abdel Munin, que gestiona una pequeña finca de cultivo ecológico en Beit Hanun o Mohamed Ahmed, que antes del bloqueo solía exportar fruta a Europa y ahora, con sus árboles arrancados porque sus tierras quedaban cerca de la frontera, depende de la ayuda alimentaria de UNRWA. En Gaza la alimentación es tarea de mujeres cuando se realiza en casa, si es negocio es cosa sobre todo de hombres. Pero esto no ocurre solo en Gaza.

 

Uno de los grandes atractivos de este libro son las excelentes fotografías que acompañan cada una de las recetas, cada una de las historias, imágenes de los platos cocinados y de los rostros de quienes los muestran. Y es conmovedora la alegría de vivir que desprenden esos rostros.

 

Las cocinas de Gaza, editado con el esmero con el que Ediciones de Oriente y el Mediterráneo realiza siempre su trabajo, es un libro bellísimo. Una manera original e inteligente de mostrar el drama y la fortaleza de las gentes de Gaza.

 

Teresa Aranguren es periodista y escritora.

Artículo completo en infolibre

 


Viajar por Gaza sin moverse de la cocina (Rosa Meneses, El Mundo, 29/12/2021)

 

 

Um Zuhair prepara un pastel de alholva y aceite de oliva mientras cuenta la historia de ‘Yamil y Buzaina’. El relato, que se remonta a los tiempos del califato omeya, narra el destino de dos amantes desgraciados. El poeta Yamil Ibn Maàmar, de la ciudad de Medina, se enamora de Buzaina, que pertenece a otra tribu. La familia de la joven se opone al matrimonio: no quiere que Buzaina se case con un poeta, para ellos sinónimo de libertino. Yamil, loco de amor, vaga por el desierto recitando sus versos. Sus tristes estrofas hacen llorar a las aves y las piedras. La leyenda de ‘Yamil y Buzaina’, junto con la de ‘Layla y Maynun’ -otro gran mito de la literatura árabe-, llegaron a Europa a través de la España andalusí y se cree que fueron fuente de inspiración de epopeyas como ‘Tristán e Isolda’ o ‘Romeo y Julieta’.

 

Pero estamos en una cocina. En una cocina de Gaza, concretamente. Y Um Zuhair está elaborando su postre. Tras preparar la masa, engrasa un molde con tahina y la extiende, coloca por encima almendras y piñones y pone el recipiente en el horno 45 minutos. Luego, sobre el pastel horneado, vierte almíbar frío y lo deja enfriar para cortarlo y servirlo. En ese trajinar en los fogones durante horas y horas, familiares y vecinos comparten un espacio de transmisión de cultura y conocimiento, de diálogo, de libertad, donde se recitan poemas, se cuentan historias, anécdotas…

 

Por eso, el arte de la cocina típica de Gaza es mucho más que gastronomía: es una travesía por la cultura y la sociedad de este rincón olvidado del mundo. Ese viaje puede hacerse a través del libro ‘Las cocinas de Gaza’, que acaba de publicar en España Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Es un periplo culinario por Palestina, con recetas que invitan a probar sus guisos especiados, el pescado relleno de hierbas, el falafel, los pasteles de nueces y sémola o su refrescante limonada con hierbabuena. Y es un mosaico de voces e historias, a la vez que un estudio de campo sobre la vida cotidiana de sus gentes bajo el férreo bloqueo impuesto por Israel desde 2007.

 

En la Antigüedad, por Gaza pasaban las caravanas de la Ruta de las Especias, con su trasiego de clavo, canela, nuez moscada o pimienta de Asia hacia el Mediterráneo. Hoy, Gaza -donde el 80% de la población es refugiada- se asocia a violencia y conflicto. «El libro pretende humanizar a la población de Gaza. Pretende compensar la representación sesgada que describe a los palestinos o como víctimas o como héroes o como agresores, una caricatura que no es lo que vive la gente, que no es la vida cotidiana, con sus momentos de alegría y pena. Queríamos un retrato a ras del suelo, con las vivencias cotidianas de las personas de Gaza, con sus situaciones terribles y su esfuerzo para llevar sus vidas con dignidad, para aportar alegría, belleza y significado», explica Maggie Schmitt, que junto con Laila El-Haddad es autora del libro.

 

«Los palestinos han sufrido la pérdida y el trauma durante el siglo pasado: la pérdida de tierra, de vidas y del hogar. Las aldeas de aquellos refugiados que se pusieron a salvo en Gaza fueron totalmente destruidas y su existencia, figurativa y literal, borrada de la faz de la tierra, de los mapas y los libros de historia», profundiza El-Haddad para este diario. «La comida es una de las maneras más importantes en las que han anclado su pérdida y han preservado y transmitido su memoria y herencia», continúa.

 

«Tomamos la comida como punto de partida para hablar de todo. Nos sitúa en realidades concretas, fuera de los grandes discursos ideológicos», prosigue Schmitt, en conversación con EL MUNDO. La comida como espacio de expresión y diálogo. «La cocina se sitúa en un papel seminal», precisa El-Haddad. «La cocina también es una forma de contar y, para quienes se toman el tiempo de escuchar, cuenta una historia curiosa que no se alinea con los Estados-Nación y transmite oralmente conocimientos fuera de lo oficial», reflexiona. Y es que, como dicen las autoras en el libro, «cuando se vive en Gaza, es un alivio que te pregunten sobre lentejas y no solo sobre política».

 

La cocina es un lugar privilegiado de transmisión familiar y vecinal de la historia, de intercambio y relación», considera Schmitt. «Hablamos de Palestina, cuya historia está en peligro inminente de extinción por el borrado de aldeas del mapa. Su memoria se perpetúa a través de la cocina: vemos que terceras y cuartas generaciones del exilio mantienen las recetas de sus aldeas, transmitidas por la familia, y que cuentan de dónde vienen. Y así saborean un pueblo que no existe desde hace 70 años», añade.

 

El recetario pone el foco en las mujeres, muchas veces mantenidas al margen del relato histórico y político. Aquí, las mujeres son el centro. No porque el libro transcurra entre ollas, sartenes y ‘zibdías’, los tradicionales cuencos de barro, sino porque retrata a las mujeres como principales transmisoras de la memoria y la historia. «Quisimos dar voz a las mujeres, que quedan fuera de la representación. Recopilar un riquísimo patrimonio culinario y hacer un acto de memoria histórica para intentar cambiar el discurso en torno a Gaza a través de la cotidianidad», destaca Schmitt.

 

«La cocina es un lugar especial donde los palestinos -y especialmente las mujeres- ejercen el control sobre algunos aspectos de sus vidas y elaboran y retienen su dignidad cuando Israel ha trabajado rutinariamente para despojarles de ella», considera El-Haddad.

 

Maestras de improvisar un plato adaptándose a lo que hay, en un contexto político y económico difícil, las autoras muestran en su trabajo cómo las mujeres hacen de las recetas transmitidas de generación en generación «un lugar de expresión y creatividad en femenino que se escapa a cualquier control».

 

Artículo completo en El Mundo, 29/12/2021


PRESENTACIÓN DE "LAS COCINAS DE GAZA"

El pasado día 29 de noviembre, coincidiendo con el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino instituido por la ONU en 1977, en el marco de la Semana de Palestina organizada por Casa Árabe de Madrid, tuvo lugar la Presentación de «Las cocinas de Gaza. Un viaje culinario por Palestina», con la participación de Raquel Martí, directora de UNRWA en España, Sylvia Ourdia Oussedik, directora de la colección Sabores del Oriente y del Mediterráneo, y las autoras Maggie Schmitt y Layla El-Haddad (esta última por videoconferencia desde Washington), todas ellas presentadas, en nombre de casa Árabe, por Karim Hauser.
LAS COCINAS DE GAZA es mucho más que un libro de cocina, es también una aproximación a los habitantes de la Franja de Gaza, a su sociedad, a sus dificultades, a su lucha por la supervivencia y a su cultura. Añadimos a continuación un texto extraído del libro y el enlace al vídeo de la Presentación en Casa Árabe.

 

NA’EMA Y LA REVOLUCIÓN DE LAS HUERTAS DE LOS PATIOS

La nueva oleada de aficionados a hacer queso artesano y hortelanos de balcón y azotea quizá se sorprenderían si descubrieran hasta que punto coinciden con la población de Gaza.

Por toda Gaza, las familias están resucitando los viejos métodos de cultivo, de cocina y de conservación de la comida para sobrevivir a las restricciones impuestas por el asedio y los constantes cortes de luz. Enfrentados a un paro masivo como consecuencia del cierre de las fronteras y de la aniquilación del tejido productivo, los gazatíes se han volcado en masa en la agricultura a pequeña escala: en parcelas de tierra, si tienen acceso a ellas; en las azoteas y los balcones, si no tienen tierra.

Palomares y jaulas de conejos florecen en las azoteas de la ciudad. Los cortes de electricidad hacen que la refrigeración no esté asegurada, lo que conduce a un redescubrimiento de las viejas técnicas de conservación: proliferan los encurtidos y las compotas, y se pueden ver rejillas de secado en muchos patios traseros. Como a veces no se puede usar el gas para los hornos y los fuegos, muchas cocineras preguntan a sus abuelas cómo se encienden los hornos de arcilla, que se habían dejado de lado durante una generación.
Esta obligada autosuficiencia no se hace notar únicamente entre la gente corriente que trata de salir adelante; incluso el gobierno está respondiendo con planes estratégicos para reciclar a gran escala las aguas residuales y para promocionar una agricultura autóctona aprovechando las aguas pluviales.

No es una idea nueva. Durante la Primera Intifada, en la década de 1980, la palabra clave de la política y la vida cotidiana palestina era sumud, tenacidad. En la estela de la swadeshi de Gandhi, era un impulso político coordinado, asumido con entusiasmo por las organizaciones de base, para alcanzar la autosuficiencia y dar pasos hacia la independencia económica, social y psicológica de Israel.

Israel en aquel momento respondió incentivando los cultivos para la exportación y reclutando masivamente trabajadores para la agricultura israelí, con el resultado de que muchos de ellos abandonaran sus pequeñas explotaciones en Gaza a cambio de un trabajo asalariado mejor remunerado.

Una generación más tarde, con las fronteras cerradas, los jóvenes vuelven a cultivar la tierra como último recurso, recurriendo para ello al conocimiento agrícola de sus mayores.

 

Las cocinas de Gaza ha sido también objeto de atención de la emisión en árabe

de Radio Exterior de España. Podéis seguir aquí la emisión.

Y del programa Uhintifada de hala bedi. Podéis seguir aquí la emisión.


Iñaki Urdanibia en KAOSENLARED

 

«La historia de los negros en América es la historia de América. No es una historia bonita»

 

Así, como reza el título, se titulaba el libro en el que trabajaba James Baldwin (Nueva York, 1924- Saint-Paul-de-Vence, Alpes marítimos, 1987) cuando la Parca le sorprendió, lo que supuso que el libro, que ya lo tenía apalabrado con su editor, quedase en estado de anotaciones, de borrador. Tal obra iba a basarse en tres luchadores de la igualdad racial en su país, que fueron asesinados entre 1963 y 1968: Medgar Evers, Malcom X y Martin Luther King. Los apuntes sueltos que dejó quien fuera portavoz ideológico de un importante sector de la intelectualidad negra y novelista de reconocido talento, fueron entregados por la hermana del escritor, Gloria Baldwin Karefa-Smart, al cineasta Raoul Peck, quien aprovechando dichos materiales y bastantes más, que recogían conferencias y entrevistas radiofónicas y televisivas, a lo que se han de añadir un número de fotografía variadas, realizó un documental, con la voz en off de Samuel L. Jackson, que resalta la figura del escritor. El resultado, con toda la información que contiene el documental, acaba de ser publicado por Ediciones del Oriente y del Mediterráneo: «No soy vuestro negro» —una película de Raoul Peck a partir de textos de James Baldwin—. El libro resulta un significativo patchwork que da cumplida cuenta del trato que recibían, y reciben, los negros en el país de las barras y estrellas.

 

Tras unas sabrosas aclaraciones sobre su trabajo y el modo de realización de Raoul Peck y de la montadora de la pieza, Alexandra Strauss, entramos en una avalancha de palabras e imágenes del escritor, quien a su vez presta la palabra a diferentes testigos y protagonistas de la segregación que se da y sufrieron en los USA. El repaso en su brevedad es amplio y hondo ya que en él podemos leer las opiniones de Baldwin sobre los héroes norteamericanos, todos blancos, que han sido presentados como modelos en la pantalla y en los medios de comunicación, imágenes que han sido, en no pocas ocasiones, interiorizadas por los propios negros («viendo el mundo como lo ve John Wayne»), a pesar de que, por ejemplo, la matanza de indios fuera aplaudida, sin caer en la cuenta de que los indios eran en el presente los propios negros convertidos en sujetos de todas las sujeciones y maldades. Las imágenes u diálogos de diferentes películas asoman con fuerza ilustrativa dejando expuesta la situación: «es importante descubrir que el país donde has nacido, y al que le debes la vida y la identidad, no ha creado en todo su sistema de realidad ni un solo lugar para ti». Asistimos a diferentes debates y vemos en el uso de la palabra a Malcom X y a Martin Luther King, y conocemos los encuentros que Baldwin tuvo con ellos y también las circunstancias en que conoció el asesinato de ambos, y también el de Medgar Evers, luchador con quien el escritor mantenía una estrecha amistad, habiendo llegado a acompañarle en alguna campaña. Tampoco se nos hurta sus encuentros con Robert Kennedy, hermano del asesinado presidente y fiscal, y las posturas timoratas de este cuando, aun admitiendo el trato infame que los negros recibían, se conformaba con decir que las cosas iban a mejor… cuatrocientos años han pasado desde la llegada, forzada, de los negros al país, y todavía la situación es de una desigualdad brutal que se traduce en agresiones, prohibiciones, y segregaciones múltiples. El país no sabe qué hacer con su población negra, y la reduce a una manada de seres que no hacen más que bailar, reír y comer sandía; reduciendo su imagen a unos seres pasivos y mansos, que necesitan un blanco para guiar sus desbrujuladas vidas, cuando no se vende la imagen de un peligro potencial para la seguridad nacional (pueden ver el informe del FBI sobre Baldwin, fechado en 1966, en que se le señala como ser peligroso «del que cabe esperar actos hostiles a la defensa nacional y la seguridad pública de los Estados Unidos», por lo que se suma su Nombre al Índice de Seguridad).

 

James Baldwin desbroza el camino y va derribando algunas leyendas que se vierten sobre los negros: así el tamaño de sus órganos sexuales, a la vez que se les considera como seres carentes de atributos sexuales, y aquellos que como Sidney Poitier o Harry Belafonte son sex simbols, nadie se atreve a admitirlo; «a los negros se les ha robado todo en este país». Precisamente de estos dos se recogen sus palabras. El escritor también nos entrega un conjunto de disculpas de diferentes personalidades públicas, como Nixon o Trump, que hablan de los problemillas de la vida, que en los hechos resultan parole, parole, parole. Marca las diferencias entre los elogios, y cerrados aplausos, que recibe del uso de la fuerza si esta es practicada con las armas por israelíes, polacos o irlandeses, a los que se les considera como héroes, cambiando las tornas si algún negro dice lo mismo, al considerársele de inmediato como un criminal y escarmentándole por ello. No se priva de señalar la postura colaboracionista de los cristianos, señalando a su vez las dos iglesias existentes según el color de la piel. Denuncia igualmente las falacias del humanismo, de aplicación discriminatoria; señala los dos niveles de experiencia, encarnados por Gary Cooper y Doris Day, por una parte, y por Ray Charles por la otra. Y reivindica el derecho a estar amargado frente a quienes le acusan de ello, pues hay buenas razones para estarlo: «la primera de todas, esta ceguera o cobardía americana que nos permite fingir que en la vida no hay razones para amargarse», y confiesa sin ambages que no está dispuesto a cargar con esa historia de injusticia, en la que «Blanco es una metáfora del poder, una mera forma de describir el Chase Manhattan Bank».

 

Y un deseo, una esperanza de un futuro reconciliado: «Es algo terrible que un pueblo entero se rinda a la idea de que una novena parte de su población es inferior a él. Y hasta ese momento, hasta que llegue el momento en que, nosotros, los americanos, el pueblo americano, sea capaz de aceptar lo que yo tengo que aceptar, por ejemplo que mis ancestros son tanto blancos como negros, que en este continente que estamos intentando forjar una nueva identidad para la que nos necesitamos los unos a los otros, y que no soy un pupilo de América, no soy un objeto de caridad misionera, que soy una de las personas que construyó el país; hasta ese momento, apenas quedará esperanza alguna para el sueño americano, porque las personas a las que se les niega su participación en él, por su presencia misma, lo hundirán. Y si esto ocurre, será una hora muy grave para Occidente».

 

N.B.: El uso de la expresión “de color” para referirse a los negros, expresión que aparece en las páginas 37, 51 y 72 del libro, es un eufemismo edulcorado con pretensiones de no nombrar con claridad como si el hacerlo fuese brutal en exceso (términos que se emplean, consagrados por el uso y el abuso hasta en las siglas, véase la página 51)… lo que hace, por otra parte, que quienes no son negros no es que sean rostros pálidos, que decían los otros, sino incoloros, y la verdad…

artículo completo en KAOSENLARED

 

Gracias Iñaki, por tu interés en nuestro libro No soy vuestro negro.
Queremos, sin embargo, aclarar unos comentarios al final de tu artículo. Señalas tres páginas en las cuales se utiliza el término “de color” en vez de “negro” y lo achacas a que utilizamos “un eufemismo edulcorado con pretensiones de no nombrar con claridad como si hacerlo fuese brutal en exceso, etc…” Esto no es exacto. Una prueba es que lo has encontrado solo tres veces en un libro que dice “negro”, como en su propio título, infinidad de veces. Nos hemos ceñido exactamente al lenguaje de Baldwin. “Black” se empezó a utilizar en la época de los Black Panthers (a mediados de la década de 1960), no antes. Cuando Baldwin era pequeño esa palabra (p.37) ofendía a los propios norteamericanos negros que además de “colored” utilizaban “negro” (hoy término no solo en desuso, sino directamente despectivo). Lo mismo se aplica a la página 72 que se refiere a una película de 1934. Así que Baldwin utiliza la palabra que se utilizaba en la época en que ocurren las anécdotas. Por otra parte, bien se sabe que el lenguaje va cambiando y más en una comunidad que ha pasado de ser descrita por otros a autodefinirse. Ejemplo reciente: de Afroamerican se ha pasado a African American… y veremos por cuantos cambios más pasará. Hoy día “people of color” o “colored people”, se refiere a toda comunidad no blanca (o sea hispana, india, nativa, asiática…). Véase cualquier escrito de Angela Davis, Ishmael Reed, Debra Dickerson… En la página 51, que también señalas, solo dice una vez “negro”, nunca “de color”. En todo caso, agradecemos que nos hayas dado la oportunidad de aclarar esta cuestión, cosa que, con nota a pie de página, hemos aclarado ya en algún otro libro de esta colección. 

Presentación de "Las cocinas de Gaza. Un viaje culinario por Palestina" en Casa Árabe de Madrid

El lunes, 29 de noviembre, a las seis de la tarde, coincidiendo con el Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino instituido por la ONU en 1977,   en el marco de la Semana de Palestina organizada por Casa Árabe de Madrid, presentación de

LAS COCINAS DE GAZA. UN VIAJE CULINARIO POR PALESTINA

En este libro —fruto de un trabajo de campo en 2010— hemos optado por presentar las comidas caseras en lugar de la comida de restaurante, que es mucho más uniforme en toda la región. Estos platos son un registro cultural de la vida cotidiana de la gente corriente: huellas de una historia desde abajo que se hace palpable en algo tan evocador y delicioso como un guiso humeante.
La comida se ha convertido para las gazatíes en una de las escasas posibilidades de expresar su pérdida, reafirmar su identidad y perpetuar su historia. En Gaza ir de casa en casa es hacer una excursión por la Palestina histórica de antaño, paladeando el legado de aldeas y comunidades de las que no queda ninguna huella.
Después de diez años de pobreza en aumento en Gaza, este libro ha asumido una triste función: documentar para los propios habitantes de Gaza tradiciones culinarias que no pueden ser transmitidas a las generaciones más jóvenes sencillamente porque las familias no tienen los medios necesarios para hacerlo.

Cuando llegó a nuestras manos la primera edición de este libro nos dimos cuenta de que no solo no había perdido nada de su vigencia, sino que llevaba camino de convertirse en un instrumento imprescindible para mantener viva la memoria histórica de Palestina.
Por otro lado, en los medios de comunicación, las únicas imágenes que se siguen mostrando, además de ser pocas y sesgadas, suelen ser de desolación: ruinas, víctimas anónimas y milicias combatiendo… Sin nombres, sin voz. Nos pareció que Laila y Maggie, las autoras, al entrar en los hogares y registrar las conversaciones que mantuvieron, anotando recuerdos, recopilando recetas, rescataban del olvido a mujeres y hombres con nombres y apellidos.
En los últimos meses hemos aprendido en nuestra propia carne qué significa «confinamiento»: imposibilidad de salir, miedo, angustia e incertidumbre, hemos agradecido tener un techo y disponer de no pocos recursos. Los casi dos millones de habitantes de la Franja de Gaza han visto cómo su situación, ya de por sí extremadamente precaria, se complicaba aún más. A la pandemia debida al coronavirus, han seguido los continuos bombardeos del verano de 2020, y si el agua siempre ha sido un arma de guerra, ahora lo es aún más.
Se ha hecho oídos sordos a las reiteradas peticiones de alto el fuego debido a la emergencia sanitaria. El silencio internacional ha sido, y sigue siendo, ensordecedor.
Cada uno lucha contra el olvido desde su posición, nosotras queremos hacerlo a través de este libro.

Ourdia Sylvia Oussedik


James Baldwin y el movimiento por los derechos civiles vigilados por el FBI

Durante los cuarenta y ocho años en que fue director del FBI, entre 1924 y 1972, fecha de su muerte, John Edgar Hoover acumuló un inmenso poder que utilizó para crear un verdadero Estado profundo al que todos, hasta los propios presidentes de Estados Unidos, temían. Utilizó ese poder para combatir todo lo que cuestionaba el orden racial blanco capitalista.

Su paranoia supremacista llegaba tan lejos que sometió a una estrecha vigilancia no solo a los líderes de los movimientos civiles sino también a escritores negros como James Baldwin. El director de cine Raoul Peck destacó alguno de los documentos del FBI que hacían referencia al escritor en su documental I Am Not Your Negro:

 

 

INFORME DEL FBI

MARZO DE 1966

MEMORANDO DEL FBI

 

Información relativa a James Arthur Baldwin

 

A la atención del subdirector del FBI Alan Rosen:

Los archivos revelan que Baldwin, un escritor negro, nació en la ciudad de Nueva York y ha vivido y viajado por Europa. Se ha hecho relativamente famoso gracias a sus escritos sobre las relaciones entre blancos y negros. Corren rumores de que Baldwin es homosexual y, al parecer, podría serlo.

La información recabada describe claramente al sujeto como un individuo peligroso del que cabe esperar actos hostiles a la defensa nacional y la seguridad pública de los Estados Unidos en situaciones de emergencia.

En consecuencia, se incorporará su nombre en el Índice de Seguridad.

 

[J. EDGAR HOOVER: A todos debería importarnos un único objetivo: la erradicación del crimen. La Oficina Federal de Investigaciones está tan cerca de usted como el teléfono que tenga más a mano. No busca sino protegerlo en todos los asuntos de su competencia. Está a su servicio.]

(Textos recogidos en No soy vuestro negro, la edición en castellano de I Am Not Your Negro)

Una de las páginas del voluminoso expediente del FBI sobre el escritor James Baldwin

 


I Am Not Your Negro por fin en español

Anunciamos la salida de No soy vuestro negro, los textos de James Baldwin que dieron forma al extraordinario documental de Raoul Peck:

El libro que James Baldwin tenía planeado escribir cuando murió en 1987 versaba sobre tres defensores de la igualdad racial en Estados Unidos, asesinados entre 1963 y 1968: Medgar Evers, Malcolm X y Martin Luther King. Solo se conservaron apuntes sueltos, que dos décadas después fueron entregados por su hermana Gloria al cineasta Raoul Peck. Este acabó combinando el material de Baldwin —leído por la voz en off de Samuel L. Jackson— con grabaciones de conferencias y entrevistas radiofónicas y televisivas, así como con fotogramas y fotografías de diversa procedencia. El resultado fue un documental profundo y poético que subraya la relevancia de Baldwin en la época del Black Lives Matter. ¿Por qué hacer un libro del documental? Porque la amplia y compleja información que destila no es asimilable en una sola visualización; porque resultan muy esclarecedores los testimonios del propio Peck acerca de los cuatro años que duró el proceso de elaboración del film, así como los de Gloria Baldwin Karefa-Smart, quien explica por qué confió en Peck, y los de la montadora de tan singular pieza cinematográfica; y también, por el puro placer de leer textos inéditos de Baldwin contextualizados por un cineasta excepcional.