Adonis, el poeta candidato al Nobel: "Estados Unidos provocó la invasión de Ucrania"

Adonis, el poeta candidato al Nobel: "Estados Unidos provocó la invasión de Ucrania"

El autor sirio, uno de los más grandes de la literatura árabe contemporánea, recibe hoy la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes en Madrid

15 septiembre, 2022

Jaime Cedillo @JaimeCedilloMar

 

El nacimiento del poeta Adonis (Qasabín, Siria, 1 de enero de 1930) clausuró la tercera década del siglo XX. Casi 93 años después, sigue avanzando con paso firme por la segunda del XXI. Detrás de su rostro afable y la cordialidad en el trato, conserva unos principios imperturbables. Eterno candidato al Nobel de Literatura y represaliado por su posición crítica hacia el régimen sirio, pertenece a la última generación que vivió conscientemente los grandes acontecimientos del pasado siglo. Su trayectoria en la literatura y la dimensión de su perfil humano lo han hecho merecedor de numerosos galardones. Hoy recibe en Madrid la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes. En el avión que lo trajo a España escribió el último verso antes de esta entrevista.

Su verdadero nombre es Ali Ahmad Said y nació en el seno de una familia alauí. Con 17 años recitó un poema ante el expresidente sirio Shukri al-Kuwatli que le abrió las puertas de la literatura. Adonis estudió filosofía en Damasco, pero en 1955 estuvo preso durante seis meses por ser miembro del Partido Social Nacionalista Sirio. Tras su liberación, se instaló en el Líbano y se sumó a la corriente del panarabismo, que propone la congregación en un estado de todos los pueblos árabes, tanto de Asia como de África, con el objeto de lograr una unidad política.

La Libia de Gadafi se inscribió en este ideario, que aún resiste en Siria. En años posteriores, los de la efervescencia de un panislamismo partidario del Califato (Al Qaeda, Estado Islámico, etc.), Adonis se desmarcó de movimientos políticos. De su relación con el islamismo, se desprenden títulos como Violencia e islam (Ariel, 2016), una serie de entrevistas con la psicoanalista y profesora Houria Abdelouahed. Cuestionado por no reprobar la dictadura de Bashar al-Assad y escéptico con la Primavera Árabe de 2010, su voz sigue siendo una de las más influyentes y polémicas de Oriente Medio.

“Siempre escribiré mi poesía en árabe”, dijo en una entrevista con El Cultural en 2016, pero reside en Occidente desde 1985. Tras la guerra civil que asoló el Líbano desde la invasión israelí en 1982, hubo de exiliarse en París, ciudad donde vive actualmente. Parte de su obra ha sido publicada en castellano y en ella habría que destacar títulos como Principio del cuerpo, final del mar (Vaso Roto, 2020), Este es mi nombre (Alianza, 2020) o Árbol de Oriente (Visor), antología publicada en 2010, donde se puede leer una amplia panorámica de su producción poética.

Ediciones del Oriente y del Mediterráneo se ha hecho cargo de otros volúmenes del autor, siempre aclamado por la vocación trasgresora de su poesía. Aunque profundamente ligado a la poesía tradicional árabe, es muy admirador de los poetas europeos románticos como Baudelaire, Rimbaud o Verlaine entre los franceses, los alemanes Novalis y Goethe (recibió el premio que lleva su nombre en 2011) o el austriaco Rilke. Entre los más contemporáneos, el alemán Gottfried Benn fue quien más influyó en la tentativa rupturista de su obra a partir de los años 50, que intensifica la presencia de la belleza y la figura de la mujer, aunque el marco conceptual está dominado por la idea de la herida.

Pregunta. ¿Se siente contento de volver a España?

Respuesta. Normalmente el poeta tiene más de un país natal: dos, tres o cuatro... Yo considero a España uno de mis países natales.

¿Este reconocimiento le llega en un momento creativo?

Mi oficio es escribir. Lo hago con reconocimiento o sin él, siempre estoy escribiendo. Estos premios me motivan y me hacen pensar que hay solidaridad con la escritura.

¿Recuerda cuándo fue la última vez que escribió un verso?

En el avión, cuando estaba viniendo a España... (risas)

Ahora que su poesía puede analizarse con la perspectiva necesaria, ¿se considera un renovador, como tantas veces se ha dicho de usted? 

La renovación consiste en poder cambiar todo. Si no cambias la realidad de tu alrededor, práticamente no haces nada. Si no lo he podido hacer escribiendo, imagino cómo cambiar el mundo. Mi obsesión es el cambio constante y la poesía es un horizonte abierto.

¿Cree que su poesía tiene calado social en el mundo árabe? 

Creo que sí hay un interés. Para un poeta es difícil medir esto, pero hay muchos libros y estudios dedicados a mi poesía. Esto es positivo, claro, pero sí reconozco que siempre he sido muy problemático, como el filo de una espada: o me odian o me adoran.

¿Sigue la poesía actual? 

Es imposible leer todo lo que se escribe hoy en día, pero puedo asegurar que leo todo lo que se publica en francés y en el mundo árabe. Respecto a lo demás, lo que me llega a través de la traducción. Sobre todo, me interesan los poetas árabes y la posibilidad de debatir con ellos.

¿Le interesa la poesía española? Más allá de su conocida afición, Lorca, ¿le gustan otros poetas?

Gracias a mi nieto, traductor, puedo establecer vínculos con la poesía española. Por supuesto, he leído a la Generación del 27 y tengo contacto con Clara Janés, a la que he llegado gracias a la traducción francesa de su obra. Sin embargo, es difícil poder valorar la poesía si no puedes leerla en su lengua original

¿Conocía a Javier Marías, el escritor español fallecido hace solo unos días?

Por supuesto, ha sido una tristísima noticia.

Cuando a Marías le mencionaban la posibilidad de ganar el Nobel de Literatura, siempre sorteaba la pregunta. Tengo entendido que usted también...

Claro (risas), porque no es una cuestión nuestra, sino del comité (la Academia Sueca) que lo decide.

¿De qué problemáticas debe ocuparse la poesía actual? ¿Cree en el género como una oportunidad para hacer una reivindicación política?

La poesía no acepta descripción. No se puede hablar de poesía política, porque cuando se viste de ideología pierde su sentido. La política puede convertirse en poesía, pero la poesía no puede convertirse en política.

¿A qué se refiere exactamente?

Cuando la política apela por los derechos humanos, por la civilización, por la democracia... Eso es poesía.

En cuanto a Siria, hace unos años mostraba su decepción en El Cultural por no haber visto “ningún manifiesto por parte de los intelectuales europeos” durante la guerra. ¿Ha cambiado su opinión respecto a este asunto?

No. Hasta el día de hoy, desgraciadamente no hay ninguna respuesta desde Occidente. Después de diez años del desastre, ha quedado demostrado que lo que está pasando en Siria es algo preparado. Muchos intelectuales se están dando cuenta ahora. Es algo excepcional en la historia: han querido derrocar al régimen sirio y, sin embargo, han destruido al país y Al-Assad todavía sigue ahí. 

La guerra antes ocupaba un espacio de actualidad de primer orden. Hoy, que el conflicto aún no está resuelto, ¿cree que se le da toda la cobertura que merece?

Claro que no. Esto es una prueba más de que hay una conspiración mundial contra este país.

¿A qué cree que se debe?

Es una cuestión geopolítica que casi todos conocen: petróleo, acuerdos, Israel, Palestina, alianzas entre países... La zona de Oriente Medio es el centro del conflicto entre las principales fuerzas del planeta. Todas las guerras se libran allí porque es una dimensión estratégica.

Europa, la cuna de la civilización y de las libertades, se está traicionando a sí misma

A Ucrania, sin embargo, se le presta mucha mayor atención. Si el ataque a Siria se justificó para tumbar la dictadura de Al-Assad, ¿cuáles diría que son las causas de la invasión rusa a Ucrania?

Estados Unidos es la fuerza que mueve el mundo y también es el régimen que provocó la invasión ucraniana.

¿Qué quiere decir? ¿Desea matizarlo?

Estados Unidos se fundó de manera violenta, utilizó la primera guerra nuclear, devastó Vietnam... Está en el origen de toda la violencia. Yo estoy en contra de Estados Unidos esté donde esté.  

Usted que siempre ha abogado por la necesidad de una separación entre la religión y el Estado en los países árabes, ¿sigue teniendo esperanzas en el progreso de la sociedad?

Los europeos pudieron superar aquella Edad Media en que la Iglesia imponía su ley a través de la Inquisición. Tenemos que tomar ejemplo. A pesar de los obstáculos, aspiramos a establecer esta separación. Pero lo paradójico y lo triste de esta lucha es que los europeos, políticos e intelectuales, están en contra de nuestra lucha. Europa, la cuna de la civilización y de las libertades, se está traicionando a sí misma. Por tanto, está en contra de ese progreso. 

¿Cree que la poesía puede contribuir a alcanzarlo?

Sería un error presionar a la poesía con esa misión. Primero tenemos que llegar a un acuerdo sobre el concepto de cambio. ¿Quién lleva a cabo el cambio? Las instituciones. Un poema no puede cambiar una universidad. La poesía debe establecer relaciones entre la palabra y el objeto para dar una nueva imagen al mundo y un nuevo sentido a la vida.

Artículo completo en El Cultural - Letras

 


SER, SENCILLAMENTE por Louis Sala-Molins

 

Bassidiki Coulibaly obtuvo un día el doctorado en Filosofía defendiendo con elocuencia su tesis sobre Sartre; o, lo que es lo mismo, fue un buen alumno del mal maestro.

Cuando, como él, desciendes de un linaje de herreros burkineses, esos formidables transmisores del fuego al hierro y a la tierra, del mundo de los ancestros al de los vivos de hoy, para culminar en filósofo detractor de todos los colonialismos, cantor de Fanon y otros rebeldes con un corazón que se te sale del pecho, una elección radical se impone. Bien, para tratar de hacerte un hueco al sol —cosa en verdad harto difícil cuando no eres precisamente lo que se dice «un hombre de bien», reniegas del linaje y abjuras del filósofo luciendo una máscara blanca sobre la piel negra y pones por delante la gracia constante de las frases redondas de la historia, o de las historias, como es menester contarlas y escribirlas; bien pasas dogmas, opiniones y comportamientos por el aire abrasador de la fragua y muestras sin máscara, la cara al viento, más que una fidelidad, una carnal hermandad de armas con Sartre —el heraldo de Fanon— y con el Fanon de los «condenados de la tierra».

Si rebuscamos bien, hallaremos alguna traza de sumisión, de primacía, en «fidelidad». Muy escasa en Bassidiki Coulibaly, a quien sumisiones y primacías irritan, en quien habita el sentimiento de fraternidad; sentimiento que tan bien se corresponde con esta iridiscencia del amor bohemio cuyo aliento Bassidiki Coulibaly anhelaría ver triunfar sobre los batallones blindados de la «razón».

Louis Sala-Molins

DE LA INTRODUCCIÓN DE BASSIDIKI COULIBALY:

Ante la pregunta «¿se puede vivir sin identidad y sin pasado?», muchos se mofan, mientras que otros se quedan sin voz. Es cierto que, de entrada, la pregunta puede sorprender e incluso desestabilizar, porque, si bien los historiadores nos martillean con que es imposible vivir sin pasado y los magistrados nos conminan a revelar nuestra identidad, la sociedad nos inculca que ella no es más que un bosque denso cuyos árboles genealógicos se componen, cada uno, de varios individuos en guisa de ramas. Todo esto casa con cierta realidad que no ha de confundirse con la realidad.

Lo desconocido es la realidad de cualquier encuentro. A priori, solo podemos formarnos ideas (prejuicios, juicios, etc.) sobre el otro, pues la identidad, el pasado y la personalidad solo se conocerán, llegado el caso, a posteriori. En cada encuentro hay química o no, y las cuestiones de la identidad, el pasado o la personalidad son lo de menos. Aunque existen tantos casos como encuentros, solo abordaremos los dos más clásicos: cuando hay química y cuando no la hay.

El flechazo es el paradigma del mejor de los dos casos. Los individuos que reciben en pleno corazón la flecha de Cupido no tienen tiempo que perder con cuestionamientos sobre la identidad, el pasado, el árbol genealógico y la personalidad del ser amado. Cuando irradias amor, aceptas al otro de pies a cabeza, en la más absoluta ignorancia del quién, el porqué y el cómo; sus virtudes saltan a la vista, sus defectos permanecen ocultos. El cineasta finlandés Aki Kaurismäki nos lo muestra con belleza y maestría en Un hombre sin pasado; nos muestra también que es posible (pero no fácil) vivir sin identidad y sin pasado, a escala individual, lo que relativiza indiscutiblemente el discurso de Elie Wiesel, según el cual «Es peor vivir sin pasado que sin futuro». Es cierto que el actor Markku Peltola, conocido como «el hombre sin pasado», después de recibir una brutal paliza propinada sin motivo aparente por tres maleantes, logra sobrevivir amnésico (sin identidad y sin pasado) gracias a la mano tendida de Kati Outinen, conocida como «la voluntaria del Ejército de Salvación», junto a quien Peltola encuentra el amor. El amor lo puede todo, lo sabemos.

Pero ¿qué sucede cuando no hay química? ¿Qué sucede en el peor de los casos, siendo el peor de ellos la existencia de quienes viven con el estigma de ser «negros»? En otras palabras, cuando uno es «negro», ¿tiene derecho a un pasado distinto al del «no negro» (ya sea árabe-bereber o blanco)? ¿Qué identidad puede reclamar uno cuando es «negro» y se llama Toussaint Louverture, Ahmad Baba, Behanzin, Malcolm X, Elijah Muhammad, Aimé Césaire, Cheikh Anta Diop, Edson Arantes do Nascimento, más conocido como Pelé? ¿Tienen derecho esos a los que seguimos llamando «hombres de color», «nègres», «negros», «black» a un reconocimiento que no sea el heredado, visible, condensado y anclado en la marca somática?

En una época en la que algunas personas moldean su cuerpo a placer gracias a eso que el sociólogo David Le Breton ha llamado Signes d’identités. Tatouages, piercing et marques corporelles (2002), otras mueven cielo y tierra para procurarse agentes corrosivos que les despigmenten la piel. El negro-americano (ahora gris) Michael Jackson es la punta de lanza de esos «negros» que ya no quieren ser «negros» o, por lo menos, quieren ser menos «negros». El asunto parece anecdótico, pero en el fondo revela la situación dramática, confusa y compleja de «los negros».


El delito de ser "negro". Mil millones de negros en una cárcel identitaria, de Bassidiki Coulibaly, nuestra próxima novedad

En septiembre publicaremos este provocador libro del que iremos avanzando algunos extractos, como este sacado de la Introducción:

 

Los japoneses aprovecharon el Plan Marshall para recuperarse de las dos bombas atómicas que recibieron sobre sus cabezas. Pero ¿qué hay de «los negros» en tanto comunidad singular, estigmatizada y víctima de etnocidio y genocidio? ¿Cuántos son «los negros» que tienen por único credo los libros sagrados (el Corán, la Biblia) que han contribuido a legitimar y legalizar el genocidio y las denegaciones de humanidad padecidas? Son legión. ¿Cuántos son «los negros» que no tienen más fantasías que las de sus «antiguos» amos? Son legión. ¿Cuántos son los «negros grecolatinos» (Sartre) que, tras ser domesticados en la escuela del amo, solo saben obedecer a pies juntillas y mover el rabo como perritos falderos? Son legión. Con un mono de trabajo, un caftán folclórico, un traje de tres piezas o una levita de académico, «los negros» de turno siempre se han abierto paso a codazos para acceder al cuarto de servicio de «los señores».

Hace más de dos mil años, Sima Qiang (145-86 a. C.), el primer historiador chino, afirmaba con convencimiento que «aquellos que no olvidan el pasado son dueños del futuro». Cuando sabemos con qué maniático esmero los «vencedores» escriben la Historia, cuando sabemos con qué saña de sabuesos los «vencedores» controlan la Historia, cuando conocemos la escandalosa parcialidad con que se enseña la Historia a los niños (las obras del historiador Marc Ferro a este respecto son saludables), entiendes fácilmente el empeño de los «vencedores» por seguir siendo los amos. Pero «los negros», esos «vencidos» de la Historia que se quejan de ser los despreciados de la humanidad, que se lamentan de ser los grandes perdedores de la Historia, que se desconsuelan por no tener los medios para hacerse respetar, que se entregan de generación en generación a los «mimetismos nauseabundos» (Fanon) de sus amos orientales y occidentales, ¿tendrán en cuenta algún día las sabias palabras de Sima Qiang?


JAVIER BIOSCA ENTREVISTA PARA ELDIARIO.ES A ALIA MAMDUH

Alia Mamduh, escritora iraquí: “Hay que condenar a Rusia, pero Occidente es el gran defensor del doble rasero”

“Cuando veo las imágenes de lo que pasa en Ucrania, me acuerdo de mi país. Eso lo hemos vivido nosotros: guerras, desplazamientos masivos y bombardeos indiscriminados”, dice la escritora, que presenta su novela 'Al Tanki: tras las huellas de una mujer iraquí'

Javier Biosca Azcoiti - elDiario.es - 14 de junio de 2022 22:30h

La escritora iraquí Alia Mamduh salió de su país en 1982, pero apenas escribe de otra cosa: “Solo me queda escribir de Irak”. A sus 78 años, se sienta en un hotel de Madrid horas antes de presentar su novela ‘Al Tanki: tras las huellas de una mujer iraquí’ y coge carrerilla para criticar la invasión estadounidense, el bloqueo político actual en su país y la censura que ha sufrido en prácticamente todo el mundo árabe con sus escritos contra la dictadura, el machismo y el patriarcado.

“Cuando veo las imágenes de lo que pasa en Ucrania, me acuerdo de mi país. Eso lo hemos vivido nosotros: guerras, desplazamientos masivos, bombardeos indiscriminados…”, dice la escritora. “Me identifico con esa gente ucraniana que está siendo arrasada y por tanto hay que condenar a Rusia, pero todos sabemos que Occidente, especialmente en Irak y en el mundo islámico, es el gran defensor del doble rasero y la hipocresía”, añade.

Salió de Irak en 1982. ¿Por qué?

No salí del país por cuestiones políticas, sino que fue una decisión personal, derivada de una serie de divergencias con quien era mi esposo entonces. Además, en ese momento el servicio militar era obligatorio, estábamos en plena guerra con Irán y a mi hijo único lo iban a llamar a filas. Yo no quería que fuese y cogimos al muchacho y nos fuimos a Francia. Allí estuvimos un pequeño periodo y después fuimos a Marruecos, donde trabajé como directora de un periódico saudí.

Solo volví a Irak en el 87 a un festival literario de una semana. Sigo llevando Irak dentro, su gente, sus problemas, sus olores... Pero el Irak de hoy no es el que yo conocí. Ese Irak ya no existe. Toda la gente que estaba allí ya no está: ha emigrado, han sido forzados al exilio o han muerto. El barrio que describo en la novela se ha convertido en ruinas. Lo único para lo que volvería a Irak es para denunciar el gran crimen cometido contra el país a raíz de la intervención estadounidense.

Irak es para mí como mi propia existencia. No me queda otra cosa que escribir sobre Irak. Si no, ¿de qué puedo escribir?

Después de lo vivido en su país en 2003, ¿qué opina de la reacción de EEUU y otros países de Europa a la invasión de Ucrania?

Todos sabemos que Occidente, especialmente en Irak y en el mundo islámico, es el gran defensor del doble rasero y la hipocresía y lo sufrimos notablemente con la lucha contra el llamado terrorismo internacional. Lo que está pasando en Ucrania, sin embargo, es algo distinto. Se trata de un conflicto entre dos países europeos en el que también hay una cuestión relacionada con la OTAN, los intereses geoestratégicos de Rusia y una serie de errores internacionales.

Cuando veo las imágenes de lo que pasa en Ucrania, me acuerdo de mi país. Eso lo hemos vivido nosotros: guerras, desplazamientos masivos, bombardeos indiscriminados… Me identifico con esa gente ucraniana que está siendo arrasada y por tanto hay que condenar a Rusia. Pero también hay que condenar a Occidente. Nosotros conocemos a Occidente y sabemos que dice una cosa y hace otra y que juega de manera sibilina. Había una serie de pactos con Rusia y se han incumplido. Ya está bien de que en Europa seáis los siervos de EEUU. Sois países fuertes y Washington tiene su propia política para Oriente Medio y para Europa, perjudicial para vosotros mismos.

Todas las guerras de América son fuera de su país y para conseguir una estabilidad interna trata de exportar esos conflictos. Europa es uno de los grandes derrotados del conflicto en Ucrania y desde un punto de vista de una persona que ha sufrido hace 20 años una invasión de Irak y que ha ido viendo todo el proceso de acoso y derribo en Oriente Medio, todo esto no le suena nada nuevo. La hegemonía estadounidense está en decadencia y hay una situación de podredumbre desde dentro que a la vez está originando que se exporten los conflictos y que se cree un estado de tensión con la finalidad de mantener el mayor tiempo posible este estado de dominación que no es real.

En realidad, lo que pasó en Irak fue una demostración de fuerza, pero no de dominio. Hoy EEUU todavía es capaz de entrar en clase, poner a los alumnos malos contra la pared y ordenar sanciones, quitarles o darles armamento… pero eso está desapareciendo. También lo vemos en el aspecto racial: el grupo blanco dominante cada vez lo es menos y hay una especie de reticencia a aceptar esta realidad.

Yo comprendo que la gente joven esté fascinada con EEUU y que no entienda que digamos que es la mala de la película. Las series, la música, hasta la ropa que llevamos... todo eso marca la forma en que los vemos. Nosotros, sin embargo, tenemos otra visión. Diferenciamos entre el pueblo americano, al que tenemos un gran respeto, y la política exterior de EEUU, que es un cáncer, en concreto en Oriente Medio. Los europeos deberían darse cuenta de que EEUU casi nunca ha dicho la verdad sobre sus proyectos y sus intenciones. Yo vivo en Francia, me siento europea y me produce un enorme pesar ver cómo los europeos una y otra vez siguen cayendo en los mismos errores con respecto a EEUU.

¿Qué supuso la invasión para usted y para su país?

La ocupación de Irak no es solo de los americanos, sino de muchos otros como iraníes, milicias y actores regionales e internacionales. Los americanos eran los que mandaban y a pesar de que salieron en 2011, dejaron sus consejeros y asesores y son los que controlan el país entre bastidores.

Uno de los protagonistas en la novela Al Tanki se llama Mujtar, que pasa todo el tiempo borracho para olvidar el desastre, pero dice una frase que refleja muy bien el carácter de esta persona y de muchos iraquíes: ‘Mi único objetivo en esta vida es seguir vivo porque continuar con vida supone un desafío a EEUU’.

¿Ha sufrido censura en Irak y otros países árabes?

En prácticamente todos los países árabes. Hay dos novelas [no están traducidas al español], 'La garçonne' y ‘El deseo’, que están prohibidas. La primera se publicó en el año 2000 y es sobre una mujer andrógina que sufre persecución, tanto por razones políticas como por su orientación sexual. Es un alegato contra el partido Baaz y el Gobierno de Sadam Husein. La protagonista se enamora de un comunista, la encarcelan y la torturan.

En ‘El deseo’, un hombre iraquí de 50 años, opositor político y perteneciente a la rama comunista antibaazista, se levanta por la mañana y de pronto descubre que le ha desaparecido el pene [en árabe la palabra pene comparte raíz con 'recordar']. Entonces le quitan la capacidad no solo de ser, sino también de recordar de modo fidedigno su pasado. Empieza a hacer una serie de elucubraciones sobre su vida sexual y política, como si tratara de 'reacondicionar' su existencia a partir de recuerdos fragmentados. Es una suerte de alegoría sobre cómo el individuo iraquí ha perdido la capacidad de hacer un análisis autocrítico de sí mismo y su país. También es una crítica al poder patriarcal y al poder omnímodo de ese varón que se cree el dueño de la realidad.

Cuando va al médico da una serie de circunloquios para no enfocar el problema real, como si fuera incapaz de reconocer la naturaleza de su infortunio. Hay una escena en la que el protagonista dice: ‘Imagínense ustedes que todos los varones con poder y capacidad de mando se despiertan y se dan cuenta de que ninguno tiene pene y que cuando miran al cielo los ven todos flotando como si fuesen misiles. Estoy seguro que las guerras se acabarían’.

El único país árabe en el que se publicó fue Líbano, pero incluso allí resulta difícil encontrarlas, pues los libreros no las tienen a la vista por si acaso.

Por estos dos libros me han acusado de pornográfica, zafia, grosera y burda. Me gustaría ser todavía más zafia, grosera y burda para llegar a este nivel de zafiedad máximo que ha alcanzado este mundo. De todas formas, sé que este libro se reproduce clandestinamente en muchos países árabes.

Yo estoy al final de mis días, me dirijo hacia mi propia desaparición y me importan muy poco las críticas que me puedan hacer; y menos aún por el contenido sexual de mis obras. Me da igual si hay gente que se molesta por lo que aparece en esta o aquella novela.

¿Por qué es tan difícil formar Gobierno en Irak siete meses después de las elecciones?

Porque hay una disputa entre Irán y EEUU en tierra iraquí. Es el resultado de una situación creada en la que el país afectado no tiene soberanía propia. EEUU dirige todo entre bambalinas e Irán es el otro poder efectivo. Sobre el papel, gracias al sistema de cuotas confesional creado por los estadounidenses y la influencia de sus líderes y milicias, es la comunidad chií la que mayor dominio ejerce. Sin embargo, hay dos grandes bloques dentro de la comunidad chií. Uno es arabista y nacionalista y el otro es más partidario de una relación de alianza firme con Irán. Ese es el problema.

Como los actores políticos internos de Irak dependen en gran medida de potencias regionales e internacionales, nos encontramos en esta situación. Carecemos de líderes con un margen razonable de autonomía. Por ello, son incapaces de ponerse de acuerdo para formar Gobierno, porque ni los estadounidenses ni los iraníes están de acuerdo con las alternativas barajadas.

EEUU no es que dejase un Estado o un sistema institucional deficiente, es que se cargó las estructuras del país y lo que nos encontramos ahora es su consecuencia. Tenemos una corrupción política institucionalizada. El problema está en nosotros, en nuestras élites y dirigentes, que se han convertido en una especie de asociados de estos intereses externos.

¿Ha superado Irak el sectarismo entre suníes y chiíes?

En Irak hay un sistema de cuotas confesionales que impuso EEUU. Ahora, la religión y la pertenencia confesional se han convertido en un negocio. Cuantos más miembros tienes en tu comunidad, más influencia tienes. Nos hemos metido en un círculo vicioso y este enfrentamiento conviene más a las élites de la comunidad mayoritaria, que es la chií.

¿Ese sectarismo existía antes de 2003?

Puede que lo hubiese, pero era muy ligero. Yo nunca supe si era sunní o chií. En mi familia teníamos abuelos sunníes y chiíes. Nunca supe quién era qué ni en qué se diferenciaban unos de otros. Tampoco me interesaba ni importaba mucho. De hecho, no descubrí que tenía parte sunní y chií hasta que me casé, pero a lomos de los tanques de EEUU se trajeron un Gobierno completo e intentaron crear una nueva realidad que es lo que ha convertido Irak en un cadáver que apesta. Cualquier persona que se acerque notará ese olor.

Artículo completo en elDiario.es

 


La iraquí Alia Mamduh busca a una artista desaparecida en su nueva novela, por Lydia Hernández Téllez

Madrid, 3 jun (EFE).-

Alia Mamduh salió de Irak hace décadas con intención de encontrar una belleza que anhelaba y que no encontraba en su país natal. «Hay cosas muy feas -la hipocresía, las mentiras- que no solo me han obligado a marcharme de mi país, sino que me obligaron a escribir», confiesa en una entrevista con EFE.

Esas mismas razones hicieron que, muchos años antes, otra mujer se marchase de Bagdad: Afaf Ayyub Al, artista polifacética a la que Mamduh dedica su última novela, «Al-Tanki, tras las huellas de una mujer iraquí», que esta semana se presentó en la Casa Árabe de Madrid.

«Afaf era una mujer real», explica la escritora en la entrevista. «Quizá soy la primera autora árabe que ha elegido un personaje real», añade.

Afaf salió de Irak en 1979 para exiliarse en París y desde entonces permanece desaparecida. La novela gira alrededor de la búsqueda de esta pintora, escritora, arquitecta, cantante y deportista por parte de su familia más cercana.

«Todos los personajes que aparecen a lo largo de la novela están preguntando al doctor Carl Valino para descubrir dónde se ha ido Afaf, pero en realidad se están buscando a ellos mismos, porque todos están perdidos. Son siete personajes y cada uno tiene una desgracia personal», adelanta la autora.

Confiesa que, en esta nueva narración, la búsqueda de Afaf esconde algo más: «Todas las personas están buscando algo, puede ser una simple ilusión, un sueño. Incluso sabiendo eso, están contentos de perseguir esa ilusión, porque nos mantiene vivos», afirma.

UN LIBRO «COMPLICADO DE LEER»

La escritora, actualmente afincada en París, es reconocida por jugar y experimentar con el lenguaje árabe, lo que le permite «huir de la realidad en la que estamos. El mundo que nos rodea nos obliga a buscar algo para escapar», explica.

Eso ha llevado a que su libro se considere como complicado o difícil de leer, tal y como aventura la reciente publicada traducción en español. Y Mamduh está de acuerdo con esa apreciación.

«El libro es difícil de leer si lo comparamos con lo que hay ahora. Los lectores a nivel mundial prefieren los libros fáciles, pero yo he elegido hacer uno que sea difícil, que no esté al alcance de todos», señala.

Fue esa especial complejidad la que la llevó a ser finalista del Premio Internacional Booker en árabe de 2020, siendo la única mujer entre cinco hombres que aspiraba al premio: «Por muchas consideraciones el primer premio lo ganó un argelino, pero conseguí llegar hasta la última fase», recalca.

«LA SITUACIÓN DE IRAK AHORA ESTÁ PEOR»

La historia de «Al-Tanki, tras las huellas de una mujer iraquí» empieza en 1922, según la autora, una época «en la que los misioneros americanos entraron a Irak”, lo que a su juicio demuestra que los americanos «siempre vieron Irak como una tierra a ocupar».

La autora considera que ahora, un siglo después, la situación en su tierra natal es todavía peor y está marcada por la hipocresía social que «se encuentra en la clase política, en los partidos, en todos los líderes del mundo».

«Antes al menos las mujeres podían bañarse en bañador, ahora no pueden hacerlo, ni siquiera les puedes ver la cara», apunta Mamduh a modo de ejemplo.

La exiliada iraquí recoge la violencia contra las mujeres en su novela «Naftalina», reeditada junto a su nueva publicación, en la que recupera la historia de su madre en una mezcla de realidad y ficción.

«Yo casi no conocí a mi madre, falleció cuando tenía tres años, pero he conseguido que viva en esta novela», indica.

«Naftalina» describe la violencia que sufría la madre de Mamduh por parte de su marido.

«Cuando mi padre volvió de Karbala informó a mi madre de que se había vuelto a casar. Aun con esa noticia, mi madre le recibía en casa, le quitaba los zapatos, le lavaba los pies… esa situación la viven algunas mujeres iraquíes todavía y es el culmen de la violencia de género y del maltrato a la mujer», relata la escritora.

Mamduh encuentra en la literatura árabe «un movimiento de mujeres rebeldes que hablan del amor, el sexo, la relación con el hombre. Las mujeres tienen una visión distinta a la de los hombres en estas cosas y espero que los traductores, los especialistas y las editoriales presten atención a las novelas escritas por mujeres árabes». EFE


Así se cocina en Gaza: cuando cuece el maftul

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Así se cocina en Gaza: Cuando cuece el maftul

Teresa Agustín (*) | Actualizado: 29.04.2022

Laila El-Haddad y Maggie Schmitt, ‘Las cocinas de Gaza. Un viaje culinario a Palestina’. Ediciones del Oriente y del Mediterráneo. Madrid, 2021.

Mujeres y niños en una cocina. Limón, eneldo, canela y una lluvia de trigo y risas. Pimienta, nuez moscada, clavo… Sí, este libro es una fotografía de la torturada Gaza desde las cocinas, donde la vida poblada de mujeres se transforma en un espacio amable de olores y sabores. Escuchamos sus voces lejos de la violencia, de la ocupación, lejos de la guerra. Nos sentamos a la mesa con ellas y sus familias para disfrutar de la comida. Las veremos cocinar, página tras página, observaremos a los niños y las niñas majar las especias en una zibdia. Manos que sustentan la vida, las manos de las mujeres, las que nos cuentan. Abuelas que cuentan la vida de una Palestina que quizá ya no existe. Hambres y bonanzas.

Esta no es la historia oficial, no hay banderas ni fronteras en realidad las historias no oficiales son las verdaderas. La cocina cuenta las historias de la historia cotidiana navegando “de generación en generación”, es el relato de los de abajo. De los que sobreviven. Historias que se comen y se huelen que se funden en la boca y atraviesan los cuerpos. Son el clima que forma el paisaje. Y en un tiempo de globalización parecería en este mundo de especias, de cereales, de verduras…, cítricos y más…, que “la comida se ha convertido en una de las escasas posibilidades de expresar”. Expresar pérdidas, olvidos, identidades, felicidades. Ya lo sabía Santa Teresa cuando decía que “Dios andaba entre pucheros”.

Una franja verde entre el mar y el desierto que ha sufrido y sufre la carestía y el agobio económico, un territorio que sobrevive por viejo y tozudo, que fue lugar de encuentro de culturas y que “sufre un férreo bloqueo por parte de Israel desde 2007, que ha ahogado a la población. Naciones Unidas lo califica de “lugar inhabitable”. Con cortes de luz, con sus aguas contaminadas y donde el agua potable, cara y difícil, viaja en camiones. Hospitales sin recursos, calles olvidadas, gentes sin trabajo. Sin entrada ni salida de mercancías, sin libre tránsito de personas que en muchos casos subsisten con los alimentos que suministran las Naciones Unidas y las ONG. Esta Gaza empobrecida y doliente en “des-desarrollo” productivo y sostenible” es ahora, antes tan fértil, un “lugar totalmente empobrecido al borde del desastre ecológico. Un lugar donde se funden la “violencia física y la desestabilización económica”.

 

Las cocinas de Gaza recupera las memorias de los sentidos y hace que lo inhabitable se haga habitable. Se trata de una conversación especial, especiada, como todas las charlas que se producen en una cocina, donde flota en el aíre el aroma cálido del trigo y el perfume “aterciopelado de la canela”. Imaginemos esa cocina como un espacio donde la abuela adoba un pollo y se majan ajos… Es un no parar. “Mientras todas las manos se afanan, la conversación va de los problemas de tiroides a las relaciones con las cuñadas, de los estragos de las guerras recientes a la manera correcta de confitar las zanahorias”.

Nada mejor que una cocina donde “vive la gente corriente”, una granja, el puerto pesquero, el mercado, como explican las autoras, para entender un país y conocer a sus gentes. “Hablar de comida y cocina era hablar de la dignidad de la vida cotidiana, de la historia y de la herencia en un lugar en el que precisamente esas cosas han sido despreciadas o eliminadas” Y “cuando se vive en Gaza es un alivio que te pregunten por las lentejas y no solo sobre política”, cuentan las autoras.

Simple y complejo, aromático como una sopa especiada, este libro describe un pueblo con sus recetas y lo hace tan bien que no solo reconstruimos vidas. Nos adentra en las casas y vemos a las mujeres que habitan y que habitaron esos espacios, escuchamos a las paredes que hablan. Página a página, receta a receta vamos familiarizándonos con ese gusto por el picante que es una identidad de este pueblo. El matrimonio de la guindilla fresca y el eneldo, una historia de amor que perdura en el tiempo, y que está presente en todos los momentos. Compramos una Zibdía, ese cuenco sencillo y pesado que se hace a mano “con la arcilla tosca y arenosa de Gaza”, que es utensilio clave en la cocina siempre acompañado por “unas manos de madera de limonero”. Reconocemos las especias que pasaron durante siglos por su mercado y fueron motor de su economía cuando viajaban de Extremo Oriente hasta Europa. O nos paramos a degustar el Dugga esa mezcla de trigo y especias, que no ha de faltar en ningún lugar. “Tostar por separado los granos de trigo (o la harina), las lentejas y las especias en una sartén sobre un fuego lento…” Mezclar y moler, triturar y comer quizá con deliciosos pan y aceite.

Las recetas se personalizan y aparecen los nombres propios de mujeres que cocinan: Um Hana que nos enseña a hacer Dugga, Um Salih experta en salud y llena de inquietudes, Um Imad que nos cocina un cuenco de lentejas, berenjenas y granadas amargas, Um Ibrahim de 89 años, que nos relata su larga y difícil vida desde que huyeron a Gaza en busca de refugio y que ha vivido en un campo de refugiados acomodada con los que les proporcionaba la ONU. Por eso habla de la comida del pasado, como “lo hacen muchos ancianos” que se refieren a “la verdadera comida como algo del pasado”.

Son muchas las historias familiares, los nombres de muchas y de muchos, de abuelos, niños y niñas que sobreviven en una cocina inventando las vidas que se cruzan en este libro. Vidas en la diáspora, refugiadas, alteradas, empobrecidas donde siempre hay una receta que compartir, un espacio donde imaginar. Dicen las autoras, Laia y Maguie, que desde que se conformó esta historia en forma de libro todo ha ido a peor y Gaza es cada vez más una “cárcel al aíre libre” solo soñada por la luz del mar. Segundas y terceras generaciones de mujeres van cocinando en este libro atípico, cálido y amable desde esta tierra de acogida, de familias que lo dejaron todo para no morir. Refugiados que nunca han podido volver a su tierra, a sus sitios, las casas que les vieron nacer, que muchas de las veces ya no existen.

Un recetario que es un álbum de vidas, un despertar de conciencias donde navegan condimentos, caldos, ensaladas, panes, platos de cuchara, guisos, carnes, pescados, difíciles de obtener por la zona de exclusión marcada por Israel, postres, bebidas, conservas y encurtidos. Un viaje al mas allá donde los monstruos tienen nombres propios y donde lo privado se hace político. Viaje donde vamos descubriendo el arte de sobrevivir en lo que las autoras llaman: La economía de la supervivencia donde la vida se nombra con dificultad y donde la electricidad, el agua, el trabajo son aventuras del día a día. La vida y el sabor de Gaza.

Artículo completo en República de las ideas

(*) Teresa Agustín es poeta.

 


Al-Tanki. Tras las huellas de una mujer iraquí

Coincidiendo con la llegada de la primavera de este 2022, publicamos el último libro de Alia Mamduh, así presentado por su traductor Ignacio Gutiérrez de Terán:

No es una novela fácil de leer ni, menos aún, de traducir este al-Tanki. Tras las huellas de una mujer iraquí de Alia Mamduh. La escritora iraquí afincada en Francia desde hace décadas lleva tiempo experimentando con el idioma árabe, tratando de generar un modo peculiar de expresar su experiencia vital como mujer árabe exiliada que vuelve una y otra vez, paradójicamente, a su país natal. Escribiendo sobre la violencia, las dictaduras y las invasiones que la obligaron a marcharse; sobre la marginación que siguen sufriendo las mujeres en las ciudades y pueblos de Iraq a la sombra del poder omnímodo ejercido por el hombre, el padre, el hermano mayor o el gran líder militar, civil y religioso; o sobre la represión de las libertades básicas, empezando por la de expresión y terminando por la sexual. Todo ello aflora desde la primera página de este pormenorizado relato en torno a una familia iraquí y la calle donde se desenvuelven sus miembros, a despecho de un Bagdad que decae, lánguidamente. Mamduh imprime al texto un destacado marbete ácido y nostálgico a la vez, habitual en novelas anteriores como Naftalina, publicada por ediciones del oriente y del mediterráneo en 2000. En esta ocasión la acidez adquiere un grado de complejidad apreciable porque a un calculado ejercicio de sutileza añade una distorsión lingüística sustentada en un juego capcioso de significados, insinuaciones e imágenes rotas que pueden llevar a confundirnos, en especial si desconocemos la historia reciente de Iraq y la experiencia trágica de millones de iraquíes forzados a dejar su tierra.
Decimos que no resulta sencilla la lectura de esta novela porque su autora se ampara en las frases a medio construir, la intercalación de narradores y voces pretéritas y presentes, la confusión deliberada de las perspectivas de los personajes, la abstracción entreverada de falso realismo o la evocación de una realidad que, en Iraq, desde hace décadas, se ha convertido en rehén de un bucle inextricable. «En nuestro país, en el que el relato casi siempre queda a medias», afirma uno de los narradores colectivos de esta alegoría sobre la locura individual y nacional. Sí, la historia, la trama, de Al-Tanki se interrumpe continuamente a sí misma porque Iraq ha dejado de ser Iraq —si es que alguna vez lo fue— desde hace demasiado tiempo. Por ello, los personajes que pueblan la novela se sienten desubicados y terminan abjurando del «virus de la patria o del lugar que te acoge». Se trata de un extrañamiento que afecta tanto a los que permanecieron allí como los que se desperdigaron por medio mundo gracias a la dictadura del Baath, la invasión criminal de Estados Unidos y, antes, al embargo inmisericorde impuesto en los noventa del siglo pasado. Para mayor desgracia, Iraq debe lidiar hoy con el extremismo religioso, que está diezmando a las minorías y a los sectores laicos de las comunidades mayoritarias. «Un país de petróleos y meados» apunta otro relator más adelante, aquejado de una enuresis provocada por las convenciones sociales impuestas por los cánones patriarcales, el contexto de violencia social y el remate de la ocupación militar. La orina irrefrenable de la que habla el hermano de la supuesta protagonista del libro es la imagen de la impotencia iraquí ante su cruel destino. La frustración, también, de ver cómo la humillación originada por las guerras y las invasiones se ha trocado en abulia.
El argumento de Al-Tanki no es el de una mujer que ansía sustraerse del estrecho cerco marcado por una ciudad, sociedad y familia que se dirigen, sin remisión, a la dispersión; tampoco tiene que ver con la búsqueda de un horizonte nuevo y distinto donde desarrollar sus dotes de artista o experimentar, al fin, el amor, la pasión, el deseo. Bueno, digamos, mejor, que no tiene que ver en primera instancia con todo ello. Desde la primera línea, la novela avanza cavilosa, reconvertida en una alegoría de la historia moderna de Iraq. La familia de Afaf, tras años de silencio y aparente olvido, trata de averiguar qué le pasó allá, en París. Para ello, arman esta sinfonía desconcertante en la que cada recuento termina condenado al fracaso. ¿Qué le ocurrió a Afaf en Occidente, qué nos ha ocurrido a los iraquíes en Oriente? Suponen que murió, la mataron o se suicidó, aventuran un episodio de locura, una enajenación o una desaparición inexplicable. Como si se hubiera abducido a sí misma, tal vez. «¿Quién es el culpable de lo que le pasó a Afaf?»; un modo peculiar de inquirirse acerca de la autoría del crimen que los iraquíes vienen sufriendo desde hace mucho tiempo. «¿Somos nosotros, ustedes?». Lo terrible es que cada aportación corrobora la impresión de que nadie tiene una explicación para lo que le ha pasado a esta nación milenaria. De hecho, ni siquiera saben si se ha cometido un crimen que exija iniciar una investigación. Como con los asesinatos, los secuestros, los éxodos, la corrupción generalizada o la limpieza religiosa en barrios y aldeas, tan habituales, tan consuetudinarios.
Oh, no, eso sí que no: el crimen ha tenido lugar, pero nos cuesta mucho llegar a conclusiones porque, en esencia, ignoramos cuáles son los fundamentos de un crimen en toda regla. Y cuando atisbamos una pista, un indicio, lo enfocamos con una luz errónea. «La guerra, una cotidianidad, algo que la divinidad nos ha asignado a los iraquíes como rasgo distintivo». Por todas estas razones, Afaf ansía salir de su país para andar a rienda suelta, caminando, trotando incluso. Los zapatos, la cubierta ya lo avanza, desempeñan una función primordial en este libro, un símbolo más de que el calzado oprime y restringe el ardor de unos pies que se afanan desesperadamente por entablar contacto con el asfalto y los adoquines de las calles. Tampoco tiene visos de llegar muy lejos porque, como la protagonista termina comprobando, el exilio, como la patria, también te desgasta los zapatos. Muchísimo.
Podríamos señalar, a modo de colofón, que Afaf representa la fe del Iraq inmemorial en sí mismo. Las ganas de superar las adversidades y anunciar algo nuevo sin renegar de los valores edificantes de su acervo oriental. Por eso, Afaf canta las tonadas árabes tradicionales, los ecos de las orquestas clásicas, y añora la belleza de las construcciones armoniosas y enigmáticas del Bagdad antiguo. En cierto modo, Al-Tanki sirve de homenaje a la pléyade de arquitectos, escultores, pintores, urbanistas u orfebres iraquíes contemporáneos que fueron absorbidos por la vorágine de la destrucción o el destierro. El fin de ese edén arquitectónico al que se refiere la obra, «El Cubo», sintetiza el cruel destino de una de las generaciones más brillantes y fructíferas de todo Oriente Medio. Podríamos señalar más cosas y seguir alargando este remedo de conclusión, pero ¿para qué? Preferimos sentarnos en un café —cuánto les gusta a los árabes en general y a los iraquíes en particular hablarnos desde un café cuando recalan en París— y recordar los versos del gran poeta Issa Hassan al Yasiri, compatriota de Mamduh exiliado en Canadá, asiduo al tasakku´ o deambular insomne por la ciudad:

Treinta y seis palomas zurean bajo el techado del café
de Oliver Larry y dan saltitos
sobre una acera blanca de Montreal.
Se posan en los hombros de los clientes
que beben vino, comen crepes
y ríen con la frescura
de quien no ha conocido grandes tribulaciones.
Yo sigo sentado, abandonado a la soledad del aire
y la sombra del árbol provecto que gime, cada noche,
junto a mi ventana.


LA COCINA ABIERTA EN EL MACBA

 

La Cocina del MACBA es una cocina situada en el contexto de la crisis ecosocial. En su tercer año de funcionamiento, las participantes se reafirman en la importancia de “sentipensar” una cocina ecofeminista y están especialmente interesadas en los saberes de personas, proyectos y experiencias que trabajan sobre el conocimiento desplazado en relación con la soberanía alimentaria. Las tensiones ecofeministas en los debates de la carne, la sanación de la herida colonial a través de la memoria histórica, ritualista y de las celebraciones culinarias, y el arte y los procesos de justicia alimentaria son temas que atraviesan el día a día de La Cocina. Este año abrimos La Cocina e invitamos a artistas, pensadoras y colectivos especializados a reflexionar con nosotros y con todo aquel que comparta las mismas inquietudes.

A cargo de Laila El-Haddad, Maggie Schmitt, Marina Monsonís y Yayo Herrero.

Laila El-Haddad es una escritora y periodista palestinoamericana. Su trabajo se centra en la situación de Gaza y la intersección de la alimentación, la cultura y la política. Es la autora de Gaza Mom: Palestine, Politics, Parenting, and Everything In Between y coautora, junto con Maggie Schmitt, de Las cocinas de Gaza, muy aclamado por la crítica. Es una ávida jardinera y una entusiasta del aire libre. Tiene su hogar en Clarksville, Maryland, con su marido, sus cuatro hijos y siete gallinas.

Maggie Schmitt es traductora. También trabaja en varios medios —escritura, fotografía, vídeo, comida— para explorar cómo la vida cotidiana se cruza con las narrativas históricas, los imaginarios políticos y las realidades ecológicas. Ha participado en iniciativas que van desde colectivos de investigación militante hasta proyectos piloto municipales, siempre con mirada feminista y habitando la fricción entre diferentes mundos sociales. Es coautora, junto con Laila El-Haddad, del libro Las cocinas de Gaza. Vive y cría (abejas, plantas, niños) en un pueblo de Segovia.

Marina Monsonís es una artista visual que trabaja con procesos híbridos y heterogéneos de transformación social arraigados a los territorios, en proyectos colectivos, comunitarios y pedagógicos que relacionan las ciencias del mar, el diseño basado en el lugar, la gastronomía, el grafiti, la geografía radical, la etnografía y la memoria crítica, oral y gestual. Trabaja en proyectos que conectan la cocina con aspectos políticos, críticos, sociales y transgeneracionales para crear debates y transmitir conocimientos sobre las complejidades y los conflictos que habitan en el km 0. Está interesada en la convivencia de espacios radicales donde las personas se constelan en las investigaciones, las técnicas, los saberes locales y globales, antiguos y emergentes, manteniéndose en un ecosistema generoso y enriquecedor, donde en la mesa dominen el disfrute, el intercambio y la armonía. Dirige La Cocina del MACBA desde sus inicios, en noviembre de 2018.

Yayo Herrero es consultora, investigadora y profesora en los ámbitos de la ecología política, los ecofeminismos y la educación para la sostenibilidad. Es licenciada en Antropología Social y Cultural, diplomada en Educación Social e Ingeniería Técnica Agrícola, y cuenta con un diploma de estudios avanzados en Teoría de la Educación y Pedagogía Social. En la actualidad es socia de Garúa Sociedad Cooperativa y docente en diversas universidades españolas. Es autora o coautora de más de una treintena de libros y colabora habitualmente con diversos medios de comunicación. Fue coordinadora del Centro Complutense de Estudios e Información Medioambiental de la Fundación General Universidad Complutense de Madrid y directora general de FUHEM. Compagina, desde hace décadas, su actividad profesional con la participación activa en movimientos sociales, especialmente el movimiento ecologista. Forma parte de Ecologistas en Acción, organización de la que fue co-coordinadora confederal entre 2005 y 2014.

El acto tuvo lugar con el aforo completo y un sostenido interés por parte de los asistentes.

Además de la coordinadora de La Cocina abierta, Marina Monsonís, que abrió el acto, estuvieron presentes las autoras de Las cocinas de Gaza. Un viaje culinario por Palestina, Maggie Schmitt y Laila El-Haddad, esta última por videoconferencia.

 

 


"Las cocinas de Gaza. Un viaje culinario por Palestina" en Espacio Crítico de Público

Un viaje culinario por Palestina, Laila El-Haddad y Maggie Schmitt

No es un libro de cocina al uso este libro. Ya el título nos puede alertar: Las cocinas -que no la cocina- de Gaza, ese lugar que, como recuerda Raquel Martí, directora de la UNRWA en España, en su documentada Presentación, los informes de la ONU califican de inhabitable. Y, sin embargo, sí que es un libro de cocina… y mucho más. Es el fruto del trabajo de campo emprendido durante el año 2010 por las autoras Laila El-Haddad y Maggie Schmitt.

Desde el principio, optaron por las comidas caseras -patrimonio casi exclusivo de las mujeres- en lugar de la comida de restaurante, mucho más uniforme en toda la región y patrimonio casi exclusivo de los hombres.

Las mujeres que con extremada calidez y amabilidad abrieron las puertas de sus cocinas a Laila y Maggie provienen de todos los puntos de la Palestina histórica, pues Gaza, esa prisión al aire libre, fue tierra de acogida de aquellas familias que tuvieron que abandonarlo todo para no perder la vida. Primero fueron tiendas de campaña, sustituidas más tarde por construcciones precarias, que fueron creciendo a lo largo de los años de negativa israelí a acatar las resoluciones de Naciones Unidas sobre el derecho al retorno de los refugiados.

Muchas de las mujeres protagonistas de este libro, de segunda y tercera generación de refugiadas, si ese derecho se hiciera efectivo, no podrían volver a sus pueblos porque fueron destruidos por las milicias y el ejército israelí entre 1948-1949 (418, en concreto desaparecieron literalmente del mapa).

Las autoras nos revelan el misterio de cómo Um Hana, que proporciona la receta de dugga -esa mezcla de trigo, legumbres trituradas y especias, todo tostado y molido, tan nutritiva-; Um Zaher, que corta acelgas y cebollas para preparar la fogaía, un delicioso guiso de acelgas, garbanzos y arroz; Fátima Qaadan, que cocina una espléndida comida de Ramadán, y tantas otras consiguen llevar a la mesa esos manjares cotidianos…

Si bien, debido al asedio israelí, solo en contadísimas ocasiones, como mucho una vez por semana, pueden elaborar esos deliciosos platos de comida casera, ricos en verduras variadas, carnes tratadas con esmero y sazonadas con una paleta de hierbas y especias -y guindilla, mucha guindilla: esos pequeños pimientos rojos hacen furor en las cocinas gazatíes-, sin olvidar los pescados. “Si no fuera por el luminoso horizonte azul del Mediterráneo, Gaza podría parecer una mazmorra”, nos dicen las autoras. El pescado, básico en la dieta de Gaza, está presente en variadas y apetitosas recetas: hbari u ruz, chipirones con arroz tostado, saiadía, arroz marinero, kefta sardina, croquetas de sardina, saltaone mashui, cangrejos rellenos al horno… Pero, hoy en día, es casi imposible acceder a él: los barcos pesqueros no pueden salir de una zona de exclusión marcada arbitrariamente por Israel, a pocos metros de la costa. Por ello, piscicultores “de agua dulce”, como los hermanos Iyad y Ziyad se presentan a las autoras, tratan de suplir ese escaso y caro pescado de mar criando tilapia y mújol. Aunque, se lamentan nuestras cocineras, su sabor nada tiene que ver con el pescado que hizo a Gaza famosa en toda Palestina.

Pero ellas no reblan, en solitario en sus cocinas o unidas formando cooperativas, salvando todas las dificultades -agua contaminada (el 96% de las aguas del acuífero de Gaza están contaminadas), cortes de electricidad cada vez más prolongados- sostienen la vida y perpetúan la cultura.

Han pasado más de diez años de la primera edición de este libro, y las autoras, en la Introducción a la edición en castellano, lamentan el empeoramiento de la situación: la pobreza se ha enquistado, dicen, y las expectativas disminuyen. Y vuelven a asombrarse porque “mientras algunas de las circunstancias que aquí se describen han cambiado, los relatos y las tradiciones, y el infatigable buen humor que observamos a lo largo de nuestra investigación subsisten inalterados”.

Y añaden “después de diez años de pobreza en aumento en Gaza, este libro ha asumido una triste función: documentar para los propios habitantes de Gaza tradiciones culinarias que no pueden ser transmitidas a las generaciones más jóvenes sencillamente porque las familias no tienen los medios necesarios para hacerlo”.

Artículo completo en Espacio Crítico